CAPÍTULO 6.- ERRORES DEL PASADO
"Hice lo del halo". "Al Infierno no le va a gustar". "Sólo lo deberíamos hacer en combate. Podría tomarse como una declaración de guerra". (Good Omens, temporada 2, capítulo final) |
(Londres, antigua librería en el Soho):
Hay cosas que intentamos olvidar. Porque nos desagradan demasiado... o por todo lo contrario. Pero no se puede huir de ellas eternamente.
Eso es lo que pensó Muriel, al sorprenderle una repentina ráfaga de luz. Blanca, intensa, condensándose en una figura sólida…
- ¡Perdón, Arcángel Supremo! -gimió el ángel novato, postrándose ante el círculo de luz-. No debí vender tu anuario… ¡losientolosientolos…!
- Soy yo quien debe pedir perdón -le consoló Maggie-. Porque dejé entrar a quien no debía y...
- No importa: te perdono -respondió una voz amable-. Y a ti también, Muriel. En realidad, ni siquiera vengo por eso.
Maggie sonrió al reconocer al recién llegado:
-¡Señor Fell!
Azirafel salió del círculo de invocación, comprobó con discretos toquecitos que (por una vez) había conseguido usarlo sin descorporizarse, tomó aire y...
Y el aroma del pasado se le echó encima con la delicadeza de una prensa hidráulica. Era como respirar recuerdos: Proust habría estado orgulloso. Olor a libros, a la madera de su escritorio, a la tapicería del sillón donde solía beber con...
- ¡Rayos! -imprecó, intentando reprimir la palabra "hogar". Porque, como recordó con tristeza, aquél ya no era su hogar.
- ¿Un té? -ofreció Maggie, empeorando su nostalgia sin querer.
Azirafel resistió la tentación y huyó hacia la salida, mascullando algo sobre “Sesenta y cinco Prousts… estooo… Lázaros”. Suponía que en el exterior sería más fácil olvidar todo lo que había perdido. Pero apenas abrió la puerta, descubrió que se equivocaba.
- Rayos -repitió. Pero esta vez era descriptivo.
El fulgor de un relámpago le mostró una calle rebosante de recuerdos: el frío repiqueteo de la lluvia en su rostro, olor a contaminación, a asfalto mojado, a… Londres. Llevaba tiempo intentando olvidarse de aquella ciudad, y del ángel caído que asociaba a ella, como el adicto que intenta desengancharse. Pero no se puede huir eternamente.
Sobre todo porque él estaba allí, en la calle, a sólo unos pasos de distancia. Echaba humo: la lluvia se evaporaba al tocarlo. Ceñudo, hostil, rabioso...
"En dos palabras: como siempre" sonrió Azirafel, avanzando unos pasos hacia Crowley. Incluso la misión se parecía a las de antaño: cooperar con él, pero fingiendo acusarlo, por si sus superiores vigilaban. Sólo tenía que formular la acusación de una manera fácil de rechazar, como por ejemplo...
- ¡Sesenta y cinco, Crowley! ¿Cómo has sido capaz?
Pero su optimismo se llevó un jarro de agua fría al no recibir exactamente una negativa:
- Extraño saludo, Azirafel. ¿Recuerdas que declaraste una guerra?
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Mientras tanto, en un laboratorio de Scotland Yard, tres policías se estaban acercando demasiado a un caso que les venía grande. Infernalmente grande:
- La cifra de muertes sigue subiendo -gruñó la inspectora Jones-. Parece una auténtica guerra.
- Ya son 65 -asintió la forense Sato, cotejando los resultados de varios análisis-. Sin rastro de armas, toxinas ni enfermedades. Sólo han sido devorados a velocidad acelerada. ¡Antinaturalmente acelerada!
- ¿Por un enjambre de algún insecto nuevo? ¿Alienígenas? ¿Demonios? -se burló el tercer agente.
- Tyler, no tiene gracia -protestó Jones-. Entre las víctimas está mi confidente y sus contactos. No sólo vendían drogas: estaban en una red de trata de personas. Y justo cuando iban a llevarme hasta los peces gordos...
- Desaparecen sin dejar pistas analizables -concluyó Sato-. Qué conveniente para los peces gordos.
- ¿Y las cámaras de tráfico, Tyler? ¿Han registrado algún patrón en torno a esas muertes?
- Hemos captado a docenas de personas y vehículos, pero ninguno se repite. Lo único sospechoso es... -Tyler consultó su tablet-: un par de vehículos con las matrículas tapadas, en la zona y hora de la primera muerte. Un Jaguar y un Bentley clásicos.
- ¿Como los del caso de la M25? -se animó Jones-. No es una prueba concluyente, pero al menos serán fáciles de identificar: los clásicos son escasos. Gracias, Tyler. Si los vuelve a detectar...
- Eso es lo mejor -sonrió él-. ¿Quiere ver las cámaras en directo?
La inspectora ojeó la tablet de su compañero... y su expresión cambió al ver las imágenes:
- Desde luego, esto no se ve todos los días.
La cámara mostraba una tormenta curiosamente pequeña, que sólo afectaba a una calle del Soho. Y un Bentley muy antiguo, aparcado junto a una vieja librería.
