CAPÍTULO 5.- CAFÉ O GUERRA
Había una zona en el Soho alegre y turística. Llena de pubs, cafeterías y tiendas de souvenirs. Sólo dos negocios antiguos resistían milagrosamente a la gentrificación: una tienda de libros y otra de discos de vinilo. Los demás, como Nina, se veían obligados a pagar un exorbitante alquiler, por culpa de la especulación inmobiliaria.
“Al menos, no me falta clientela" se consoló, recogiendo un diario caído. La portada hablaba sobre extrañas muertes en los bajos fondos. "Pero mis problemas no son nada, viendo lo que pasa en la otra parte del Soho".
- ¿”Café o Muerte”? – saludó, al notar a su espalda los pasos de un nuevo cliente.
- Un expreso séxtuple – contestó una voz inconfundible, ligera y ronca a partes iguales.
- ¡Eso cuenta como “Muerte”! – bromeó ella, girándose hacia la voz con alegría-. No te veía desde que el Sr. Fell…. -su sonrisa se apagó al toparse con una expresión lúgubre-. ¿Estás bien?
Crowley le dirigió una mirada de reproche. Lo cual, considerando que llevaba gafas oscuras, tenía mérito.
- Con vodka -fue la seca respuesta-. Y sin preguntas.
Nina le indicó una mesa libre y se apresuró a llevarle el encargo, maldiciendo su torpeza:
- Lo siento. Te marchaste el mismo día que el Sr. Fell y pensé…
- ¿Que nos fuimos juntos? -gruñó él. Se sentó a horcajadas sobre una silla y negó con un gesto-: Encontró una oferta mejor.
- Pero... ¡te dije que hablaras con él...!
- Oh, sí, hablar con él -repitió Crowley con sarcasmo. Miró su reflejo en la bebida y se odió, por idiota-. Funcionó de la hostia, eso de hablarle. ¡Qué exitazo!
- Espera, ¿aún no estaba preparado y se asustó? ¿Fue por mi culpa? Lo sie...
- No, al contrario. Ya era tarde -admitió él, más conciliador-. Pero no he venido a hablar de eso.
- Qué pena; me habría gustado oír que estás con Muriel.
- ¡Pfffff! -se atragantó el demonio, regando por aspersión la mesa y el periódico del día.
- ¿Lo ves? -rió ella, limpiando el desastre-. ¡La gente no
es tan fácil de sustituir!
- Sí, ahora lo sé. ¡Pero no vengo por eso! -insistió él. Tomó la taza con el resto
del café, se dirigió a la salida y señaló la librería desde el umbral-: Escóndete en la Embajada. O en tu trastienda, pero
escóndete ya.
-¡Espera, esa taza no es para llevar! -protestó Nina, abandonando el arruinado periódico para salir tras él.
El periódico que hablaba de extrañas muertes en....
Un presentimiento la dejó clavada en el sitio.
- Crowley -susurró roncamente-. ¿Qué está pasando en la
otra parte del Soho?
- Que ahora hay unos cuantos pederastas menos -sentenció él, con desagradable frialdad. Después se volvió hacia la gente que circulaba por la calle y esbozó en el aire un gesto arcano:
- Se acerca una tormenta -declaró-. ¡Todo el mundo debería ponerse a cubierto!
El conjuro fue discreto, pero efectivo: el cielo se nubló amenazadoramente y los transeúntes se apresuraron a cobijarse en los comercios cercanos. Excepto un joven escurridizo, al que Crowley le cerró el paso:
- Tú no, Billy “Deditos”. ¿Robando a los turistas?
- L-lo siento, Crowley, ¡sé que esta zona es tuya! Pero no puedo “trabajar” en la mía… ¡allí muere gente!
Crowley alzó una ceja con desdén: el ladronzuelo sólo era un crío de familia pobre, malas compañías y peor suerte. Ni siquiera tenía la maldad necesaria para prosperar en su "trabajo".
- No irán a por ti, niño. Pero ya que estás aquí... -le entregó el carísimo anuario de 1965 y señaló una tienda de instrumentos musicales-: Quiero fastidiar al nuevo Archicretino Supremo, así que deshazte de esto. Véndeselo al dueño de esa tienda, los colecciona -susurró un precio que hizo que al indigente se le salieran los ojos de las órbitas y añadió-: ¡Vamos, vete!
El carterista guardó el anuario bajo su abrigo y se esfumó, espoleado por un repentino aguacero. Crowley percibió varias auras inquietantes acercándose al local y maldijo por lo bajo. Se le acababa el tiempo.
- ¿Otra vez manipulando a la gente con truquitos? -le reprochó Nina-. No tienes derecho a...
- Tú también deberías esconderte. Se acerca algo PELIGROSO. Con mayúsculas.
- ¡No me asustas! -protestó ella.
Él tocó la bebida con un gesto veloz de su lengua bífida, incendiando el alcohol, y apuró el llameante contenido de un trago.
- B-bueno, un poco sí -admitió Nina-. Pero… ¡he visto cosas peores!
- Y también mejores -contestó desde el otro lado de la calle una voz masculina firme, severa-. ¡Sesenta y cinco, Crowley! ¿Cómo has sido capaz?
El ex demonio intentó no ponerse rígido al oír al recién llegado. ¡Tenía tantas cosas que decirle! Tantos sueños, tanta decepción, tanta ira...
"Contrólate" le dijo una parte de su mente fría, calculadora. "Recuerda que es el enemigo".
"Ojalá" contestó otra parte más rabiosa e instintiva. "Con un enemigo no habrías bajado tanto la guardia".
Pero Crowley consiguió ignorar ambas voces y centrar su rencor en la pregunta clave:
- Extraño saludo, Azirafel. ¿Recuerdas que declaraste una guerra?
(CONTINUARÁ...)