28 mayo 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (VI)

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Madrid, 14 de noviembre de 2019. 11:50
   - ¿Qué hacemos?
   - La verdad es que no lo sé, Ernesto. Nunca había venido nadie del futuro, y a estas alturas esperaba que nunca lo hiciera.
   - Las credenciales son correctas.
   Salvador puntualizó:
   - No: sabe cuales son las preguntas que haríamos, pero si yo envío a alguien al pasado, llamo primero y aviso.
   - Eso encaja con lo que ella dice: no parece que haya venido en misión oficial. 
   - Es como cuando el argentino nos mareó a Colón. Puede que incluso si no la envían oficialmente esté intentando mantener la Historia como debería ser.
   - Han comprobado la puerta por la que vino: saltaron las alarmas porque parece que no es más que una salida de emergencia normal, no conduce a otro tiempo. Lo único destacable es que el suelo estaba mojado, pero por lo demás da a la trastienda del bazar chino de aquí enfrente, en esta misma época.
   - Si la ayudan los técnicos de su época, pueden haber inhabilitado temporalmente la puerta para que no haya fugas indeseadas al futuro. Yo lo haría. 
   Los dos la observaron: sentada en el despacho, la hermosa muchacha rubia a la que llamaban X, vestida de plata, les devolvía la mirada como si hubiera venido a traerles lejía y dudasen de si era necesario realmente fregar el suelo.
   - Les quedan ocho minutos.
   A Salvador le tembló un momento la barbilla. Sentía que se estaba metiendo de cabeza en una trampa. Su obligación era preservar la Historia, fuera buena o mala. Con sus muertos. Todo el mundo estaba muerto en el pasado, a fin de cuentas. Pero esta vez ellos eran la Historia.
   Cogió el teléfono y marcó una extensión directamente.
   - Nieves: soy Salvador. Escuche con atención porque no voy a poder repetirlo. Desactive todas las puertas que lleven a cualquier fecha anterior al nacimiento del rabino Abraham Levi. Sí, todas: desde todos los Ministerios -colgó con el dedo y llamó a su secretaria-. Angustias: envíe inmediatamente el siguiente mensajes a todos los agentes y funcionarios, de todos los tiempos.
   X sonrió dulcemente. Quizás llegaba a tiempo. Quizás iba a conseguir salvarlos...

Madrid, 1 de enero de 1946. 11.55
   Hacía frío, frío, como el agua del río. En la Calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol, Pacino se subió las solapas del abrigo ocre que había elegido para la misión y miró hacia arriba. En lo alto del edificio adyacente se había posado Indalo. Desde luego, Diego tenía razón: verla volar era algo precioso: estiraba los brazos hacia los lados, y un arco iris se formaba sobre su cabeza pasando de una mano a la otra. Y entonces despegaba en silencio, como si no pesara nada. Era jodidamente bonito.
   Desde la cornisa, Indalo le devolvió la mirada a Pacino y se encogió de hombros. Pacino miró a Argamasilla, a su lado, con guasa.
    - O sea, que tu contacto te ha dicho que Lorca se metió en esta pensión.
    - S... sí -contestó Argamasilla estupefacto-. No entiendo.
    - Y la dirección es segura, no era aquella casa ni esa otra.
    - Era aquí... seguro.
    - 'Amos, no me jodas. Argamasilla, colega: ¿puedes decirme qué ves?
    - Nada.
   - Nada. Premio. Porque tú tienes rayos X y ves a través. Pero yo no los tengo y, ¿sabes qué? Que tampoco veo nada.
    El número 3 de la Calle de Alcalá no existía. No era más que un montón de escombros que una bomba había demolido durante la guerra. Probablemente nunca la reconstruirían, ya que hacía años que diversos arquitectos habían proyectado hacer un pasaje en aquel lugar. Espacio ahora tenían.
    - ¿Cómo coño va a meterse alguien en un edificio que no existe, Joaquín?
    Diego García, sin capa y vestido con un traje más acorde a la época que a duras penas era capaz de contener su musculatura, se les acercó:
    - Una dama que vive al fondo dice que esta mañana vio a dos hombres andando entre las piedras. Y que se han ido calle arriba no hará ni media hora.
    Julián y Federico estaban rodeando Cibeles. La diosa y los leones tenían algunos desperfectos que Julián sospechaba se debían al bombardeo de Madrid, pero la fuente para su sorpresa funcionaba.
    - ¿Dónde me llevas, Julián? -preguntó Lorca.
    - ¿Te apetece desayunar?
    - No tengo hambre.
   - La verdad es que yo tampoco -admitió Julián. De algún lugar llegaron las campanadas de una iglesia, doce. Tal vez era un campanario amarillo. Una a una, las 12 campanadas de mediodía se fueron abriendo, y luego cesaron-. Mira, creo que lo mejor que podemos hacer es volver al Ministerio. No sé si habrán mejorado la seguridad, así que preferiría ir preparado por si hay que forzar la entrada, y en Recoletos hay un... ¿Federico?
    El poeta se había quedado parado con la vista clavada en la fuente.
    - Ahora recuerdo: estaba en la cola.
    - ¿Qué dices?
    - Hacíamos cola. En la niebla. La muchacha que tenía delante era muy agradable, le escribí un poema al vuelo, porque me lo pidió. Su familia y la mía se conocían.
    - ¿Qué dices? -empezaba a haber más gente en la calle pese a lo frío que era el día y Julián temía que les fueran a mirar raro en cualquier momento si seguían llamando la atención-. ¿Eso fue cuando llegaste?
    - Antes. Ahora. Después. Qué más dará. Hoy, ayer, mañana, será todo lo mismo. "El sueño se desvela por los muros de tu silencio blanco sin hormigas". Cuando caían las bombas, la diosa Cibeles estaba cubierta por una pirámide, ¿lo sabías? "Pero tu boca empuja las auroras con pasos de agonía".
    De fondo, muy, muy de fondo, se empezaba a notar una vibración grave, como si estuviera pasando un trolebús a dos manzanas, subrayando los versos del poeta. Vaya momento había tenido Federico para ponerse místico. O quizá esto era como lo que le había pasado al despertar, cuando empezó a escupir todos aquellos números sin sentido. La vibración subía de tono, aún grave pero ya más distinguible. Se repetía en grupos de dos. Pum, pum. Pum, pum. Como un latido. Un, dos. Un, dos.
    - Estábamos en la cola y le escribí el poema, y entonces llegaron todas las hormigas del mundo.
    - ¿Hormigas?
   Julián miró alrededor. La vibración parecía venir de algún lugar a espaldas de la Cibeles, calle de Alcalá arriba. Lo que decía Federico parecía muy importante, pero aquella vibración grave y repetitiva alarmaba mucho a Julián. No era el único que la sentía. A su alrededor, más gente se paró, tratando de localizar su origen.
    - Primero creí que eran hormigas, pero luego vi que eran personas. Cientos, miles, millones de personas. Más. Ya éramos muchos haciendo cola, y estaban irritados porque nos tuvieran ahí esperando en la niebla sin que viniera nadie a recibirnos. "El sueño se desvela", Carmelilla, "por los muros de tu silencio blanco sin hormigas". Pero de pronto ahí estábamos, todo el hormiguero, y todos los hormigueros del mundo juntos. Todas las hormigas que nunca hubieran existido. Y encima repetidas, miles de veces.
    Julián vio algo que venía desde la Puerta de Alcalá, llenando la calzada...

Madrid, 14 de noviembre de 2019. 12:01
    Angustias estaba leyendo las noticias en internet, cuando de repente vio un flash de última hora. Se levantó, abrió la puerta del despacho de Salvador y exclamó desde la puerta:
     - Jefe, ponga La 1.

 Madrid, 13 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias estaba hablando con Irene en la cafetería cuando de pronto el camarero, que escuchaba la radio en la cocina, entró con el transistor y subió el volumen para todos. Sin moverse de la barra, Angustias telefoneó a Salvador:
    - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 12 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias estaba leyendo el correo electrónico cuando le llegó un Whatsapp de Perez Galdós. Con el teléfono aún en mano, entró sin llamar en el despacho de Salvador:
    - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 11 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias...

