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30 mayo 2016

MdT: Un Acto de Venganza (V)


OPERACIÓN "LUNA DE SANGRE" - PRIMERA PARTE



   "Cuando el Cordero abrió el sexto sello, vi un gran terremoto.
   El sol se oscureció, y la luna se volvió roja como la sangre"
   Apocalipsis, 6:12
  
   "El Sol se convertirá en tinieblas y la Luna en sangre,
   antes de que venga el día glorioso"
   Joel, 2:31 y Hechos de los Apóstoles, 2:20
   


   (Estuario del Támesis. Galeón español capturado.
   2 de Marzo de 1589, 20:00h.
   Aproximadamente 3 horas antes del eclipse de Luna)
  
   Amelia intentó apartar de su mente el misterioso mensaje anónimo: Fotografías. En pleno siglo XVI. En una de ellas, un navío inglés: "Revenge". En otra, un secuaz de Leiva con un fusil moderno y una oreja partida por una cicatriz.
   ¿Quién se las estaba enviando? ¿Y por qué?
   Las guardó de nuevo y reanudó su trabajo: trazar símbolos cabalísticos en el suelo del camarote de Gil Pérez, alrededor de una gran estrella de siete puntas.
   - ¿No deberían ser cinco? –observó Julián.
   - Para este caso, no. Es el sello de Ameth; está relacionado con la lengua de Enoch y otras supersticiones en las que creen estos ingleses–Amelia sonrió burlonamente y añadió-: ¿Cómo va la costura?
   - Una obra de arte; me va a fichar Amancio Ortega -gruñó el enfermero, cortando el último hilo y admirando el resultado-. Pero vaya morro tienen los Alonsos; ya que les gusta tanto su banderita, la podrían haber remendado ellos.
   - ¿Cómo van a saber coser? Tú, al menos, sabes suturar heridas.
   - Perdona, ¿crees que ésos tienen remendonas en alta mar? ¿O en la guerra?
   Amelia enmudeció, sorprendida por la lógica de la afirmación... hasta que la imagen mental de "Alatriste" cosiendo le arrancó una carcajada.
   - ¡Os he oído! -gruñó la inconfundible voz del veterano Entrerríos, apareciendo en el umbral del camarote-. Y como oséis hablarle de eso a nadie...
   - Seremos una tumba, capullo -le tranquilizó Julián, lanzándole la tela enrollada-. Toma, tu famosa bandera. ¿Contento?
   - Ya me regocijaré cuando todo termine -el "soldado viejo", aún disfrazado con el uniforme inglés, se giró hacia Amelia para informar rápidamente-: Está hecho; podríamos rescatar este galeón ahora mismo. Pero hay dos ingleses muertos: no tuve otro remedio. Escondí los cuerpos.
   - Que no haya ni una muerte más -sentenció Amelia severamente, entregándole dos frascos-. Usa esto. Nos hemos infiltrado entre los ingleses para rescatar el barco de Gil Pérez sin llamar la atención, y eso es lo que vamos a hacer. Esperad y ceñíos todos al plan.
   El enorme "soldado viejo" torció el gesto y tomó los frascos con resignación:
   - A la orden: la "encamisada" será durante el eclipse... -una mirada al suelo del camarote le heló las palabras en una exclamación-. ¿Qué brujería es ésta?
   - ¿Te dan miedo unos garabatos, supermán? -se burló el enfermero-. ¡Ya sois dos! Amelia también me mira raro, desde que me drogaron y acabé hablando como Ozores.
   - ¡Hiciste una profecía en la lengua de Enoch! -protestó la joven-: "Con la luna de sangre llegará la caída del Dragón".
   - Claro, claro. ¿Y quién es el Dragón?
   Entrerríos frunció el ceño y se despidió con una reverencia marcial. Pero no sin santiguarse y dejar caer un último mensaje:
   - Que Dios os oiga, o quien sea que estéis invocando. Porque creo que lo sé.




   * * * * * * * * * *

  
   Gil Pérez subió por la pasarela de su embarcación con una mezcla de alivio y temor. El familiar balanceo del galeón casi le daba la engañosa impresión de haber vuelto, milagrosamente, a la normalidad. Pero en el palo mayor ondeaba la Cruz de San Jorge: tanto él como su nave eran prisioneros de Inglaterra. Y aquel traslado era en realidad un ultimátum: confesión o muerte. "Game over".
   - Es vuestra última oportunidad -le presionó el astrólogo John Dee-. Todavía podéis confesar el secreto de la Puerta del Tiempo.
   Los últimos rayos del sol poniente se reflejaron de manera extraña en el libro que portaba el inglés: el Manuscrito Voynich.
   - Señor Dee, ¿por qué os empecináis en leyendas supersticiosas? -gruñó el anciano español.
   - Porque vos y yo sabemos que son reales -replicó el inglés, guiando al prisionero y a su escolta hacia un camarote-. Existen espíritus que no están sujetos a las limitaciones de nuestra vida mortal. Para ellos, el tiempo no existe...
   - ¡Desvaríos! ¿Por eso habéis apresado mi barco y mi tripulación? ¿Por eso vais a matarnos?
   - Seres que visitan el pasado y el futuro -continuó el inglés, con una mirada cómplice-. En galerías subterráneas, que dan a miles de épocas...
   Gil Pérez palideció: ¿estaba describiendo los pasillos del Ministerio?
   - N...no sé de qué delirios estáis hablando. Pero si tanto os gustan los espíritus subterráneos, como hereje que sois ya los veréis en el Infierno. ¿Qué prisa tenéis por verlos en vida?
   - No hablo de demonios, sino de ángeles; entrad -Dee señaló un camarote, seguro de su triunfo-. He hecho preparar un ritual. Vos mismo hablaréis hoy con ellos.
   Gil Pérez obedeció con extrañeza... y se le aceleró el pulso al ver quién le esperaba en el habitáculo, entre velas, incienso y símbolos cabalísticos.
   Desde luego, no eran ángeles.
  
