24 octubre 2016

MdT: Un Acto de Amor (IV)

(Viene de "Un Acto de Venganza")


Un Acto de Amor (IV)
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Por Mª Nieves Gálvez

Seguir y seguir... ¿alguien sabe para qué vivimos?
(Queen, "The show must go on")


   (Contraarmada Inglesa, 1 de Mayo de 1589)

   "Me llaman Sébastien Aldanne. Y en realidad, no existo. 
   En otra vida fui Don Sebastián. Pero ya no existe aquella vida; tampoco existe mi honor. Ni la gente que amé, odié o goberné. No queda nadie.
   Todo fue por mi culpa. Creí que podía tocar el Cielo con mis manos, amor mío. Pensé que nada era imposible si tenía fe en mis ideas. Pero en mi soberbia, no comprendí que existían más ideas: las de mis súbditos. Y por no escucharlos, ése fue mi castigo: perderlos. Sobre todo a ti, Aldana. 
   Te tengo presente desde entonces: uní tu nombre al mío. Como unió Atenea su nombre al de su amada Palas, cuando la llevó a la muerte en la batalla.
   ¿Para qué quiero ya la vida? La dedico a reparar mi error, aunque sé que tardaré siglos. A hacer el bien de otra manera muy distinta a la que fue mi sueño. Pero qué largo es el camino... cuánto ansío descansar en paz y reunirme contigo en el Elíseo, hermano. Daría cualquier cosa por un minuto más contigo. Daría la vida entera, por no vivirla sin ti..."

   Unos golpes en la puerta del despacho interrumpieron a Sébastien. Éste dejó de escribir y dio la orden de entrar.

   -¿Qué deseáis de mí, capitán? -inquirió el visitante: era el más joven de los prisioneros. El más fácil de tantear, a juicio del capitán. Por eso le había hecho llamar.

   -Deseo poneros a prueba -fue la respuesta de Aldanne, aparcando su tristeza para centrarse en los misteriosos náufragos que acababa de socorrer-. Me hablasteis de una lista de barcos, ¿verdad? Quiero verla.

   -¿Me juráis por vuestro honor que estáis en contra de Drake? -requirió el joven Alonso.

   Sébastien sonrió con amargura:

   -Tardaré siglos en volver a tener honor. Pero sí; estoy contra Drake. Eso os lo juro.

   -¿Por qué? -insistió el muchacho, poco satisfecho con la respuesta.

   Aldanne no era dado a confidencias. Pero había una sinceridad y una pureza en la mirada del joven que no había visto desde hacía mucho tiempo. Se sorprendió cuando se escuchó a sí mismo confesar:

   -Por amor a Portugal. Ya no me queda nada más.

   Alonso reflexionó, algo sorprendido por la última frase.

   -Yo también os pondré a prueba: os daré los nombres de dos barcos. Si no traicionáis vuestra palabra, os daré más.

   -No estáis en posición de ponerme condiciones, si estimáis en algo vuestra vida.

   -Eso no importa: yo la daría por mi país. ¿Y vos?

   El capitán Aldanne sonrió con tristeza. Comprendía al muchacho. Idealista y leal, como fue él; pero sin el error de la soberbia.

   -Os contaré algo que sucedió hace un mes. La razón por la que llegué con tanto retraso a Plymouth. Para que sepáis en qué poco valoro mi vida, y qué piensan de Inglaterra mis aliados.

* * * * * * * * * *

   (Canal de la Mancha. Aproximadamente un mes antes)

Audiencia entre Elizabeth I de Inglaterra
y la noble rebelde/pirata irlandesa Grace O'Malley
   El abordaje había sido breve: la víctima no era un navío de guerra, sino un simple mercante. La mano de hierro que gobernaba el carrack pirata subió al velero capturado, haciendo temblar a quienes habían oído sus hazañas, y provocando exclamaciones de asombro en los muchos que aún no le conocían.

   -¡Pero si es...!

   -¿Cómo es posible?

   -¡Nunca lo habría imaginado!

   Los invasores tuvieron que apartar a culatazos a los boquiabiertos prisioneros, hasta que uno osó encararse con ellos:

   -Soy el capitán del velero. Perdonad a mi gente, os lo ruego -suplicó en latín-. Si necesitáis matar o tomar rehenes, elegidme sólo a mí.

   -No usáis la lengua de los perros ingleses. Y sobre todo, no me miráis como si fuera un bicho raro por ser mujer -respondió la capitana pirata en el mismo idioma, satisfecha-. Bien, eso debe significar que conocéis mi nombre: Grace O'Malley. Noble de Irlanda que resiste al yugo inglés.

   -Así es, mi señora, y es un honor. Soy Sébastien Aldanne, comerciante de Flandes. Y tengo algo que ofreceros, a cambio la vida de mis hombres.

   -Ya tengo vuestro barco y vuestras mercancías -se encogió de hombros la ilustre pirata de sangre azul-. Es valioso: aliviará los impuestos que Inglaterra exige a mis pobres súbditos. No hay más que me podáis ofrecer, así que lo siento por vuestras vidas. Normalmente las perdonaría, pero esta vez no me puedo permitir manteneros hasta ver tierra: malos vientos me han arrastrado demasiado lejos de mi territorio.

   -¿Y si os dijera que sé que Elizabeth I tiene a vuestro sobrino en la Torre de Londres? -la presionó Aldanne-. Sé que por eso no podéis atacar los intereses de Inglaterra como antes. Y precisamente mi barco es necesario para aprovisionar a la Contraarmada Inglesa.

   -¡Osado! Cortadle la lengua a ese idiota -ordenó Grace en gaélico a su segundo. Después añadio en latín-: Con mi paciencia no se juega, Sébastien. Da igual que tengáis amigos ingleses: nunca sabrán que os he matado yo -la líder rebelde irlandesa soltó una carcajada triunfal ante la expresión de Aldanne-: Es lo bueno del mar. ¡Nunca hay testigos!

   -¡Tengo algo más! -cedió al fin el prisionero-. Mirad mi anillo.

   La capitana sonrió con sorna y detuvo a su segundo, que ya tenía en la mano un puñal para segar la lengua de su víctima.

   -Espera; desátale las manos. Deja que nos las enseñe y que nos explique esa oferta. Capitán Aldanne, elegid bien vuestras palabras, porque de lo siguiente que digáis dependerá vuestra vida.

   -Puedo poner en vuestras manos cualquier nave de la Contraarmada Inglesa. No muchas, sólo una o dos, pero a vuestra elección.

   -Aunque eso fuera cierto, ¿para qué iba yo a arriesgarme a asaltar algo tan grande? Vuestro barco ya vale el dinero que necesito ahora, y no tenéis manera de cumplir mi otro deseo: la libertad de mi sobrino. Elizabeth me teme demasiado para soltarlo.

   -Ahí está lo mejor. ¿Sabéis quién se ha embarcado en esa flota?

   La pirata ahogó una exclamación cuando Aldanne le dio uno de los nombres. ¡Lord Essex! ¡La persona más estimada por su enemiga!

   -¿Cómo ha permitido Elizabeth que ese cortesano se embarque en una guerra? -reflexionó-. Si yo pudiera echarle la mano encima...

   -Podríais intercambiarlo por vuestro sobrino -sonrió Aldanne-. Ésa es mi oferta: yo pondré en vuestras manos el barco en el que viaja. Sólo tenéis que perdonar mi nave y a mis hombres; yo les daré instrucciones para serviros. Con mi vida haced lo que queráis.

   Grace le escrutó con la fría desconfianza de quien ha vivido ya demasiadas traiciones:

   -¿Y cómo sé que cumpliréis vuestra palabra?

   Sébastien Aldanne alzó las manos, libres ya de ataduras, y mostró el anillo que lucía en una de ellas:

   -Porque en realidad soy un espía, enemigo de Inglaterra. Y la Contraarmada Inglesa está en contra de todo lo que represento.

   La pirata de sangre azul lo miró, por primera vez, con respeto. Como a un igual.

   -Don Sebastián... ahora lo comprendo -asintió lentamente-. No existís. Sois uno de los mayores secretos...

   -Confío en que lo sabréis guardar -respondió él.

   -Si insistís, así será. No entiendo por qué no reclamáis lo que es vuestro, por cierto. Pero hablemos de negocios.

* * * * * * * * * *

   (Contraarmada Inglesa, 1 de Mayo de 1589)

   Julián estaba cansado y dolorido. Había aguantado el interrogatorio de Drake y la fuga a base de adrenalina, pero se le estaba pasando el efecto. Ya sólo tenía ganas de dos cosas: quitarse la ropa mojada y dormir. Los holandeses les habían dejado prendas secas en una de las bodegas. Se apresuró a cambiarse, antes de que el cansancio le terminara de vencer.

   -Nos han encerrado -observó, al escuchar cómo alguien hacía girar la llave desde fuera-. Sólo hemos cambiado la prisión de un barco por la de otro.

   -Por eso dije que era una estupidez huir del "Revenge" -le recordó Lola, dándole la espalda con desdeñosa calma-. En una flota, cuando escapa un delincuente, lo primero que intenta es refugiarse en otro barco. Así que cualquier náufrago es tratado como sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

   -No sé para qué se han llevado a Alonso; me preocupa -reflexionó Julián, acabando de cambiarse-. Ese Aldanne ha dicho que está contra Drake como nosotros, pero...

   -No te fíes mucho de él -señaló ella, cambiándose también de ropa sin demasiado pudor-. Ese falso holandés puede mentir para sacarnos información. Es lo que haría yo.

   -Sí, me imagino lo que harías -respondió él con sarcasmo, mientras se acomodaba entre varias mantas-. ¿Por qué has puesto esa cara al ver su anillo, Lola?

   Ella se detuvo un segundo. Después, sin dejar de darle la espalda, continuó vistiéndose:

   -Por nada.

   -¿Me tomas por tonto? -el enfermero se incorporó entre las mantas, lo bastante ofendido para espabilarse-. Parecía que hubieras visto un fantasma.

   -No estoy segura -fue la evasiva respuesta.

   -¿Qué duda tienes? Hasta yo sé que es un anillo de los que se usan para sellar. ¡No va a ser una pulsera de cazar pokémons!

   La mujer ignoró tranquilamente la puya:

   -Hay muchos nobles con anillos en Europa.

   -Pero el dibujo de éste me suena. Lo he visto hace poco en algún sitio: yo diría que en los documentos que ha firmado Crato con los ingleses.

   Lola terminó de vestirse, se volvió hacia él y lo miró como a un niño pillado en falta:

   -Ahí quería yo llegar. ¿En qué estabas pensando para robarle al Prior de Crato los documentos que ha firmado con Inglaterra?

   -Son importantes; nos pueden resultar útiles -se defendió él-. Crato dice que va a liberar Portugal del yugo español; pero si los portugueses vieran a cambio de qué, lo lincharían.

   -Cierto, pero sólo si le pillan con esos papeles encima. ¡Lo cual, por vuestra culpa, ya no va a suceder! -estalló Lola.

   -Se puede demostrar igualmente: ¡llevan su sello!