Madrid, 10, 9, 8, 7 de noviembre, octubre, septiembre, agosto de 2019, 2018, 17, 16... 12:01
   - Jefe, ponga La 1.
   - Jefe, ponga La 1.
   - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 1 de enero de 1946. 12.02
   Pacino y Argamasilla corrían por la calle hasta que llegaron a Cibeles. A su lado trotaba Diego, que posiblemente se estaba frenando para no adelantarse demasiado, y sabían que un centenar de metros sobre sus cabezas, impulsada por arcoiris, volaba Indalo. Había un montón de gente en la plaza.
   - ¿Qué es eso que se oye? -preguntó Joaquín.
   - ¡Ahí! -exclamó Pacino, que había avistado entre el gentío el perfil de Lorca. Un hombre estaba casi de espaldas a su lado. Se medio giró un momento: no me jodas. ¿Ese no era Julián?
   - Tened cuidado -les alertó Diego, parando su avance con un brazo que parecía de hierro colado-. Van armados.
   - ¿Quién?
   - Todos esos.
   La plaza entera los vio entonces: bajaban por la calzada en cinco columnas, marcando el paso. Salían de los arcos de la Puerta de Alcalá y desfilaban  en dirección a Cibeles. Los coches y las furgonetas se veían obligados a parar, pero aunque sonaban las bocinas nadie se atrevía a salir a decirles nada: desde luego, iban armados: con lanzas, espadas de toda clase, pistolas, rifles y escopetas.
   - Uno seis siete nueve cero cero cuatro tres tres cinco seis dos ocho uno seis -dijo Federico.
   - Otra vez eso.
   - Uno seis siete nueve...
   - No sé que son esos números, Federico -desesperaba Julián-. Es... es... ¿una combinación de una caja fuerte? Muy larga. ¿Una fecha? Tampoco, demasiados números. ¿Son coordenadas de un mapa?
   - Es la gente que había en la fila. Las hormigas. Y muchas tenían la desfachatez de estar repetidas.
   Federico estaba en plan místico que te cagas, y Julián sospechaba que aquellos soldados que se les venían encima no iban a estar de desfile todo el tiempo. Y eran el ejército más extraño que se hubiera visto nunca. Había más de 150 filas de soldados, que seguían saliendo de los arcos de la Puerta de Alcalá, y era difícil ver a dos que fueran vestidos de la misma manera. De la misma época. Incluso del mismo país.
   Una palabra, el recuerdo de un lugar que nunca hubiera querido pisar, resonó en la mente de Julián con tanta fuerza que no pudo evitar que saliera de sus labios:
   - Babel.
   Al otro lado de la Cibeles se oyó un jadeo. Cerca de Pacino, alguien pegó un respingo de sorpresa. A dos metros, un señor con gorra de plato que debía ser chófer de alguien importante, de pronto, desapareció ante sus ojos. En otra parte, se desvaneció una señora con los dos niños que llevaba de la mano. Un guardia urbano trató de dar el alto a la comitiva: sopló el silbato una vez, y mientras cogía aire para soplarlo una segunda, se evaporó.
   Los soldados no dejaban de marchar, poco a poco, marcando el paso al unísono, desintegrando víctimas sin dar ni un solo golpe, sin disparar ni un solo tiro. Se estableció entre el colectivo un vínculo de certeza irracional pero indudable entre las desapariciones y el desfile: cundió el pánico en la plaza.
   Y así fue como, a las 12 del mediodía de todos los días, Babel dio el primer golpe de la invasión del tiempo.
(CONTINUARÁ...)
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27 mayo 2020

El Ministerio del Tiempo 38 - "La memoria del tiempo" [spoilers]

   Terminado el arco inicial que nos ha devuelto a Julián Martínez (aunque, como hemos visto, un poco cambiado), El Ministerio del Tiempo acomete su 38º episodio en una dirección y lo termina en otra totalmente distinta: este es el cuarto capítulo de la cuarta temporada, marca la mitad, y en ese sentido funciona perfectamente como pieza en medio del tablero, cambiando las reglas del juego. Lo que le cunden a esta serie 60 minutos... 
   Analicemos los dos movimientos por separado, porque aunque están conectados son muy diferentes. Comencemos por el tema principal de "La memoria del tiempo": el episodio que escriben Isa Sánchez (Malaka), Carolina González (Atrapa a un ladrón), Jordi Calafí y Javier Olivares, y que dirige Anaïs Pareto (Sinvivir), arranca con la desaparición de las Meninas del Museo del Prado ante los mismísimos ojos de Velázquez (Julián Villagrán). La escena, que empieza divertida y dinámica, transtemporal, con el pintor recorriendo los pasillos como si fuera el amo del lugar, mientras escucha el "Velaske, ¿yo soy guapa?" de PlayGround Fire, se intercala con planos de Madrid durante la Guerra Civil, en 1937, cuando se estaban evacuando las obras del museo para salvarlas de las bombas. El disfrute del arte vs el esfuerzo para que siga existiendo. La angustia de Diego ante la evaporación de su obra cumbre nos pone en manos de lo que parece un thriller de ladrones en el marco de la guerra, a medio camino entre El detective (Robert Hamer, 1954) y Monuments Men (George Clooney, 2018): salvar el arte, la belleza, la memoria en tiempos de barbarie. Quien quiera saber más de lo que pasó después con el arte europeo tras la llegada de los nazis tiene el documental Hitler vs Picasso (Claudio Poli, 2018).

   Precisamente con Pablo Picasso (Toni Zenet) sigue el episodio tras la careta de la serie: el rostro del pintor aparece en primer plano, mientras su mirada se va posando sobre detalles de un Guernica que se nos aparece recién pintado. No dice nada, pero se intuye su incomodidad, no de la manera agónica que expresa Velázquez ante sus cuadros, sino con una procesión que va por dentro (cf. la apasionada pero muy diversa relación artista/obra que ha dibujado en sus temporadas El Ministerio con Velázquez, Dalí, Goya y ahora Picasso). Descubrimos que ha acordado deshacerse de él, y que lo está mirando para "despedirse", porque sospecha que no volverá a pintar nada que lo iguale. Zenet encarnó al pintor hace 27 años en la miniserie El joven Picasso de Juan Antonio Bardem (que cubría su vida hasta 1906), y es una oportunidad de oro que pueda volver a habitar ese personaje cuando prácticamente han pasado los mismos años para ambos. Hay apuntes sobre el momento personal de Picasso, su personalidad, su integración en la vida cultural del París del 37, sus relaciones personales, las críticas que se vierten sobre él y en particular sobre algo que se puede pasar por alto como es su papel como director del Museo del Prado entre el 36 y el 39, lo que acaba por ser una de las claves de su actuación en la trama, al decidir cambiar el Guernica por Las Meninas. ¿Hubiera podido, Velázquez?
   El capítulo, por tanto, ocupa la mayor parte de su metraje en el misterio de la desaparición del Guernica y las Meninas,  dibujándonos de paso con pocas pero certeras pinceladas a algunos soldados y milicianos (y milicianas) de la Republica. Aprovecha también para tratar el papel de diversas mujeres clave de los años 20-30 (Clara Campoamor, Josephine Baker, Dora Maar, las milicianas), para lo que emplea sobre todo a Irene Larra (Cayetana Guillén Cuervo) como prisma, como punto de contacto, y junta a Julián (Rodolfo Sancho) y Lola (Macarena García) como pareja de misión inédita y que nos permite descubrir que el uno tiene algo de su experiencia como Eulogio que lo ha transformado (notemos como en el anterior episodio se afeitó el bigote tras recuperar su memoria como Julián, pero en este vuelve a llevarlo, señal de que no reniega del todo de su segunda vida) y la otra tiene más remordimientos e integridad como miembro del Ministerio de lo que algunos sospechan. Me parece muy interesante que esta serie no deje nunca en el dique el desarrollo de sus protagonistas, y los vaya explorando paso a paso a lo largo de los episodios, más allá de los momentos clave de su evolución o de las grandes decisiones que toman. Son dos maneras más de acercarse a la memoria histórica: la del feminismo y la de las consecuencias de nuestras decisiones vitales.



