Menorca, 9 de julio de 2016
El viejo R-5 tomaba las curvas con suavidad, penetrando en las deseadas tinieblas de la noche cerrada. Clara necesitaba salir de Ciutadella: cada verano llegaba una horda de turistas, pero no era de ellos de quienes huía. Era de la luz. La intensa, desesperante polución lumínica de la urbe que le impedía contemplar como ella quería las estrellas. Por eso, en cuanto comenzaba julio cogía el telescopio que le regaló su hermano hacía 10 años y salía cada noche por la Carretera a Cala Morell. A mitad de camino, se desviaba por el camino de Algairens y metía el R5 por un sendero de tierra, pasaba tres grupos de árboles y un pequeño bosque y se detenía en la primera intersección. Sin tener que subir a ninguna altitud especial, aquel sitio era perfecto.
Clara apagó las luces del R-5 y se quedó un par de minutos en el coche, acostumbrándose a la oscuridad. Cuando salió, mantuvo la mirada baja, sin querer contemplar aún hacia la bóveda celeste: sacó el telescopio y montó el trípode. Solo entonces se permitió la vista la Vía Láctea. Se sintió embriagada, sobrecogida. Y a la vez, el centro del universo. Sí, entendía porqué en el pasado la gente podía haber tenido aquella impresión, de que todo giraba alrededor de la Tierra.
Quitó la tapa e hizo los primeros ajustes, orientando el telescopio hacia el sur. M20, la nebulosa Trífida, hoy se localizaba de maravilla. Le costó un poco más dar con M11, el Pato Salvaje. Su objetivo hoy era el Triángulo del Verano (Altair, Vega y Deneb), pero primero quería echarle un buen vistazo a la constelación de su signo: Escorpio. Se podía ver casi perfecta, dentro de unos días estaría aún mejor, pero hoy...
- Espera, espera.
Clara contó una, dos, tres veces. Sacó una guía de campo y encendió una pequeña linterna de luz azul, ténue, para asegurarse. Volvió a contar hasta en cinco ocasiones.
-
Ves a caçar xibeques...!
Madrid, 6 de diciembre de 1864
Un carro cargado de fardos adelantó a dos hombres que se arrebujaban en sus abrigos, tratando de mantener a raya el frío gélido. Ni a mediodía conseguía el sol hacer demasiado en aquella húmeda mañana de diciembre. Pacino se encendió un cigarrillo, mientras Ernesto vigilaba atentamente una casa en los aledaños de la Puerta del Sol.
- Sin la Gran Vía, no me oriento en esta zona -dijo Pacino.
- El proyecto ya lo tienen, solo falta que se pongan de acuerdo. Hace dos años reformaron la Puerta del Sol. Ahora están levantando Callao -hizo un gesto con la cabeza en aquella dirección-. Y en el 86 Chueca estrenará la Zarzuela. Ya sabe: La Gran Vía. Pero la construcción de verdad no empezará hasta 1910.
- Se lo toman con más calma que la M-30...
Mientras conversaban discretamente, no perdían de vista lo que ocurría a su alrededor, registrando posibles amenazas en la periferia pero centrándose en aquel edificio residencial de tres plantas. Era una pensión. Y el lugar donde se había instalado un asesino temporal.
Los Hijos de Padilla y, sobre todo, el Ángel Exterminador, les estaban dando más problemas de lo que esperaban. En este caso concreto, un Exterminador había viajado con la intención de liquidar al portorriqueño Julio Vizcarrondo, que al día siguiente iba a fundar la Sociedad Abolicionista Española que, con los años, acabaría con la esclavitud en el país.
- Me sabe mal -dijo Pacino dando una larga calada -. Me había acostumbrado a encargarme de estas cosas con Alonso.
- Un Jefe de Operaciones tiene que saber cuándo un efectivo no apto para el servicio, y lamentablemente Alonso no es el hombre que debería ser -metió la mano en el abrigo y le quitó el seguro a la moderna pistola negra que llevaba dentro-. Tendré que bastarle yo.
