10 enero 2012

Despedida

Mi abuelo morirá esta semana. Hoy o mañana, dudo mucho que llegue hasta el jueves, aunque es un hombre que incluso ahora, a sus 94 años, mantiene una fuerza tan prodigiosa en las manos que cualquier cosa es posible. O casi.

Es extraño ser consciente de algo tan aparentemente aleatorio e indeterminado como el momento de la muerte de alguien. También es extraño escribir sobre ello, pero escribir siempre me ha ayudado a concebir la realidad.

En los últimos tiempos Juan había ido bajando por una pendiente ligera pero constante, la del Alzheimer: sus recuerdos se iban borrando junto con su capacidad para moverse bien, aunque mantenía su carácter y aún reconocía a todo el mundo, quizás tras unos instantes de duda. Esa rampa descendente se convirtió en un precipicio tras una caída en la residencia. Cruel paradoja: primero la caída, luego el abismo. Se rompió un hueso de la pierna, lo llevaron al hospital (enfrente mismo de la residencia) y aquella noche estaba ya en una habitación del mismo, aunque aún tardarían dos días más en operarlo. El cambio de entorno y la inmovilidad forzada ya comenzaron a alterarlo: aquella noche estuve yo con él, al día siguiente ya no me reconocía. Antes de la operación no reconocía ya a su hijo, mi padre. Tras la misma fue apagándose y "desconectando sistemas", primero relacionales, luego vitales.

Desde la caída, tres semanas. Han sido 94 años, Juan. Coge las maletas que te vas con tu María.

ACTUALIZACIÓN
Asusta. En el momento mismo que he enviado esta entrada me ha llamado mi madre. El abuelo ha muerto.