   A medida que va avanzando la trama descubrimos que el responsable del cambio temporal no es otro que Alberto Díaz Bueno (Francesc Orella), el estafador y ladrón de arte/corregidor real de la primera temporada, en el episodio del Lazarillo. Bueno se deja ver tanto en París como en Madrid, casi a la vez, lo que pone al Ministerio en alerta. Pero, mientras se devanan los sesos con su posible posesión de un nuevo libro de puertas temporales, con las obras recuperadas, las despedidas entregadas y cuando ya dábamos el episodio por terminado... la serie da un giro copernicano. Un paso grandioso que, en el fondo, es lógico: esa enorme máquina del tiempo steampunk que secuestra a Lola y que pilota Alberto Bueno cual amo del mundo verniano no es otra que el Anacronópete que creó en 1887 don Enrique Gaspar y Rimbau (una personalidad a la que hemos acudido en varios fanfics ministéricos de este blog, y por supuesto no somos los únicos), la primera máquina del tiempo de la ficción mundial, 8 años antes que H.G. Wells. Aparece de golpe y demoledoramente, pero se nos va mostrando con celo, poco a poco, hasta que Julián le saca la fotografía. Imposible y magnífica. Y ahí se vienen abajo las murallas que Salvador ha estado construyéndose hasta ahora: la máquina del tiempo también existe... y también es española. 
   La importancia del homenaje y la reivindicación que hace del fantástico español es fabulosa: en casa estábamos dando gritos de asombro y alegría como en otras cuando se celebra el gol definitivo de un Mundial. Lo que significa ese final para la serie es tremendo: el avance del próximo capítulo nos habla de un Pacino que intentará cambiar la historia para salvar a Lola Mendieta, con consecuencias catastróficas, sospechamos, para Alonso de Entrerríos, y de un Alberto Bueno que ha construído o se ha hecho de algún modo con un Anacronópete real, exactamente como lo describe Gaspar y Rimbau, e incluso con su fluído García, imprescindible para moverse por el tiempo sin envejecer o rejuvenecer. Hemos tenido a Darrow y su túnel atómico, a un hombre con rayos X y a otro inmortal: le llega el turno al Ministerio vs la máquina del tiempo inspirada por Verne y Flammarion, un duelo que llevábamos tiempo esperando y que, además de reivindicar a uno de los clásicos que inspiran la serie, va a sacudir los límites de la ficción televisiva española. Pero los límites son los padres. ¡Bravo, Javier!

Referencias whovian: El Anacronópete no es, por tanto y que quede claro, ningún guiño a Doctor Who: no hace falta porque el material de origen de esa nave es español (y mucho español) y muy, muy anterior: donde sí puede haber una tangente de contacto es en la presencia del Guernica en la Exposición Universal de París en 1937, un tema que explora la novela whovian History 101 de la escritora Mags L. Halliday (a quién entrevistamos en 2013). El libro, sin embargo, está más interesado en los temas de la vida en Barcelona durante la Guerra Civil, la importancia histórica y emocional de lo que transmite el cuadro y cómo el relato histórico puede alterar lo que somos como personas; aspectos todos muy interesantes (complementarios, tremendamente recomendables para quien le interese otra ficción temporal alrededor del Guernica) pero absolutamente distintos a los que navegan por este episodio.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva |  8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24  Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 


22 mayo 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (V)

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Madrid, 1946
   Tocaban campanas de madrugada en Córdoba, aún no habían llegado las campanas de amanecer a Granada. En Madrid, la oscuridad reinaba junto al silencio en una pensión de mala muerte que ocupaba un par de plantas de un estrecho edificio al principio de la Calle de Alcalá, junto al Ministerio de Hacienda. Dos hombres estaban tumbados en camas muy juntas en una de aquellas habitaciones minúsculas. El sueño les había unido. Ahora, les esquivaba.
   - No puedo dormir -rezongó Julián, revolviéndose por enésima vez.
   - Yo tampoco -respondió Federico, tumbado bocarriba. Estaban solos y aún así hablaban en voz baja, para no despertar a nadie en las miserables habitaciones colindantes. Bastante tenían con lo suyo.
   - ¿Cómo has llegado hasta 1945? -volvió a preguntar Julián. Quizá era aquello lo que le impedía dormir.
   - No lo sé. La verdad es que no lo recuerdo. Creí que estaba soñando otra vez.
   - ¿Qué es lo último que recuerdas?
   - Estaba... en Granada, junto a una tapia. No: en un camino. No, espera: junto a una vía, era un cruce de vías, con su guardaagujas justo a mi lado. Había niebla, mucha niebla. Si estiraba el brazo, casi no podía ver mi mano. Pasó algo. O alguien. Tenía que haber dado un paso al frente, pero lo di hacia el lado... y creo que de golpe estaba en la plaza, en la Puerta del Sol. Era fin de año de 1945. Pero no dejaba de ser fin de año de 1945, ¿comprendes? Las 12 campanadas se repetían una y otra vez... hasta que apareciste tú.
   - Es fin de año de 1945. Bueno, ahora ya de 1946. Te veo igual que cuando nos encontramos en la Residencia de Estudiantes. No has cambiado nada -Julián calculaba de qué época podía haberse escapado Lorca, por su aspecto no mucho después de su anterior encuentro. Quizás se había caído en un agujero. ¿Un agujero podía ser una puerta?
   - Tú un poquillo -respondió Federico.
   "Sí", pensó Julián, "las canas se me empiezan a comer la barba".
   - Estuve en la guerra, en la batalla de Teruel.
   - ¿Tú peleabas? Nunca me pareciste...
   - No, intentaba rescatar a un escritor, otro poeta como tú. Miguel se llamaba. Miguel Hernández.
   - "El rayo que no cesa" -dijo Federico con admiración.
   Julián recordaba la documentación que les habían dado para preparar la misión de rescate de Hernández. El rayo que no cesa se había publicado en 1936. Debía ser de lo último que había podido leer Federico: entonces, era mayor de lo que parecía. Se conservaba mejor que él.
   - El caso es que... hubo un accidente. Mis compañeros escaparon, pero yo no pude volver a casa. Explotó una bomba y destruyó la... puerta. Yo quedé inconsciente, me desperté tres semanas después en un hospital: se me había clavado una astilla enorme en la frente, y por poco no me atraviesa el cráneo.
   - La astilla. De la puerta. Claro.
   - Sin papeles, sin documentación, sin una sola foto. Con la explosión había saltado por los aires y había quedado en tierra de nadie, así que no sabían ni a qué bando pertenecía. Pensaron que era un civil más y me dejaron ir en cuanto pude ponerme en pie. Y llevo ocho años aquí.
   - ¿No has podido volver a tu casa?
   Julián recordó cómo había ido al Ministerio del Tiempo de la época. Cómo había encontrado el acceso casi desprotegido, el claustro silencioso, una única luz en el despacho de quien fuera el subsecretario en aquel momento... Pero nadie en ningún lugar del Ministerio. Había polvo en todas las superficies, como si hiciera semanas que nadie pasaba por allí, con algunas huellas ocasionales que sugerían que sí, que de vez en cuando aún pasaba alguien por allí. Era sobrecogedor, pero no le sorprendía demasiado: el Ministerio nunca se le reveló a Franco, así que habían perdido todo presupuesto. Recordó cómo habia elegido una puerta al azar, con la intención de hablar con algún funcionario al otro lado y que se pusieran en contacto con Salvador. Abrió una cualquiera... y no pudo atravesarla. Recordó que había probado siete puertas en cinco pasillos: las puertas se abrían, pero cuando avanzaba hacia la oscuridad, la oscuridad se volvía densa como la melaza, y no conseguía pasar del quicio. Tuvo que resignarse a quedar en el pasado.
   - No, no he podido -suspiró-. Mira, Federico: tú intenta descansar. Incluso si no dormimos, necesitamos descansar. Mañana intentaré devolverte a tu casa, al menos a ti.
   - ¿Y si cierro los ojos y ya no los vuelvo a abrir?
   A Julián le dolía cuando Federico le recordaba que lo iban a matar.
   - Eso no va a pasar esta noche, tranquilo.
   - Vale.

