Ayer, TVE nos dio la gran y esperada noticia: El Ministerio del Tiempo tendrá una tercera temporada. Para celebrarlo, he escrito este pequeño cuento, mi primer fanfic ministérico con Pacino. Espero poder traeros pronto el capítulo 11 de "Incluso el propio tiempo". Mientras tanto, demos un pequeño salto al pasado, hasta la primavera de 2016...
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Madrid, 5 de marzo de 2016
Tras un largo rato en el que sólo se escuchaba el tic-tac de los relojes y el pasar de páginas del libro de Amelia, la puerta del despacho de Salvador Martí se abrió y un par de voces llegaron desde la antesala de Angustias:
- ...y le responde: "¿y tú que crees, que las gallinas están abiertas todos los días?".
La risotada de Alonso hizo temblar los cristales, y Pacino se le unió contagiado por el efecto del golpe final del chiste.
- Veo que llevan bien lo de ser compañeros de piso -dijo Salvador, quitándose las gafas y señalándoles alternativamente con la patilla derecha. Amelia dejó un punto de lectura en la página por la que iba y cerró el volumen.
- Vamos teniendo nuestros más y nuestros menos, no crea -asintió Pacino. A la vez, le echó una ojeada rápida a su compañera y empezó a calcular: iba vestida de su propia
época, pero el libro tenía una portada muy colorida, parecía moderno. ¿Ya sabía de qué iba la misión y
se estaba documentando? ¿Quería decir eso que viajaban al siglo XX, los años que ella menos dominaba? Si era así, a Pacino le iba a gustar estar en su
salsa, para variar...
- Esos Típicos son unos cómicos de cuidado -dijo Alonso, acabando de recomponerse.
- Tip y Coll -le susurró Pacino.
- ¿Cómo?
- Tip. Y Coll -aclaró el otro-. Que nunca entendí el nombre, esa es otra.
- Pues a mi me parece una chanza con "Típicos".
- Bueno -atajó Salvador-, ya disertarán sobre alta comedia española en otro momento. Y cuando acaben, igual hasta les cuento una gorda que casi nos lían Jose Luis Coll y Erasmo Pascual en 1964.
- ¿De qué se trata esta vez? -dijo por fin Amelia. Así que no lo sabía, asumió Pacino. Tomó asiento con más comodidad y media sonrisa afloró involuntariamente en su rostro. Intentó fijarse más en el título del libro, pero las manos de Amelia se lo tapaban.
- Es una misión rutinaria, me temo -dijo Salvador volviendo a colocarse las gafas y tomando un papel que tenían delante. Leyó un par de detalles, dejó sus notas y les miró haciendo un puente con los dedos de ambas manos-. Pero les necesito porque es una rutina un tanto... imprevista.
- Rutina imprevista -señaló Alonso-. Eso de entrada no parece muy normal.
- No lo es. Se trata de algo que debemos hacer periódicamente pero que puede tener consecuencias imprevistas, y prefiero encargárselo a ustedes, que con el asunto de Cervantes ya me han demostrado tener sobrados recursos. Y moverse con soltura en épocas distintas, eso también es un valor añadido: no necesitamos una Patrulla de especialistas.
- ¿Entonces? -la curiosidad de Amelia estaba despierta. Hizo un movimiento y Pacino consiguió por fin lo que quería: "Los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus". Vaya, pues nunca hubiera dicho que a doña Perfecta le fuera la ciencia ficción...
Salvador volvió a quitarse las gafas, las miró sopesando lo que iba a contar, y consideró que la decisión que había tomado era la correcta:
- Tienen que atravesar la puerta número 3 -Alonso y Amelia intercambiaron una mirada: nunca habían visto una puerta con un número tan bajo.
- ¿Y habrá que descender muy profundo por esa escalera endemoniada? -respondió con aprensión Alonso.
Salvador sonrió
Real Alcazar de Segovia, dos horas después
Salvador saludó afablemente al viejo guardia de seguridad de la estancia que, antaño, había contenido el tesoro de Castilla. Parecían conocerse, pero no estaba claro si el guardia pertenecía al Ministerio o tomaba al subsecretario por un aficionado a la historia castellana. Al poco, les dejó solos:
- No le había visto yo fuera de su despacho aún -dijo Pacino.
- ¿Que se piensa, que no tengo más vida que el Ministerio? Hacía tiempo que no venía por aquí, y me gusta recordar este sitio... Es bueno no olvidar nuestros orígenes. Para la reina Isabel, las primera puertas fueron un tesoro tan grande como el mismísimo libro para crearlas. Así que las guardó en el lugar que consideraba más seguro de todo su reino: aquí, donde quedaba (y mermaba) el tesoro de Enrique IV. No las hemos movido porque presentan dificultades... peculiares -tocó una de las grandes piedras que formaban las paredes: sorprendentemente, la piedra se iluminó con un barrido de luz verde, leyéndole la palma de la mano.
- "Identidad confirmada" -dijo desde algún lugar una voz que se parecía mucho a la de Irene-. "Bienvenido, señor Martí".
Un paño de pared se dividió en dos, revelando una versión reducida de la conocida escalera de caracol del Ministerio, con sólo 12 escalones.
- Hemos hecho algunas modificaciones sobre la cámara original -dijo Salvador con satisfacción, al ver la expresión de asombro de los tres. Bajaron la corta escalinata y al pie se encontraron con un único y corto pasillo, con sólo tres puertas numeradas del 1 al 3-. Como saben ustedes, este Ministerio fue fundado como un despacho especial de la corona por la Reina Isabel de Castilla.