   -El sello de su familia -le corrigió ella-. Cada casa noble tiene varios idénticos. Ahora que ya no lleva esos papeles encima, puede lavarse las manos y decir que lo ha hecho otro pariente.

   -Perdona, ¿le conviene haberlos perdido?

   -Si es listo, sí -bufó la mujer-. Ahora tiene más posibilidades de que Portugal le aclame como nuevo Rey. Entre eso y la gente que vas curando por ahí, ¡estás cambiando la Historia! A estas alturas ya deberían haber desertado bastantes naves de Drake por culpa de enfermedades, ¿sabes? Como has cambiado eso, quizá no se salve La Coruña ni Portugal. Adiós al Siglo de Oro español.

   -No creo que sea para tanto -intentó consolarse él-. Además, ¿desde cuándo te interesa proteger la Historia?

   -Desde que comercio con obras de arte, y precisamente las mejores son de esta época -contestó ella fríamente-. Por eso os hice llegar las fotos de las armas, ¡pero sólo habéis conseguido empeorar las cosas! Esto va a ser malo para mis negocios.

* * * * * * * * * *

   (Lisboa, Mayo de 1589)

   Amelia estaba disfrutando como nunca. No sólo estaba gozando de la compañía y amorosos requiebros de Lope de Vega, sino haciendo algo aún más importante y placentero para ella: inventar versos juntos. No sólo inspirarlos, sino participar en todo el proceso creativo. Un honor tan impensable como divertido: ¡en secreto, algunos versos de ella pasarían con los de Lope a la Historia!

   -¿Queréis que sea cruel con Inglaterra? -Lope guiñó un ojo a Amelia y tomó la pluma-. Fácil: les recordaremos cuán bajas fueron las pasiones que motivaron la herejía de su anterior rey, Enrique VIII. ¡Abandonó la Iglesia de Roma por una mujer! Llevo un tiempo pensando en algo así:

"...cubrió, Enrique, tu valor,
de una mujer el amor
y de un error la porfía.
¿Cómo cupo en tu grandeza,
querer, engañado inglés,
de una mujer a los pies...?" [1]

   -Os pierde vuestra debilidad por los enredos amorosos, truhán -rió Amelia, disfrutando al esquivar una caricia demasiado atrevida y comprobar la expresión de deseo de su acompañante-. ¿No tenéis algo más directo? La idea es avisar a Portugal de que los ingleses son traicioneros en el mar, no en la alcoba. Piratas, robos, incendios...

   -¡Sois difícil de contentar! -sonrió Lope, animado por el reto. Era curioso: cuanto más le desafiaba ella, más la deseaba-. Si pongo eso en verso... "Isabel, la nueva Atalía, del oro antártico arpía, del mar incendio cruel" [2]

   -Mucho mejor; sólo os falta una alusión a Drake -le felicitó Amelia, en pie tras la silla de él, mientras se inclinaba para abrazarle por la espalda-. Así me gusta...

   El escritor notó en sus hombros el cálido y firme regazo de la joven y se preguntó si aquella musa estaría seduciéndole a propósito. ¿Se estaba riendo de él?

   -Ejem... puedo nombrarlo, sí -Lope intentó que su mano no temblara al retomar la pluma: ¿estaba consiguiendo aquella mujer ponerle nervioso? ¡A él! Entre su belleza y su sabiduría, no había duda: era una de las Musas-. Imaginad una obra épica sobre ese "Draque": significa "Dragón", así que la epopeya podría titularse "Dragontea" -volvió la mirada hacia Amelia, esperanzado-. ¿Os complace también?

   -No imagináis cuanto -sonrió ella, con sincero interés. La obra más misteriosa de Lope, prohibida por una orden de las alturas... ¿qué sucedió con ella? ¿Cuál fue su historia?

   Lope comenzó a componer lo que en un lejano futuro llegarían a ser versos de su legendaria "Dragontea", mientras una idea se abría paso en su mente. A pesar de su fogoso temperamento, tenía una inteligencia aguda que no dejaba detalles al azar:

   -¿Puedo haceros una pregunta? -repuso, con más seriedad-. ¿Por qué viene una musa en sueños a pedirme esto, si Portugal no necesita mis avisos? Conocen ya los desmanes de Drake. No son necios.

   -Sólo por precaución -repuso ella, sin atreverse a confesar la verdad: que venía de un mundo en el que tales avisos faltaron, porque Portugal nunca llegó a ver los documentos de Crato. Los que demostraban que, a cambio de una corona, aquel traidor haría al país esclavo de Inglaterra-. Luchasteis contra un tal Crato en las Azores hace años, y perdió. Pero ese ambicioso puede intentarlo ahora otra vez, en Lisboa. No queremos manipular a Portugal, sino evitar que lo haga Crato con mentiras. Debemos recordarle la verdad a los que duden.

   -¿Y quién pagará los escenarios y los actores? -le espetó él, con aplastante lógica-. Las comedias no se representan solas.

   -Eso dejádmelo a mí: os contaré más cuando vuelva -mintió Amelia, azorada: en realidad, no tenía ni idea de cómo conseguirlo.

   -¿Me dejáis? -se quejó él, poniendo ojitos tristes de gatito abandonado.

   -Sólo será un instante, no temáis -rió la joven-. El tiempo justo para daros algo de hospitalidad: os traeré un bocado al menos.

   Lope la observó marchar, tan frustrado en el placer físico como estimulado en el intelectual. Aquella musa había conseguido llenarle de ideas la cabeza: se encontraba en plena fiebre creativa. En cierto modo, él también estaba disfrutando tanto como ella.

   -"Un bocado"... qué descarada maestría tiene con los dobles sentidos y agudezas del lenguaje -rió al fin, escribiendo con entusiasmo-. Es como si conociera todas mis obras, pasadas y presentes, ¡e incluso las que todavía no he escrito!


[1] "Rimas Humanas" (núm. 226), de Lope de Vega

[2] "Rimas Humanas" (núm. 264), de Lope de Vega


* * * * * * * * * *

   -Alonso, creo que tú y yo vamos a tener que volver a los escenarios -abordó Amelia a su compañero, sin más preámbulos, en cuanto lo encontró en la taberna del piso inferior-. Y buscar un empresario teatral.

   -Eso no será un gran problema -contestó el veterano-. Pero hay algo que sí. Os oí nombrar a Aldana...

   -¿Nos espiaste arriba?

   -No pude evitar oírlo: le mencionasteis al marcharme -Alonso le miró con seriedad casi acusadora-. Conocí a un capitán llamado así. De los más justos y sabios del Tercio: su tropa lo adoraba. ¿Habéis dicho "que en gloria esté"? Decidme que he oído mal, os lo ruego.

   -Se me olvidaba: dejaste el Tercio en 1570... -Amelia se sentó a la mesa de Alonso-. Francisco Aldana no era sólo un buen militar. También fue el mejor poeta del Renacimiento español; por eso lo hemos nombrado. Incluso Lope y Cervantes lo llamaban "El Divino".

   -¿Vais a contestarme o no? -se impacientó Alonso-. ¿Vive?

   Amelia le tomó la mano y bajó la vista, sin saber cómo empezar. La moza de la taberna les interrumpió:

   -¿Vino para los enamorados?

   Alonso asintió mecánicamente para quitársela de encima, sin dejar de clavar la vista en Amelia.

   -Murió, ¿verdad? -acabó por intuir-. ¿Cuándo?

   -En 1578, en Marruecos -confesó ella al fin-. En este tiempo hace once años. En la batalla de Alcazarquivir, junto al rey Don Sebastián.

   -¿Don Sebastián de Portugal? ¿Ese niño afeminado que iba para monaguillo?

   -¡No hables así de él, especialmente aquí! -susurró Amelia, mirando azorada alrededor; pero por fortuna, aún no había casi clientes-. Portugal siempre echará de menos a Don Sebastián, por siglos que pasen. Habrá leyendas sobre su futuro retorno, similares a las artúricas. Tenía tanta fuerza de voluntad y tantas ilusiones... Ojalá le hubieran educado parientes menos religiosos y más sabios.

   -¿Qué hay de malo en el fervor religioso? -se escandalizó Entrerríos. La promesa del Cielo siempre había dado valor a los soldados cristianos. Por eso nunca rehuían su deber.

   -La fe, mal entendida, da más importancia a la "inspiración" repentina que a la planificación estratégica. Don Sebastián reunió una gran flota de nobles portugueses, animados por la victoria de Lepanto. Pero eran inexpertos que hacían más caso a los cuentos milagrosos de las Cruzadas que a los consejos militares de Aldana -Amelia bajó la vista y resumió-: Desoyeron a tu capitán y Portugal perdió. Alcazarquivir fue una masacre.

   Alonso de Entrerríos bajó la vista, ahogando su frustración en el vino. Mil ideas y recuerdos se agolparon en su mente.

   -Francisco Aldana hablaba doce idiomas, ¿sabéis? -recordó, sin saber por qué-. Trataba bien a todos, desde nobles italianos o españoles hasta el más humilde criado africano... -dejó el vaso y se rehízo-. Pero qué importan mis recuerdos: debéis volver arriba, con ese comediante.

   -He bajado para encargar comida y vino, que no se nos desmaye Lope. Pero puedo hacer que se los suba otra persona y quedarme un rato más aquí -decidió Amelia, tan comprensiva como llena de curiosidad-. Cuéntame algo más de Aldana. Era uno de los mejores escritores de este siglo.

   Alonso asintió, reconfortado por tener alguien con quien compartir sus pensamientos. Llamó a la moza con un gesto y aguardó a que Amelia le hiciera el encargo.

   -Subid todo a mi habitación y decid que es de mi parte -indicó Amelia a la mujer. De pronto recordó algo y sonrió con malicia: ¿por qué no dar un susto a Lope?-. Mejor aún: dejadlo junto a la puerta y no entréis. Decid que lo trae el "servicio de habitaciones".

* * * * * * * * * *

   En la enorme Contraarmada había casi doscientos barcos, según algunas cuentas. Unos ciento cincuenta, según quienes no contaban a las pequeñas embarcaciones auxiliares de suministros, como la de Aldanne. Pero este último tenía una ventaja sobre los demás: podía moverse libremente entre todas. Se encargaba de distribuir las provisiones: no levantaba sospechas.

   -¿Está hecho? -inquirió ansiosamente el hijo de Alonso, cuando el capitán Sébastien Aldanne entró en la bodega de los tres prisioneros.

   -Tal como dijisteis -respondió el dueño del barco-. Pronto sabré si me puedo fiar de vos.

   -Yo nunca miento.

   El capitán nunca había visto una mirada tan honesta y limpia:

   -Os creo. Ahora venid, maese Julián: tengo algo para vos

   -¿Qué es?

   -El Nokia -Aldanne pasó el móvil al agente del Ministerio con una sonrisa levísimamente maliciosa -. En todo el día no ha parado de sonar.

   Lola tuvo que ocultar la risa ante el asombro del enfermero. Estaba claro que Aldanne sabía más de lo que decía. Había algo en la sonrisa amarga del capitán que le recordaba a ella misma: él también había perdido a alguien. Él también dedicaba su vida a reparar aquella pérdida. Y desde luego, él también era un espía. En muchas cosas, Lola y el capitán eran iguales.