Madrid, 2019
   Elena, en camisón, jugueteaba con su hija en el sillón del dormitorio cuando Alonso abrió los ojos.
   - ¿Ha pasado mala noche Blanquita? -fue lo primero que preguntó Entrerríos-. ¿Por qué no me has despertado?
   - Ha dormido como un lirón -repuso la abogada-. El que ha pasado una noche de perros eres tú, y hemos pensado, ¿verdad que sí, vida mía? ¡ay, qué mona que es!, que mejor te dejábamos dormir un poco más, que te hacía falta.
   - Gracias -Alonso se sentó en la cama e intentó sacudirse de encima la modorra incomodamente mezclada con tensión.
   - ¿Otra vez pesadillas?
   - Sí.
   - ¿La guerra? ¿Julián?
   - No -se pasó la mano por la cara, el cuello y la nuca-. Llevo tres noches con la misma pesadilla del demonio. ¿Te conté cuando fui con Cortés a rescatar a Amelia?
   - Algo me dijiste.
   - Pues en el sueño es distinto. Estoy en México, en 1521. Voy vestido de guardia oceánico para  sorprender al sacerdote pagano. Amelia está junto al pozo. Tendría que empujarle a él y rescatarla a ella, pero miro al fondo del pozo, y la oscuridad me devuelve la mirada.
   - Que poético.
   - No: me la devuelve de verdad. Se encienden como tres docenas de ojos rojos en el fondo del pozo, y sube del fondo una cosa negra enorme, como... un brazo o un tentáculo que se levanta hacia los cielos y me rodea, me aprieta, me asfixia...
   - Tendrías que ir al médico, a lo mejor has pillado algo en los pulmones y más vale que no nos lo contagies.
   - Sí, eso tendré que hacer -respondió Alonso para no preocuparla más. Era un sueño. Un mal sueño, pero solo un sueño. Entonces, ¿por qué sentía aún el roze gomoso de aquel tentáculo abyecto contra su pecho?

Madrid, 1946
   Don Manuel Martínez no era muy de madrugar, salvo cuando tenía que acudir a las Cortes, pero aquel martes era 1 de enero. Había empezado el año y lo iba a comenzar de la mejor manera posible: ayudando a los menesterosos. Se levantó con el sol, desayunó en el comedor, bien atendido por la criada, y tras ponerse su mejor traje y el abrigo de buen paño, salió a la calle.
   Hacía frío: aún no era el frío que mataría a los olivos exactamente un mes después, pero el invierno no era suave. 5º a lo sumo a aquellas horas. Se respiraba el aire limpio, verdaderamente aquel era un año nuevo, y las calles estaban tranquilas y silenciosas, bajo un manto de nubes grises. En pocos minutos, caminando a paso tranquilo, se plantó frente al número 44 de la calle de Alcalá. Miró satisfecho hacia la fachada: en madera pintada de color rojo sangre destacaban un yugo y un haz de flechas ineludibles, de tres pisos de altura. La Secretaría General del Movimiento.
   No tardó en llegar el prohombre al que esperaba, con sus sempiternas gafas redondas, su traje negro con camisa blanca, un sombrero con el que tapaba la avanzada calvicie, y un maletín que esta vez llevaba anclado a su muñeca mediante un juego de esposas.
   - Buenos días, don Fernando.
   - Buenos días, don Manuel. Y feliz año nuevo.
   - ¡Feliz año nuevo! ¿No le parecen excesivas las medidas de seguridad?
   - La compañía no quiere arriesgarse -Fernando de Asúa palmeó el costado del abultado maletín, sobre el emblema metálico del globo del mundo que formaban las palabras International Bussines Machines.
   - Tengo el recorrido, según sus especificaciones.
   - Perfecto.
   - Vamos a andar un poco.
   - Tengo buenas piernas.
   - Jaja, así me gusta. Bueno, primero pasaremos por el Asilo de San Rafael. Esos pobres niños. Allí nos encontraremos con Carmen, la Secretaria de Auxilio Social. Luego iremos a ver al párroco de Tetuán de las Victorias, pero no se preocupe, no le haré subir hasta ese arrabal. Se llama José Collado.
   - Bien.
   - Un hombre magnífico. La Iglesia ha acabado metiendo el hocico en Auxilio Social, no les gustaba que les comiéramos terreno en la beneficiencia... pero a mí no me gusta hablar mal. Luego nos acercaremos al Parque Metropolitano, al orfanato para hijos de periodistas San Isidoro. Allí estará el periodista de ABC que va a escribir la crónica.
   - ¿Y a su Excelencia?
   - Bueno, hoy no es día de molestarle. Está en El Pardo, con la familia, pero mañana seguramente nos conceda audiencia.
   - Fantástico: creo que además de hacer el donativo a todas las entidades es bueno que entregue al Caudillo una cantidad para que él mismo la reparta entre los que lo necesiten.
   - Su empresa es un modelo que deberían seguir todas las demás.
   - Solo intentamos ser responsables: en Alemania hemos intentado hacer lo mismo -se ajustó las gafas con la mano libre-. ¿Vamos, que no empiece a chispear?
   - Vamos.

   Unos metros más abajo, en la pensión junto al Ministerio de Hacienda, Julián abrió los ojos. ¿Había llegado a dormir algo? Lo que estaba claro es que ya era de día. Aún tumbado, giró la cabeza, para encontrarse a Federico sentado en la cama. Y entonces Lorca hizo una cosa extrañísima: comenzó a decir una retahila de números que parecía inacabable.
   - Uno seis siete nueve cero cero cuatro tres tres cinco seis dos ocho uno seis.
   - Federico. ¡Federico!
   - ¿Qué pasa, Julián?
   - ¿Pero qué dices?
   - He dicho buenos días. Hace frío, no creo que en este sitio tengan estufa.

   Y a un kilómeto más lejos, se abrió la puerta de la carreta de un pequeño circo. Argamasilla volvía de su paseo madrugador:
   - He conseguido churros. E información.
   - Nos comemos lo primero y nos cuentas lo segundo -respondió Pacino saltando de la cama. Míkel ya estaba en pie, se había pasado casi toda la noche haciendo números a la luz de una vela, y aprendiendo palabras en el idioma natal de Indalo.
   - He hablado con mi red callejera y les he dado la descripción de Lorca: vieron a dos hombres entrar en una pensión cerca de la Gran Vía y uno de ellos coincidía con él.
   - ¿Y el otro?
   - Un tipo con barba un poco canosa, pelo negro. Dijo que se parecía a Eulogio Romero.
   - ¿Y ese quién es? - preguntó Pacino engullendo un churrito.
   Argamasilla se encogió de hombros:
   - Ni idea.
   - Vale. Pues ya sabemos a dónde tenemos que ir. ¿Todo bien, compi?
   Míkel Navarro resopló mientras mordía otro churro.
   - Sí. A ver: he extrapolado a partir de los datos de la medición de la alerta en 2019 y en 1945. El cálculo era un poco complicado porque me faltaban parámetros, pero -levantó el aparatito medidor-, tengo dos cosas más o menos claras. El evento cronológico...
   - ¿Lo de que se repita el tiempo?
   - Sí, eso.
   - Pues habla en cristiano.
   - ...no se originó en la Puerta del Sol.
   - ¿No tiene que ver con Lorca?
   - No creo. Teniendo en cuenta el desgaste de la señal, el epicentro debía estar más bien en la Puerta de Alcalá. Con un error de más/menos dos manzanas.
   - ¿En la Puerta de Alcalá?
   - Lo otro es que, aunque ahora no notemos nada, la señal que provocó la alarma no ha desaparecido del todo. Sigue marcando muy poco pero constante, si lo otro era un 12, pues un 0,5.
   - Eso es una birria.
   - Sí, un 1 casi ni se nota. Pero es una birria de muy baja intensidad y un alcance enorme. Creo que mundial.
   - Vale, a ver qué te parece esto, Argamasilla. Creo que funcionaremos mejor si dividimos al Supergrupo: Indalo que suba al tejado del edificio donde han visto a Lorca, y que vigile desde allí. Diego que espere al volver la esquina, por si los espantamos. Nosotros dos entramos por la puerta.
   - Y don Miguel y yo vamos a investigar la Puerta de Alcalá -terminó Isaac Peral, impaciente-. Agilice, hombre, que tenemos mucho que hacer.

