25 abril 2016

Cuenta atrás para Broadwayrriors: 5... 4...

   Las previsiones dicen que este viernes podré abrir la primera de las cajas que contendrá mi último libro: Broadwayrriors. La primera de unas cuantas (tampoco nos pasemos) porque esta vez el librillo se ha resistido a condensarse: además de exigir un 10% más de alto y ancho, para poder respirar a gusto (una primera vez en nuestra colección Simius Sapiens de ensayo), sus 612 páginas también lo convierten en el libro más extenso que hemos lanzado hasta la fecha.

Broadwayrriors: aquí podéis reservarlo
   Pero todo eso habla de lo menos interesante de este y de la mayoría de libros: su condición como objeto. Lo que se puede medir y pesar. En 1387 - Libro 1 volqué mi imaginación; en La bendición de la muerte fatal y Algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul puse por escrito lo que había investigado, reflexionado y debatido sobre la serie británica que más locos nos vuelve, Doctor Who. Y en ambos casos ha habido pasión filtrada por algo más cerebral.
   En el caso de Broadwayrriors he tenido que aumentar la cerebralidad mucho más, porque la pasión es mucho mayor y viene de antiguo. El teatro musical me picó hace tiempo (tendréis que leer el libro para saber cuándo), y en todo lo que he ido haciendo desde entonces he ido intentando colarlo de una manera u otra. No he intentado hacer un libro, sin embargo, sobre los musicales que me apasionan, sino sobre la historia de eso que me apasiona que son los musicales. Os hablaré de primitivas tentativas, de grandes hitos y de sonoros fracasos; de obras que se estrenaron hace más de 100 años, y que aún no podían llamarse musicales (pero que sin embargo...) y de la que acaba de ganar el premio Pulitzer. Os pondré delante de algunas de las personas que dan vida a esos musicales (Àngels Gonyalons, Sergi Albert, Daniel Anglès, Ricard Reguant, Pep Anton Muñoz, Dulcinea Juárez, Manuela Nieto, Silvia Luchetti, Patricia Paisal, Frank Capdet, Maria Santallusia) para que os transmitan con sus propias palabras lo que fueron para ellos algunos de esos musicales. Mi agradecimiento eterno a todos, y no sólo por vuestra generosidad aquí, sino por vuestro trabajo noche tras noche...

   Y es el conjunto, lo que suma todo ese libro, lo que dice y lo que no puede decir porque hay que vivirlo, lo que os presenta mi pasión por el musical. Porque no amo el musical por Bob Fosse, o Stephen Sondheim, o Flor de Nit, o "Tonight, tonight, there's only you tonight". Amo el musical, con sus grandes éxitos y sus sonoros fracasos, por todo esto. Por todos esos Broadwayrriors que lo han ido creando, recreando y modelando al mismo tiempo que avanzaba el siglo XX y ahora el XXI.
   La cuenta atrás ya ha comenzado...

14 abril 2016

MdT2: Incluso el propio tiempo (IX)


   Barcelona, 1 de junio de 1956
   La serpiente de fuego tenía hambre: se había alimentado en las últimas semanas, ayer había podido probar de nuevo el sabor de la venganza. Pero Xiuhcoatl no podría estar saciada del todo hasta que el último de los tres hubiera sucumbido.
   Durante el largo enfrentamiento contra los invasores, Cuitlahuac había luchado, espiado y contraatacado siguiendo las órdenes de sus líderes: todo para nada. El excelso Moctezuma había sido engañado, y murió apedreado por su propio pueblo, pagando por los excesos de aquel sangriento Pedro de Alvarado. Luego estaba Cristóbal de Olid, el que triunfó en Centla, Tlaxcala y Otumba, rematando con la toma de Tenochtitlan, pero sobre todo el que lideró la matanza de Cholula: 5000 macehuales desarmados, pasados a cuchillo en la mitad de medio día. Y por encima de cualquier otro, Cortés. El taimado Cortés. El demonio Cortés. El que se había hecho pasar por Quetzalcoatl revivido.
   Pero había sido ahora, embarcado en esta misión sagrada, cuando había podido poner realmente en práctica todo lo aprendido en el calmécac, cada una de las enseñanzas de su duro tlamantimine Itzcatl, al que en su juventud había llegado a odiar. ¡Alabado su nombre y su sombra! Y por supuesto, todo lo que le habían enseñado los jaguares. En tierra enemiga, a siglos de su hogar, Cuitlahuac había tenido que pasar un año desapercibido, mejorar los rudimentos de su idioma, entender las costumbres, buscar a los hijos de los hijos de sus enemigos. Sin llamar la atención, con una sola  oportunidad para ejecutar a cada uno.