   * * * * * * * * * *
  
   (Operación "Luna de Sangre".
   2 de Marzo de 1589, 22:00)
   - ¿Un asalto en camisa? ¿En ropa interior? ¿Es una chanza?
   - Vestiremos las ropas de siempre. Pero la camisa por encima, porque es blanca. Para distinguirnos del enemigo en la oscuridad.
   - ¡Habráse visto...!
   A pesar de estas protestas de los más novatos, allí estaban; en plena "encamisada". Los dos Alonsos de Entrerríos, padre e hijo, se habían infiltrado durante semanas entre los soldados ingleses, aguardando el día decisivo; y ese día acababa de llegar. Después de tanta espera, dos centinelas enemigos habían muerto y las llaves giraban en las cerraduras. La maltrecha tripulación de Gil Pérez estaba, por fin, libre.
   Tan libre como se podía ser cuando, en realidad, el galeón español estaba todavía abarrotado de corsarios armados hasta los dientes. Y también el barco inglés vecino...
   - Este plan no es para novatos -gruñó Entrerríos padre, por enésima vez -. No me gusta.
   - Sabemos luchar, "Alatriste" -se ofendió su hijo, señalando a sus jóvenes compañeros-. Pere y Antonio combatieron conmigo y con Lope, en la Gran Armada.
   - ¿Antes de que la hundieran las tormentas? -resopló el veterano agente del Ministerio. Le molestaba pensar en la derrota de la Armada "invencible". Y en lo que habría pasado si no hubiera acabado así.
   - No se hundió ni la mitad. Y antes de eso supimos presentar un par de batallas.
   - ¿Creéis que estaríamos vivos, si no supiéramos? -rió por lo bajo Antonio; su tez clara y casi infantil contrastaba curiosamente con la dureza de su voz-. Los de Drake no fueron suaves cuando tomaron este barco.
   - Y ahora lo van a pagar -susurró Pere, puñal en mano; sus ojos oscuros, casi moriscos, cruzaron una fiera mirada con los demás-. ¡Vamos!
   Para su sorpresa, el brazo del único "soldado viejo" del grupo se interpuso en su camino.
   - Nada de sangre, mi impetuoso amigo -le contuvo, con una sonrisa especial-. No es ése el plan.
   - Entonces, ¿cómo demonios...?
   - Con malas artes -el veterano Entrerríos entregó a su hijo y a Pere los frascos de Amelia-. Alonso, confío en vos para dirigir el asalto a proa. Pere y yo atacaremos a popa. No oláis esto: se llama cloroformo. Tenemos muy poco; así que escuchadme bien...
  
   * * * * * * * * * *
  
   En la popa del barco, la Luna llena iluminaba las siluetas de dos centinelas ingleses. No eran precisamente silenciosos:
   - I shall no more to sea, to sea, here shall I die a-shore...[1]-canturreó el más anciano de los dos; su voz desafinada parecía delatar una incipiente borrachera.
   - Stephan, this is a very scurvy tune; to sing at a man's funeral[2] -le acalló el otro, tan molesto por el ruido como por el lúgubre tema de la canción.
   - Well, here's my comfort, William[3] -rió Stephan, echándose al coleto su "consuelo": un buen trago de alcohol barato.
   William protestó y se concentró en su trabajo. No parecía un hombre de mar: su porte refinado contrastaba con los modales de su compañero. Stephan le ignoró y elevó la botella, alzando el rostro para apurar el resto de la bebida... hasta que vio algo que casi le hizo atragantarse. ¿No había Luna llena unos minutos antes? De pronto, faltaba más de la mitad, ¡como si la hubieran devorado unas fauces monstruosas! Se frotó los ojos, enfocó la vista largamente y advirtió algo más espeluznante aún: el negro "mordisco" crecía a ojos vista. ¡La Luna estaba desapareciendo por completo!
   - Evil spirits![4] -farfulló, casi sobrio por el horror.
   William miró al cielo sin inquietarse. Era un hombre culto; le exasperaban las leyendas de los marinos. Sabía de antemano que habría un eclipse lunar aquella noche, pero también que sólo era un fenómeno natural.
   - Simple superstitions![5] -sentenció con desdén.
   Sin embargo, al bajar la vista hacia su beodo compañero, William también se sobresaltó: ¡De pronto, ya no había nadie!
   - Stephan?
   William se puso en guardia: las luces que salpicaban el galeón español se apagaron repentinamente, mientras el eclipse terminaba de oscurecer la Luna, tornándola roja como la sangre. Una densa oscuridad envolvió al inglés, que echó mano instintivamente a su espada. Al otro extremo del barco, un sonoro "Shit!" y varios ruidos sospechosos le indicaron que sus otros compañeros, los vigías de proa, también estaban en apuros.
   - Stephan!!!
   Repentinamente, dos sombras blancas surgieron de la oscuridad, cortándole el paso. William retrocedió, tropezó con un cuerpo caído (el de Stephan, comprendió demasiado tarde) y quiso dar la voz de alarma...pero una de las fantasmales sombras, despidiendo un extraño olor alquímico, le atenazó violentamente el rostro y ya no supo nada más.
  