   Él también la miró con pensamientos parecidos. Pero una idea más rondaba su mente: "¿Por qué está con esos dos, si realmente no lo está? Ella sabe quién soy: ¿por qué a ellos no se lo ha dicho?". El capitán aplazó esas dudas y volvió su atención hacia el enfermero: no era tan fácil leer su historia al mirarle...

   -Está bien, Iron Man -decidió Sébastien, al cabo de un rato de espera infructuosa-. Veo que no usaréis ese "espejo azteca" en mi presencia. Pero esto no quedará así: cuando termine mi trabajo, volveré.

* * * * * * * * * *

   Las naves de la Contraarmada eran demasiadas para navegar juntas: habría riesgo de colisiones. Y la niebla nocturna empeoraba el problema; a veces ni siquiera se distinguían bien los faroles de posición (uno blanco a proa y otro rojo a popa), obligando a los barcos a tañir constantemente campanas para alertar de su proximidad a otros vecinos. Era habitual distanciarse de los demás. Tenían el mismo rumbo: no necesitaban verse.

   Por eso nadie se alarmó cuando uno de ellos comenzó a quedarse especialmente atrás. La diferencia era que su campana había dejado de sonar. Navegaba a la deriva: la palanca del timón giraba perezosamente, en aquella calma casi total, con un chirrido rítmico que ninguna mano trataba de impedir. El timonel estaba inconsciente: había sido narcotizado mientras los demás dormían. Por una ración especialmente preparada para él. Así lo había dicho el joven holandés que lo descargó: "Raciones para el timonel, para mantenerle despierto por la noche. Y para el encargado de la campana de aviso". Los paquetes llevaban el sello de Sébastien Aldanne.

   Una sombra enorme se acercó desde la niebla. Bajo la superficie, los peces vieron como si un enorme monstruo marino diera alcance al otro: una gigantesca ballena. Un leviatán. Después cayeron dos hombres al agua: los encargados del timón y la campana.

   Arriba estalló un combate; los tripulantes del barco dormido despertaron. Hubo estruendo en el agua: cuerpos cayendo al mar entre llamativa espuma, rodeados por una neblina de sangre algunos de ellos. Los depredadores marinos se acercaron, atraídos por el ruido y el sangriento olor, aunque aquellas presas no se rindieron sin luchar.

   Una de las sombras que cayó al agua, sin embargo, era de madera. Unos pocos supervivientes, en una chalupa de salvamento, vivieron para contar aquella noche. Cuando les rescató otro navío de la Contraarmada Inglesa, la imaginación suplió lo que la oscuridad no les permitió ver, y lo exageraron para disimular su cobardía. Hablaron de sombras monstruosas: el Leviatán, sin duda.

   No fueron creídos; pero aquélla fue la primera nave perdida por la Contraarmada Inglesa. Y si había que salvar la Historia, según Alonso y Lola, aún faltaban muchas más.

* * * * * * * * * *

   En el "Leviatán", Grace O'Malley contempló con decepción su captura: un buen buque de guerra con doce cañones, bien pertrechado. Una tripulación herida y en paños menores, pues había sido sorprendida durante el sueño (aunque se defendió con bravura). Pero...

   -¡No es el barco de Lord Essex! -rugió la pirata-. Ese Sébastien me ha engañado. Se arrepentirá...

   -¡Hay algo aquí para vos! -interrumpió su segundo de a bordo.

   Grace se volvió malhumorada hacia el cofre que traían trabajosamente sus guardaespaldas... y al abrirlo, su furia se trocó en gratitud.

   -¡Aldanne, es un placer hacer negocios con vos! -exclamó a la noche: sabía que su aliado no podía andar muy lejos-. Estas armas son... extrañas, pero de finísima factura. Venid, muchachos: vamos a aprender a utilizarlas.

   Un tripulante del "Leviatán" de Grace hizo una señal secreta, previamente convenida, moviendo un farol. A  pocos cables de distancia, en efecto, una luz similar hizo lo mismo: era la nave del "humilde mercader holandés", que contemplaba el resultado de su plan.

   -Un barco menos, Alonso -anunció Aldanne, satisfecho-. Como veis, cumplo lo que prometo. Vos indicadme el objetivo y yo haré el resto. ¿Cuántos decís que quedan?

(CONTINUARÁ...)

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Por Mª Nieves Gálvez



"Mientras andáis allá metido todo 
en conocer la dama, o linda o fea, 
buscando introducción por diestro modo (...)
Yo voy sobre un jinete acá saltando 
el andén, el barranco, el foso, el lodo, 
al cercano enemigo amenazando"
Francisco Aldana, "Pocos tercetos escritos a un amigo"

   (Lisboa, 3 de Mayo de 1589)

   El elegante personaje, ricamente vestido con sedas y armiño, enrojeció de furia al desenvainar la espada:

   -¿Decís que no tengo honor?

   El viejo soldado del Tercio le miró con sereno reproche:

   -Ni honor ni valor tenéis.

   -¡Deslenguado! ¡Moriréis! -exclamó el aristócrata, lanzándose al ataque.

   El militar le esquivó sin inmutarse, haciendo que el presumido cayera al suelo de manera ridícula. La gente que contemplaba el combate tuvo que contener la risa. Algunos aplaudieron burlonamente.

   -Cubrió, Enrique, tu valor, de una mujer el amor y de un error la porfía -reprochó el soldado, con voz de trueno-. ¿Cómo pudo en tu grandeza querer, engañado inglés, de una mujer a los pies, ser cabeza de la Iglesia? [1]

   El público estalló en ovaciones, en una mezcla de castellano y portugués:

   -¡Así se habla! ¡Dadle fuerte a ese hereje adúltero!

   -¡Inglés tenía que ser! ¡Nunca nos dé Dios un Rey así!

   Alonso de Entrerríos saludó a los espectadores con una reverencia; le estaba cogiendo el gustillo a los escenarios. Sobre todo para satirizar a un país enemigo como Inglaterra. Aunque lo lamentaba por el actor que interpretaba al rey Enrique VIII: trabajaba bien, pero la multitud sólo le dedicaba abucheos.

   -Gajes del oficio -consoló Lope a "Enrique VIII" más tarde, entre bambalinas-. Pero eso demuestra que sois excelente. Os creen realmente el rey inglés, ¡aun sabiendo que esto es un corral de comedias!

   -¡No saben apreciar mi arte! -protestó el actor, quitándose la capa de seda-. ¡Quiero ser el soldado!

   -Ahora me tocará a mí ser abucheada -rió Amelia. Estaba irreconocible en aquel lujoso vestido bordado, con enormes "pétalos" de encaje elevándose tras su cuello y hombros, como las auras de los retratos sagrados. El atavío de gala de la Reina de Inglaterra.

Reina Elizabeth I de Inglaterra con Arco Iris
Atribuido a Isaac Oliver y Marcus Gheeraerts el Joven

   -No sé como tenéis valor para salir así -asintió Alonso con admiración-. Os van a odiar. ¡Sois Elizabeth, la que ordena los ataques de Drake!

   -Y es bueno que Portugal odie esos ataques -sonrió ella-. Esa rebeldía ganará esta guerra.

   -Mucho esperáis de mi pluma -observó Lope cuando alcanzó a oírles, entre halagado y escéptico.

   El escritor no paraba de ir y venir, dando instrucciones y retocando textos a última hora. Amelia estaba encantada de verle trabajar: había visto obras de Lope de Vega en el futuro, en teatros de prestigio, representadas con organizada calma y textos inmutables. Pero ¡qué diferente era ver al autor en pleno proceso creativo! En una pequeña compañía, improvisando ideas, organizando a los actores o incluso sustituyendo a alguno si hacía falta. En un torbellino de dudas, soluciones, energía y vida.

   -Es que sois el mejor -coqueteó la joven, divertida-. Pero decidme: ¿de dónde habéis sacado el dinero para esto?

   -Del alcalde de Lisboa, ayer mismo. Su emisario dijo que había recibido un mensaje urgente para ayudarnos. Es extraño: ¿cómo sabía en qué posada encontrarme?

   Amelia frunció el ceño:

   -¿Quién firmaba el mensaje?

   -Dos personas. Un tal Julián y alguien de nombre francés: Sébastien Aldanne.

   La expresión de Amelia se volvió un poema, pero no tuvo tiempo de contestar: era su turno para subir al escenario. Fue Alonso quien cruzó una mirada de sospecha con Lope:

   -Ese nombre francés suena casi como Aldana. Conocí a alguien llamado así. ¿Pensáis lo mismo que yo?

   El autor asintió un instante, para después negar con incredulidad:

   -El capitán Aldana murió hace once años, junto al Rey Don Sebastián de Portugal. Es imposible...


[1] "Rimas de Lope de Vega y Carpio", núm. 226


   * * * * * * * * * *

   (Barco de Sébastien Aldanne, 8 horas después)

   Julián se había vuelto más trasnochador que madrugador, desde la muerte de Maite. Desde que la soledad le arrebató la calma nocturna y le dejó sin ánimos para revivir por las mañanas. Sin embargo, la llamada de Alonso le despejó de golpe aquel amanecer. ¡Podían cambiar tantas cosas...!

   "Salvad a María Pita, en La Coruña: es agente del Ministerio y os ayudará a volver a casa. Eso corregirá la Historia, en parte. Pero hay algo más". A través del auricular, la voz del veterano Alonso se convirtió en un susurro furtivo: "Me han prohibido deciros esto, pero... en el futuro incorrecto, en el que Pita muere y Portugal es inglés... vuestra esposa vive, Julián".

   Comenzaba a clarear el alba. El enfermero se vistió y subió a cubierta, pensativo. Agradecía la advertencia de su compañero, pero al mismo tiempo le sorprendía: lo habría esperado más bien de Amelia. Y en cierto modo, le dolía que no hubiera sido ella quien le avisara. "Cada vez se porta más como lo que es: la jefa. Y la primera en sacrificarse por el deber, eso sí", admitió. Pero tanto deber, ¿para qué? ¿Y si a Portugal le iba mejor con Inglaterra? ¿Y si tanto Maite como el mundo salían ganando con el cambio?

   Todavía añoraba a su mujer, aunque ya nunca hablaba de su dolor. Sólo lo plasmaba en cartas que nunca le enviaría, pero que a veces aprovechaba para algo: engañar a los padres de Amelia. "Haría cualquier cosa para estar contigo, amor mío. Daría la vida, por no vivirla sin ti".

   ¿Y si todo ese dolor estuviera a punto de cambiar?

   -Habéis madrugado -observó una voz, cuando llegó a popa: se trataba de Don Sebastián. El capitán de sangre azul estaba reunido con el timonel, y portaba en la mano un catalejo.

   -Vos también -respondió el enfermero, señalando el instrumento-. ¿Habéis visto algo? ¿Nos sigue la Armada "Invencible Inglesa"?

   -No puedo verla; pero sé que está ahí -Don Sebastián señaló al Este, al amanecer-. Lejos, pero lleva nuestra misma ruta. Estamos llegando a La Coruña.

   -¿Tan pronto? Si ayer estábamos en Santander...