Madrid, 2019
   - ¿Tenemos los resultados? -preguntó Salvador Martí.
   - Sí -contestó Ernesto-. Ha acertado el 100%: la noticia de portada de El País, el número de la ONCE y el número de la puerta por la que viene Velázquez.
   - Les dije que vengo de 2187 -dijo X sin jactarse, pero con una cierta impaciencia-. Conozco el protocolo en caso de que alguien diga venir de un tiempo posterior. Lo redactó usted mismo, Salvador. Lo que va a pasar, esta crisis, es inevitable: pero pueden amortiguar mucho el impacto, pueden reducir el número de muertos y salvar la existencia del Ministerio. Pero tienen que clausurar las puertas que le he dicho.
   - Todas las puertas que conducen a los años anteriores al Rabino -repitió Salvador-. Tenemos a muchos hombres tras esas puertas. Si las clausuramos de golpe, les dejaremos a su suerte. Podemos tardar años en volver a contactar con ellos.
   - Si las clausuran, sus hombres vivirán.
   - ¿No piensa decirnos nada más sobre esa supuesta crisis? -preguntó Ernesto, que seguía sin fiarse demasiado de la joven.
   - Ustedes mejor que nadie saben que no se puede revelar información del futuro...
   - Podríamos cambiar la historia, ya, ya.
   - Tienen menos de una hora para tomar su decisión. Si no... ya dará igual. Todo dará igual.
   - ¿Es... un ultimatum? -preguntó Salvador Martí, entre la pregunta y la amenaza. 
   - Es una cuenta atrás.

Babilonia, 1387 aC
   El general Jafar vestía su armadura romana, que aún no existía, y sus sedas orientales, que aún no se habían tejido ni teñido. Bajó los últimos peldaños de la escalera interior de la torre de Babel y emergió por la puerta de la base. Ante él, en la vasta caverna bajo los palacios de Kurigalzu I formaban las tropas. Un millar de soldados rescatados de las hecatombes de la historia, conductores de tanque americanos, francotiradoras rusas, quintos, tercios, conquistadores, samurais, impis zulúes, chaquetas rojas ingleses, mamelucos, hoplitas, legionarios y húsares, keshigs mongoles, hispaspistas macedonios e incluso un almogávar. La caverna enmudeció cuando vio aparecer al general. Y exclamó un sorprendido oh colectivo al emerger tras él el comandante supremo, a quien casi nunca veían. El general comenzó a hablar en la extraña lengua común que empleaban todos, el Babélico que mezclaba términos de docenas de culturas, mientras paseaba junto a las tropas formadas.
   - La espera ha sido larga. Lo sé: cada uno de vosotros tenía una vida en otra parte, en otro tiempo. Luchábais por vuestra gente, por vuestras ideas, hasta que todo se os puso en contra. Uno a uno, Babel os ha llamado, os ha salvado de una muerte segura. No se trataba de piedad: se trataba de justicia.
   El comandante supremo Julián Martínez tomó la palabra:
   - Habéis tenido tiempo para reflexionar, mientras buscábamos las llaves. La reflexión es buena. No queremos que nadie se sienta obligado a lo que vamos a hacer. Pero sé que cada uno de vosotros ha llegado a la misma conclusión a la que llegué yo. Somos soldados, somos guerreros, pero no queremos un mundo que vaya de guerra en guerra. Luchábamos por algo. Por alguien. Siempre soñando el día en que no hiciera falta luchar más. Pero para conseguir eso, no podemos salvar a todos.
   El general Jafar cogió el rifle de uno de sus soldados más modernos, un arma que se utilizaría en aquellas mismas tierras bajo las que se encontraban, 33 siglos más tarde. Para conseguir una sustancia negra que valía como el oro. Para defender a su familia del terror. Una verdad y una mentira que eran ciertas.
   - Nuestras vidas terminaron el día que llegamos a Babel. Sobre nosotros reina el rey Kurigalzu, a quien llaman "el rey de la totalidad". Porque en el mundo en el que creció la profecía decía que, en sus días, habría un rey de todos los reinos. Desde aquí abajo empezará el reinado de la totalidad. El tiempo nos ha dado la espalda. Hoy es el día en que recuperaremos lo que es nuestro. Lo que nos arrebataron.
   Levantó el fusil en el aire.
   - ¡Babel, siempre!
   - ¡BABEL, SIEMPRE! -contestaron mil gargantas.
  Julián Martínez, comandante supremo de las tropas de Babel, sabía que sus soldados no tenían una idea exacta de lo que iba a pasar entonces. Les habían prometido que iban a asaltar el tiempo, que iban a luchar en la guerra que acabaría con todas las guerras. Y aunque se había repetido muchas veces a lo largo de la historia, esta vez era verdad. Con una llave de Ishtar podían crear puertas del tiempo de manera muy limitada, vinculadas a grandes catástrofes. Con las tres llaves de Ishtar, podían hacer mucho más. Julián pensó en las dos mujeres de su vida, a las que les debía todo lo que había sido y todo lo que era:
   - Activad las llaves -dijo, y tres hombres especialmente entrenados, los más instruidos de todo el contingente, comenzaron a manipular las antiquísimas tablillas.
   - ¿Objetivo espacial, señor?
   - Las puertas de la victoria -dijo Julián, mientras pensaba "va por ti, Maite. Siento tanto que murieras...".
   - ¿Objetivo temporal? -preguntó otro.
   - Mediodía.
   - ¿De qué día, señor? ¿De qué año?
   Era el momento de la verdad. "Va por ti, Lola. Siento que me creyeras morir".
   - De todos.
(CONTINUARÁ...)

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20 mayo 2020

El Ministerio del Tiempo 37 - "Bloody Mary Hour" [spoilers]

   El Ministerio del Tiempo vuelve a triunfar con el tercer capítulo de su cuarta temporada, embarcándonos en una historia poco conocida para el público televisivo: el tiempo de Felipe II en Inglaterra cuando aún era príncipe y su matrimonio con la reina María I de Inglaterra. El episodio utiliza como punto de partida el asesinato en 1554 de Isabel Tudor en la Torre de Londres, donde su hermana María la mantiene prisionera... un asesinato que no ocurrió (Isabel acabaría convirtiéndose en Isabel I, "la reina virgen", en 1558), y que acaba teniendo como repercusiones cronológicas la conversión al catolicismo de Inglaterra, una BBC insulsa o la desaparición de los Beatles. Aunque el Ministerio no interviene más que en cuestiones relacionadas con la historia de España, la presencia y relevancia del príncipe Felipe en aquel momento y lugar activa las alarmas y lanza a la Patrulla de misión unos días antes para evitar el homicidio: la cosa se complicará cuando la reina María aparezca embarazada (nunca tuvo descendencia de Felipe) e incluso haya que intervenir para salvar la vida a Felipe.