   La borrosa figura blanquecina dejó caer el cuerpo del inglés sobre la cubierta de popa.
   - Recordad, Pere: nada de muertes -le advirtió otra "sombra", con voz suave pero cortante.
   - Es sólo un perro inglés, "Alatriste" -contestó el joven Pere, en dirección a la mancha blanca que era su compañero-. Sólo le hice oler vuestro mejunje. Vivirá.
   - No lo parecía, a juzgar por vuestra fiereza -observó el veterano -. No me extraña que estéis en el ejército. ¿Sois pendenciero?
   - Al contrario: me alisté buscando paz -había un fondo de amargura en la extraña respuesta-. Aquí sólo tengo que estar en guardia contra el enemigo, no contra mi gente.
   - ¿Vuestra gente? -se alarmó el veterano Entrerríos, recordando los rasgos casi árabes de Pere-. Aguardad, ¿sois cristiano viejo?
   El muchacho no contestó; ya se estaba alejando hacia el siguiente objetivo. Alonso (padre) frunció el ceño con sospecha; aquel joven ni siquiera parecía totalmente español... ¿Quién era realmente? ¿Podía confiar en él?
  
   * * * * * * * * * *
  
   En el suelo del camarote de popa, los símbolos cabalísticos parecían ondular con vida propia, a la parpadeante luz de las velas. ¿O era un efecto del humo del incienso?
   - Mi hermano ha tomado el bebedizo antes de vuestra llegada -mintió Amelia, mientras Julián fingía estar en trance-. Es la hora del eclipse. El ritual está a punto.
   - Así que dos brujos renegados de España -gruñó Gil Pérez, con fingido recelo.
   - Fue España quien renegó de ellos -intervino John Dee-. La Inquisición les obligó a refugiarse aquí.
   El astrólogo inglés abrió la Puerta del Tiempo de Gil Pérez; pero una vez más, sólo descubrió un vulgar armario de madera.
   - Hoy la haremos funcionar, cueste lo que cueste -anunció, abriendo el manuscrito Voynich y leyendo un fragmento-: "Nûn ar Edraïth ammen!"
   Los agentes del Ministerio contuvieron una exclamación: ¿la puerta estaba reaccionando a aquellas palabras? El marco, aparentemente de madera común, se llenó repentinamente de arañazos... no, eran marcas finamente cinceladas. Parecían letras cuneiformes, inscritas a lo largo de todo el quicio. ¿Cómo no las habían visto antes?
   - Un conjuro camuflaba la escritura -explicó Dee, señalando el manuscrito Voynich-. Llevo un mes estudiándola, pero no coincide con el alfabeto de este libro, ni con el hebreo, ni el griego, ni el rúnico. Necesitamos invocar al espíritu Uriel para descifrarlo: maese Julián, vuestro turno.
   El enfermero examinó el espejo de obsidiana negra con aire teatral y musitó algo ininteligible. Su "hermana" se inclinó hacia él, intentando disimular una mirada furtiva hacia la ventana exterior:
   - ...ifor exo nomeg 'stan lashto rihas...
   - Los espíritus le dicen que esa escritura es de Babilonia -inventó Amelia, intentando ganar tiempo.
   - Did you notice...?[6] -interrumpió uno de los guardaespaldas de Dee, señalando hacia la salida del camarote.
   - Era la antigua escritura de Babel -la inteligente joven hablaba sin parar, intentando distraer la atención de aquella ventana-. Fue la última vez que la Humanidad habló la Primera Lengua: la de los ángeles, la de Adán y Eva, la de Enoch...
   El mago y científico inglés intentaba prestarle atención; pero una parte de su mente notaba algo inquietante, igual que el centinela. Poco a poco, al fin comprendió lo que Amelia estaba tratando de ocultarle:
   - ¿No hay demasiado silencio ahí fuera?