- De sobras -Pacino tiró el resto del cigarrillo a los adoquines y lo pisó-. Vamos a por ese malnacido.
Madrid, 11 de julio de 2016
- Nos han vuelto a pegar el cartel de "Cuarto de las escobas" -dijo Marcos al entrar en el pequeño departamento de I+D del Ministerio del Tiempo (coloquialmente conocido como "Deímas").
- ¿Hoy no hay cruasans? -preguntó Mikel, levantando lo justo la vista del periódico.
- Me he arriesgado con mini-cruasantitos. Sin relleno, como le gustan a Mari.
- Cómo sabes... Vendrá luego, hoy tenía revisión.
- ¿No tienes curro, hoy?
- Siempre tengo curro. Lo que no hay es horas... Eso se está cargando -dijo señalando vagamente a la pantalla, encogiéndose de hombros y volviendo al periódico-. Jo, ya hace 50 años del Verano del Amor...
- Adios, Beatles. Hola... ¿Grateful Dead?
- Creo que sí... Oye, nos tenemos que poner de acuerdo con las vacaciones, porque vosotros las queréis hacer a la vez, y yo no me quedo solo otra vez en agosto, que me corto las venas.
- Podemos partirnos un poco para que no sea todo agosto; cuando venga Nieves lo hablamos.
- Sí, más vale. ¡Ja! ¡No saben ni contar!
- ¿Eh?
Mikel levantó un poco el periódico en la semipenumbra del departamento:
- Solo en verano lees cosas así: "Escorpio: se te ha perdido algo". Atento: "Clara Segura, astrónoma aficionada de la isla de Menorca, descubrió ayer que una de las estrellas de la constelación del Escorpión se había apagado. Girtab o Kappa Scorpii, situada a unos 460 años luz de la Tierra, es la sexta estrella más brillante de Escorpio y puede verse normalmente en su aguijón. Pero no ayer".
- No se puede perder una estrella.
- "La información ha sido confirmada por varios observatorios que no pueden localizar la estrella en el firmamento. Es posible que algún otro cuerpo celestial más cercano haya bloqueado de manera inesperada el paso de la luz hasta la Tierra, o que el astro haya sufrido algún desastre espacial".
- Pues sí que dan las noticias con retraso.
-No, si lo descubrieron ayer.
Marcos rió:
- Bueno, si está a 460 años luz, lo que le haya pasado fue hace 460 años...
- ¡Jaja! Noticia de última hora: Fernando le hace luz de gas a Juana.
- Primicia: A César le meten una clavada. ¡Jaja!
- ¿Qué decís de Julio César? -interrumpió Nieves, la jefa de I+D, que había entrado con su habitual sigilo ninja-. ¡Más puertas antes de Cristo, no, por dios!
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
La isla estaba cercada por las fuerzas españolas y sus aliados mexicas. Pero iba a ser un sitio largo.
Joan Perucho se atrevió a sacar la cabeza por la esquina del almacén donde se escondía. Se oía ruido a varias calles de distancia, gente andando y dando voces incluso a aquellas horas de la noche, pero no estaba seguro de si eran los que les perseguían o por el ataque a la ciudad.
Cuando les llevaron ante el pozo, Amelia vio algo que la alteró terriblemente, y sorprendiendo a sus captores salió corriendo del templo en ruinas. La mayoría de los hombres se fue tras ella, y Perucho aprovechó la confusión para escapar en dirección contraria. Sueño o realidad, no estaba dispuesto a dejar que le sacrificaran...
La reciente carrera, el calor húmedo y la altitud le agobiaban La chaqueta se la había quitado hacía horas; ahora se abrió la mitad de los botones de la empapada camisa. Tenía que pensar qué iba a hacer: ¿volver a las ruinas y tratar de rescatar a Amelia si la habían capturado? ¿Dar vueltas por la enorme ciudad buscándola? ¿Regresar a la pirámide por la que habían llegado?
- Pues todo, paso a paso.