   Aparentemente, pues, y para los espectadores más reaccionarios, la serie vuelve a tratar un tema de la "verdadera Historia", la de los hombres y mujeres importantes que rigieron los destinos de las naciones, y no de artistas populares, se llamen Almodóvar o Lorca. Si alguien aún se acerca a El Ministerio del Tiempo con esas miras, es que no ha entendido nada, y esta semana en particular le esperaba una enorme sorpresa: el guion a cuatro manos que firman Carolina González, Jordi Calafí, Isa Sánchez y Javier Olivares, dirigido por Catxo López, arranca en términos clásicos, si se quiere. Un soldado de los Tercios como Alonso de Entrerríos tiene reparos en ayudar a la reina inglesa, pero accede por la posibilidad de conocer a su admirado Duque de Alba. Las escenas de camaradería entre Alonso, Felipe, el Duque y Egmont son fantásticas, y reflotan las dudas que corroen a Entrerríos desde el final de la segunda temporada, cuando tuvo que amenazar al Felipe II maduro con matar a su versión infantil para que abandonara las pretensiones de ser rey del tiempo. Y entonces llega la pregunta de Alonso: "imaginad que un mal día este rey o cualquier otro empieza a ir por la senda incorrecta", en lo que Alba inserta un premonitorio y sabio "que no sería la primera vez". El Tercio inquiere si atentaría contra un rey perverso, el gran duque contesta sin dudar que nunca, pues la lealtad es la base del honor, lo que confirma los temores de Alonso. Pero tras una pausa añade: "Sin embargo ellos no sacrificarían una copa de su peor vino por salvar la vida de ninguno de nosotros. Los reyes plantan su trono sobre los cuerpos de miles de soldados muertos". Ahí está el retrato, ahí está El Ministerio del Tiempo, que es capaz de reconocer a los que luchan por el honor, la gloria y la reputación (con Alonso, con el Cid, con Guerrero), y al mismo tiempo lleva cuatro años recordándonos lo crueles que han sido los que han llevado las riendas, desde la primera escena del primer episodio. Aquí no se ensalza al cruel: se le denuncia mostrándole desnudo. El repaso final a cómo Felipe trató a sus fieles aliados, un subrayado descorazonador para Alonso, quien probablemente acabe pensando que hizo bien en amenazar a su rey, aunque acabe de arriesgar su vida para salvarlo.

   En cierto modo, toda la trama de Felipe y María en este episodio es un epílogo a las series Isabel y Carlos, rey emperador, haciendo las veces de coda con una perspectiva histórica más amplia. Además de en el tema, hay pequeñas llamadas al tema, como las referencias a la familia de los dos nobles o el comentario de la anterior vez que se encontraron Angustias y el padre Carranza. Las secuencias entre Irene y la reina María (Rachel Lascar), compartiendo pensamientos personales y pasajes del Libro del Buen Amor, reflejadas en los trucos lúbricos del rey para acostarse cada noche con una mujer 11 años mayor que no le atrae, humanizan a los poderosos. Aunque esté muy centrado en Felipe, el episodio no pasa poco tiempo con María, poniéndose una vez de parte de de las mujeres que el patriarcado tilda de locas cuando le sobran.

   La trama secundaria del episodio no es menos importante: nos trae el fabuloso y breve retorno de Aura Garrido como Amelia Folch para ayudar a Julián a recuperar la memoria y dejar atrás sus recuerdos como Eulogio. No hay puntada sin hilo en la labor de Aura, que de nuevo con la ayuda del equipo de caracterización es capaz de producir a una Amelia reconocible pero diferente, que recuerda en el aspecto a su madre, más madura, más forjada, implacable (como Colombo). Brilla desde sus primeras escenas en catalán hasta los últimos besos anhelados pero que no se llegan a dar Julián a Amelia, igual que Rodolfo Sancho destilando distintas fases de las personalidades de Eulogio y Julián, rompiendo paso a paso el dique defensivo que ha puesto a sus recuerdos hasta que el derribo de Amelia lo arrolla, aniquilando las barreras y ayudándole a aceptar el dolor que quiere mantener a raya siendo otra persona. Esos besos no dados que vienen después son una fuente de taquicardias para el espectador, y un recordatorio de lo que no se atreven a darse el uno al otro: Amelia le ha pedido a Salvador que no le pida quedarse, Salvador le besa la mano con el respeto y admiración infinitos que profesa hacia quizás la mejor agente que ha tenido nunca, y esa mano se le escapa. Cuando Amelia y Julián se despiden, con el recuerdo reciente de esa foto de sus vidas juntos con una niña, vuelven a rechazar el impulso de quererse que casi les domina, con un hambre mayor aún que con la que Felipe II siente hacia otras mujeres que no son su esposa, y se separan. Pero Julián no está dispuesto a dejarlo todo como estaba, a reprimirse completamente en todo, y va a buscar a Federico para cumplir lo que se negó a hacer al final de la primera temporada, decirle que va a morir, cuándo y dónde, y llevarle a los años 70 a ver a Camarón de la Isla cantando su "Leyenda del Tiempo". Podría parecer apresurado, pero en esos momentos el capítulo no lleva una hora en nuestras pantallas: estamos viendo la culminación de algo que empezó 5 años antes y que ha dolido tanto a Julián como nos ha dolido a todos los que vibramos y lloramos con el final de aquella primera temporada. Es la cima de muchos minutos y muchos sentimientos, sobre la que se alza el apoteosis, una bandera que no enarbolamos nosotros ni Julián sino el Federico García Lorca de Ángel Ruiz, eternos ambos, cuando dice entusiasmado: "He ganado yo, ellos no. Dejemos las cosas como están".

   Un último apunte: la mesa donde se discuten las misiones me parece una gran incorporación de esta temporada, y entronca con series como Star Trek, donde el capitán no trabaja en solitario sino que comparte responsabilidades y espera aportaciones del resto de su equipo. Facilita las dinámicas entre todos y cambia la idea de que Salvador decide y envía a su patrulla mesiánica a arreglar el mundo: esto es un trabajo que tiene jerarquía pero donde todas las piezas encajan. Ahora que no tenemos los pasillos del Ministerio llenos de agentes yendo y viniendo (una seña de identidad de la serie, la que más se echa de menos esta temporada: estarán con el COVID o esperando oposiciones), y solo les vemos ocasionalmente en el ascensor o los pasillos del tiempo, es un elemento que ayuda a conectar con el Ministerio como lugar de trabajo, no solo un grupo de diez personas que se dedica a salvar la historia. A fin de cuentas, lo atractivo de esta serie no son solo los esfuerzos heróicos por mantener la línea temporal, sino la gente que lo hace posible sin que nadie se de cuenta.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera  | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 

19 mayo 2020

El Ministerio del Tiempo 19 - "Tiempo de lo oculto"

   Con "Tiempo de lo oculto", El Ministerio del Tiempo añade una bola más al malabarismo de combinar, con mucho acierto, el humor, el drama, la historia y la ciencia ficción, con un punto de vista original y atrevido. Escrito por Borja Cobeaga (Pagafantas) y Diego San José (Vota Juan) y dirigido por Javier Ruiz Caldera (Superlópez), el capítulo nos cuenta la historia de Lombardi, de cómo descubrió por accidente las puertas del tiempo buscando psicofonías y ha convertido en la obsesión de su vida revelar la existencia del Ministerio. Y el público le escucha.
   Arranca con una insólita escena de la intimidad de Salvador Martí (Jaime Blanch, que si siempre es imprescindible aquí está superior) en el barbero, digna de Scorsese. Luces y sombras. Parece particularmente vulnerable, con el cuello expuesto a la navaja de don Anselmo, e incluso su manera de hablar es más relajada: aquí no es el omnipotente subsecretario, solo un hombre más. Aquí, por tanto, es donde viene a verle Lombardi (Roberto Drago), donde reaparece ese "alguien que le dio mucho trabajo hace 7 años y medio, casi ocho" (pero que él de entrada no recuerda, ni nosotros, porque nunca le hemos visto; primera pista del menosprecio que le resiente), para asegurarle que esta vez sí va a desvelar la existencia del Ministerio. Hay ecos de una historia  pasada y secreta de la organización, de lo que ocurrió antes de que los espectadores llegáramos a la serie, que suenan a rencillas, a venganzas calculadas que se sirven frías. El toque mafioso de Salvador no es casual: se repetirá cuando diga que puede ser necesario eliminar a Lombardi y cuando le dispare a bocajarro en los pasillos, aunque sin bala. Vuelve a recordarnos que Salvador no se anda con chiquitas. 
Cartel de Sergio Iniesta
   Pese a ese inicio ominoso, "Tiempo de lo oculto" tiene mucha, muchísima comedia. La retranca del episodio arranca con ese parapsicólogo argentino que, por una vez, tiene razón, y que ignora que, en realidad, siempre ha trabajado para el Ministerio. En la relación con su hija (una muy divertida Anna Castillo) y luego con Cristóbal Colón (Joan Carreras), lo que le lleva a alterar drásticamente la historia, siendo el argentino el que descubre América. Pero no acaba ahí, ni mucho menos: en sus primeros minutos lanza divertidos guiños a los ministéricos que, en la vida real, acuden en masa a hacerse fotos a la puerta de la supuesta sede de la organización en la plaza Duque de Alba de Madrid. A los audímetros y su manipulación (o inexactitud), viejo caballo de batalla de la serie. A cómo el propio Salvador se inventa, con todo su aplomo, cosas como el "nivel de alarma alfa" para ganar tiempo y no dejar traslucir que no tiene ni idea de cómo solucionar el problema. Improvisando, que para algo es español.
Cartel de Míkel Navarro