(CONTINUARÁ...) 

 


[1] Nunca más me haré a la mar, la mar. En la costa moriré... 
[2] Stephan, es una canción muy lúgubre. Para un funeral.
[3] Bueno, aquí está mi consuelo. 
[4] ¡Espíritus malignos! 
[5] ¡Simples supersticiones! 
[6] ¿Habéis notado…?

26 febrero 2016

El Ministerio del Tiempo 10 - "El tiempo en sus manos" [spoilers]

Esta semana la crónica sobre el último episodio de El Ministerio del Tiempo será distinta: porque no la haré sólo y porque no la haré escrita. Esta semana me uno a Doc Pastor en su canal de YouTube para hablar de este capítulo, del anterior y de muchas otras ministeriadas...




Make Mine Ministerio!

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 

08 febrero 2016

MdT: Un acto de venganza (IV)




   (Galeón de Gil Pérez, 2 de Marzo de 1589, 21:54
   Operación “Luna de Sangre”)
  
   La luz de la Luna llena inundaba el galeón apresado; tanto, que resultaban casi innecesarias las lámparas de aceite, distribuidas a intervalos regulares. Una de ellas se extinguió sin que nadie reparara en ello. Después otra; y otra...
   Unos pasos hicieron crujir la cubierta: cuatro sombras, dos a proa y dos a popa, realizaban su acostumbrada ronda nocturna. Otros dos guardias ingleses flanqueaban las puertas del camarote principal. Seis enemigos, en total.
   El veterano Alonso de Entrerríos apagó una última lámpara y se agazapó en el oscuro umbral del castillo de popa, intentando calcular la posición del enemigo. Una vez más, maldijo para sus adentros el imperceptible balanceo del barco: aquella falsa inmovilidad le desorientaba.
   Entonces lo vio.
   Un velo ensombreció parcialmente la Luna, haciéndola palidecer. El barco comenzó a sumirse en las sombras, lentamente, minuto a minuto...
  
   -El eclipse, a la hora predicha -le sorprendió un susurro a su espalda-. El brujo inglés tenía razón.
   El veterano estuvo a punto de atacar instintivamente; pero se detuvo al distinguir la borrosa mancha de una camisa blanca en la oscuridad. "Encamisada", la indumentaria convenida para el asalto nocturno; era uno de los suyos.
   -Ya he apagado las de mi lado -susurró el muchacho-. ¿Y vos?
   -Está hecho -asintió el veterano agente del Ministerio, mirando a su hijo con repentina inquietud: la operación sería arriesgada-. Estáis a tiempo de echaros atrás. Puedo hacerlo solo. Tardaré más, pero...
   -¿Es una chanza, don Diego? -el joven Alonso tuvo que hacer un esfuerzo para contener una risita burlona-. No hay más tiempo: es menester aprovechar esta oscuridad. Si tenéis miedo...
   Una mano de hierro atenazó el hombro del muchacho, sobresaltándole.
   -Sólo temo a una cosa: a los novatos -susurró severamente el veterano-. El Tercio sólo permite las "encamisadas" a "soldados viejos". Son operaciones de comando, de máximo sigilo y máximo riesgo.
   -¿“Comando“? ¿“Máximo riesgo“? Habláis como Julián, no como alguien de mi tiempo... -el ofendido joven le miró con aire de sospecha-. ¿Quién sois realmente?
  
   El padre echó una última ojeada a la luna: el eclipse la había oscurecido por completo, tornándola de un sangriento rojo oscuro. Los centinelas de Drake la miraron con terror supersticioso.
   Entonces se hizo la oscuridad. La superstición de los ingleses dio paso al terror, al comprobar que alguien había apagado las lámparas. Al instante chispearon varios eslabones: los enemigos estaban intentando frenéticamente volver a encender las luces.
   -Ahora os mostraré quién soy -susurró el veterano agente del Ministerio; no había tiempo que perder-. Y vos también podréis demostrarlo. Nadie de vuestra edad ha tenido jamás un honor como éste.
   -No os fallaré -prometió el muchacho, comprendiendo hasta qué punto estaba confiando "Alatriste" en él-. Ni a vos ni a mis compañeros.
   Los dos soldados estudiaron a los enemigos más próximos y sonrieron con idéntica fiereza, aprestando sus armas con sigilo. Estaban en inferioridad numérica. Sólo uno de ellos estaba bien entrenado en operaciones de comando. Pero había llegado la hora de la venganza.
  