Madrid, 11 de julio de 2016
Julián volvió a aporrear la puerta:
- Abre, Alonso.
Silencio al otro lado. Luego un quedo:
- Marchaos.
- No me voy a ir hasta que me abras y compruebe que estás bien.
Silencio otra vez. Más tarde pasos y el ruido de una llave. Alonso de Entrerríos abrió unos centímetros la puerta. Estaba despeinado, mal afeitado y con la camisa a medio meter en los pantalones. Y olía a rayos.
- Estoy bien -dijo dejando la puerta entreabierta y volviéndose al interior del piso. Julián le siguió: el piso parecía la guarida de un conspiranoico. Había folios y folios pegados con celo por todas las paredes, algunos con dibujos, otros con frases cortas, y aún los había repletos de frases e incluso vacíos. Y un carrete de hilo rojo corría de un lado a otro de la sala, conectando unos con otros.
- Ya veo. Estás de puta madre.
- ¿Qué queréis? Ya me han apartado del servicio. Aclararé la cabeza y volveré cuando crean que no soy un peligro para nadie.
- Alonso, tío. Somos amigos. Que estés o no listo para viajar por el tiempo salvando el mundo me importa un pimiento -en uno de los folios a su lado se leía: "Los del siglo XX tenéis mal entendido el Romanticismo".
- Ya. Lo sé. Aprecio mucho vuestra amistad. Pero o tengo que olvidarme de todo esto -señaló la habitación entera- o hablo de ello. Las dos cosas no pueden ser.
- Es Amelia, ¿verdad?
Alonso se desplomó en una silla.
- Es Amelia. No me la puedo quitar de la cabeza. Uno no deja atrás a sus hombres. Ni a sus capitanes, si puede evitarlo.
Julián se sentó en otra de las sillas del atestado comedor.
- Ya lo sé. Yo... Me enteré de que había desaparecido cuando volví del... tratamiento. Tampoco me encontraba muy bien. Quería usar mis habilidades como enfermero, ¿sabes? Había pensado incluso en irme a la Guerra de Cuba a salvar gente... Pero sin Amelia, le hacía falta al Ministerio. Eso de salvar la historia me parece muy gordo para alguien como yo, Alonso. A lo mejor a la gente como tú os va más. Yo quiero salvar vidas. Y en el Ministerio puedo. Si hay suerte, encontraremos a Amelia algún día y puede que para ella no haya pasado mucho tiempo.
- O puede que sea una anciana. O que ya haya muerto, y si ya ha muerto no podremos salvarla porque habrá muerto en el pasado. En este ministerio hablan mucho de la historia, pero realmente solo les importa el hoy, el ahora -Alonso estaba muy enfadado-. No les importa la justicia, solo que las cosas sean como son para ellos. Si te mueres en el pasado, eres historia y tienes que seguir muerto.
Julián dejó que Alonso se desfogara. Sabía que no creía del todo lo que estaba diciendo, que para Entrerríos era importante su labor en el Ministerio. Pero también sabía que había algo más que le preocupara que haber perdido una compañera en el tiempo.
- Te entiendo, y en parte puedo compartir lo que dices. ¿Qué hay de lo otro?
- ¿Lo otro? -Alonso se encogió como un niño pillado en falta.
- Eso de que el tiempo no es correcto. De que recuerdas cosas que no pasaron -cogió el folio que había leído-. Esto del Romanticismo. Yo no recuerdo que Amelia dijera esto nunca. A lo mejor pasó mientras estuve fuera...
- No. Ocurrió cuando... lo de las Brujas de Trasmoz.
- Pero Alonso: a esa misión fuimos tú, yo y Pacino.
- Ya, y bastante vergüenza me produce recordarlo. Pero...
- ¿Pero?
- Pero... a veces también recuerdo haber ido con Pacino y con Amelia.
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
Pasada la medianoche, Amelia Folch se escondía entre los arbustos mientras mascaba una brote de algo amargo que había encontrado en su desesperada huída. Había escondido el mensaje para el Ministerio debajo de una pequeña estatua que encontró en uno de lo templos aledaños. En el futuro buscaban esas cosas. Quizás alguien recibiría el mensaje. Quizás alguien vendría. Y lo arreglaría todo. Sí.
