Ragnark se hizo cargo de la extraña figurilla de oro que
Amra había encontrado en uno de sus enemigos, pese a los (fallidos) intentos del bardo
Pomponio de destruirla. También, ante la creciente inestabilidad mental de la arquera cimmeria, y con la excusa de que ella ahora no tenía un arco con el que disparar (el del vanir requería una fuerza asombrosa para poder tensarlo) consiguió que esta le dejara sus poderosas flechas "matadioses" (así las llamaban aquellos extraños, para sorpresa de Pomponio Flato y
Mukumin Spool: les explicaron que las había conseguido Tessa en una expedición al monte Olimpo en 1895, aunque en circunstancias nada claras, y que podían atravesar cualquier cosa).
Nuestros héroes se adentraron en el corazón del
bosque de Hommlett, siguiendo las instrucciones del Señor del lugar, el buho gigante
Uuh-Shah. Pronto llegaron, en silencio, hasta el límite del claro del que les había advertido. El combate ya había comenzado sin ellos... y al parecer se había perdido.
Bajo la única luz de las estrellas era difícil confirmar lo que realmente estaba pasando, pero parecía que una especie de criatura humanoide, con algo semejante a pelo por todo el cuerpo, estaba devorando el cuerpo caído, y aún con vida (aunque escasa) de una enorme ave. El
Señor del Bosque había caído. Los aventureros actuaron con la experiencia acumulada en decenas de estas lides: Juan subió a un árbol armado con su fiel pistola de platino y su linterna. El resto ocupó sus posiciones, listo para actuar.
Juan Rodríguez, el valiente piloto de caza español, encendió su linterna, iluminando la escena, y disparó. La criatura se revolvió: era un hombre lobo, sí, como todos habían sospechado... pero también era algo más. Raíces penetraban su cuerpo (o manaban de él) por todas partes, hojas podridas se alimentaban de su sangre, restos de tierra palpitaban junto a su carne y una colonia de hongos crecía sobre lo que había sido la parte izquierda de su rostro. Sus ojos estaban inyectados en una furia incontrolada y un dolor sin tregua: él también estaba librando una batalla personal... y también la estaba perdiendo.
Volaron las flechas y más balas, pero la criatura no caía: se lanzó hacia los árboles. Tessa y
John aprovecharon el momento para acudir al rescate del buho: las pócimas que
Jaroo Ashtaff había entregado a Juan y Ragnark hicieron su efecto. Mientras tanto, Juan tenía verdaderos problemas: el licántropo-semiplanta comenzó a trepar por el árbol al que estaba encaramado, y el resto aprovechó para hacerle blanco de sus ataques. La mayoría arrancaba pelo y trozos de madera, pero hacían más bien poca mella en el extraño ser. Pomponio intentó tirarle monedas de plata para que se atragantara, pero con tal mala suerte que se le cayó la bolsa y golpeó en su lugar a Ragnark. Para incredulidad de todos, el halfling Mukumin pareció entonces reconocer a la bestia:
- ¡
Jack! ¡Jack! Soy yo,
Muku, vuelve en ti amigo, ¡sal de ahí dentro!
Pero nada parecía alterar al lupino. Juan tuvo que saltar del árbol, y el monstruo le cayó encima. El misterioso John sacó su curiosa pistola y disparó un tiro directo a la cabeza de aquel ser... que cayó inerte, pero vivo.
Había que actuar deprisa: primero, la pócima sagrada de Jaroo para recuperar la cordura. Duraría poco, pero quizás... y luego, la curación. Sólo una gota de la poción verde del druida, pero bastó para devolver de los casi muertos a aquel ser infernal, que incluso con medio cerebro reventado seguía capaz de regresar. Y regresó con paz en su cabeza de lobo. Y contó brevemente su historia: él era
Jack Svenson, hijo perdido de Hommlett, que cruzó el bosque, descubrió el mal bajo el matadero y
los dos templos que se escondían bajo él, y respiró unas extrañas esporas, de otro mundo, creedme, y volví por el bosque para avisar al pueblo pero fui atacado por una criatura malvada, y me convertí en un lupino, y no podría ya volver o mataría a todos los míos. Pero esta noche, además, me convertí en algo más, algo que quería matar al lobo y al hombre, algo que no parará hasta mataros a todos....... La planta volvió a intentar tomar el control del animal, pero el grupo no había estado quieto: Jack había pronunciado sus últimas palabras sobre una pira de ramas apilada en el centro del claro del bosque, madera, ramas y hojas para quemar a la criatura impía, que el Señor del Bosque había acumulado junto a los humanos. Y en el fuego ardió. Y Juan y el buho gigante se frotaron sus heridas mientras, incluso entre las llamas, los tentáculos vegetales de la bestia intentaban reformarse, deseando que no les hubiera infectado con su maldición. Con ninguna de ellas.