   * * * * * * * * * *
  


   (Palacio de Westminster, dos días antes)
  
   Soñó con aquel velo antes de verlo; nunca supo por qué. Ensombreciendo la Luna, con una lividez enfermiza que le revolvió el estómago... pero no: en realidad se trataba de un rostro humano, semioculto tras una tenue gasa negra.
   Julián trató enfocar la dolorida vista: había una mujer junto a su cabecera, con el rostro velado y vestida de negro de pies a cabeza.
   - Sólo os falta la guadaña -intentó bromear el enfermero-. ¿Quién sois?
   La sombría figura dejó un objeto sobre la mesilla de noche y se escabulló apresuradamente, sin pronunciar palabra. Julián intentó levantarse para seguirla, pero le detuvo un lacerante dolor en las sienes.
   - ¡Esperad! ¿Qué significa esto? -de pronto recordó en qué país se encontraba y cambió de idioma-. Wait! What does this mean?
   - ¡Calmaos, Julián! -le interrumpió una voz grave, mientras alguien le sacudía con suavidad.
   Julián despertó, sorprendido: ¿todo había sido un sueño?
   Miró a su alrededor: se encontraba en una estancia bastante más lujosa que una posada, al menos en comparación con lo que estaba acostumbrado a ver en el siglo... ¿dieciséis? La luz entraba a raudales por la ventana, provocándole un dolor de cabeza intenso. En las fosas nasales notaba un persistente olor a cloroformo. Intentó rememorar lo sucedido la noche anterior: John Dee, el brujo de la reina de Inglaterra. Espiritismo. Opio. Mentiras. Y después...
   - ¡Esa mujer...! -recordó Julián, intentando sacudirse la confusión de encima.
   - ¿Amelia? No me extraña que os disguste verla -gruñó Entrerríos, dirigiendo a la joven una mirada de reproche-. Teniendo en cuenta lo que ella os ha obligado a hacer...
   - No había otra opción -fue la fría respuesta de su superior-. Tenía que aceptar aquel brebaje para ganarse la confianza de John Dee.
   - ¡Estuvisteis a punto de hacerle envenenar! -estalló el militar-. Julián, vuestra obediencia os honra, pero hay órdenes que no deben obedecerse. Lo aprendí cuando un superior mandó a todos mis hombres a la tumba, y a mí a la horca...
   - ¿Podéis callar un momento? - gimió el enfermero-. Tengo una resaca monumental. Y no, Alonso; no lo hice por ella. Lo hice por él.
   Sus dos acompañantes le miraron, desconcertados.
   - ¿Por quíén...?
   - ¿Quién va a ser? -se impacientó Julián, malhumorado a causa del dolor de cabeza-. Nuestro compañero, Gil Pérez. ¿Sigue en la Torre de Londres?
   - Tranquilo; lo conseguiste - la mujer sonrió cálidamente. El enfermero tal vez fuera desobediente y excéntrico; pero tenía valor, a su manera. Y lealtad -. Engañaste bien a Dee.
   - Ya ha pedido que trasladen a Gil Pérez al galeón -asintió Alonso-. Será pronto: el 2 de Marzo.
   - Un momento... -Amelia señaló la mesilla de noche-. Julián, ¿de dónde has sacado esto?
   En la mesita descansaba un objeto extraño: una cajita de madera lacada. Intrincadas filigranas de orfebrería decoraban la tapa, las bisagras y el contorno de la cerradura.
   - ¿No fue un sueño? -Julián sostuvo la caja, intrigado-. La mujer del velo negro...
   - Yo también la vi, Julián -fue la sorprendente respuesta de Amelia, extrayendo algo de entre sus ropas: una llave de diseño sospechosamente parecido al del cofrecillo-. Pero no hoy, sino cuando encontré esta llave. La noche que hicimos el truco de espiritismo para engañar a John Dee.
   - Perdona, ¿ahora estamos en una de espías? ¿Alguien nos está dejando mensajitos secretos?
   - La cuestión es: ¿quién? -gruñó Entrerríos, impacientándose-. Obedecer a Amelia, pase; pero ¿por qué tenemos que hacer caso a más mujeres? ¿Dónde se ha visto tamaño disparate?
   La pregunta fue lo de menos; porque el contenido del cofrecillo hizo maldecir con indignación, tanto a Alonso como a la normalmente refinada Amelia Folch.