No. Nadie iba a venir. Nadie iba a poder venir antes de que Cortés llegara a la ciudad. Y no podía esperar tanto tiempo. Había visto lo que había en el fondo del pozo, y aunque no lo entendía, cada fibra de su ser le decía que tenía que impedir que saliera.
Le costara la vida, su cordura o su misma alma, tenía que impedirlo.
Madrid, 6 de diciembre de 1864
Ernesto le hizo una señal a Pacino, que su compañero comprendió al momento. Avanzó rápidamente por el pasillo del hostal y se refugió en la primera puerta. Tenían localizado al interfecto: Juan Gómez, reclutado por el Ángel Exterminador en 1713. Se le daba bien el rifle, pero no le hacía ascos al cuchillo carnicero. Si la información que manejaban era fiel, estaba en su cuarto preparando el asesinato.
Con Pacino en posición, ahora fue Ernesto el que avanzó hasta quedar al lado de la puerta de la habitación de Gómez, pistola en mano. Pacino le alcanzó. Levantó el pie y de una patada entró en el cuerto.
- ¡No muevas ni una pestaña, desgraciado! -gritó mientras apuntaba al único ocupante a la cabeza. Ernesto le siguió. Juan Gómez estuvo tentado, por un momento, de coger un arma de las varias que tenía sobre la cama. Le habían pillado limpiando una escopeta, pero tenía a su alcance un cuchillo de monte en su funda. Pero se dio cuenta enseguida de que le superaban en número: levantó las manos y las puso lentamente tras la cabeza.
- Eso es quizás lo más inteligente que has hecho en tu vida -dijo Ernesto, y sin que Pacino dejara de apuntar en ningún momento al Exterminador, le puso las esposas.
- ¡Un hombre tiene derecho a tener esclavos! ¿Es que van a acabar con todas nuestras libertades?
- ...y ya la has cagado -añadió Pacino-. Con lo bien que ibas. ¿Llamo para avisar de que esto ya está?
- Llame, llame: cerca de la puerta hay mala cobertura, y tienen que abrir para dejarnos pasar. Últimamente no se fían de que uno de estos no vaya a usar nuestras propias puertas para viajar, y cerramos las más delicadas con llave.
Los dos habían apartado la mirada del detenido un simple segundo. Pero al volver a fijar la vista en él... ya no estaba, y las esposas caían al suelo con un golpe seco y metálico.
- Pero, ¿qué cojones...? -balbuceó Pacino.
- ¿Qué ha pasado, dónde ha ido?
- Estaba aquí.
- ¡¿Dónde ha ido?! -exclamó Ernesto mirando por la ventana, que seguía cerrada.
- ¡Que estaba aquí, aquí delante! ¡No puede haber ido a ninguna parte!
- Bueno, llame igual para decir que se nos ha escapado. Pacino...
Pacino le miró con una expresión sorprendida.
- ¿Pacino?
Ante la mirada atónita de Ernesto, Pacino se desvaneció en un parpadeo, y el anacrónico teléfono móvil que sostenía cayó al suelo.
- ¡Pacino!
Madrid, 11 de julio de 2016
Julián carraspeó:
- A mí... a mí me pasó una vez.
- ¿Con Maite?
- No... Con... Amelia. Una noche soñé que estaba en México, y que visitaba las pirámides.
- Había oído que las pirámides estaban en Egipto.
- Son otras. Era un viaje que Maite siempre había querido hacer, lo de México, pero no teníamos pasta. Pues soñé que estaba allí y que un tío me enseñaba una de las pirámides por dentro. Que era más pequeño de lo que me esperaba. Y en una de las paredes, ¡pum! Amelia.
- ¿Amelia?
- Amelia. En una pintura en la pared o un mosaico. Vestida de sacerdotisa maya. Con un tocado de plumas...
- ...y una túnica de seda blanca.