Lo que vino después es rápido de explicar. La noche pasó rápida y tranquila. El grupo durmió en medio del bosque, pero nadie les molestó: el Señor Forestal se encargó de ello, y vigiló que ni siquiera las hormigas alteraran a sus aliados. Al día siguiente, las plegarias de Tessa,
sacerdotisa de Hades, recuperaron la fuerza de Amra y la salud gastada de los guerreros, y Uuh-Shah le concedió una de sus plumas, y los transportó a todos hasta el castillo en ruinas.
Penetraron de nuevo, a la luz ténue de un día nublado, en el pasadizo secreto de la loma. No se oía a persona viviente: Juan y Ragnark vieron pronto por qué: los cuerpos de los guerreros que habían abatido seguían en el mismo sitio donde cayeran la tarde anterior, pero alguna fuerza infame les había arrancado todos sus huesos, y no eran ya más que una pila de carne que pronto se pudriría. "No miréis", avisaron a los que venían detrás. Cabía evitarles el horror, especialmente a Amra, que estaba a un paso de la locura. Al cruzar la puerta que llevaba a las estancias de Lareth, el malvado clérigo, John tuvo una premonición: algo terrible se escondía detrás. Algo impío, algo abruptamente inhumano. Pronto todos comenzaron a oir los cánticos, y algunos, sólo algunos, los tambores. Venían de algún lugar por debajo de ellos.
Ni en las estancias de los soldados (todos muertos, muertos), ni en el almacén donde acumulaban los bienes robados a los mercaderes asesinados había ninguna entrada a aquella profundidad de donde venían, y a veces se detenían súbita y preocupantemente, los cánticos. Pero en la riquísima habitación de
Lareth, dónde Pomponio había sido traído a través del espacio y del tiempo, y hecho prisionero durante tres días, sí que encontraron algo: un agujero escondido bajo las hermosas alfombras, por el que descendía una empinada escalera espiral. Y pronto la escalera se acabó, junto a un precipicio sin fin. Apenas colgaba, en el aire, una larga, larguísima hebra blanca, una cuerda etérea hecha, parecía, de ¿tela de araña? Pero no podía ser, porque aunque pegajosa, la tela aguantó el peso de todos los héroes, que descendieron hacia las profundidades. Los tambores sonaban, todavía sólo para algunos de ellos, las voces de los muertos se alzaban en un cántico inmundo, y cada vez más fuerte, más y más fuerte... Llegaron al fondo. Había luz delante de ellos, subieron una pequeña rampa y lo vieron todo.
Al fondo de una gran sala circular, probablemente una caverna natural, se alzaba una estatua enorme, de diez metros de largo y quince metros de altura: era una gigantesca araña de ónice con torso y rostro de mujer bella y malvada.
Lolth, la diosa araña. En un altar bajo ella, Lareth acababa de clavar una daga en el corazón del último de sus hombres con vida, y al arrancarla le extraía el esqueleto de dentro, que animado cobraba vida y se unía al coro de sus semejantes: eran quince esqueletos que cantaban con una misma voz, unida a la de Lareth.
- Pero -susurraron Tessa y Amra entre ellas- no hay tambores. Se oyen tambores pero no se ven. Alguien está tocando los tambores en otro lugar... para robar la energía de este ritual. Quieren invocar a un dios... pero a OTRO DIOS.
Ragnark disparó la flecha matadioses, que se clavó profundamente en la pierna de Lareth, atravesando limpiamente su armadura completa y reluciente, sus músculos y sus huesos. Pero no lo mató.
- Bueno, entonces es que no era un dios -se consoló irónico el vanir.
- ¡Idiotas! -gritó Lareth el hermoso, el amado de Lolth-. Habéis osado interrumpir el sagrado ritual que traerá a Lolth a este mundo. ¡Moriréis!
Ocho hombres oso ("¡
Bugbears!", gritó Mukumin; "
Osgos", tradujo Tessa) armados con hachas de batalla salieron de detrás de la estátua y se lanzaron contra el grupo mientras los esqueletos seguían cantando. Lareth cogió su maza y su vara y se dispuso a acabar también con los molestos héroes... Pero el bardo Pomponio les cantó una nana a los monstruosos y babeantes seres, y cuatro de ellos cayeron dormidos.
Es hora de matar... o morir.