   -Hemos forzado la marcha día y noche, y el viento es bueno. Pero hay una cosa que me extraña -el noble se retiró a una zona resguardada del vendaval y extrajo un papel de entre sus ropas-. He anotado los planes que le habéis robado al invasor. Drake debe asaltar Lisboa, y varias ciudades donde se están reparando los restos de la Armada Invencible. Y exprimir Portugal a impuestos. Pero no tiene orden de atacar la ciudad de La Coruña. Sólo los astilleros que hay cerca.

   -Sin embargo, lo hará -les sobresaltó la voz de Lola Mendieta, a sus espaldas-. No deberíais haber robado esos documentos. Si en Portugal descubrieran lo que Crato, su candidato al trono, ha firmado para malvender su país a Inglaterra...

   -¿Es que no duermes nunca, Lola? -protestó el enfermero, tomando el papel para examinarlo mejor.

   -No cuando los demás empiezan a reunirse a mis espaldas -sonrió la mujer con sorna-. Es mejor para mi salud.

   -He avisado de todo a Lisboa -se encogió de hombros Don Sebastián-. Y para reforzar la resistencia, también he ordenado financiar la obra de Lope.

   Lola entornó los ojos con astucia:

   -¿En Portugal saben que estáis vivo?

   -Sólo la gente correcta -fue la evasiva respuesta.

   -Aun así, nos conviene devolverle a Crato esos documentos -insistió ella-. Para que Portugal le pille con eso encima, ¿comprendéis?

   Julián les dejó hablar; había otro tema que acaparaba su antención. Y estaba escrito en el reverso de las notas de Don Sebastián. Parecía el borrador de una carta de aquel rey sin corona. Y las palabras le eran extrañamente familiares:

   "Haría cualquier cosa para estar contigo, amigo, hermano. Daría la vida, por no vivirla sin ti".

   -No... -musitó para sus adentros-. Otro personaje capaz de cambiar la Historia, adivinando lo que pienso. Otra vez, no...

   * * * * * * * * * *

   (Oficinas del Ministerio, 2016)

   -¡Que no! ¡Eso sería un bucle! -estalló la voz del subsecretario a través de la puerta acristalada-. ¿No recuerda cómo perdimos la puerta 716?

   Angustias levantó la vista de su ordenador, sobresaltada. Y también Irene, que le estaba ayudando a revisar las nóminas.

   -Recuerdo la 716 -sonrió la jefa de Logística, en tono confidencial-. Mira que dejar que Albéniz oyera los "Rumores de la Caleta" antes de componerlos...

   -¿Los compuso porque ya los había oído? -Angustias parecía confundida-. Entonces... ¿la primera idea no fue suya?

   -Ni de nadie: fue un bucle, porque el pianista era del futuro y pensaba que estaba copiando a Albéniz. ¡El pez que se muerde la cola! La puerta no aguantó la paradoja y... -Irene imitó por lo bajo el ruidito de una explosión y susurró-: ¿Quién está en el despacho?

   -No te lo creerías...

   La puerta acristalada se abrió, dejando salir al visitante. Irene tuvo que contener una exclamación de incredulidad: ¡Era Ernesto!

   -Conozco las normas -gruñó el adusto funcionario en dirección a Salvador, antes de marcharse.

   Aquello no era normal; Irene dejó los documentos y se apresuró a seguirle. El hombre iba a buen paso; ella no le dio alcance hasta doblar un recodo del pasillo.

   -Un momento, Ernesto -le abordó-. ¿Estoy soñando? ¿Le has discutido las normas a Salvador?

   El jefe de Operaciones la miró con sarcasmo:

   -Ni que eso fuera un problema para ti.

   Ella le escuchó sin inmutarse; para Irene, la indisciplina era casi un cumplido.

   -Algo muy grave debe ser. ¿Algún amigo tuyo? -de pronto Irene bajó la vista y sonrió con tristeza-: No, claro; en qué estaría yo pensando.

   -Tengo amigos, a pesar de los rumores -la expresión de Ernesto casi se suavizó un poco-. Y en este caso no estoy seguro de las normas. Porque si es cierto que hay que corregir la Historia...

   -María Pita -asintió Irene-. Hoy es el día. ¿Quieres avisarle de su propia muerte? Eso podría crear un bucle.

   -O salvar el día, si Julián y Alonso tuvieran razón -asintió él-. El problema es que ellos sólo conocen una versión de la Historia, y nosotros la otra.

   -Bueno, claro. Nadie puede conocer las dos líneas temporales a la vez. Ni siquiera Amelia, con todo lo que sabe.

   -Ojalá -asintió Ernesto-. Ella sabría distinguir cuál es la correcta.

   La expresión de Irene cambió, como si una idea impensable iluminara su mente:

   -¿Y si pudiéramos?

   Ernesto la miró con interés.

   -No veo cómo.

   -Déjame pensarlo -Irene sonrió con malicia-. Tú avisa a María; seguro que tienes una buena razón. Yo voy a hablar con Salvador

   * * * * * * * * * *

    (La Coruña, 4 de Mayo de 1589)

   La playa de La Coruña era un hervidero de actividad. A pesar de lo temprano de la hora, alguna barca de pesca regresaba ya con las primeras capturas, para venderlas en la lonja. Numerosos obreros se afanaban en reparar un gran navío de guerra que yacía en la arena, echado sobre su costado. El espacio entre el mar y los muros de la ciudad estaba ocupado por un próspero distrito comercial, una iglesia e incluso un monasterio. Había cierta agitación: dos naos estaban levando anclas. Entre el ajetreo general, nadie pareció fijarse demasiado en la llegada de un pequeño barco mercante, aunque fuera extranjero: el de Aldanne. A bordo de éste, los marinos holandeses prepararon una chalupa; aprovecharían la escala para aprovisionarse, además de desembarcar a dos pasajeros.

   -¿Vendréis a tierra, Lola? -preguntó el hijo de Alonso.

   -Ni loca -sonrió burlonamente la mujer-. Me largo lo más lejos que pueda del Ministerio.

   -Yo debería impedírtelo -dudó Julián-. Por si se te ocurre cambiar la Historia.

   -Y te volverías a arrepentir de denunciarme, porque sabes que no hago mal a nadie -le recordó ella-. Nunca dejo que cambien sucesos importantes; sería malo para mis negocios.

   Julián iba a protestar, pero la llegada del capitán le interrumpió: era hora de desembarcar.

   -Aquí nos separamos. Pero sabéis lo que va a pasar hoy en esta ciudad -les recordó Don Sebastián, ayudándoles a subir a la chalupa-. ¿Estáis seguros?

   -Es mi pasaje a casa -asintió el enfermero -. Y no será la primera batalla que veo; espero poder salvar a alguien.

   -Tampoco es la primera para mí -intervino fieramente el hijo de Alonso -. Haré que unos cuantos ingleses paguen por lo que perdimos en Cádiz y en la Armada.

   El capitán asintió con admiración. Y con cierta pesadumbre.

   -Habláis bravamente, Alonso, a pesar de vuestra juventud. Vuestro padre debe estar orgulloso.

   -Nunca le conocí -fue la triste respuesta del joven-. Pero madre siempre dice que vela por nosotros, como un ángel guardián.

   -Yo tampoco conocí a mi padre -confesó Don Sebastián-. ¿Puedo daros un consejo?

   Alonso asintió, sorprendido. ¿Cómo era posible que alguien de sangre real le hablara con tanta camaradería?

   -Luchad con vuestro brazo, pero también con la cabeza. Ares fue el dios de la guerra, pero ¿sabéis quién consiguió vencerle en combate? La brava Atenea, por su sabiduría.

   -¿Leyendas griegas? -se sorprendió Julián-. Creí que erais católico.

   -Como el que más -respondió Don Sebastián-. Pero esas fábulas paganas son útiles, porque tienen moraleja. Las aprendí de Aldana, el capitán más sabio que ha visto el mundo. Ojalá me las hubieran enseñado mucho antes.

   ¿Por qué era eso tan importante? El confuso enfermero se vio asaltado por mil dudas, pero ya no había tiempo para aclararlas: los marinos estaban soltando las amarras y separando la chalupa de la nave principal.

   -¿Volveremos a vernos? -inquirió Alonso.

   Don Sebastián, desde la cubierta del barco mercante, negó con un gesto:

   -Vos defenderéis esta ciudad y yo la mía. Cada uno tiene su batalla. Que Dios os guarde.

   -¿Volvéis a Lisboa? ¿Y si os reconocen? Os creen muerto...

   -No sé cómo presentarme allí -confesó el capitán-. Pero aun así, he de protegerla.

   La chalupa se alejó hacia la playa a fuerza de remos, mientras los demás tripulantes regresaban a sus quehaceres. Sólo dos personas permanecieron en la cubierta del mercante, contemplando la marcha de la barca; el capitán y Lola Mendieta.

   -Es buena idea, Don Sebastián -sugirió ella, cuando al fin estuvieron a solas-. Lo de hacerse pasar por un ángel guardián.

   * * * * * * * * * *

   El amanecer parecía tranquilo; sólo las campanadas de una iglesia y el graznido de las aves marinas interrumpían el silencio.

   Y algo más. Una vibración rítmica, alarmante, a través de la almohada.

   María Pita metió la mano a tientas para intentar apagar el infernal zumbido de aquel aparato, que aumentaba de intensidad por momentos.

   -¿Qué se oye? -gruñó una voz soñolienta pero autoritaria, desde el dormitorio vecino.

   -Un abellós! ("un abejorro") -se excusó azorada, en gallego.

   -¡Hablad en cristiano, pardiez! -replicó el otro en castellano, en un tono aún más desagradable que antes.

   -O galego é cristiano! -se enfureció ella, mezclando idiomas sin querer-. ¡Galiza é terra do Santiago Apóstol!

   -Echa fuera el abejorro; yo me encargo del capitán -intervino su marido, también en gallego, levantándose resignadamente-. ¡Vaya tirano! Cualquier día lo despierto vaciándole en la cara una bacinilla.

   -No me des ideas, Gregorio -sonrió con malicia la mujer. Una vez a solas, la agente sacó el teléfono de debajo de la almohada y contestó al fin-: ¿Hola?

   -¿María? -llamó la voz de Ernesto, a través del auricular-. ¿Va todo bien?

   -Iría mejor si no tuviera que hacer de posadera -sonrió ella-. El cabildo nos ha metido un soldado en casa, como a muchos vecinos. ¡Han venido más de mil!

   -¿Tantos?

   -Sí. Y como no está terminado el castillo de San Antón, que es donde debería dormir la tropa... ¿por qué llamáis?

   Al otro lado se hizo un silencio incómodo.

   -¿Ernesto?

   -Nada, sólo... -el funcionario dudó; al hablar estaba desobedeciendo a sus superiores. Pero al fin continuó-: Lleva hoy el móvil encima y recuerda este nombre: Julián Martínez. Es funcionario.

   -¿Una misión?

   -María... has visto el futuro. Sabes que puedes hacer tantas cosas como un hombre. Como el mejor de ellos. Sé que las harás.

   Ella frunció el ceño: aquellas evasivas eran extrañas. Sobre todo en Ernesto, que solía ser brutalmente franco.

