Cartel diseñado por Míkel Navarro |
Que la primera parte del doble episodio "Tiempo de Valientes" había marcado nuevas cotas en la ambición narrativa y visual de El Ministerio del Tiempo: planos secuencia con batallas, reconstrucciones digitales de entornos completos, el retorno de Julián al centro del plano narrativo, las nuevas subtramas amorosas de Ernesto y Alonso, y la progresión de las tramas de Amelia y "Pacino".
"Tiempo de Valientes" (II) prosigue en algunas de esas líneas pero no es sencillamente más de lo mismo: este segundo episodio tiene un centro mucho más claro abierto en dos frentes. El principal, el rescate de Julián del sitio de Baler, con largos tiempos de espera punteados por escaramuzas puntuales, muerte, miseria, abandono, impotencia, desesperación. Incluso un faro de la hombría militar como Alonso acaba siendo insultado por desertar, algo que tolera porque evidentemente su intención nunca fue luchar en esa guerra y porque, como él mismo dice "mataríais a un hombre muerto". La camaradería de Julián y Alonso (embarcado en ni se sabe cuantas naves por su amigo) es sorprendentemente refrescante, algo que no me había dado cuenta que echaba tanto de menos. Julián sólo es una víctima tratando de salvar vidas; Julián con Alonso son un equipo luchando contra lo imposible ("la segunda mitad del plan está un poco verde"), y al final queda la sensación de que cuando por fin vuelvan a unirse a Amelia en una misión serán, otra vez, una patrulla.
El segundo frente lo propicia Salvador al apartar a Amelia y "Pacino" de la misión de rescate. Comienza con el acercamiento entre ambos, que ya se había visto en episodios anteriores; prosigue con el nuevo problema de "Pacino", al descubrir que su madre se quiere divorciar y su padre tiene tendencias suicidas ante la idea. A esto sigue la apertura de Amelia de sus propios miedos, y una visita a su tumba con ropajes dignos de Casablanca: Amelia Folch confiesa como le atenaza la duda, el no saber si lo que hace la acerca o la aleja a su destino fatal, y cómo el bloqueo sólo desaparece durante las misiones, cuando trabaja por el futuro de otros. Y eso les lleva a uno de los momentos clave de la serie: lo que normalmente llamaríamos "un revolcón" o "una noche de pasión", pero que rodado con la sencillez, normalidad y belleza que le ha dado el director Marc Vigil es algo distinto, menos lúbrico, menos fogoso, más vital, necesario, liberador. Lo que, insospechadamente para ambos, cambia el futuro de Amelia: en su tumba ahora aparece otro nombre. Aquello era lo que le esperaba si unía su historia a la de Julián, si se resignaba a las trampas que le habían puesto en el camino. Si no aceptaba que su futuro no está escrito. La contraposición entre lo que aprende Julián, que intentar mejorar el pasado sólo suma dolor más ese fenomenal discurso antibélico entre Senderos de Gloria y Apocalypse Now, y lo que le ocurre a Amelia, lleno de alegría, de gozo, de elevación, está perfectamente medida.
Ni siquiera los momentos secundarios del capítulo tienen pérdida: ni la charla de Ernesto con "la mujer morena" ni su visita a la otra casa en la que vivía la que, cree, pudiera ser la madre de su hijo secreto. Las actrices con las que se encuentra están particularmente estupendas, pero también el propio Juan Gea nos va revelando, con su preocupación y su actuación, mucho sobre Ernesto.
Es un doble capítulo, en definitiva, que vale tanto como una película. Un puente entre la primera temporada y la segunda. Y entre la primera mitada y la segunda de esta segunda temporada. Un núcleo, por tanto, de muchas cosas, con la intensidad de un "season finale" pero que sólo es el principio de lo que va a venir a continuación.
Todo es posible. Incluso derrotar al propio destino.
Reseñas de El Ministerio del Tiempo
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