   * * * * * * * * * *
  

   Mientras tanto, el joven Alonso de Entrerríos montaba guardia en el exterior de la alcoba de Julián, pensativo.
   Estaba seguro: le seguían. No a todo el grupo, sino a él.
   No tuvo la absoluta certeza hasta que Amelia y “Diego Alatriste” hubieron entrado en el dormitorio de su convaleciente compañero. Unos pasos amortiguados, una sombra más oscura que el resto; nada realmente sólido. Si no hubiera sido por una mirada de asentimiento de “Alatriste”, habría pensado que sólo se trataba de un producto de su imaginación.
   Pero una vez a solas, algo cambió. El eco de los pasos se hizo evidente; no había duda.
   - Halt! -ordenó. Por un segundo había visto claramente una mujer observándole, entre las sombras. Al otro extremo del pasillo. Ropas negras, rostro velado; pero al instante la vio desaparecer tras un recodo del sombrío corredor.
   “Me lo esperaba” reflexionó con sarcasmo, lanzándose tras ella. “¿Habrá algún espía que haga caso cuando le dan el alto? En fin, sólo es una mujer. Tiene más que temer ella que yo...”
   El cañón de una pistola, al volver el recodo del pasillo, le hizo tragarse sus palabras.
   - Silencio -ordenó una voz grave pero femenina, en perfecto español. La desconocida señaló una dirección con el arma y volvió a apuntarle-. Sígueme.
   - No sigo órdenes de mujeres -la desafió con altanería-. No seréis capaz de disparar.
   Un zumbido seco y un lacerante dolor en la oreja le descubrieron su error. El joven contuvo un gemido y se enjugó la sangre con la manga, incrédulo.
   - ¿Por qué no ha sonado el disparo? ¿Y por qué yo, y no los otros?
   - Veo que hacéis las preguntas correctas; os he elegido bien -la voz sonaba grave, adulta, autoritaria. Había cierto deje de amargura en el fondo de aquella la risa sarcástica. La mujer señaló un tubo largo, insertado en el extremo de aquel arcabuz diminuto, y explicó-: Esto es un silenciador. Ahora seguidme.
   - ¿Obedecer a una mujer? ¿Dónde se ha visto tal cosa?
   La desconocida volvió a apuntarle con la pistola. Esta vez, entre ceja y ceja.
   - Siglo XXI. Venid si queréis más respuestas.
  
   * * * * * * * * * *

   Obedecer a una mujer. En el Siglo XVI.
   Era precisamente lo que estaba sucediendo en aquel mismo instante en la reunión del Estado Mayor, en pleno Palacio de Westminster. Alrededor de un gran mapa, salpicado de lujosas esculturas en miniatura, que representaban naves y unidades militares.
   - Almirante Drake -ordenó la rotunda voz de Isabel I de Inglaterra-: comenzaréis por asaltar los astilleros de Santander y de La Coruña. Después desembarcaréis a nuestro general Norreys y al Prior de Crato en Portugal, para preparar el sitio de Lisboa.
   - Sí, Majestad -fue la zalamera respuesta. Francis Drake podía ser el corsario más temido de los siete mares, pero sabía a quién debía su ascensión desde simple pirata hasta mano derecha de la Reina. Aquella mujer sabía apreciar el talento y la mano dura, así que ella merecía su respeto-. De todos modos, dudo que quede en esos astilleros casi nada de la Armada española. Fue destruida...
   - Vamos, Sir Drake: con vuestra Reina no hacen falta disimulos -resopló burlonamente la enérgica monarca-. Sabemos que sobrevivieron dos terceras partes de Armada Invencible; unas ochenta naves. Aunque al mundo entero le haremos creer que el fracaso español fue total: nos encargaremos de que eso sea lo que quede escrito en los libros de Historia. Damnatio memoriae.
   - Y será real, Majestad -intervino un noble de alta alcurnia-. Yo mismo encabezaré la expedición en vuestro nombre. Sir Drake arrasará los astilleros antes de que los restos de la Invencible estén reparados. Después...
   - ¡Os prohibimos embarcar, Lord Essex! -fue la cortante respuesta de aquella dama de acero: el fuego de su mirada no admitía réplica-. Vuestro lugar está aquí, al lado de vuestra Reina. No lo olvidéis.
   “A su sombra, más bien” pensó Essex con rencor, intentando ignorar las risitas de sorna de la Corte; para ellos ya no era más que el amante de Isabel I, un simple mozo de compañía. Él, que había sido un noble curtido en la batalla, capaz de ganar el trono por su propia mano si hubiera querido...
  
   - Tengo un plan para vos - sugirió una voz taimada al humillado noble mucho más tarde, una vez terminada la reunión -. Si os atrevéis a dejar de ser como un florero y osáis cambiar la Historia, claro está.
   Lord Essex se volvió hacia el insolente: era Francis Drake. ¿Quién si no? Habría respondido agriamente, si no hubiera llamado tanto su atención el arma que el corsario le ofrecía. La examinó con curiosidad.
   - ¿Qué es esto?
   - El futuro - sonrió Drake ferozmente. Señaló al sirviente que le acompañaba, y que lucía una cicatriz que le partía la oreja en dos-. Este criado portugués dice que ha traído más armas como éstas. Un cargamento entero, para poner a nuestro títere Crato en el trono de Portugal.
   - No son arcabuces normales -el noble parecía realmente interesado-. ¿Cómo se llaman?
   - De momento, los he bautizado como mi nave capitana -rió Drake-: “Revenge”.
   Lord Essex miró en todas direcciones y bajó la voz:
   - Tentador, pero tengo prohibido embarcarme. Y las paredes tienen oídos. Vayamos a otro lugar más discreto...
   Los dos ingleses y el portugués se retiraron, ignorando hasta qué punto tenían razon. Habría sido imposible que se percataran de dos presencias furtivas, espiándoles tras un conveniente muro falso: una dama velada y un joven soldado español. Ella ya no esgrimía su pistola del siglo XXI, pero aún ocultaba su rostro; él era nada menos que el hijo de Entrerríos.
   - Así que esto es lo que queríais enseñarme -musitó Alonso. No sabía qué le había impresionado más; contemplar desde su escondite la reunión del Estado Mayor inglés, o descubrir armas del futuro en manos de Essex y Drake.
   - ¿Os alegráis ahora de haberme acompañado? -susurró la mujer velada, burlonamente -. Ha terminado el espectáculo. Sabéis lo que significa ese nombre: “Revenge”. ¿Verdad?
   El joven Alonso asintió:
   - “Venganza”.     