   -¿Con quién hablas, María? -sonó una voz desde las habitaciones contiguas.

   -Con... el rapaz de la vecina, que se ha escapado a la calle -se excusó la mujer, acercándose a la ventana para disimular-. Le estoy diciendo que vuelva a casa.

   Entonces lo vio, al asomarse a la ventana. Recortándose en la lejanía, fuera de la protección de las murallas.

   -¡Gregorio! ¡Capitán! -llamó a los hombres de la habitación contigua-. ¡Hay una señal de humo en la Torre de Hércules! ¡Zarpan naos de la playa de La Pescadería! -la mujer se despidió de su interlocutor en un susurro-: tengo que colgar.

   -¡Espera! -le urgió Ernesto-. ¡Intenta que...!

   Un pitido le impidió terminar la frase: la llamada había finalizado. Ernesto guardó el móvil, comprobó que el pasillo subterráneo siguiera libre de oídos indiscretos y se puso en marcha, contrariado.

   "Intenta que no te maten" habría querido añadir. Pero pensándolo bien, ¿no es lo que todo el mundo intenta? ¿Habría cambiado algo con decírselo?

   * * * * * * * * * *

    (La Coruña, barrio de La Pescadería)

   -Esto es una maldita pesadilla -gruñó Julián, arrastrando a un herido al edificio más cercano. Era la casa de un tendero, a juzgar por las telas, redes y víveres que exhibía a sus puertas. Tomó uno de los lienzos al pasar: necesitaba algo para vendar las heridas.

   -¿No decíais que ya habíais visto batallas? -le preguntó el hijo de Alonso, ayudando en el traslado-. Yo sí, con la Gran Armada.

   -Y yo, en Cuba y Filipinas. Pero eran soldados, ¡no esto!

   En el interior del edificio, dos niños de muy corta edad lloraban abrazados a las faldas de su madre. Ésta repartía el tiempo entre consolarlos y recargar armas para su marido: varios arcabuces, de un solo tiro cada uno.

   -¿Quién va? -se alarmó la mujer, apuntándoles. Al reconocer al herido, bajó el arma -. ¿Han matado a Antonio?

   -Sobrevivirá -la tranquilizó Julián, ocupado en improvisar un vendaje-. ¿Conocéis a una tal María Pita?

   -Lo siento. De este barrio no es -negó ella, recargando otro arcabuz más-. Tendréis que buscar en la ciudad, cuando acabe todo esto.

   -¿Aquí vendéis armas? -se sorprendió Alonso.

   -Claro. Del mar puede venir pescado, pero también piratas -contestó el tendero; disparó desde la ventana y se agachó de nuevo-. ¡Inés, tu turno!

   La mujer le dio un arcabuz cargado y tomó el vacío. Eran sólo comerciantes, pero el joven soldado admiró su valor.

   -¡Esa tela me la tendréis que pagar! -les recordó la mujer, señalando el vendaje que estaba haciendo Julián. Inés soltó una maldición al tocar el recalentado arcabuz, pero ignoró el dolor y comenzó a recargarlo.

   El enfermero tuvo que contener una carcajada: ¡comerciante tenía que ser! Terminó el vendaje, puso sobre la mesa unos maravedíes y abrió la puerta. Una atronadora detonación le saludó desde el exterior: el barco de guerra español, a medio reparar en la arena, estaba usando sus cañones para la defensa. Pero lo que había en el mar, respondiendo a su fuego, era una flota inglesa tan grande como la Armada Invencible. Numerosas chalupas enemigas se acercaban a la costa: todo el barrio recibió a brazo partido a los invasores ingleses.

   -¡No salgáis ahí! -le advirtió Inés-. ¿Estáis loco?

   Julián se tragó el miedo y le dio al hijo de Alonso su pistola Glock del siglo XXI:

   -No es la primera vez que me hacen esa pregunta.

   -¿Sabéis usar esto? -sonrió el joven, admirando el arma. Aún sostenía la espada en la otra mano.

   -Recargar, sí. Pero tengo mala puntería -contestó el otro al salir-. Dispara tú. Y por mí no te preocupes.

   Al enfermero no acababa de gustarle su misión: corregir la Historia. Para que María Pita siguiera estando viva, y Maite muerta. Quizá por eso salió sin importarle el peligro; en el fondo, era un consuelo no saber si viviría para cumplir la misión.

   Un triste consuelo que varios soldados de Drake se apresuraron a ofrecerle, echándosele encima como lobos. Pero un disparo de Alonso rechazó al primero; al no saber que le quedaban más balas, el joven soltó la pistola y atravesó a otros dos con la daga y la espada. Julián también noqueó instintivamente a un atacante, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, pero otro espadachín invasor le cortó el paso.

   -¡No! -rugió Alonso con rabia, al comprender que estaba demasiado lejos. El recién llegado, sable en mano, cargó contra el desarmado enfermero...

   Julián de pronto lo vio todo como a cámara lenta. El mundo girando noventa grados, mientras el enemigo le hacía retroceder y caer al suelo. Alonso, a demasiados metros de distancia, extrayendo las armas de los dos adversarios heridos y acudiendo en su auxilio, aunque no a tiempo. El pirata inglés, sorprendido por la caída del enfermero, frenando en seco y elevando el sable para asestar el golpe de gracia...
...y la sonrisa perversa del atacante borrada de golpe, en un estallido de color sucio, como cuando una pedrada destroza un fruto maduro.

   Julián se levantó y contempló unos segundos al último pirata caído, antes de que una voz le hiciera comprender lo que había sucedido:

   -¡Corred, insensatos! -fue toda la explicación de Inés, desde el interior del edificio. Ya estaba recargando el arcabuz, que acababa de disparar para salvarle.

   Julián le dedicó un gesto de agradecimiento, recogió la Glock y obedeció. Mientras huía hacia las murallas de la ciudad, escuchó más detonaciones: los ingleses parecían estar tomando represalias contra Inés.

   -¡Mamá! -oyó gritar a uno de los niños; no pasaría de cuatro años-. ¿Nos van a matar?

   -Hoy no, hijo mío -fue lo último que oyó decir a la mujer-. Venceremos. Tan seguro como que me llamo Inés de Ben.



(CONTINUARÁ...) 

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MdT: Un Acto de Amor (III)

(Viene de "Un Acto de Venganza")


Un Acto de Amor (III)
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Por Mª Nieves Gálvez

(Navío "Revenge", Contraarmada "invencible" Inglesa. 
Finales de Abril de 1589)
 
   Sir Francis Drake abandonó a buen paso la bodega que hacía las veces de prisión. Estaba molesto por la pérdida de tiempo: el interrogatorio por "espionaje" había resultado ser un simple lío de faldas. Sin embargo, en su fuero interno también se encontraba ligeramente divertido. Al fin y al cabo, en alta mar tenía pocas distracciones. Después de aquella escena bufa y casi teatral, quizá podría aprovecharse de la esposa de aquel imbécil: aunque madura, tenía cierto encanto...
 
   -Tim, wait here -indicó a uno de sus secuaces, señalando la bodega donde acababa de dejar al prisionero y a la mujer-. Don't let them out (1).
 
   Drake se encaminó hacia su camarote a grandes zancadas, con el paso firme y elástico de un tigre. Estaba seguro de sí mismo, y con razón; países enteros temblaban al oír su nombre. Era un depredador; era el Dragón.
   Pero no sabía que estaba siendo seguido por otro depredador. Alguien silencioso como un espectro, y lo bastante osado para cazarle incluso en su propio cubil.
   El fantasma tenía un objetivo. Y había un hombre interponiéndose en su camino: Tim.
   El desgraciado inglés, todavía deslumbrado por las luces de la bodega, notó una mano atenazando su garganta antes de que sus ojos se hubieran acostumbrado a la penumbra del pasillo. Un pañuelo le cubrió la cara.
 
   -Treason...! (2) -intentó avisar; pero a través de aquel pañuelo, el sonido fue poco más que un murmullo.
 
   A bastante distancia, escaleras arriba, el leve gemido interrumpió las reflexiones de Drake. Éste y su guardaespaldas Stan se volvieron, aguzando el oído.
 
   -Tim? -gruñó Drake, algo inquieto.
 
   -I heard nothing (3) -negó Stan, después de un tiempo prudencial.
 
   El almirante también escuchó unos instantes, pero no alcanzó a oír nada más. ¿Tal vez el gemido provenía del prisionero? Después de tal paliza, tenía motivos para ello...
   Se encogió de hombros, hizo una señal a Stan y se puso en marcha de nuevo.

   Sin embargo, ya no estaba tranquilo.
 
   Otro tramo escaleras arriba, otro lóbrego corredor más, y el claustrofóbico pasillo se ensanchó un poco: estaba llegando a los camarotes principales. Aunque el caso de espionaje había resultado (aparentemente) falso, necesitaba comprobar que su preciada carga estaba a salvo. Sólo por si acaso.
   Drake indicó a Stan que montase guardia en el pasillo y dobló el último recodo. Algo en su instinto le seguía inquietando, y eso le molestaba. Veía amenazas en cada sombra...
   "Vamos: tengo armas del futuro, ¿quién puede decir lo mismo?" intentó animarse, sacando la llave para abrir el camarote. "Pronto conquistaré Portugal, y su nuevo rey Crato seguirá mis órdenes. La reina de Inglaterra hace años que come de mi mano. ¡Cómo has prosperado desde que naciste en aquella granja, Francis!"
 
   Un par de golpes a su espalda, como si alguien hubiera tropezado, interrumpieron sus pensamientos. Se volvió con rapidez, pero no vio nada: sólo el lóbrego recodo que acababa de doblar. Quizá debería comenzar a preocuparse de verdad.
 
   -Stan, art thou drunken again? -intentó calmarse; pero aflojó su sable en la vaina por precaución-. I warned thee, not even a single more time... (4)
 
   Un golpe sordo, como el de un cuerpo cayendo al suelo, fue la escalofriante respuesta. Drake se arrepintió de haber hablado: había delatado su posición. El pasillo que dividía los camarotes era lóbrego incluso a la luz de las linternas de aceite, pero no necesitaba ver más: en cuanto asomara alguna sombra...
 
   En efecto: la figura de un hombre se le echó encima, y Francis Drake la atravesó limpiamente con el sable. Pero antes de que pudiera extraer el arma del cuerpo, una fantasmal forma blanca le atenazó el rostro. El pirata se llevó instintivamente las manos a la cara, luchando por respirar, pero su esfuerzo sólo sirvió para inundarle los pulmones con un desagradable vapor alquímico. Todavía forcejeó unos instantes más contra aquella mano de hierro, antes de caer al suelo sin sentido.
 
   -Así que éste es el famoso Francis Drake -se burló el desconocido, tapando un frasco de cloroformo-. Si no fuera porque tengo prohibido cambiar la Historia...
 
   El joven Alonso de Entrerríos guardó el frasco y apartó de una patada el cuerpo de Stan, al que había narcotizado y usado como escudo humano. Probablemente estaba muerto, pero no se molestó en comprobarlo: tenía una tarea más urgente.
 