   El gran triunfo del episodio, entonces, es el truco entre cervantino, molieresco y kafkiano que emplea Salvador para hacer creer a Lombardi que se ha equivocado: convertir el Ministerio del Tiempo en un lugar aburrido. Aprovechando el foco de los últimos episodios sobre las preconcepciones, los prejuicios y los tópicos, la serie le da la vuelta a la proporción entre lo excepcional y lo mundano que suele ofrecer, primando lo segundo: el Ministerio se disfraza entonces para transformarse en la imagen típica del funcionarado del país, aburrido, atrasado, poco atractivo. Con papeleo, gestores de obras públicas que pierden el tiempo (nudge, nudge) y un Velázquez que juega al solitario y "hace dibujitos". Tras 18 capítulos reinventando la imagen del funcionario español y haciéndola llamativa, rompedora, moderna e imprescindible, se refugia en el lugar común de lo gris. El subterfugio casi sale bien.
   Luego viene el capítulo más convencional, si se quiere, la misión: Lombardi se pierde en el pasado (divertidísimo su breve viaje a tiempos godos, y brillante la idea del árbol como puerta) y conoce a Cristóbal Colón, reivindicándose ante su hija, pero no contento con tener razón, su ego le empuja a hacer más, a dejar de ser menospreciado: sin ningún plan maligno, pura personalidad. La Patrulla se salva por estar viajando por el tiempo cuando cambia el tiempo (wibbly wobbly timey wimey), y resultan los únicos en saber que Lombardi ha cambiado la historia, lo que les permite evitarlo. Pero no dejan de caer prejuicios y lugares comunes: el huevo de Colón, la búsqueda de las Indias, los portugueses y las toallas. Esta vez el pasado es casi como una mezcla de Mel Brooks y Mariano Ozores: mucho más divertido, sin dejar de poner mucho en juego.
   "Óleo sobre tiempo", "Tiempo de lo oculto" y "Hasta que el tiempo nos separe" cumplen en esta temporada además la función de aligerar la gravedad y dramatismo de capítulos como los de Filipinas, la Vampira o Felipe II. Aunque nunca hay episodios puramente serios o cómicos, impiden que nos acostumbremos a una sola manera de interpretar la serie, a un único grado de epicidad o costumbrismo, e inyectan (en una temporada más larga) puntos de vista sorprendentes y frescos que la mantienen viva y siempre original, ofreciéndonos nuevas facetas de los protagonistas y dibujando una Historia más compleja y hecha de personas, antes que de personajes.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera  | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 


14 mayo 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (IV)

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Madrid, 2018
   - Cierre, por favor. Y tome asiento, señor Argamasilla.
   El despacho de Salvador estaba impoluto, como siempre, pero Joaquín María Argamasilla había notado que algo extraño ocurría en el Ministerio casi desde que había atravesado la puerta desde 1926 para responder a la llamada del subsecretario. Todo estaba tremendamente silencioso, no se había cruzado con nadie en los pasillos, y solo Germán, el bedel, seguía inasequible al cambio en lo alto de la escalera, leyendo el mismo periódico deportivo de siempre.
   - Salvador le espera -había dicho sin levantar la mirada.
   La luz de la cafetería estaba apagada, igual que la mitad de las luces de las instalaciones superiores del Ministerio. Incluso los paneles fluorescentes del claustro, que solo quedaba parcialmente iluminado por la luz del sol. Ni siquiera Angustias estaba en su puesto, y eso solo ya resultaba alarmante.
   - Seguimos en fase de baja actividad -dijo Salvador, y como explicación general de todo lo que se hubiera encontrado, añadió-. Hay que ahorrar. Pero no por los motivos que piensa la mayoría...
   Salvador Martí sabía como intrigarle a uno:
   - Antes de nada, señor Argamasilla: ¿van bien las relaciones con su patrulla?
   - Sí, bueno, ahora que no tenemos misiones, un poco más apagadas, pero intentamos vernos al menos una vez al mes para reforzar lazos, como usted propuso, y Julia nos va a llevar a visitar una exposición sobre máquinas pensantes... "Nosotros, robots", creo que se llama. Me parece algo imposible, pero...
   - ...pero en este Ministerio somos como Alicia y vemos tres cosas imposibles antes de desayunar. Le gustará, además, usted podrá ver como son las maquinitas por dentro. Por algo así le he llamado: por lo imposible.
   - Usted dirá: me extraña que me haya llamado solo a mí.
   - Esta no es una misión para su patrulla -Salvador se frotó las manos, como tratando de moldear y comprimir la idea que iba a transmitir-. Al principio solo fue usted: el hombre con rayos X. Pero el año pasado encontramos a otro ser único: un soldado inmortal.
   Argamasilla abrió mucho los ojos y se inclinó hacia adelante:
   - ¿Cómo inmortal?
   - De los que no se mueren. Este Ministerio ha tenido que lidiar con rebeliones, intentos de asesinato jugadores de fútbol díscolos y premios de Eurovisión improcedentes. Podemos trabajar con la política, con el secreto, con la guerra y con sociedades secretas. Hasta con lo insólito. Pero no con lo imposible. Y si lo imposible forma parte de la historia, como parece que así es, debemos luchar con sus mismas armas.
   - ¿Qué propone?
   - Le propongo que forme usted un equipo especial, una patrulla que solo se encargará de misiones relacionadas con personajes extraordinarios. Con... poderes como los suyos. No abandonará la patrulla a la que ya pertenece: este equipo solo trabajará, bajo su liderazgo, cuando la situación lo requiera. Hemos tenido problemas con dos personas especiales en 40 años, posiblemente en 400, no va a ser algo que suceda todos los días. Pero cuando suceda, la próxima vez quiero que estemos preparados.
   Argamasilla reflexionó. La propuesta implicaba un cierto peligro. Pero, por otro lado, últimamente se aburría en los años 20, sin misiones que cumplir y tras el "fiasco" de Houdini. Además, había cometido la imprudencia de leer su ficha en la Wikipedia, y sabía que dentro de dos décadas dejaría de ver a través de las cosas. Sus poderes tenían fecha de caducidad. ¿Y si eso le pasaba a otros? ¿Era la razón por la que no habían pasado a los anales de la historia?
   - Acepto -dijo convencido.
   - Estupendo -Salvador cerró el acuerdo con un apretón de manos-. Recibirá un aumento salarial proporcional, que por razones de discreción aparecerá en su nómina como "Plus de excepcionalidad". Ernesto le espera en el archivo: ha seleccionado una docena de posibles casos de personas de la historia de España con poderes que habría que investigar en profundidad, para formar el equipo -cuando Argamasilla estaba a punto de marcharse, el subsecretario añadió-. Ah, ¡y vaya pensando un nombre para el equipo! Y, por el amor de Dios: no los llame La Patrulla X, que luego nos corren a demandas... 

