(Viene de "Un Acto de Venganza")
Un Acto de Amor (X)
Por Mª Nieves Gálvez
(Oficinas del Ministerio, 2017)
- Hemos acabado, pero no os veo muy convencidos -observó Amelia, subiendo la escalera helicoidal.
- No sé -gruñó Julián, algo rezagado. Subía cada escalón casi en contra de su voluntad -. No estoy seguro de volver a mi época.
Ella se giró hacia el enfermero con extrañeza:
- Qué raro; tú siempre tienes ganas de acabar la misión y volver a casa. A lo que sea que hagas allí.
- ¿"Lo que sea"? No tengo tanto misterio. Sabes todo de mí, excepto mis horarios de ir al baño. Que por si te interesan, son bastante regul...
- ¡Arg, calla! -se ruborizó ella-. ¡Demasiada información!.
- ¿Y si no hemos terminado la misión? -les interrumpió Alonso.
Amelia recuperó la seriedad y se encogió de hombros:
- Gil Pérez va a sedar a Lope y llevarlo a casa; le hará creer que todo fue un sueño. Y la Contraarmada "Invencible Inglesa" no ha podido acabar con La Coruña ni con María Pita.
- Pero teníais más planes en Portugal... y la última llamada de Ernesto los interrumpió - recordó el soldado, dubitativo.
Se hizo un silencio incómodo, sobre todo para la jefa de la patrulla:
- Estoy al mando. Soy yo quien debería decidir el final de las misiones.
- Os pido perdón. Quizá me estrujo demasiado la sesera desde que os atrapó ese cambio en la Historia -admitió Alonso-. Cuando nosotros estábamos de viaje y vos no.
Amelia frunció el ceño: en el fondo, a ella también le inquietaba la posibilidad de que aún quedaran cabos sueltos...
- Vamos a la cafetería -indicó a sus subordinados.
En cuanto el camarero anotó el pedido y les dejó a solas, Amelia retomó el tema:
- Quiero que analicemos todas las dudas antes de la reunión con Salvador. Empezad.
Alonso le dio las gracias con un
gesto. Pocos superiores sabían escuchar, ni siquiera en el Ministerio.
Por eso la apreciaba tanto.
- Yo nunca voy a cuestionar vuestra autoridad. Esta misión me ha hecho admirar aún más el mérito de vuestro trabajo. Siempre habéis sabido guiarnos a través de la Historia. Es sólo que ahora...
- Ahora vengo de un mundo incorrecto
-admitió ella-. En el que Portugal era inglés y María Pita murió antes de tiempo. Pero eso tiene remedio -añadió, para alivio de Alonso-: puedo estudiar Historia otra vez.
- ...y en ese mundo, Maite vive -estalló al fin Julián.
Así que de eso se trataba. Amelia desvió la vista nerviosamente:
- ¿Quién te lo ha dicho? ¿Alonso?
- Tú, ahora mismo -mintió el enfermero-. No lo has negado.
El camarero apareció con el pedido; la patrulla, incómoda por el difícil tema, casi agradeció la interrupción.
- Lo siento por ella y por ti,
Julián -murmuró Amelia al fin, cuando los tres volvieron a estar solos-.
Pero ese mundo estaba mal: a cambio, Drake habría matado a mucha más
gente.
- A sangre y fuego -asintió Alonso con convicción-. Lamento vuestras cuitas, pero es mejor así.
- Lo sé, ¡no me quejo de eso! Es que... no sabemos si hemos arreglado del todo los cambios. Así que tampoco sé lo que me encontraré al llegar a casa.
- Entiendo. Puede estar tan viva como muerta. A la vez -se estremeció Amelia, mientras Alonso se santiguaba.
- Como el gato de Schrödinger
-bufó Julián, malhumorado-. Pero lo peor es que no sé si queda libre alguien de Leiva, para rematarla a ella y al resto de mi familia.
- Pues estamos bien -resopló la mujer, cada vez más exasperada-. ¿A dónde quieres ir a parar con todo esto?
- Al siguiente objetivo de los ingleses. Si queda alguien de Leiva con ellos, necesito saberlo.
Amelia hizo memoria, pero acabó por negar con un gesto:
- Sé cuál fue su siguiente objetivo en mi mundo, pero no estoy segura de que sea igual en éste.