   * * * * * * * * * *
  
   El veterano Alonso “Alatriste” soltó un juramento al examinar el contenido de la misteriosa caja:
   - ¡Estas armas son...!
   - Del futuro -asintió Julián, examinando las fotografías que había en el cofrecillo: pequeñas, casi cuadradas, con un grueso marco asimétrico de plástico blanco. Casi todas las imágenes mostraban hombres armados-. Tuve una cámara de éstas, no hace mucho -su mirada se ensombreció un instante, recordando el día que se la regaló a Maite; el día de su primer beso-. En 1996. Una Polaroid.
   - No sólo eso -repuso Amelia, señalando una de las fotografías- Mirad lo que hay en esta imagen.
   - Un barco llamado “Revenge” -Julián se encogió de hombros, con triste indiferencia-. No me suena. Y el hombre que hay delante, tampoco. Me acordaría de esa oreja partida.
   - Yo sí. ¡Es uno de los rufianes de Leiva! - rugió Entrerríos, indignado-. ¡Nunca olvidaré aquel día!
   - Quizá lo olvidemos pronto -murmuró Amelia, más bien para sí misma-. O más bien, quizá nunca llegue a suceder. Ni el día de la revolución de Leiva, ni mi siglo, ni el de Julián...
   - No jodas, Amelia: ¡eso no tiene sentido!
   - Están reclutando una gigantesca Armada. Como la Invencible, pero inglesa. Si los de Leiva les entregan más armas del futuro, como las de estas fotografías... -la mente de Amelia ya había comenzado a calcular todas las posibilidades, como si estuviera ante un colosal tablero de ajedrez. Comenzaba a urdir un complicado plan, en varias fases -. Imagínalo, Julián: el Imperio Británico, pero siglos antes de tiempo.
   - A costa del nuestro, ¿no? -gruñó Alonso “Alatriste”, con creciente furia.
   - Espera, espera: si cambia ahora algo tan gordo, ¿qué pasará con los que nacimos desp...? -a Julián se le atragantó la frase y estalló-: ¡Como cuando el viejo Biff robó el Delorean y jodió la Historia!
   - ¿Delorean? ¡Hablad en cristiano, pardiez!
   - El fin de nuestro Siglo de Oro antes de tiempo, Alonso -resumió Amelia, muy pálida. Después se dirigió a Julián-: Y tal vez de todo lo que venga después, sí. De todo lo que tú y yo conocemos.  

   * * * * * * * * * *
  
   (Fase 1: Operación “Torre de Londres”
   2 de Marzo de 1589, 17:00)
  
   A la luz moribunda del atardecer, la silueta de la Torre de Londres resultaba aún más sombría de lo habitual. Los seis centinelas, cuyas armaduras exhibían el blasón de la Casa Tudor, presentaron sus armas en un saludo marcial y abrieron las imponentes puertas al ilustre mensajero: John Dee, el tutor y científico de Su Graciosa Majestad. El funcionario, escoltado por cuatro de ellos, se internó en los lóbregos pasillos, que resonaron con los tintineos metálicos de las armaduras. Aquello no era un palacio, sino una prisión: las paredes estaban revestidas de tapices, retratos y antorchas encendidas, pero también armas. Las estrechas ventanas permitían apenas la entrada de la luz del exterior, pero estaban estudiadas para no dar cabida a ningún intento de fuga. Aquel lugar era inexpugnable.
   John Dee no pudo evitar recordar, con un escalofrío, lo cerca que había estado él mismo de acabar encerrado allí: cuando Felipe II de España se casó con María de Inglaterra y trajo la Inquisición católica a aquellas tierras. Habían sido malos tiempos para un “brujo” protestante como Dee.
   “Pero ahora todo es diferente” recordó con satisfacción. “Mi alumna Isabel es la nueva reina, los perseguidos ahora son los católicos y los centinelas saludan a mi paso”.
   Exhibió sus credenciales ante los sucesivos puestos de guardia que dividían cada nivel de la Torre, algo hastiado por las férreas medidas de seguridad, hasta llegar a una última puerta. Tras ella se reveló una escena totalmente distinta: un hombre de avanzada edad y porte noble, leyendo tranquilamente en un sillón, junto a un buen fuego.
  