   Madrid, 1946
   - ...y en esto me he pasado el último año, viajando por la historia, confirmando y desmontando leyendas, y formando el equipo.
   Pacino repasó con la mirada a los cuatro individuos, que junto a él y Míkel Navarro, atestaban el interior del carromato circense en el que se encontraban. El más grande, el coloso con la barba y el bigote bien cortados y la capa roja que les había salvado, era un soldado llamado Diego García de Paredes, y había sido reclutado en 1500, donde se le conocía como "el Sansón de Extremadura" y el hombre más fuerte de Europa. Una vez, asediando una ciudad turca, lo había enganchado por la armadura una máquina terrible que lanzaba a los soldados contra la muralla, y si aún respiraban los izaba para que las tropas en lo alto acabaran con ellos: Diego no solo paró el impacto contra la muralla, sino que cuando lo elevaron acabó con todos los enemigos que se le tiraron encima. Docenas. Ahora, sin embargo, tenía una presencia calmada y humilde que contrastaban con el furor que, decían, le imbuía en batalla.
   - Es un honor servir a mi patria, en cualquier época.
    El otro hombre del grupo también llevaba un bigote llamativo, más poblado que el de Diego, y vestía un uniforme de corte militar decimonónico.
   - Yo a usted le conozco -dijo Míkel, muy sorprendido.
   - ¿Estás seguro? -repuso Pacino por lo bajo.
   - Usted es una leyenda -insistió Míkel-. Quiero decir, entre los míos.
   - No opinan lo mismo en mi época -contestó el caballero, algo escocido por el recuerdo pero aceptando el halago.
   - Pacino: te presento al teniente Isaac Peral, inventor del submarino torpedero.
   - Ostras, ¿Peral? Yo pensaba que había sido Monturiol...
   - ¡Siempre Monturiol! ¡Qué bien se vende! Narciso no tenía malas ideas, pero el Ictíneo solo era una curiosidad para turistas. El Submarino Peral, señor mío, es una maquina militar de 20m de eslora, con propulsión eléctrica y capacidad para lanzar torpedos. Y aunque pasó todas las pruebas, en 1890 el gobierno pensaba dejarlo pudrir en un dique...
   - O sea, que tienen un pedazo submarino -resumió Pacino.
   - Y más cosas -dijo Argamasilla-. El teniente Peral es un genio de la electricidad, y con los fondos del Ministerio ha inventado varios aparatos realmente interesentes.
   Las miradas se posaron ahora, indefectiblemente, en la última persona de aquel grupo. Era una mujer de edad indeterminada, entre 20 y 40 años, bronceada y con arrugas por la exposición al sol, de pelo negro un tanto enmarañado y una túnica asimétrica, de un tejido poco fino, que dejaba un brazo al aire. Les miraba a todos con curiosidad, y con una expresión divertida.
   - Él es superfuerte, él es superlisto -Pacino iba repasando a los miembros de aquella patrulla excepcional-. Tú eres el superespía, con lo de los ojitos, que ya nos conocemos. ¿Y ella? ¿Tú qué haces?
   La mujer siguió mirando a Pacino, y tardó unos instantes en contestar. Cuando lo hizo, habló con un acento exótico que ocluía las vocales y una sintaxis de lo más extraña:
   - Ella nada nunca noche. Ella sol todo mueve.
   - ¿Viene de América? ¿Qué dice, que nada? ¿Nada muy rápido?
   - Viene de Almería -aclaró Argamasilla-, del año 2620 antes de Cristo.
   - La leche. De tu tierra venimos hoy, vaya caminito.
   La muchacha tardó un poco en reaccionar, con una sonrisa de dientes mellados.
   - Lleva un auricular que me dió Salvador, traduce todo a su idioma mientras ella aprende el nuestro. Aprende rápido. Allí solo la llamaban "ella", nosotros la llamamos Indalo: la encontramos cerca de Los Millares, no la dejaban vivir dentro de la fortificación, pero al parecer tenía sus trucos para entrar cuando quería. De día: Indalo necesita que brille el sol para que funcione su poder.
   - ¿Entraba cuando quería? No me digas que atraviesa paredes.
   - No. Indalo vuela.
   - Y cuando vuela es precioso -apostilló Diego, maravillado.
   Todos volvieron a posar su mirada en aquella mujer pequeña y morena, que les devolvió la mirada con una risa franca en la que faltaban algunos dientes. Ser fuerte, ser listo, incluso ver a través de las cosas eran habilidades útiles o incluso increíbles, pero de algún modo parecían más íntimas, circunscritas a uno mismo. Volar era algo absolutamente imposible para el hombre. "Bueno, y parir", se dijo Pacino.
   - ¿Cómo os llamáis? -preguntó Mikel con interés-. Salvador dijo que buscaras un nombre para el equipo.
   - Ah, sí. Costó mucho: ninguno les gustaba.
   - "Los Tres de Argamasilla" -dijo Peral, despectivo-. Esa era la clase de ideas que se le ocurrían.
   - Yo propuse Círculo Justiciero -añadió Diego-, pero según Don Salvador ya estaba cogido.
   - Cuando lo oyó, Ernesto nos propuso "Garra Justiciera", no sé de donde lo sacó... Pero así nos hemos quedado. En principio cada uno vive en su época, y cuando somos necesarios, acudimos. El Ministerio tiene un circo itinerante por el tiempo que nos sirve como tapadera y base de operaciones.
   - ¿Y os han enviado para apoyarnos?
   - No exactamente. Ya estábamos en esta época: hace una semana se detectó un vampiro en Guadalajara, y nos enviaron a cazarlo. Resultó que solo era un descerebrado que le chupaba la sangre a las señoras.
   - Al menos probé con él mi nuevo rifle lanzadescargas -declaró Peral, que recibió el asentimiento cómplice de Pacino. Que la chupe y que la siga chupando el mamón.
   - Nos íbamos ya a nuestras épocas cuando recibimos una alerta de Ernesto. Ha llegado alguien del futuro al Último y Principal Ministerio.
   - Ya, sí. En eso estaban cuando nos fuimos.
   - Parece que quiere que se cierren todas las puertas anteriores al año en que se fundó el Ministerio. Eso puede comprometer muchas misiones, pero si dice la verdad no habrá otra solución que hacerle caso. Están comprobando si tiene la autoridad que pretende.
   - ¿Y entonces?
   - Creo que ya lo entiendo -aventuró Míkel-. Llega alguien del futuro justo cuando se detecta una descarga temporal de la leche en el pasado. Son dos acontecimientos insólitos, casi sin precedentes.
   - Y Federico García Lorca estaba en la lista de individuos que me presentó Ernesto cuando organizaba la Garra: parece que tenía sueños premonitorios.
   - O sea, que puede que todo esté conectado, y no tenemos mucho tiempo para resolverlo, o la tipa esa se hará con el control del Ministerio. Vale -Pacino se levantó-. Pues manos a la obra, hay que encontrar a Lorca, y al hombre que iba con él. Me juego algo a que conoce a la rubia.
   - Ella otra después viene, verdad dice no no, tú dices -expresó algo turbiamente Indalo-. ¿Algo quiere?
   - Nadie monta algo tan complicado como esto si no gana algo, Indalo tiene razón -respondió Pacino-. También tenemos que saber qué ganan con cerrar las puertas anteriores al rabino. Se nos amontona el trabajo.
   Salieron del carromato, a la fría noche madrileña, y Míkel añadió:
   - Jo, pues yo os hubiera llamado la Patrulla X, eso fijo.

* * * * *

   Babilonia, 1387 aC
   El líder supremo repasó una vez más los planes. Todas las piezas estaban en su sitio. Finalmente, tenían la última Llave de Ishtar y era el momento de empezar la partida final.
   - General Jafar, Guardián de la Puerta: reúne a las tropas.
   - ¿Señor?
   - Ha llegado el día. Hoy Babel invadirá el tiempo, y no habrá ningún Ministerio que nos lo impida.
   El General Jafar (que en realidad se llamaba Agum) se llevó el puño derecho al hombro izquierdo y realizó una profunda reverencia antes de dirigirse a las escaleras que descendían hasta la base de la torre. El líder supremo sonrió satisfecho: ciertamente habían pasado muchos años, pero la venganza merecía cocerse a fuego lento.
   El espejo de plata de sus aposentos le devolvía la imagen de un hombre de barba cana y calva manchada por la edad, pero aún conservaba cierto porte y gallardía. Y cualquiera que lo hubiera frecuentado de joven aún hubiera reconocido, sin dudarlo, el rostro de Julián Martínez.
(CONTINUARÁ...)
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