- Hemos hecho algunas modificaciones sobre la cámara original -dijo Salvador con satisfacción, al ver la expresión de asombro de los tres. Bajaron la corta escalinata y al pie se encontraron con un único y corto pasillo, con sólo tres puertas numeradas del 1 al 3-. Como saben ustedes, este Ministerio fue fundado como un despacho especial de la corona por la Reina Isabel de Castilla.
- A partir de la información contenida en el libro del rabino Abraham Levi, sí -recitó Folch de corrido.
- Sí, claro, lo recuerda usted bien. El despacho no se instauró hasta después de la ejecución de Levi.
- Aparente ejecución -intervino ahora Alonso, mirando con satisfacción a Pacino.
- Eso me lo tienes que contar luego con detalle -le respondió bajito el policía.
- Aparente ejecución -repitió el subsecretario sin molestarse por las interrupciones-. Durante los primeros años, la custodia del Libro de las Puertas recayó directamente sobre la propia Reina Isabel. Buscó hombres de confianza, letrados, discretos y fieles a su persona, que pudieran entender las esotéricas instrucciones de Levi, que acabarían formando el equipo de primeros agentes. La primera Patrulla, por así decirlo. Bueno, el primer proto-Ministerio en general, porque eran tan pocos que ellos tres se encargaban prácticamente de todo: exploración, investigación, construcción de puertas. Fue en el trascurso de aquellos primeros viajes cuando se dieron cuenta de que el pasado no estaba del todo asegurado, y que en ocasiones había que actuar para preservarlo.
- Vale -dijo Pacino, asimilando fragmentos de la historia del Ministerio que desconocía-. ¿Y a cuándo va esa tercera puerta? ¿Y las otras dos, ya puestos?
Salvador, como otras veces, se anduvo con rodeos:
- De la puerta número 1, mejor no hablar. La 2 quedó fuera de servicio en 1862 (tenía retintín el año) a causa de un incendio en el Alcázar. Y la 3... -se detuvo un momento ante ella-. Tienen que pensar que aquellos eran hombres de finales del siglo XV trabajando sobre un manuscrito escrito por un rabino judío. Tenían sus reticencias. Y al construir la tercera puerta, decidieron improvisar sobre las instrucciones de Abraham Levi: por lo general, una puerta que no siga al pie de la letra las instrucciones del "Libro de las Puertas" tiene las mismas posibilidades de permitirles viajar en el tiempo que... que el Alcoyano de ganar la Champions League. Pero algo hicieron aquellos quisquillosos agentes de la primera Patrulla, que aquella puerta "a su manera" les funcionó.
- Típico español -dijo Pacino con una risilla-. Tocamos, lo jodemos, y luego funciona de chiripa.
- Sí, pero funciona de manera imprevisible. La puerta número 3 es la que más veces ha cambiado de destino en el Listín desde que existe el Ministerio. Hemos intentado descubrir un patrón, con las fases de la luna, o las fluctuaciones del precio del trigo, pero nada: el periodo de mayor estabilidad se mantuvo entre 1890 y 1903, saltaba atrás exactamente 25.500 años hasta el periodo glacial; por lo general, tarda menos de seis meses en reconfigurarse. Nuestros chicos de Desarrollo creen que están a punto de dar con la clave, pero -rió sin humor- eso llevan diciendo desde... Bueno, desde Isabel la Católica.
- ¿Así que sólo necesita que pasemos al otro lado y descubramos el año? -dijo Alonso, desilusionado.
- Sé que puede parecer una mera formalidad, pero piense que pueden acabar absolutamente en cualquier época. Incluso, Dios no lo quiera, podría ocurrir la desgracia de que el destino de la puerta cambiase antes de que vuelvan. Para eso llevan el móvil, para que se puedan comunicar con nosotros y, en el peor de los casos, podamos tratar de organizar una expedición de rescate.
- ¿Vosotros lo veis claro? -preguntó Pacino a sus dos compañeros.
- Yo no tengo miedo -dejó claro Alonso.
- Ni yo -mintió Amelia. Pero la curiosidad le podía-. ¿Cuál es el último destino conocido de la puerta?
Salvador no se lo había dicho aún. No necesitaba tener delante los datos de la misión, lo recordaba perfectamente:
- Hace seis meses: Cerro Salomón, en Huelva, año 660 antes de Cristo.
Amelia abrió mucho los ojos: y pronunció una única palabra
- Tartessos -la curiosidad había aniquilado a cualquier miedo a quedar de nuevo perdida en el pasado. Sentía la misma emoción que debio sentir Cristóbal Colón al pisar por primera vez América, o Mari Pepa Colomer al pilotar el primer avión. Volvió a comprobar el peso de la mochila que llevaba: les habían preparado un equipo básico para afrontar la mayoría de épocas y climas con los que se podían encontrar.
- Pueden llegar a cualquier momento y lugar de la historia de España -dijo Salvador una última vez, ya más como incentivo que como advertencia ominosa.
- Eso es lo grande de este trabajo -dijo Amelia
Pacino abrió la puerta. Amelia cruzó la primera. Alonso de Entrerríos se santiguó antes de pasar el último. Rumbo a lo desconocido. Por deber, por patriotismo, por honra o por amor al puro conocimiento.
- Eso es lo grande de esta Patrulla -dijo Salvador cuando ya no le oía nadie. Acarició el viejísimo rótulo numeral romano que indicaba que esta era la puerta 3, y le sacudió el polvo.
Salió del Alcázar en dirección al parking, donde le esperaba Ernesto con el coche. El viaje de vuelta a Madrid transcurrió casi en silencio, atentos a que el teléfono sonase en cualquier momento: en el fondo era cierto, el Ministerio era toda su vida.
A la altura de Collado Villalba, Salvador comentó:
- Ya lo decía Don Emilio Redón: "en este Ministerio puede pasar cualquier cosa. Y en la Tercera, más".
- F I N -