- Hay alguien en 1589 que sabe casi tanto como tú; tendrá que servir -improvisó Julián-. ¿Me dejas tu teléfono?
* * * * * * * * * *
(Vigo, finales de Mayo de 1589)
A sangre y fuego: así se estaba
cebando la Contraarmada Inglesa contra Vigo y El Ferrol. Dos pequeñas
ciudades en las que Drake no debería intervenir, excepto para destruir
algunos barcos españoles de sus astilleros.
Pero atacar así a la población civil estaba muy lejos de sus órdenes.
Un ex-presidiario inglés, ahora
convertido en pirata, prendió fuego a un establo para obligar al
ganado a salir. A su lado, varios secuaces acorralaron a los animales hacia una
de las numerosas chalupas de Drake.
- ¡Por favor! -rogó el granjero, por enésima vez-. ¡Eso es todo lo que tengo! ¡Mi familia lo necesita, o moriremos de hambre!
- ¡Nosotros también! -ladró el pirata; derribó al desgraciado de un puñetazo e hizo presa en la
muchacha que se ocultaba tras él-. Necesitamos provisiones. ¡Y mujeres!
El anciano granjero y su hija intentaron resistirse, a pesar de estar recibiendo un aluvión de golpes.
El rufián se hartó de discutir: sujetando aún a la mujer con una mano,
alzó con la otra un sable para acabar con el
desgraciado. Pero para sorpresa de su víctima, se quedó rígido de
pronto:
- ¡Atrás, perros piratas! -ordenó una voz con acento portugués, a espaldas del malhechor.
El recién llegado extrajo su
sable del cuerpo del expresidiario, que se derrumbó con el pecho
atravesado de parte a parte. Otros dos bribones le salieron al paso,
sólo para caer derribados por el justiciero, que esgrimía
un arma en cada mano.
- ¡Detened el saqueo! -ordenó el
portugués: tras él apareció un grupo de soldados. Al fondo se veía un
velero luso, del que estaba desembarcando otro pelotón de rescate
similar.
La inesperada ayuda reanimó a
los aldeanos, que aún se defendían blandiendo armas y aperos de
labranza. Los defensores redoblaron sus ataques, hasta conseguir que el
enemigo tuviera que huir con las manos vacías.
- ¿Su objetivo era la comida?
-se escandalizó el líder portugués, al ver el botín que los lugareños habían
conseguido salvar del pillaje-. Drake ha vuelto a sus orígenes de simple
pirata...
- Y vos a vuestros orígenes de guerrero, Don Sebastián -contestó Lola-. ¿Cómo es posible que manejéis así la espada?
- Porque no me
dediqué a aprender cosas mejores; sólo a luchar -contestó el rey
destronado, dejando caer las armas con repugnancia-. Mi tío Enrique era
cardenal: siempre me dijo que eso y la fe me bastarían, como en los libros de caballerías. ¡Pero me engañó!
- No penséis en eso -le consoló Lola Mendieta, arrepintiéndose de haber sacado el tema-. Hoy habéis salvado a esta gente...
- Me educó para meterme en batallas a ciegas, sin estrategia -reflexionó él con desánimo al sentarse, o más bien derrumbarse, sobre un montón de escombros. Había rabia en su voz-. Para hacerme morir en combate y quitarme el trono. Fui tan necio que nunca escuché a nadie más: ni a mi sabio maestro Alejo, ni a mi tío Felipe ni al capitán Aldana. ¡Y así lo perdí todo! Mi país, mis amigos...
Lola esperó pacientemente; no era prudente acercarse a un guerrero en aquel estado. Pero sabía cómo manejarlo.
- No podíais saberlo -dijo ella al fin-. Sólo teníais ocho años cuando os apartaron de vuestro maestro, y murió poco después. Pero ahora sois más sabio y el cardenal Enrique ya no manda en Portugal. Ahora podéis salvar a mucha gente.
Él tardó un tiempo en escucharla. Pero al fin alzó la vista hacia ella, abatido:
- ¿Cómo estáis tan segura de mi valía? Yo tuve parte de culpa, por creerle. Y ahora... ya no sé qué creer.