   Gracias a Lola Mendieta, por fin sabía por qué no había encontrado el gran cargamento de armas del futuro: porque no lo había. No en un mismo sitio, al menos. Estaba demasiado repartido: sólo un cofre en cada uno de los barcos principales. Y todo parecía indicar que Drake había sido lo bastante necio para guiarle directamente hasta el primero de ellos: el de su propio camarote.
 
   El joven tomó la llave caída, abrió la puerta y comenzó el registro. No tardó mucho en contener una exclamación de triunfo.
 
 
   (1) Tim, espera aquí. No les dejes salir.
   (2) ¡Traición...!
   (3) No he oído nada.
   (4) Stan, ¿estáis borracho otra vez? Os lo advertí: ni una sola vez más...
 
   * * * * * * * * * *
 
   Lola Mendieta era una espía curtida en varias guerras. Capaz de moverse como una sombra por cualquier época, nadie sabía bien para qué ocultos fines. Solía ser paciente: tenía, literalmente, todo el tiempo del mundo. Y sin embargo...
 
   -No sabes con cuánta impaciencia he esperado este momento -observó, con una sonrisa retorcida, en cuanto los guardias se marcharon.
 
   Julián, todavía encadenado al techo de la claustrofóbica bodega, tenía mil preguntas: ¿Estaba viendo un fantasma? ¿Lola no había enfermado de cáncer, por culpa de Darrow?
 
   -¿De... de cuándo vienes?
 
   -De un mes después de que me hicieras encerrar en Huesca -fue la rencorosa respuesta.
 
   Así que era eso. Para él había pasado casi un año, pero para ella no. Lola todavía no sabía que pronto volvería a ser apresada por el Ministerio, y que sólo saldría del penal de Huesca para unirse a Darrow... en la salud y en la enfermedad. Para morir como Paul Walcott.
 
   El enfermero no tuvo coraje para decírselo. Sólo asintió débilmente:
 
   -Parece que casi siempre que nos vemos, uno de los dos acaba preso -observó él.
 
   -No por mi gusto -la espía se encogió de hombros-. Hiciste mal en traicionarme en la Residencia de Estudiantes.
 
   -Lo sé; eras inocente -admitió él, bajando el magullado rostro con arrepentimiento-. Pero ya pagué por ello. Suéltame, por favor...
 
   La mujer enarcó una ceja:
 
   -¿Qué has pagado tú? No has hecho nada -se burló-. Si estoy libre, es porque YO me atreví a hacer un pacto con el Diablo.
 
   El enfermero casi sonrió, lo cual le provocó un incómodo escozor en el labio que le acababan de partir. Conocía aquella frase.
 
   -Eso le dijiste a Goya. Apuesto a que escapaste gracias a un preso herido en ambas rodillas.
 
   La sonrisa desdeñosa de Lola se heló en una mueca de asombro. Sus ojos se estrecharon con sospecha al clavarse en su interlocutor:
 
   -¿Cómo sabes eso? ¡No me estarás investigando otra vez!
 
   Julián negó con la cabeza:
 
   -Era lo justo, Lola. Estabas presa por mi culpa. Esperé a que Alonso le registrara los bolsillos, y después le di un regalito para ti. Con eso habéis escapado de Huesca los dos, ¿no?
 
   La mujer le estudió entre la suspicacia y la complicidad. Siempre le había parecido que el enfermero no terminaba de encajar en el Ministerio: era listo, pero demasiado indisciplinado. Sin embargo, una traición así...
 
   -¿Se lo diste para ayudarme a huir? -susurró, todavía incrédula-. ¿Y si te hubieran descubierto? ¿Y si eso hubiera cambiado la Historia?
 
   El enfermero alzó la vista con picardía:
 
   -Eso espero -sonrió al fin. Tanto, que la herida del labio volvió a abrirse; pero no le importó-. Que cambies tu futuro.
 
   -No voy a creerte así como así -le reprendió ella fríamente-. Sólo lo dices para que te suelte. Y aunque te creyera, no estoy en posición de devolverte el favor -exasperada ante la creciente hilaridad de su interlocutor, Lola acabó por estallar-: ¿Se puede saber de qué te ríes?
 
   -¿Mi ex-mujer? -se burló Julián, incapaz de contener una carcajada-. ¡Sólo te ha faltado la música de Pimpinela!
 
   Lola acabó por esbozar una triste sonrisa:
 
   -Fue para evitar un mal mayor -confesó al fin-. Pero no puedo soltarte: eso me delataría y además te volverían a atrapar. Porque estamos en alta mar: no veo cómo huir de este barco...
 
   Un golpe en el exterior de la bodega pareció responderle. La puerta se abrió, dando paso al hijo de Alonso de Entrerríos. El joven apartó a la indignada mujer de un empellón y hurgó en los grilletes de Julián con las ganzúas del Ministerio:
 
   -Yo sí. Acabo de eliminar a los centinelas de ahí fuera y ya he encontrado las armas. Drake estará fuera de combate por un rato. Ahora o nunca.
 
   * * * * * * * * * *
 
   En el fondo del océano, bancos de peces parecían revolotear entre los mástiles de un galeón hundido, como en tiempos más felices hicieran las aves marinas. Un cangrejo salió de su escondite: la vacía cuenca ocular de una calavera, que aún elevaba su mirada hacia la lejana superficie.
 
   Aquel descarnado cráneo había pertenecido a un joven marino, llamado Tomás: el barco fue parte de la "Grande y Felicísima Armada" española, apodada burlonamente "invencible" por sus enemigos. Si en verdad existiera el Más Allá, la calavera tal vez estuviera mirando al Cielo para suplicar la reparación de su fatal destino. Para pedir justicia.
   Y tal vez, sólo tal vez, se habría alegrado al recibir de las alturas la respuesta.
   Innumerables sombras de una flota enemiga cubrieron los restos sumergidos. Y de ella cayeron dos objetos hasta posarse junto al infortunado Tomás, ahuyentando momentáneamente al cangrejo que le había elegido como compañía.
 
   Se trataba de un arcón, que lastraba el cadáver de un hombre: Stan. Y el contenido del cofre significaba una gran pérdida para el enemigo inglés.
 
   Los arqueólogos marinos del futuro tendrían problemas para comprender el hallazgo: armas del siglo XXI, acompañando a dos hombres del siglo XVI (un español y un inglés) en su última morada. Si es que alguien llegara a registrar los restos sumergidos de la "Armada Invencible" algún día, claro está...
 
   De momento, sólo fue el cangrejo el que, agradecido por aquel maná, se dirigió hambriento hacia Stan. Por razones prácticas, le había elegido como nueva compañía. Los revoloteantes peces le imitaron.

    * * * * * * * * * *

   -¡Estás loco! -reprendió Lola al joven Alonso, por enésima vez.

   -Estamos vivos y en otro barco, ¿no? -replicó el muchacho, tan empapado como ella.

   -En eso tiene razón -rezongó Julián, aceptando una manta de los tripulantes del velero holandés. No hablaba flamenco, así que intentó darles las gracias con un gesto. Temblaba de frío, pero lo primero que hizo no fue abrigarse, sino secarse la cara: el agua salada le hacía arder las heridas.

   Tras saltar por la borda, habían sido rescatados por el mismo barco holandés de suministros que habían visto por la mañana: el que había utilizado Alonso para descargar los documentos robados a Crato. Tal vez por curiosidad, los flamencos les seguían de cerca desde entonces.

   -Están llamando al capitán -tradujo Lola, cubriéndose las piernas con otra manta de sus salvadores: había tenido que desprenderse de la pesada falda de su vestido, para no acabar hundiéndose en el mar-. Sí, entiendo holandés. Dejadme hablar a mí. ¡Ya me habéis metido en demasiados problemas!

   -Parece que últimamente no paran de caer cosas del "Revenge" -le interrumpió una voz sarcástica, en perfecto español. El hombre, de porte aristocrático, ordenó a sus hombres en holandés-: Registradles.

   -Vaciaos los bolsillos -ordenó Lola a sus compañeros-. Gracias por rescatarnos, capitán...

   -Sébastien Aldanne -se presentó él, examinando los objetos de los náufragos: se detuvo en el teléfono móvil del Ministerio-. Soy un humilde comerciante holandés. Y ustedes son espías. Sólo me falta saber de qué lado están -el aristocrático personaje mostró el móvil-. ¿Qué es esto?

   "Ustedes", se asombró Julián. No "vos" ni "vuesas mercedes". ¿Por qué carajo hablaba aquel tipo como alguien del futuro?

   -Es un espejo de obsidiana azteca, de las Américas... -tartamudeó tímidamente el enfermero.

   El capitán le miró con sorna. Estaba claro que aquel "espejo" tenía tanto de azteca como lo que el noble personaje tenía de "humilde comerciante holandés".

   -Nokia es finlandesa -sentenció Sébastien con picardía. Ante la mirada de asombro de Julián y Lola, continuó-: Sí, he viajado mucho. Tanto o más que ustedes.

   -Los de Leiva no me hablaron de usted -le tanteó Lola, con exquisita prudencia. No podía ser más directa: nunca lo era, en su trabajo. Su vida solía depender de ello.

   -¿Quién es Leiva? -se sorprendió sinceramente Sébastien.

   Julián empezaba a hartarse: no estaba de humor para líos de espionaje. Lola pensaba que Sébastien podía ser alguien de Leiva o del Ministerio, es decir, de bandos contrarios. Sébastien pensaba que ellos eran espías a favor o en contra de Drake. Podrían estar haciéndose mutuamente preguntas con doble sentido toda la santa noche, y acabar en un interrogatorio inquisitorial de todos modos. Y la verdad, no tenía ganas de dar tantas vueltas; estaba demasiado cansado.

   -A la mierda: soy Iron Man -interrumpió-. Mire, soy español y todo este lío es cosa mía: los demás han caído conmigo por casualidad. Leiva es un enemigo de España, igual que Drake, y ya ve cómo me ha dejado la cara ese pirata venido a más. Y usted ha abierto la caja de documentos que le hemos robado a Drake esta mañana, ¿me equivoco?

   Sébastien Aldanne le miró con admiración:

   -Con un par -asintió, divertido-. Gilipollas, pero con un par, como dirían ustedes en España. ¿Sabe lo que quiero hacer con el que ha firmado esos documentos? Ese tal Crato.

   -Sorpréndame -bufó Julián.

   -Algo peor que la muerte -fue la feroz respuesta del noble.

   -Julián, ¿le has quitado los documentos al Prior de Crato? -se alarmó Lola-. Insensato, ¡eso puede cambiar la Historia!

   -¿A favor o en contra de España? -se interesó Alonso al fin-. Capitán, si realmente queréis ayudar a España, os daré una lista de barcos de esta flota. Llevan algo mil veces peor que documentos. Hay que hundirlos.

   -Cuando sepa que puedo confiar en ustedes -fue la fría respuesta-. Además, mi barco no es de guerra. Es mercante.

   -¿Y nosotros cómo sabemos que podemos confiar en usted? -le espetó Lola con dureza-. ¿Por qué se ha metido en esta flota si quiere ayudar a España?

   -Por amor; pero no a España -contestó Sébastien Aldanne, girando un anillo en su mano hasta mostrar el sello que había estado ocultando en la palma-. Por amor a mi país: Portugal.

