Dentro de una semana se estrena en nuestras pantallas Munich, la última película de Steven Spielberg. Oiréis mucho sobre si es su mejor película o no, sobre si se moja o no en el conflicto palestino-israelí y de qué manera, pero os recomiendo que la veais por razones algo distintas: porque es un Spielberg como ningún otro, porque ese hombre aún tenía más maneras, algunas que yo creía imposibles en él (más cercanas al Kubrick de La chaqueta Metálica) de hablar a través del cine y decir cosas importantes, no sólo entretenidas. Porque presentar la violencia de una forma tan dura y a la vez real sin glorificarla ni un punto (no hay concesiones, no hay cámaras lentas innecesarias ni movimientos mareantes de cámara) no es en absoluto fácil. Porque la cara de Eric Bana la última vez que hace el amor con su mujer dice más sobre lo débil que es el hilo que mantiene su cordura a salvo de caer en el abismo que todo Apocalypse Now.
Por una ved pasad de los críticos. Pasad de mi. Vedla, y luego hablamos. Yo la vi el miércoles y sigo pensando...
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