Ella le mostró un teléfono móvil:
- Estoy segura porque he visto el futuro. Y me acaba de llamar desde allí alguien que nos ayudará a cumplirlo: Julián Martínez, del Ministerio del Tiempo. Sin usar armas, si eso es lo que os preocupa.
* * * * * * * * * *
(Costa de Peniche, 50 km al norte de Lisboa. Junio de 1589)
El velero portugués era veloz; mucho más que los pesados galeones ingleses. Lola Mendieta, en cubierta, contempló la ciudad costera mientras aspiraba la brisa marina. Un olor muy diferente del de los calabozos de Loarre; el aroma del mar era el de la libertad.
Julián y Don Sebastián se acercaron a ella como si esperaran órdenes.
- ¿Es aquí?
Ella entrecerró los ojos y respiró hondo una vez más, antes de volver a la realidad y contestarles:
- Sí: pronto desembarcarán aquí los enviados de Drake. Julián, ¿dices que puede haber entre ellos alguien de Leiva? Aquí saldrás de dudas.
- ¿Qué estarán tramando? -se preguntó Don Sebastián.
La espía sonrió taimadamente:
- La Contraarmada Inglesa está en las últimas; ya deben padecer enfermedades, porque no les quedan provisiones en buen estado. Aquí intentarán conseguirlas. Y algo más importante.
- ¿Más importante que la salud? -resopló Julián, meneando la cabeza. Nunca entendería las prioridades de ciertas épocas...
- Drake y su general Norreys buscan aquí refuerzos para atacar Lisboa por tierra. Saben que no pueden conquistarla sólo por mar.
- ¿Y cree que los rebeldes portugueses se los darán? -se inquietó Don Sebastián.
- Sí, a cambio de "liberar" Portugal del yugo español. La reunión con los rebeldes será en esta ciudad.
Don Sebastián la miró con astucia:
- ¿Y si los rebeldes supieran que el yugo inglés es peor? Existen documentos que lo prueban...
Lola le devolvió la mirada conspiratoria. Se entendían a la perfección:
- Drake nunca dejaría que los rebeldes de Portugal vieran esos documentos -la mujer señaló a Julián-. Pero este enfermero entrometido ya los cambió de sitio una vez; y puede volver a hacerlo, ¿verdad?
- ¿Eso corregirá la Historia? -inquirió el agente del Ministerio.
- Sí -sentenció ella-. Hay que impedir que Portugal sea inglés. Es lo correcto.
- Así volverá a existir el Siglo de Oro -Julián entornó los ojos suspicazmente y añadió con retintín-: y todas las obras de arte con las que haces negocios, ¿no?
Lola lo miró con sarcasmo:
- De algo hay que vivir.
Julián, acodado en cubierta junto a ella, miró el mar largamente. Estaba casi igual que la primera vez que contempló aquellas aguas con Maite, en la cercana Lisboa, durante su luna de miel. Pero esta vez, las olas le parecieron lúgubres: corregir la Historia probablemente condenaría a Maite a muerte. A cambio de atrapar al resto de la gente de Leiva, si la había. De salvar de una muerte aún más segura a los padres de Julián, a sus compañeros, a sus amigos... tenía que centrarse en eso.
- Lo haré -dijo al fin.
* * * * * * * * * *
Cuando Drake desembarcó en Portugal a su títere/candidato al trono luso (un tal Prior Antonio de Crato) se llevó una desagradable sorpresa. Nunca comprendió cómo pudo suceder un error tan catastrófico. Cómo cometió Crato la torpeza de llevar hasta el palacio del señor de la ciudad un baúl que debería contener un regalo para la rebelión: abundantes armas de la mejor calidad, aunque no del futuro. Pero que en realidad, al abrirlo, resultó su perdición.
- ¿Documentos? -exclamó el líder de los rebeldes portugueses, intrigado por el extraño obsequio-. Veamos: una lista de tributos, puertos, fortalezas, las islas Azores... ¿qué significa esto?
- ¿Son las condiciones que deberíamos pagar a Inglaterra, si aceptamos? -se interesó su lugarteniente y consejero.
- ¡No! -intervino el general inglés Norreys, intentando retrasar lo inevitable-. Esto es... ¡es falso!