   Los tejados se habían convertido en una ruta ideal para moverse de noche, y en aquella sección de la ciudad que llamaban "Elclot" no era muy diferente. Las calles eran más amplias que las que acechara anoche, pero muchas veces habia árboles, palos telefónicos o farolas con los que podía contar para cruzar travesías sin tener que descender hasta el suelo.
   Jaime Serra Cortés vivía con su joven esposa en un piso acabado de construir en la Avenida Jose Antonio Primo de Rivera. Cada día, al acabar su trabajo, se metía bajo tierra, se subía a aquella bestia metálica que llamaban "metro", y emergía cerca de su casa. Daba un pequeño rodeo para pasar por delante de los talleres donde construían unas máquinas similares pero aún más grandes, marcados con unas letras que, había aprendido, decían "RENFE". Cuitlahuac odiaba a los conquistadores, aunque la mayoría de aquellas personas no parecían dispuestas a conquistar ni siquiera sus propias vidas, pero admitía que su dominio del metal, su capacidad para doblegarlo a su voluntad y construir ingenios con los que se desplazaban de un lado a otro por tierra, mar y aire, era digna de elogio.
   Serra entonces tomaba una calleja estrecha que pasaba por detrás del taller y se llegaba a su casa. Excepto que hoy Cuitlahuac venía desde el otro extremo, vestido con una camisa y unos pantalones que había robado, simulando que fumaba. Lo que tenía en la boca, sin embargo, era un tubo cargado con la penúltima dosis de veneno: matar a este descendiente de Cortés hubiera sido demasiado fácil. No sólo debía acabar con la vida de los hijos de los traidores, quería hacerlo arrebatándoles lo que más preciaban. No su familia ni sus posesiones: su identidad, su control, su cordura.
    Distaba quince pasos de su objetivo... El otro le veía venir, pero no le dio mayor importancia. El callejón no permitía que ambos pasaran cómodamente, pero ya se dejarían pasar cuando se cruzaran. Diez pasos... Xiuhcoatl oyó unos pasos por detrás suyo alguien más venía desde el mismo lado del callejón que él. No se inmutó y siguió caminando: debía acabar tranquilamente con su objetivo y luego podría salir corriendo por el otro extremo de la calleja. Una suave brisa corría hacia él...
   Entonces escuchó algo que no se esperaba:
   - ¡Uejkapa, teyaotlani! Teteo anekuitian iknelili.
   La imperiosa voz de mujer le conminaba a detenerse, le decía que no contaba con el beneplácito de los dioses. Y lo hacía en su propia lengua. Cortés se había detenido, sorprendido. Xiuhcoatl se giró y quedó deslumbrado por una presencia etérea que se encontraba al final del callejón, una aparición femenina tocada con plumas blancas, cubierta seductoramente en gasas del mismo color que flotaban al viento.
   - ¡Man, amo xinequi! -insistió la aparición-. ¡Amo xinequi!
   ¡No! Los dioses no podían estar interfiriendo justo ahora, después de permanecer tanto tiempo silenciosos ante el oprobio que habían sufrido sus elegidos. Volvió a girarse hacia Cortés, dispuesto a terminar lo que había comenzado, pero desde los mismos tejados que había utilizado él para desplazarse saltó otro hombre hasta el callejón, interponiéndose entre ambos. Le conocía.
  - ¡Guardaos vuestra ponzoña del demonio! -exclamó Alonso a la vez que lanzaba un tajo con la vizcaína, su hoja de dos palmos, más pensado para obligar al otro a ampliar la distancia que les separaba que buscando herirle. Tenía que responder a muchas preguntas, la principal de las cuales era qué puerta desconocida había utilizado para viajar hasta 1956.
   Xiuhcoatl reaccionó con la celeridad que sólo podía tener un caballero águila, apartándose a un lado pero no dando ni un paso atrás, sino lanzando un puñetazo directo a la mandíbula de Entrerríos. Recuperando aún el equilibrio tras el salto, Alonso perdió la vertical por un momento, golpeándose la cabeza con la pared del callejón por el impulso. ¡Vive Dios que el oceánico pegaba fuerte!
  El mexica aprovechó la ocasión para zafarse de la interrupción de Alonso y soplar el polvo venenoso a la cara del sorprendido descendiente de Cortés, que inhaló una gran cantidad antes de salir tambaleándose por dónde había venido. Juan Perucho y don Enrique Gaspar Rimbau le habían estado siguiendo y le esperaban a aquel lado:
   - Venga, rápido -conminó Rimbau. Sí, la historia alterada decía que Jaume Serra moría esta noche, el Ministerio ya había dado los pasos necesarios para que su hijo no-nacido... o alguien parecido, pudiera ver la luz del sol. Pero seguía sin poder dejar a aquel pobre bibliotecario en medio de aquella pelea del callejón.