   -Ha llegado la hora, maese Gil -anunció en latín al prisionero; en su reverencia había cierto aire de disculpa.
   -Me alegra veros, señor Dee -saludó Gil Pérez en el mismo idioma, poniéndose en pie; el matemático inglés le resultaba bastante menos desagradable que la alternativa-. Esperaba a Drake. Es una gentileza que hayáis venido en su lugar. No todo el mundo está dispuesto a traer este tipo de noticias.
   John Dee miró al prisionero con estudiada amabilidad. Le interesaba tenerlo de su parte.
   -Tal vez no sean tan malas nuevas -su mirada parecía casi comprensiva-. De momento, sólo vamos a tener una larga conversación a bordo de vuestra nave; podríamos colaborar. Éste podría ser el principio...
   -De una gran amistad, como en Casablanca -la broma desorientó tanto al inglés, que Gil Pérez casi tuvo que contener una risita burlona-. Lamento decepcionaros, pero no tengo la información que me pedís.
   -¿Y si yo os ayudase a averiguarla? -sugirió Dee, con un guiño cómplice, mientras la escolta se ponía en marcha a una señal suya-. Imaginad que encuentro alguna forma de asistiros para investigar las Puertas del Tiempo...
   Gil Pérez siguió a sus carceleros sin mostrarse impresionado. No era ningún novato. Sabía perfectamente qué tipo de trato le estaban ofreciendo.
   -No lo creo posible. Pero aunque pudiera hacerlo -su expresión se revistió súbitamente de serena dignidad-, no soy un traidor.
   El prisionero, escoltado por sus captores, abandonó al fin aquella celda que llevaba semanas reteniéndole. Las puertas se cerraron a su espalda con un sonoro golpe, que le hizo evocar el mazazo de un juez al dictar sentencia.
   Una condena que, en el fondo, él mismo acababa de elegir.
   -Soy español, señor Dee -añadió-. Y eso, en estos tiempos, significa que tengo honor.
  
   * * * * * * * * * *
  


   (Fase 2: Operación “Luna de Sangre”
   2 de Marzo de 1589, 18:00)
  
   Otro atardecer. Otro día más de tediosa vigilancia en un barco en el que nunca sucedía nada. Porque, ¿quién iba a querer rescatar un galeón español en pleno corazón de Inglaterra? ¿Quién estaría tan loco como para desafiar a los centinelas del temible Francis Drake?
   Sólo un loco. O un héroe. O ambas cosas.
   Sería impensable que hubiese allí alguien así. Y no: de hecho, no había uno.
   Había dos.
   - Se están retrasando -masculló Entrerríos padre, disimulando el hastío. El plan de Amelia había resultado demasiado largo; pero no tenían elección.
   - Sólo tenemos que fingir un poco más, don Diego -replicó su hijo, encantado de que la larga espera llegara a su fin-. Si Dios quiere, el barco pronto será nuestro otra vez. No soporto ver a mis compañeros a dos pasos de mí y no hacer nada por ellos.
   El plan era simple. Ya tenían una copia de las llaves, y llevaban suficiente tiempo ganándose la confianza de los guardianes enemigos. De momento sólo eran dos hombres contra muchos, y el plan no era honorable; pero si jugaban bien sus cartas...
   -Hay un guardia vigilando la bodega; yo me encargaré de él -decidió el joven Alonso, entrando en el campo de visión del guardia y dirigiéndose a él en inglés.
   -Vengo a relevarte -tenía una sonrisa amable en la cara-. Puedes irte a descansar...
   Una vez estuvo cerca del soldado, sacó rápidamente su daga y le rebanó el cuello.
   -... al infierno, perro hereje.
  
   “Diego Alatriste”, mientras tanto, ya estaba descendiendo las escaleras con absoluto sigilo. A aquella hora no debería haber bajado a la cubierta inferior nadie, y lo sabía. De manera que no dio al segundo centinela ninguna oportunidad. El desgraciado cumplía demasiado bien su deber: en el último instante, le vio y estuvo a punto de dar la alarma. Pero Alonso extrajo de su bota una daga que cortó el grito del infortunado al atravesarle la garganta.
   Se sorprendió al descubrir a su hijo pisándole los talones.
   -Sois sigiloso, a fe mía -tuvo que disimular una leve sonrisa de orgullo-. Demasiado para un novato.
   -Estoy aprendiendo a ser espía, como dijisteis. He escondido ese cadáver en un armario, llevamos uno cada uno... y ya es tiempo de que los nuestros tengan su hora de venganza.
   Le devolvió una sonrisa pícara y cogió las llaves que habían llevado a copiar días antes, abriendo la puerta lentamente para que no chirriara. Entró el primero y pudo contemplar a veinte hombres pálidos y tristes, producto del encierro y de no ver el sol. Apretó el puño de su espada, tratando de controlar su furia.

   -Se acabó el estar aquí, languideciendo como cadáveres en un agujero. Es hora de salir, y vengar a nuestros camaradas muertos a manos de esos perros. Hola, Pere, arriba, Antonio; amigos, venimos a sacaros de aquí. Capitán Ordóñez, señor: don Diego Alatriste, aquí presente, nos dirá cómo recuperaremos nuestro barco.

(CONTINUARÁ...)