- ¿Falso? El sello coincide con el anillo que lleva puesto Crato -observó el consejero, ajustándose unas lentes de pinza sobre la nariz-. Leed, señor: quieren nuestras colonias americanas, saquear media Lisboa...
- ¡Es aún peor que lo que pagamos a España! -sentenció el líder rebelde-. Ese comediante, Lope de Vega, tenía razón: ¡Inglaterra no es de fiar!
Los rebeldes portugueses apresaron a Crato y expulsaron a los ingleses con cajas destempladas; no habría trato. Palomas mensajeras partieron a los cuatro vientos, para asegurarse de que las tropas terrestres de Drake no engatusaran a nadie en Portugal.
Nadie reparó en dos espías que, disfrazados de sirvientes, habían hurtado discretamente las armas para sustituirlas por los documentos. Uno era Julián Martínez, agente del Ministerio del Tiempo español. El otro era Don Sebastián, el añorado rey de Portugal, oficialmente muerto años atrás.
- ¿Puedo quedarme las armas que hemos robado hoy? -propuso el enfermero-. Para una buena obra.
- Como deseéis -asintió Don Sebastián-. Lo que importa es que la Contraarmada "Invencible Inglesa" ya no saqueará Portugal. No podrá atacar por tierra, después de esto. Y en cuanto al mar, mis almirantes en Lisboa son excelentes y harán el resto. Drake caerá en desgracia y nunca más levantará cabeza.
- ¿En Lisboa saben que estáis vivo?
- Sólo ciertas personas. Pero sí; Portugal siempre sabrá que Don Sebastián vela por su país, más allá de la muerte. Como un ángel guardían.
- ¿Igual que mi amigo Alonso?
- Así es -el monarca soltó una risita-. Me disteis la idea cuando me contasteis lo del Tenorio. ¿Cuándo volveréis al Ministerio del Tiempo?
- Sólo cuando encuentre a este hombre -explicó el enfermero, sacando unas fotografías de su bolsa-. Es el último de una banda de criminales. Hoy he visto que ha desembarcado aquí con Drake, pero no ha regresado al barco. Y no puedo volver a casa hasta atraparle: ha amenazado a mi familia.
- Bien: ahora sabemos que está en mis tierras. Ordenaré que lo busquen. Y que le hagan un retrato a mano para publicarlo en todas partes, como un criminal común -ofreció Don Sebastián-. Es lo mínimo que puedo hacer.
- Gracias. Y vos, ¿volveréis a reinar en Portugal?
Don Sebastián negó con la cabeza:
- No puedo tener hijos. Además, como espía ayudo mejor a mi país. El trono sólo sirve para que el orgullo se suba a la cabeza, y eso ya me costó muy caro una vez. Perdí a tanta gente... incluso al hombre que más me importaba en el mundo: Francisco Aldana...
- ¿Erais más que amigos?
Don Sebastián le fulminó con la mirada:
- No sois quién para juzgarme.
- Al contrario; en mi tiempo es muy normal. ¿No preferiríais vivir en mi época? -sugirió el enfermero-. Seríais más feliz.
- Sólo sería feliz si evitara su muerte. Pero tardaré veinte años en tener una Puerta del Tiempo para eso. Mientras tanto, seré un espía al servicio de mi país. O un ángel guardián.
- Así que Portugal tiene Puertas del Tiempo, ¿eh? -sonrió el enfermero.
- Resultó que un par de antepasados míos las habían ocultado en sus tumbas: ¡tuve que escarbar bastante! -Don Sebastián le dirigió una mirada significativa-: Imaginad el escándalo cuando empecé a buscarlas.
- ¡Os llamarían de todo menos guapo! - Julián le miró con fingida severidad; pero ninguno de los dos fue capaz de aguantar la risa demasiado rato.
- En fin; ya hemos evitado la primera invasión de Portugal -resumió el monarca, cuando por fin ambos consiguieron recuperar la seriedad-. Hay que vigilar otro punto fijo de la Historia para evitar la segunda, según Lola. ¿Me acompañaréis?
- Sí. ¿Cuál es ese punto?
La respuesta hizo que Julián se arrepintiera de haber abierto la boca:
- No... ¡Otra vez ese siglo, no!