   Alonso se había repuesto y volvió a embestir con la vizcaína, pero el oceánico había desenvainado un cuchillo de obsidiana con el que plantaba cara. La nube venenosa seguía flotando en el aire, resistiéndose a posarse, pero esta vez Entrerríos estaba preparado y aguantó la respiración: en las encamisadas había aprendido a hacerlo durante un buen rato, si se terciaba. Ambos se medían en el estrecho espacio que ocupaban. Cuitlahuac se dio enseguida cuenta de la precaución del español: la comisura de los labios se torció en un amago de sonrisa y respiró profunda y ostensiblemente aquel aire envenenado. Aquello pilló a Alonso desprevenido.
   - ¡No hagáis eso, loco! ¡Os vais a matar!
   La sonrisa del otro se ensanchó.
   - ¡Alonso! -exclamó Amelia a sus espaldas al darse cuenta de que su compañero había vuelto a respirar el polvo venenoso.
   Por detrás de Cuitlahuac, Jaime se había detenido y miraba a su alrededor con desconfianza y aprensión. ¿Se estaban haciendo más profundas las sombras? ¿Era posible que estuvieran... deshilachándose? Y entonces, al fondo del callejón, donde había creído ver a dos hombres que le llamaban ofreciéndole seguridad, ahora veía a un ogro con dos cabezas, un humanoide jorobado, obeso y purulento cuyo aliento fétido hablaba de canibalismo y otras perversiones. Serra cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos, mientras una voz balbuceante escapaba de sus labios:
   - Te...te... teke-lili, tekeli-li... -era cuanto lograba pronunciar.
   Alonso no estaba dispuesto a morir sin plantar batalla:
   - Estáis loco... estáis loco -volvió a repetir. Las sombras empezaban a emitir zarcillos que pronto iban a convertirse en tentáculos. La oscuridad más profunda del callejón era como el fondo de un ojo gigantesco, un pozo más antiguo del tiempo que quería tragárselo. Ya lo había vivido antes, y ahora sabía que todo era mentira.
   Lanzó una estocada al oceánico que le bloqueó con ciertas dificultades con la hoja de piedra negra. No parecía atreverse a detener con todas sus fuerzas: Amelia ya le había explicado a Alonso que los mayas y los aztecas no sabían forjar metales como el acero, y que sus armas de piedra estaban en desventaja contra el metal toledano. Ahora fue Alonso el que sonrió: sin hacer caso a la voz que, a sus espaldas, repetía su nombre impregnado en el olor de la hierbabuena volvió a atacar al oceánico, una, otra y otra vez. La primera le hirió, la segunda no alcanzó su objetivo, y con la tercera, la daga de obsidiana se partió en tres trozos. Recibió un golpe brusco en la base del cuello y un rodillazo en la entrepierna que le hicieron ver las estrellas: el oceánico estaba preparado para luchar con o sin armas, era tan buen soldado como él mismo.
   - Ïa... ïa... -dijo Alonso mientras se derrumbaba en el callejón-. Padre nuestro que estáis en los cielos... 
   - ¡Tekeli-li! -entonaba Jaume cada vez más enfebrecido.
   Cuitlahuac cogió la vizcaína de Alonso. Amelia disparó una vez. La bala arrancó chispas a la derecha de Cuitlahuac: era la segunda vez que Amelia disparaba y seguía teniendo una puntería más bien discreta, especialmente en aquella penumbra, pero bastó para que el mexica se alejara de Entrerríos. Amelia Folch buscó bajo su disfraz vaporoso la última dosis del antídoto que había elaborado Mei Ling, y que había conservado precisamente por si ocurría esto. ¿O tal vez ella también había estado pensando en la posibilidad de salvar a Jaime Serra?
   Alonso se aferraba rezando a los últimos restos de su humanidad, balbuceaba oraciones que no había repetido desde que era muy pequeño. Pero incluso aquella fe era capaz la droga de utilizarla en su beneficio, y cada vez intercalaba nombres más extraños entre los de los ángeles y los santos. Amelia luchó por hacerle beber el preciado antídoto, aunque Entrerríos se debatía con fuerza y no conseguía distinguir el acercamiento de su compañera de patrulla de algo mucho más terrible y gomoso.
   Sangrando en el costado, pero prestando por el momento poca atención a la herida, Cuitlahuac llegó hasta una tapa de alcantarilla que había cerca de dónde había caído Jaime. Miró ferozmente a Juan y Enrique, blandiendo la espada corta de Alonso.
   - Hemos avisado a la policía -aventuró Perucho sin atreverse a entrar más en el callejón-. No tiene usted escapatoria.
   - Buen intento -susurró Rimbau, valorando sus escasas oportunidades.
   - ¿Usted lo ha hecho? -le respondió Perucho soto voce.
   - Yo no.
   - Yo sí.
   Y casi como por arte cinematográfica, en ese momento preciso empezaron a oirse unas sirenas en la distancia que, si uno creía creerlo así, se acercaban. Aquello les dio el valor necesario para dar un paso dentro del callejón.
   Cuitlahuac abrió la tapa de la alcantarilla introduciendo la vizcaína por uno de sus agujeros. Comenzó a pronunciar palabras en una versión tan antigua de su propio idioma nahuatl que ni siquiera él mismo comprendía su significado. Pero sí su cometido.