- ¡Joder! ¿Tú cómo sabes eso?
- Es la ropa que llevaba cuando desapareció, ¡maldición! ¿No recordáis nada más del dibujo?
Julián hizo un esfuerzo para recordar aquel sueño que había tenido una sola noche hacía varios meses:
- Eh... un brazalete. Llevaba un brazalete enroscado en el brazo.
- ¿Un brazalete? -Alonso reflexionó. Los detalles a los que se aferraba para no olvidarse de lo que todos llamaban locura seguían escondidos en sus recuerdos-. No, no llevaba ninguno puesto cuando se fue. El disfraz que nos prestaron no llevaba alhajas tan grandes. ¿Qué más?
- No, no... No recuerdo más.
- ¡Tenéis que recordar algo más, por vuestro padre!
- No... Estaba ella, como en lo alto de un edificio, quizás la misma pirámide. Ah, sí. Y como detrás o al fondo o al lado había un barco.
- ¿Un barco?
- Con un cañón. Es normal, ¿no? Los españoles invadimos México.
Alonso se levantó de un salto y se lanzó hacia la puerta del piso:
- Sí. Cortés. Pero, ¿exactamente cuándo?
Mientras tanto, en el Ministerio del Tiempo, las líneas estaban saturadas. Nieves salió del departamento de I+D para encontrarse con docenas de funcionarios que corrían de un lado para otro. Casi la estamparon contra la salida de incendios.
La situación era grave, y los informes llegaban de años diversos: nunca se habían enfrentado a una crisis semejante.
Cuando llegó al despacho del subsecretario, ya había varias personas esperando instrucciones o hablar con Salvador Martí, que Angustias mantenía como podía a raya. Si podían darle la información a ella, la tecleaba rápidamente y se la hacía llegar a Salvador.
- Hemos perdido el contacto con nuestros hombres en Atapuerca.
- Ernesto informa de que Pacino y el sujeto al que perseguían en 1864 han desaparecido.
- En el cuarto sótano han reventado cuatro puertas.
- Cinco en el nivel 8.
- La expedición de Elcano lleva dos días perdida.
En cuanto Angustias fue consciente de la presencia de Nieves entre las varias cabezas, le habló directamente:
- Pasa, bonita. Salvador te está esperando.
Nieves entró en el despacho de Salvador entre las quejas airadas de varios funcionarios. Dentro se había organizado un pequeño gabinete de crisis con el propio Subsecretario, Irene Larra, Velázquez y Espínola. A Nieves le sorprendió que hubieran convocado a Velázquez. En aquel momento estaban escuchando un informe en directo del Doctor Marañón, por videoconferencia. Salvador le hizo un gesto a Nieves para que se acercara.
- Muchas gracias, Doctor. Si registra algún cambio, infórmenos inmediatamente.
- Y si le es posible -añadio Irene en el último momento- haga una llamada de control cada 12 horas, para saber que todo va bien.
- ¡Esto es un desastre! -gritó Salvador cuando se cerró la conexión, rompiendo el fingido control que mantenía hasta entonces.
- Yo he perdido el contacto con la mitad de mis efectivos entre el siglo XVI y XX -añadió Espínola.
- Han llamado de El Prado para decir que "no encuentran" mi retrato ecuestre del Príncipe Baltasar. Y que la mitad de las Meninas no están en el cuadro. ¡Cómo se van a ir mis Meninas del cuadro!
- Es más grave -se atrevió a intervenir Nieves-. Las operaciones complejas que hacemos para crear nuevas puertas a partir de las instrucciones del Libro no nos están funcionando correctamente.
- ¿Cómo es eso posible?
- Creemos que se debe a que la posición de las estrellas no...
- ¿No qué?
- No es correcta. De hecho, es que están desapareciendo.
- ¿El qué? -preguntó Salvador-. ¿Las puertas?
- Algunas también, señor. Pero me refiero a las estrellas. Están desapareciendo las estrellas.
(CONTINUARÁ... Y TERMINARÁ)