* * * * * * * * * *
EPÍLOGO
(Lisboa, 1808)
La playa era idílica; pero no estaban allí para pasear. Julián y Don Sebastián caminaron por la arena, de regreso al mar.
- Si supiérais cómo destesto las guerras napoleónicas...
- En esta zona no atacarán -afirmó Don Sebastián, acercándose a la pequeña chalupa que les esperaba en la orilla-. Gracias a nosotros.
- Ese baúl de oro pesaba como un muerto -gruñó el enfermero; tomó asiento en la embarcación y se limpió con la manga el sudor de la frente, mientras los remeros se ponían en marcha.
- Sin embargo, salvará muchas vidas -Don Sebastián estaba también cansado por el esfuerzo, pero satisfecho-. Hemos financiado a la gente correcta, así que los espías de Bonaparte ya no podrán atentar contra Wellington en esta playa. Ese inglés ayudará a España y Portugal contra la invasión francesa.
- Tiene gracia: en este siglo Inglaterra es un aliado. Me pregunto qué habría pasado si Francia o Inglaterra hubieran gobernado en Portugal. ¿Os habría ido peor?
- Quién sabe, Julián; ¿habéis cambiado la Historia alguna vez? ¿Salió bien?
El enfermero hizo un repaso mental y negó con la cabeza.
- Hasta ahora, no muy bien. Pero quién sabe...
* * * * * * * * * *
El general Wellington nunca consiguió aceptar del todo la explicación que le dieron sobre el propósito de un extraño grupo, en la playa. Parecían vigilar, pero no se sabía qué, o a quién:
- ¿Por qué no se acercan? ¿No forman parte de la delegación oficial que ha venido a recibirme?
- No. Son sebastianistas -le explicó el diplomático portugués que hacía las veces de intérprete y traductor-. Han venido aquí a esperar el retorno del Rey Don Sebastián.
- ¿No murió hace dos siglos?
- Sí, pero ellos creen que regresará en tiempos de necesidad. Es una leyenda, como las artúricas... no importa, son inofensivos. Sigamos nuestro camino.
El ilustre militar se dirigió hacia su destino, con una última mirada hacia aquella gente. No sabía que en realidad eran centinelas costeros, y que tenían órdenes de protegerle a él. Pero en el fondo, sí sentía por orden de quién: del ángel guardián de Portugal. Don Sebastián.
Y eso era lo que le inquietaba. Que la explicación lógica no le convencía; porque, en el fondo, la otra tenía cierta parte de poética verdad.
Don Sebastián sólo era una leyenda; un recuerdo. Pero ¿no es lo que acabaremos siendo todos, al final?
* * * * * * * * * *
(La Coruña, Diciembre de 1589)
Inés de Ben había caído en desgracia. Su defensa de La Coruña la había dejado viuda, desfigurada y con dos niños que mantener. Y ni siquiera podía volver a poner en marcha su negocio: el valor de la pólvora y armas que suministró a la ciudad (800 ducados, una fortuna) nunca le fue devuelto, a pesar de que varios respetables testigos declararon en su favor. Eran tiempos de guerra: mucha gente había perdido tanto como ella, y España ya no tenía dinero suficiente para compensar a todos.
Eso fue lo que Julián averiguó, después de consultar con Lola. Y el enfermero no podía conciliar el sueño desde entonces.
- Una limosna, noble señor... -mendigó Inés, sentada a la puerta de la iglesia. Sus ojos dañados habían creído notar la presencia de un transeúnte.
- Traigo algo más que eso, Inés -respondió una voz compasiva.
- ¿Me conocéis, señor? ¿Cómo es posible?
- Eso no importa: vos y yo estuvimos en la misma guerra. Y este país tiene una deuda con vos.
Inés se mordió los labios amargamente, para no estallar en lágrimas. Aunque, debido a las heridas del rostro, ya casi no podía verterlas. Tenía los conductos lagrimales muy dañados.
- No me lo recordéis, señor...
- He venido a saldarla. Tomad esto. Y prometedme sólo una cosa: usadlo bien. No lo vendáis a nadie injusto.