   Amelia tuvo que dejar la pistola en el suelo y usar las dos manos y todo su peso para conseguir por fin que Alonso se tragara el remedio chino-africano de Mei Ling. El plan casi había funcionado, el disfraz había convencido al asesino, las frases que don Enrique había preguntado por teléfono a un viejo colega académico de finales del XIX habían llamado su atención y Alonso casi lo había sorprendido. Pero en este trabajo, "casi" podía significar la muerte.
   Lejanamente, su consciencia había registrado que el asesino decía algo en una lengua exótica. Una parte de su cerebro particularmente atenta le había dicho que no la entendía pero que tenía una estructura similar al nahuatl que había memorizado. Lo importante es que las facciones de Alonso recuperaban la serenidad: esta vez le habían dado el antídoto decididamente a tiempo, debería restablecerse en pocos momentos. Y, tarde, otra parte de su mente le dijo que el asesino se había callado.
   De forma súbita, un mazazo le golpeó la nuca y la dejó inconsciente. Alonso había recuperado lo suficiente el conocimiento como para levantar las manos hacia ella, pero sin fuerzas. Cuitlahuac cogió a Amelia como un fardo, se la cargó a hombros con una sola mano y avanzó de nuevo hacia Jaime con la vizcaína en la otra. Alonso, que estaba tendido hacia arriba, consiguió reunir fuerzas para girarse y trató de ponerse en pie. El oceánico se agachó junto al cuerpo tembloroso de Jaime, con Amelia a sus espaldas. Aferró con fuerza la vizcaína, apuntándola hacia abajo. Al darse cuenta de lo que iba a hacer, Juan Perucho consiguió reunir todo su valor y se lanzó en tromba por el callejón. Pero la vizcaína viajaba ya hacia abajo a una velocidad tan imparable como su odio: atravesó el corazón frenético de Jaime Serra Cortés, salpicando sangre como si hubiera estallado, y sólo la empuñadura quedó asomando fuera de la camisa empapada en carmesí.
   - ¡No! -gritaron a la vez Alonso, Juan y Enrique, sus voces ahogadas por el aullido de una sirena tan cercana que ya venía acompañada de destellos de luz rebotando en las paredes del callejón.
   Sin detenerse a contemplar el fruto de su obra, Cuitlahuac se puso derecho, dio dos pasos y saltó con Amelia dentro de las alcantarillas. Inmediatamente detrás de él, saltó Juan Perucho.