   -Es imposible... -palideció Lola, con los ojos clavados en el anillo; parecía que fueran a salírsele de las órbitas-. Sebastián... Aldana...

   -¿Estamos jodidos? -dedujo Julián.

   * * * * * * * * * *

   (Puerto de Lisboa, 1589)

   Gil Pérez levantó la vista del ordenador portátil al escuchar dos golpecitos. Alguien estaba llamando; pero no a la puerta exterior del camarote, sino a un mueble con una historia mucho más interesante.

   -No es posible -reflexionó, llave en mano-. Me habrían avisado...

   -Ejem... ¿Podría abrirnos, por favor? -suplicó una voz familiar: sonaba amortiguada a través de la madera.

   -¿Amelia? -Gil Pérez se apresuró a abrir la puerta del "armario" del Ministerio, pero no pudo ocultar un gesto de extrañeza -. Bienvenida... y vos, Alonso. Nadie me ha informado de esto: es tremendamente irregular.

   -Lo lamentamos, pero no hemos podido avisar antes -se excusó la mujer, entrando con muy poca elegancia: se había enredado en la capa de su compañero-. Ha sucedido un imprevisto, y en el Ministerio ya no son horas para avisar a los jefes.

   -¿No será por Julián? -se inquietó el funcionario-. Lo dejé en un lugar discreto de la costa inglesa, para que no tuviera problemas en llegar por tierra a Plymouth. ¿Algo va mal?

   -No lo sabemos: aún no tiene cobertura -explicó Entrerríos, intentando contener las malditas náuseas que le asaltaban cada vez que ponía el pie en un barco-. ¿Iba solo?

   -Ah, no -sonrió Gil Pérez -: va con uno de mis mejores hombres. Que por algo se llama igual que vos.

   El veterano excapitán del Tercio sonrió con orgullo; incluso el mareo pareció remitirle un poco, mientras abría la puerta del camarote en busca de aire fresco. Anochecía: en un mástil, la remendada bandera con la Cruz de Borgoña se recortaba contra el Sol poniente.

   -¿Aún no habéis cambiado ese pabellón? -observó el soldado.

   -Pronto habrá que hacerlo; pero será una lástima, con la historia que tiene -reflexionó Gil Pérez.

   -Espero que sea la misma Historia que recuerdo yo -confesó Amelia. Su expresión se revistió súbitamente de gravedad-. Tenemos que hablar. Y lo siento, pero esto no le va a gustar.

   * * * * * * * * * *
"Tiempo de Gloria",
Fanart de "El Ministerio del Tiempo".
Autor: Conrado Martín "Entiman", 2015

   Lope de Vega despertó, buscando instintivamente el abrazo de su esposa. Pero para su sorpresa, estaba solo.

   -¿Isabel? -recorrió el dormitorio con la vista, pero su inquietud no hizo sino aumentar. ¡No se encontraba en su casa de destierro en Valencia! Era un cuarto austero, pero vagamente conocido... - ¿La posada de Lisboa? ¿Hace un año?

   -Tenéis buena memoria -observó una voz tan burlona como firme, desde la puerta: se trataba de Alonso de Entrerríos.

   -¿Quién sois? ¿Qué brujería es ésta?

   -Sólo es un sueño -replicó Alonso, sin ganas de más explicaciones: bastante les había costado a él y a Amelia traer a Lope, narcotizado, desde la Puerta del Tiempo de Valencia hasta la de Gil Pérez. Y convencer a este último de que no llamase a Spínola, al revelarle a qué escritor estaban secuestrando.

   -Un sueño no muy exacto: recuerdo una compañía mucho más grata -replicó Lope, con tan burlesca insolencia que Alonso tuvo que contener las ganas de noquearle otra vez-. Y me embarcaba para defender a España...

   -Vuestro destino no es defenderla con la espada; pero sí con la pluma -intervino una voz femenina. Amelia apartó delicadamente a Alonso y contempló a Lope desde el umbral-. Portugal está a punto de aceptar el yugo inglés y cambiar la Historia: sólo vos seríais capaz, con vuestras obras, de evitarlo. ¡De cambiar la opinión de un país entero! -su sonrisa se volvió tan altanera como cómplice-. ¿Aceptaréis tal reto si mejora la compañía?

   Lope se levantó de un brinco y terminó de abrir la puerta con su espada, muy cautelosamente, antes de osar asomarse; pero para su alivio, no había rastro de Julián por ningún lado. Cuando Amelia señaló a Alonso la salida (ganándose una furibunda mirada de este último), la expresión del escritor se convirtió en puro júbilo:

   -¡Salvar España con versos, a solas con una mujer hermosa! -resumió con picardía-. Inalcanzable, docta, esquiva Amelia, dura y perfecta como el mármol de los dioses... tenéis razón: esto es un sueño, o he muerto y estoy en el Cielo. En ambos casos no es pecado, pues no es real, ¿verdad? ¡A fe mía, cómo voy a disfrutar este momento!

   -No tan rápido, lengua de plata -se burló ella, presentándole papel y pluma-. Antes vais a tener que sudar tinta para convencerme. Ya sabéis que yo, ante todo, quiero buenos versos.

   -Serán tan puros como los del divino Aldana, que en la Gloria esté junto a Don Sebastián.

   -No es pureza lo que busco -la mirada de la joven volvió a llenarse de malicia y de promesas-: Por favor, sed cruel. Muy cruel contra Inglaterra, la pérfida Albión. Sé que me sabréis complacer...

(CONTINUARÁ...) 

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MdT: Un Acto de Amor (II)

(Viene de "Un Acto de Venganza")


Un Acto de Amor (II)
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Por Mª Nieves Gálvez

   "No hay amor más grande que darlo todo por los amigos"
   (San Juan, 15:13)

   (Barcelona, 1880)

   Alonso de Entrerríos se había enfrentado a muchas situaciones terroríficas. Pero ninguna le había dado tantas ganas de poner pies en polvorosa como la que, muy a su pesar, estaba atravesando en aquel momento.

   -¿Se quedará a cenar, capitán? -inquirió la madre de Amelia, con la mejor de sus sonrisas.

   -Lo lamento, señora; debo embarcarme esta misma noche -mintió el militar lo mejor que pudo-. Una orden urgente.

   -Es una lástima; ya lo teníamos todo preparado... acepte una copita, al menos -la mujer hizo una señal a la nueva criada y volvió a centrar su atención en Entrerríos-. ¿A dónde va esta vez?

   -A Cuba.

   -Ah, ¿viaje de negocios? -se animó el padre de Amelia-. Menos mal; por una vez, mi hija no tendrá que preocuparse. La pobre se inquieta cuando viaja usted a algún lugar en guerra.

   La cara de Alonso se convirtió en un poema: ¿ya no había guerra en Cuba?

   Amelia aprovechó la llegada de la criada, bandeja en mano, para desviar la atención:

   -¿Usted también quiere un anís, madre? -la joven repartió los vasitos de licor e improvisó-: será sólo una escala. Su destino final es Baler, en Filipinas.

   -Ya me extrañaba a mí -suspiró la madre, con velado sarcasmo-. España hace siglos que no pinta nada en Cuba.

   Entrerríos aprovechó el trago de licor para disimular su expresión de asombro: ¿siglos? A aquellas alturas ya no sabía qué pensar. Se despidió tal como le había aleccionado Amelia: un beso en la mano de ambas mujeres, unos cumplidos y una breve reverencia militar. Pero en su mirada se notaba que algo iba mal. Realmente mal.

   -Debo irme. Amelia, por favor...

   -Sí, te acompaño a la salida -la joven detuvo a la criada con un gesto-. Me bastaré yo sola.

   La madre de Amelia iba a decir algo más, pero el padre la retuvo con picardía:

   -Déjalos despedirse a solas, mujer -entrechocó el vaso con el de su esposa y contuvo una risita-: Ah, estos enamorados...

   Nada más salir al exterior, Alonso tomó a su superior por los hombros, visiblemente nervioso:

   -Lo que dicen vuestros padres es aún peor de lo que yo pensaba -susurró con urgencia-. Vuestro pretendiente tendría que ser Julián, y debería estar en Cuba.

   -¿Cómo va a ser Julián, si está casado? Ya tiene a Maite.

   -Ah, ¿y yo qué? -se escandalizó él -¿Os parece que tengo menos embrollo, con Elena y Blanca?

   -Baja la voz, que mi madre es muy cotilla y puede estar asomada -le reprendió ella suavemente-. ¿Por qué dijiste Cuba?

   -Porque en mi mundo, Cuba todavía es española en este tiempo, y está en guerra. Julián estuvo allí. Y Maite está muerta.

   -No digas barbaridades, por Dios -Amelia le miró con incredulidad-. ¿Todavía sigues convencido de que ha cambiado la Historia y yo no lo he notado? No eres experto en esta época. ¿Cómo sé que no es todo una confusión tuya?

   -Julián prometió escribiros desde allí, Amelia -explicó Alonso, sacando del bolsillo un documento que mostró a su superior-. Cartas para enseñar a vuestros padres. Nunca las termina, pero vi ésta a medio hacer y la guardé por... no importa: leed.



   "Matanzas, Cuba. 1898.
   Querida (nombre tachado) Amelia,
   Espero que al recibir la presente estés bien; aquí en el frente todavía resistimos, g. a D.
   Dicen que el tiempo lo cura todo (nombre tachado); pero es mentira. He pasado meses sin ti, y todavía duele como el primer día. Daría cualquier cosa por volver a pasar un minuto contigo; daría mi vida entera, por no tener que vivirla sin ti..."

   Amelia estudió cuidadosamente el borrador, lo miró al trasluz y se lo devolvió a Alonso, con el rostro desencajado. La letra y la firma eran de Julián, sin lugar a dudas.

   -Alonso, tenemos que ir esta misma noche al Ministerio, en cuanto todos crean que duermo. Esto es muy grave. Y no digas nada a nadie; ni siquiera al subsecretario. A nadie.

   * * * * * * * * * *

   (1589, Navío Revenge, Contraarmada Inglesa. A 500 millas de tierra)

   El hijo de Alonso de Entrerríos lo estaba notando otra vez. Alguien le seguía.

   "Tal vez me afecta lo que le ha pasado a Julián; tal vez es miedo" se reprendió a sí mismo. "Ahora veo enemigos en todas las esquinas".
   O tal vez era su instinto, le dijo algo en su interior. Algo que sus bien entrenados sentidos no podían desoír.

   -Hello, sweetie -le abordó una voz de mujer, grave y sarcástica, con acento español.

   El joven se giró lentamente. En el fondo, sabía de antemano lo que iba a ver.

   -Todavía ocultáis el rostro con ese velo negro. ¿Tan fea sois?

   -Eres muy gracioso. Pero no muy listo -la misteriosa mujer, como ya hiciera en la Corte de Inglaterra, le estaba apuntando con un diminuto "arcabuz" del siglo XXI-. Habéis desaprovechado la ocasión que os di en Palacio.

   -Interesante arma. ¿Dónde están las demás? Sé que Drake tiene un cargamento, y que quiere utilizarlo para cambiar la Historia.