Inés palpó lo que le ofrecían y estalló en exclamaciones de gratitud, pero su misterioso benefactor había desaparecido. Se trataba de un cofre entero de armas y municiones, y eran de finísima factura. Suficiente para reabrir de nuevo su negocio, aunque fuese más pequeño que antes. Y para mantener a sus hijos.
Julián vigiló, oculto tras una esquina, hasta asegurarse de que la mujer hubiera guardado el baúl de armas en un lugar seguro. Después realizó su siguiente visita.
- ¿Me recordáis, Mayor? -saludó a la joven que le abrió la puerta.
- Sí... ¿va todo bien? -cuando él asintió, María Mayor Pita sonrió complacida-: Yo volví a casarme, por el bien de mis hijos. El Rey me ofreció paga de alférez, por lo de la bandera; pero no necesito el dinero. Tengo suficiente con mi familia y mi trabajo para el Ministerio.
- Me alegro. Aunque si me permitís el consejo, deberíais reclamar la paga algún día. Podéis usarla para ayudar a las viudas y huérfanos de aquel ataque.
María le miró pensativamente y asintió:
- Quizá dentro de un tiempo. ¿Puedo hacer algo por vos?
- Sólo un favor: os lo agradecería mucho. ¿Podéis entregar esta carta en el Ministerio del 2017? Es para Amelia Folch...
* * * * * * * * * *
"Querida Amelia,
Siento desaparecer así, pero tengo que hacerlo. No debería escribirte, por seguridad. Pensándolo bien, destruye esta carta cuando termines de leerla, como en las películas de James Bond. O cuando Alonso y tú terminéis de leerla, que en parte también es para él.
Hemos corregido lo de Portugal: Drake no lo invadirá. Espero que ese cambio te haya pillado en casa y hayas recuperado los recuerdos correctos. Pero si no ha sido así, si recuerdas que hace poco hemos tenido diferencias, por favor, quiero que estés tranquila. No me voy por eso. Podemos estar en desacuerdo, pero no por ello podría dejar de quererte. Nunca.
Te quiero, Amelia. Eres mi mejor amiga. Eres una de las dos mujeres más maravillosas que he conocido. Pero precisamente por eso no puedo volver a verte. A nadie que me importe. Os pondría en peligro.
Queda libre un criminal de Leiva: esa gente ha amenazado con averiguar a qué personas quiero y matarlas. No regresaré hasta atraparlo; porque si vuelvo a mi tiempo, puede seguirme y ver con quién me reúno. No quiero arriesgarme a eso. Cuando esa gente insinuó que podría estar detrás de lo de Maite, me volví loco... a mí me da igual que me maten, pero no puedo dejar que os pase a vosotros. Ni a ti, ni a mis padres, ni a Alonso, que es como un hermano. Él y su hijo.
Sé que este problema no durará eternamente, pero puede llevar un tiempo. Mientras tanto, dejad que todos crean que he desaparecido en combate, en La Coruña o donde sea. Así podré ir a mi aire hasta resolver esto. Además, ya de paso vigilaré a Don Sebastián. Parece buen tipo, pero sabe viajar en el tiempo y su tío es Felipe II: sumar eso me da más miedo que Espinete vendiendo globos. Espinete es un erizo... bueno, qué más da. Ya te lo explicará Pacino.
Ah, dale recuerdos a ese poli quinqui. Debe ser buen tío, si te gusta. Además, es de mi época favorita. Pero déjale claro quién manda, que su tiempo no es tan feminista como el mío, aunque él diga que sí.
Y suerte con Lope, si lo ves: pero si no quieres barriga, usa gomita. Que ese cabrón, donde pone el ojo, pone la bala. Y apuesto a que encima presume de ello. ¡Es inaguantable cuando se le sube el ego!
Hasta siempre, jefa. Sabia. Valiente. Amiga. Amor.
Julián".
"...juzgaría
...nunca ver sabrosa primavera
antes que ausente verte el alma mía...
Esto dijo Damón cuando, abrazados,
los pechos se bañaron juntamente,
diciendo: adiós, amigo. Adiós, hermano"
(Francisco Aldana, S. XVI)
(FIN)
Barcelona, 8 de Mayo de 2017
Dedicado a los compañeros funcionarios del "Ministério do Tempo", de Portugal.