- Ratas.
- Un enjambre, una manada coof, no sé cómo se dice. Había cientos, cientos de cof esas cosas.
- Dsiéntese, hombre -preguntó el duro oficial en su cargada pero inteligible versión del idioma. El aspecto deplorable de aquel tipo lo había ablandado un tanto-. ¿Cómo ha llegado udsted aquí? ¿Qué hase un inglés en Rusia?
- Un enjambre, una manada coof, no sé cómo se dice. Había cientos, cientos de cof esas cosas.
- Dsiéntese, hombre -preguntó el duro oficial en su cargada pero inteligible versión del idioma. El aspecto deplorable de aquel tipo lo había ablandado un tanto-. ¿Cómo ha llegado udsted aquí? ¿Qué hase un inglés en Rusia?
- Gracias. Cof -dijo, desplomándose en la silla ofrecida-. En realidad, soy de cof cof de Boston. Aunque mi abuelo era de Edimburgo y... Lo siento cof cof, estoy divagando.
El extraño viajero se llevó una mano a la frente, tratando de ordenar las ideas y expresarlas de la manera más coherente posible. Sin dejarse los pulmones en el intento, si era posible.
- Trabajo en Boston como cof investigador privado. Un cliente me contrató para cof cof, investigar un asunto de fraude de tierras y cooof. Perdón, como decía, me puse a investigar y bueno... atjum... las cosas se torcieron cof. Mucho. Acabaron cof capturándome unos esclavistas que me llevaron de acá para allá. Finalmente logré escapar, con ayuda de otros esclavos. Después de... Después de eso he estado cof dando tumbos cof de un lado para otro. Buscando una forma de regresar a casa. Ni siquiera sé cuánto cof tiempo llevo fuera. ¿Qué fecha es hoy?
- Esclavistas -se alarmó Miliukov-. Estamos a 3 de marso y hase un año de la muerte de nuestro glorioso camarada Lenin. Es desir, 1925. Si es usted amerricano... -el viajero abrió mucho los ojos, enormemente sorprendido por algo. El coronel no se dió cuenta: toda su atención se había detenido en las sucias botas de aquel hombre, hechas a mano en cuero con una suela gruesa, pero sobre todo con grandes manchas, tan negras como las que salpicaban el bajo de sus pantalones-. Disculpe: ¿esa mancha... no será por un casual de petrroleo? Sí, sí lo es. Dise que viene del Norrte: allí no hay coches. ¿dónde se manchó?
El viajero salió de su aturdimiento: - ¿Dónde? ¿Donde me manché? No lo sé, cof cof, en una cueva. No sé dónde. Estaba muy ocupado en aquel momento tratando de salvar la vida. Me atacó una criatur ¡cooof! Ah. Es la única palabra que se me ocurre para describirlo -las ropas que llevaba el hombre bajo el grueso abrigo de piel de zorro estaban ciertamente rasgadas, cubiertas de sangre. El tipo era además un mosaico de zarpazos, mordiscos y otras lindezas, la gran mayoría muy mal cicatrizadas. Ciertamente, no todo aquello lo habían hecho las ratas-. No se lo que era. Cof. Creí que iba a morir. Pero al final se fué. Necesito descansar, señor. Y poner un cable o llamar por teléfono a mi ciudad para que sepan que estoy vivo.
- Podría dser un oso -admitió Miliukov-. Están empesando a despertar del sueño y algunos son muy violentos -el oficial pensó un momento y tomó una decisión-. Quierro haser un trato con usted: le enseñaré un mapa de la región. Si me dise dónde puedo encontrar esa cueva, me encarrgaré personalmente de que descanse en la cabaña de ofisiales y harré que le vea nuestro médico, da?
- Mire ¡cof!, ya le he dicho que no sé dónde está. No estoy tratando de ocultársela.
Pese a sus protestas, el viajero prestó un poco de atención al mapa de la región que le presentaba el coronel. Rápidamente se dió cuenta de que no aparecía ningún otro enclave en las inmediaciones. Dependía de Miliukov si quería salir con vida. Localizó el lugar donde se encontraba el campo de prisioneros trazó la ruta que había seguido durante dos días por el camino de las montañas sobre su tozudo caballo, y localizó las granjas de renos donde había conseguido la montura y el abrigo. Señaló una meseta cercana a ellas
-No sé cuanto caminé después de encontrarme al... al oso o lo que demonios fuera. Pero más o menos por aquí. Yo sólo quiero cooof volver a Boston.
El coronel marcó un círculo con lápiz rojo y llamó de un grito a su ayudante. Le entregó el mapa y, con tono autoritario le ordenó, que enviara inmediatamente a Vladimir Korovin a explorar la zona en busca del petroleo. Debía indagar en las granjas, preguntar si sabían del extraño hombre que viajaba con una espada al cinto y otra aún mayor a la espalda, y si era así por dónde había venido.
- Si lo encuentra, es toda suyo -añadió el viajero, notando que la fiebre y los temblores volvían a hacer presa en él-. Lo cierto es que cof cof no sabría encontrar esa cueva ni aunque mi vida dependiera de ello.
- Quizás no lo haya notado, señor, pero precisamente depende.