   Sólo unos segundos después, Alonso, renqueando, y don Enrique Gaspar, avergonzado por su cobardía, llegaron hasta la alcantarilla abierta casi a la vez. En el extremo norte del callejón, un policía desenfundó su arma reglamentaria y les apuntó:
   - ¡Quieto todo el mundo! ¡Arriba las manos!
   Alonso y Enrique miraron dentro de aquel agujero redondo. Cruzaron sus miradas.
   - Es imposible -dijo Entrerríos, levantando las manos.
   Rimbau le imitó, sacudiendo la cabeza con incredulidad:
   - Imposible.
   El agujero de la alcantarilla daba a un pozo que tras apenas medio metro de profundidad quedaba bloqueado por una reja soldada a las paredes. No había rastro ni de Amelia ni del asesino oceánico. La luz de la sirena de la policía arrancaba suaves destellos a la sangre de Serra, que empezaba a cubrir el callejón.
   (CONTINUARÁ...)

13 abril 2016

¡Arriba el telón! 10 críticas (y van 52)

   Hemos empezado 2016 tomándonos con un poco más de calma la crítica teatral, que hay que ir compaginándola con mil otros elementos, pero no abandonándola ni mucho menos. Y toca ya reunir mis 10 primeras críticas de este año para la web cultural EnPlatea.com: un arranque de año en el que he podido disfrutar de algunos montajes que, sin duda, estarán entre los mejores de todo 2016 (como la Infamia de La Villarroel, la Fuenteovejuna de Obskene y L'avar de Joan Pera) y en el que he empezado a visitar con cierta asiduidad una sala que antes no frecuentaba, el Espai Brossa - La Seca.