- Aún no tengo pruebas, amiguito -le susurró al Bentley-. Pero sé que tienes algo que ver con mi guerra.
Jones casi juraría que los faros del vehículo parpadearon a modo de respuesta.
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Azirafel frunció el ceño: no tenía tiempo para distracciones. Estaba demasiado ocupado investigando un crimen de 65 Lázaros (aunque ni siquiera sabía de qué clase: no tenía ninguna pista) y rezando para que su interlocutor no estuviera implicado.
- Crowley, no he venido a hablar de guerras. Escucha....
El exdemonio lo encaró bruscamente, tenso como una cobra a punto de atacar:
- ¿Y a qué vienes? Dijiste que irías Arriba para "mejorar las cosas". ¿Recuerdas?
- Sí, pero...
- Vaya mierda de mejora -bufó Crowley, meneando la cabeza-. ¡Ni siquiera has desconvocado tu guerra!
- ¿Mía?
- Sí. ¡Tú hiciste lo del halo!
- ¡Ah, eso es agua pasada! He venido a hablar de algo más import...
- ¿¡Más que una guerra!?
El arcángel se mordió el labio para no contestar: "Sí. Tu vida está en juego, porque te acusan de un crimen infernal, y tú eres lo que más me importa". Pero no podía decirle algo así en público, así que se limitó a recordarle:
- Ya tuvimos un acuerdo de paz.
- Eso creía yo. Pero sólo sirvió para que no ejecutaran a esos dos desertores, Gabriel y Belcebú. Los de Abajo no prometieron nada más, y acabo de saber que siguen en pie de guerra.
- Pero... ¡no deberían! -palideció Azirafel, retrocediendo un paso-. ¡Yo no quería eso, sino sólo defenderme! Me dejaste solo y...
- Te dejé protegido -replicó Crowley, desdeñando su parte de responsabilidad-. Estabas en una Embajada a la que ningún demonio podía entrar sin ser invitado.
- Sí, pero...
- Los invitaste a entrar y los masacraste. Lo entiendo, le hice algo parecido a Ligur. ¡Pero parece que matar gente en una Embajada rompe normas diplomáticas, POR LO QUE SEA! -reprochó, elevando la voz cada vez más-. ¿Y los de Arriba? ¿Van a detener esto?
- Ejem... no han dicho nada, aparte de alguna alusión a la Segunda V...
- ¿¡NADA!? -estalló Crowley, avanzando con largas zancadas hasta detenerse a sólo unos centímetros de su adversario-. ¿Para eso eres el Arcángel Supremo?
La tormenta se intensificó hasta convertirse en diluvio. Estaban solos en la calle y, gracias a la magia de Crowley, ningún ser humano se asomaba al exterior. Excepto dos personas de mente más alerta, ocultas en el umbral de sendos edificios: Nina y Maggie.
Esta última lamentaba amargamente su culpabilidad:
- No fue él quien los dejó entrar -confesó la tímida rubia, avanzando bajo la lluvia hasta quedar a pocos pasos de Azifarel-. Fui yo. No quise invitarlos, pero retorcieron mis palabras...
Crowley se quitó las empapadas gafas y estrechó los ojos con malicia:
- Y por eso los humanos no deberían mezclarse en nuestros asuntos. ¡Debí evacuarte con los demás!
- Sólo fue un error, y se arrepiente mucho. No para de pensarlo -la defendió el Arcángel Supremo en un tono amable, pero extraño. Alzó una mano para invocar un milagro-: Maggie, debes olvid...
- ¡No! -intervino Nina, saliendo de su escondite-. ¡No te atrevas a borrarle la mente!
El arcángel volvió su atención hacia Nina... y la visión de ésta se oscureció de repente, como si alguien hubiera extendido un telón negro ante sus ojos. Ella temió lo peor pero, para su sorpresa, descubrió que aún recordaba aquella terrible noche. Y que la barrera negra desplegada ante ella era, en realidad, un enorme par de alas. Cubiertas de magníficas plumas oscuras, similares a las de un águila, pero mucho más grandes.
Las alas protectoras de... ¿¡Crowley!? ¿¡Desde cuándo tenía alas!?
- Ya la hasss oído, áng... arcángel -siseó con furia el demonio alado-. No tienesss derecho a manipularlesss la mente.
- ¡Pero si tú mismo has dicho que los humanos no deberían...! -protestó el otro, con la voz cada vez más chillona por los nervios- ¡Es por su bien!
- Ah, ¿sí? Pregúntaselo -Crowley plegó las alas sólo a medias, listo para volver a extenderlas en caso necesario, y preguntó sin mirar a su protegida-: Nina, ¿quieres olvidar?
Ella balbuceó una negativa, todavía aferrada al periódico del día. Aquel periódico, con aquella terrible noticia en portada.
Una portada que, al apartarse parcialmente las alas negras, Azirafel pudo leer perfectamente:
"El Devorador arrasa los bajos fondos".
"Scotland Yard investiga 65 muertes inexplicables".
¡65 asesinatos sobrenaturales! La mirada de Azirafel se iluminó al descubrir que por fin tenía una pista. ¡Todo encajaba!