   La mujer suspiró con hastío:

   -¿Es que tengo que hacer yo todo el trabajo? Está bien; seguidme. Pero no es eso lo único que cambiará la Historia, por desgracia.

   -¿Y qué más puede ser?

   -Ese médico y vos habéis curado a demasiada gente para pagaros el pasaje. Eso salvará de varias plagas a barcos enteros; Drake tendrá más naves y más hombres de los que debería haber tenido. Por cierto, ¿dónde está?

   -¿Julián? Lo han hecho prisionero.

   A pesar del velo, el hijo de Alonso casi juraría que la espía torció el gesto:

   -Eso complica las cosas. Pero al menos así no curará a más gente equivocada. Y espero que no hayáis tocado nada más de este barco.

   Alonso tragó saliva y guardó silencio; él había sacado algo del barco, sí. Pero sólo eran papeles...

   -No tenemos mucho tiempo -repuso la mujer, escudriñando los estrechos y lóbregos pasillos de los camarotes-. Seguidme y os diré lo que sé de las armas.

   El joven la siguió, pensativo:

   -Decidme, ¿serían importantes unos documentos con, digamos, las condiciones que han acordado Crato y los ingleses para esta invasión? No es por nada, es sólo un ejemplo...

   * * * * * * * * * *

   (Oficinas del Ministerio, 2016)

   -¿A santo de qué viene tanto misterio? -se extrañó el veterano Alonso -. ¿Por qué me habéis citado a medianoche, y directamente en los vestuarios?

   -No hay tiempo de convencer a los jefes -contestó Amelia, mientras se cambiaba de ropa detrás de un biombo -. Bastante me ha costado creerlo yo.

   -Pero la carta de Julián...

   -Sí. Es una carta que no quiero enseñar por ahí: me obligaría a explicar mi vida privada. Pero demuestra que es verdad. Él y tú estáis en lugares y tiempos diferentes, pero coincidís en todo: así que vuestra versión es coherente -la idea era tan aterradora como interesante-. Entonces, ¿no perdimos las colonias de América en el siglo XVI?

   -Las tuvimos por lo menos cien años más. El Siglo de Oro, decíais siempre.

   -¿Qué es el Siglo de Oro? -se sorprendió ella, saliendo de detrás del biombo ataviada con un vestido de, precisamente, aquella época-. Supongo que te refieres a la Generación Dorada: Francisco Aldana, Lope de Vega, Cervantes...

   -Ay, Dios mío... -Alonso comenzó a sentir otra vez un molesto dolor de cabeza-. ¿Un siglo perdido? ¿Tanta diferencia supondría ganar o perder Portugal?

   -Sí; imagina a los ingleses aprovechando toda la costa y la flota portuguesa, las islas Azores como base para sus corsarios... además de financiarse cobrando enormes tributos a las colonias lusas.

   -Suena a servidumbre. ¿Para eso quería Portugal independizarse de España?

   -Tal vez no lo habrían hecho, de haberlo sabido de antemano. Si hubieran visto los documentos que Crato firmó con los ingleses... ¿fue eso lo que pasó en tu mundo? ¿Vieron los documentos y prefirieron España? -cuanto más lo pensaba, más sobrecogedora le parecía la conclusión-: Dios mío... después de tantos años estudiando, ¿la Historia que yo conozco no es correcta?

   -Lo del Siglo de Oro lo recordáis mal, por descontado. Pero al menos ya me creéis -sonrió él, esperanzado-. ¿Por lo del frente en Cuba?

   -Por el nombre tachado. Si lo de ese nombre es cierto, el resto de lo que cuentas también.

   Alonso asintió: él también había leído la carta al trasluz. El nombre de Maite.

   -Julián no es un poeta: no se inventaría fácilmente algo así -sentenció Amelia con tristeza, poniéndose en marcha-. En mi mundo ella vive. Pero en su mundo y en el tuyo, Maite ha muerto.

   * * * * * * * * * *

   (1589. Navío Revenge, Contraarmada Inglesa).

   "Daría mi vida entera, por no tener que vivirla sin ti... ¿cómo seguís escribiendo estas cosas? Julián, creí que ese tema lo teníais muerto y enterrado".
   "Sólo enterrado, Alonso. Vivo con ello, y ya está. ¿Qué más te da?"
   "Seguiréis la misión con mi hijo. Claro que me importa. ¿Y si le falláis también a él?"
   "Ya le fallé a Maite y la perdí. No os fallaré a vosotros. Antes me muero".
   "¿Seguro? ¡Es mi hijo!"
   "Puedes confiar en mí, Alonso. Te lo juro".

Sir Francis Drake
(1590, 
Marcus Gheeraerts el Joven)
   Aquella fue la última conversación telefónica de Julián, antes de perder cobertura. Justo antes de abandonar el galeón de Gil Pérez, cerca de Plymouth, para infiltrarse en la Contraarmada "Invencible" Inglesa.
   Y ahora, prisionero en esa Contraarmada, no paraba de repetírselo a sí mismo, a cada golpe. A cada pregunta del interrogatorio. A cada amenaza.
   "No os fallaré".

   -Who's with thee, Catholic dog? (1)  -volvió a preguntar Sir Francis Drake, mientras un sicario subrayaba la pregunta con un sonoro puñetazo.

   Julián encajó el golpe como pudo; los grilletes que le encadenaban las muñecas al techo de la bodega comenzaban a molestarle de verdad. Llevaba horas así. Pero si aquellos ingleses eran cabezotas, más lo era él.

   -¡Que estoy solo, cojones! -repitió por enésima vez.

   -El almirante Sir Drake está perdiendo la paciencia -indicó con dulzura el monje portugués que hacía de traductor-. Necesita saber quién os envió a registrar los camarotes.

   Las suaves palabras realzaron, por contraste, el siguiente puñetazo del sicario.

   -¡Soy médico y estaba buscando a mi paciente, joder! Me equivoqué de camarote, ¿vale?

   -Thou'll better confess (2) -le espetó fríamente el corsario, quitándose un guante para evitar mancharlo. El puñetazo del expirata acertó dolorosamente en una zona ya muy castigada; el cabrón ahora iba de tipo fino, pero todavía sabía pegar bien.

   -Cómo mola; un puñetazo de Drake en persona -observó el prisionero con sarcasmo-. Cuando se lo cuente a los del curro, van a flipar.

   -Maybe thou'll have no chance to tell anyone -fue la fría respuesta; tras tantos años de piratería por el mundo, el puñetero al parecer entendía español-. Have a wife? Children? Confess or thou'll never see'em again. (3)

   -Dice que... -comenzó el fraile.

   -Sé lo que dice -gruñó Julián sombríamente: ¿mujer? ¿Hijos? Si pensaba que nombrando eso le daría más ganas de vivir, iba apañado el pirata-. Epic fail: my wife is gone, and I have no one. Except my patients. I'm a physician and I just save lives. That's all. (4)

   -I recall an assistant on thine side. Where's he? -Drake alargó desdeñosamente la manchada mano a un sirviente, que se apresuró a limpiarla, y volvió a ponerse el guante-. Put him on red irons just in case. Better to be safe than sorry. (5)

   Hierro al rojo. Lo había dicho a toda mecha, pero se entendía, incluso con el chapucero nivel de inglés del enfermero. Joder; eso sí que acojonaba.

   "Nunca os fallaré" se repitió. No podía hablarles del hijo de Alonso. No podía...

* * * * * * * * * *

   En el exterior de la bodega, un hombre observaba clandestinamente la escena, a través de la puerta apenas entreabierta.

   -Maldición... -musitó para sí mismo-. No debí haber dejado ocasión a ese necio. Ahora tendré que arriesgarlo todo para sacarlo de ahí. Son tres enemigos; si empiezo por Drake...

   El espía aflojó la espada en la vaina y extrajo de sus ropas una daga arrojadiza. Sopesó con ojo crítico esta última: parecía bien equilibrada.

   -¿Qué hacéis, insensato? -susurró una voz femenina a sus espaldas.

   El hombre se volvió con la rapidez del rayo, dejando caer la daga para atrapar a la mujer por ambas muñecas. Después de un silencioso pulso, el arma de ella cayó al suelo. El sombrero de él también se deslizó a causa de la lucha, mostrando su rostro en la penumbra: era el hijo de Alonso de Entrerríos.

   -Por fin os tengo sin pistola -susurró el muchacho, triunfante-. Quitaos de una vez ese estúpido velo. ¿Fuisteis vos quien hizo apresar a mi compañero?

   -Claro que no; pero debí haberlo hecho -musitó ella con desprecio-. Ya habéis cambiado suficientemente la Historia. ¿Sabéis lo que pasaría si además matáis a Drake?

   -Id a otro perro con ese hueso –susurró el muchacho, sin dejar de prestar atención al interrogatorio, que se estaba endureciendo al otro lado de aquella puerta-. Sé que Drake no conquistará ningún país en este viaje, ni hará gran cosa después. Y aunque así fuera, yo no abandono a un compañero.

   -¿Y a dónde le llevaréis? –susurró ella con una seriedad aplastante-. Estamos en alta mar. Registrarán el barco y os encontrarán. Sólo conseguiréis que además registren los camarotes a fondo, incluyendo el mío. Mi situación aquí es más delicada y más importante de lo que creéis...

   El muchacho comenzó a comprender:

   -Así que vos también le ocultáis cosas a Drake, ¿eh? Bien: ayudadme a sacar de ahí a Julián, o quitad de en medio.

   -No es sensato...

   El joven la apartó de un empellón y se aprestó a lanzar la daga.

   - ¡No! –exclamó la mujer, adelantándose hacia la puerta entreabierta de la bodega, que hacía las veces de improvisada sala de interrogatorios.

   Alonso desenvainó la espada, dispuesto a entrar en tromba y matar a tantos enemigos como pudiera. Pero las siguientes palabras de la mujer le dejaron clavado en el sitio. Tanto a él como a Drake, que se volvió con indignación al escuchar una voz femenina a sus espaldas:

   -¡Yo confesaré! –gritó la mujer velada, en varios idiomas-. Registró los camarotes porque me buscaba a mí: ¡es mi exmarido!

   La indignación del corsario dio paso a la sorpresa. El prisionero también abrió unos ojos como platos al reconocer a la persona que acababa de irrumpir en la bodega. ¿La misma espía del velo negro que había visto en Londres? Aquella voz...

   -¿Por qué no quieres aceptar que te he dejado, Julián? –exclamó la intrusa desdeñosamente, retirándose el velo del rostro-. En Inglaterra existe el divorcio. ¡Asúmelo y deja de perseguirme por medio mundo!

   Drake, pasada su furia inicial, parecía incluso divertido: ¿un simple asunto de faldas? ¿Para eso tanto misterio?

   -Forget the irons, but don't release him  -indicó el pirata a sus sicarios, antes de salir gruñendo-: what a waste of time... (6)

   Alonso, en el exterior, consiguió ocultarse justo a tiempo. En la bodega, el prisionero, demasiado sorprendido para hablar con coherencia, sólo fue capaz de articular un nombre:

   -¿Lola...?

(CONTINUARÁ...) 

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