43. Sembla que rigui: "Mont Plans rasga el velo entre la vida y la muerte" (20 de enero)
44. "Infàmia es teatro. Y el resto, es silencio" (26 de enero)
45. "Rent cumple sueños pero deja objetivos a medias" (2 de febrero)
46. Panorama des del pont: "La fascinadora e inquietante tragedia de Eddie Carbone" (11 de febrero)
47. "Joan Pera deslumbra con una nueva producción de L'avar" (24 de febrero)
48. "Deconstrucción deluxe de Fuenteovejuna" (1 de marzo)
49. "Un Taxi perdido de camino al Condal" (4 de marzo)
50. La Celia: "La argentina que forjó el musical español" (23 de marzo)
51. Rigoletto: "El día que Verdi usó Don Juan para darle un repaso al poder" (31 de marzo)
52. Neu fosa: "Drama contenido, sensaciones reales" (6 de abril)

Críticas 20151 a 10 | 11 a 23 | 24 a 30 | 31 a 42     Críticas 2016: 43 a 52 | 53 a 62 | 63 a 74
Críticas 201775 a 79     Críticas 201880 a 88
     Críticas 201989 a 97 | 98 a 107 | 108 a 112
Críticas 2020113 a 116
     Críticas 2021117     Críticas 2022118 a 123 | 124 a 133
Críticas 2023: 134 a 137 | 138 a 146 | 147 a 154 | 155 a 163 | 164 a 172 | 173 a 185
Críticas 2024: 186 a 199
 | 200 a 212 

08 abril 2016

MdT2: Incluso el propio tiempo (VIII)


   Barcelona, 1 de junio de 1956
   - Permiso para hablar.
   - Claro que puedes hablar, Alonso -respondió Amelia desde detrás del biombo.
   - ¡Este plan vuestro no me gusta nada!
   - A mí tampoco me vuelve loca, pero creo que nos puede dar ventaja.
   - Exponeros de esa manera... Dejadme que me embosque y os aseguro que esta vez no se me escapará.
   - Cuento con que lo hagas -Amelia asomó la cabeza por una esquina, deteniéndose un momento en su pugna personal por entrar en aquel atuendo. La vida en el Ministerio la había acostumbrado a llevar todo tipo de ropas, incluso algunas más reveladoras  de lo que la virtud aconsejaba en el siglo XIX, pero aun así...-. En serio, eres tú quien va a tener que enfrentarse a ese hombre: pero puede volver a envenenarte sólo con soplarte en la cara. Necesitamos darte toda la ventaja que podamos, y si lo sorprendemos aunque sólo sea un instante, eso podría...
   - Darnos la victoria. Lo sé -admitió Entrerríos.
   Amelia salió entonces de detrás del biombo, con gesto dubitativo, ajustándose el tocado.
   - ¿Qué te parece? -preguntó.
   Alonso estaba con la boca abierta y tardó unos momentos en conseguir articular una respuesta:
   - Indecente -alcanzó a decir.
   - Sí. Eso mismo creo yo. Aunque esto -pellizcó lo que parecía su piel desnuda pero que resultó ser una tela ajustada color carne-, está más tapado de lo que parece.
   - Y con las plumas... Pagano.
   - Entonces vamos por el buen camino. Veamos qué dicen nuestros expertos...

* * * * * * * * * *

   (Dos horas antes, en la Avenida República Argentina)
   - ¿Un terrón?
   - Dos, por favor.
   Maria Lluïssa Cortés sirvió el café a Enrique y luego a su marido, Juan, sentados ambos en el sofá de la sala. En la mesita baja donde tintineaban las tazas había también una máquina de escribir Olivetti.
   - ¿Está en obras su despacho?
   - No tengo despacho -respondió Perucho con una sonrisa traviesa-. Trabajo mejor aquí. Paso media semana fuera, en el despacho de Gandesa, y la otra media prefiero escribir en un lugar distinto.
   De alguna parte se oía un llanto. Una niña de casi seis años llegó y tiró suavemente del vestido de su madre:
   - Oriol tiene hambre -dijo.
   - Muchas gracias, Montse -dijo la madre, y le dio un beso en la mejilla-. Hablad de vuestras intrigas palaciegas y vuestros asesinatos, Sherlocks, que yo iré con los pequeños.
   - No hagas mucho esfuerzo -añadió Perucho mientras Maria Lluïssa se iba-, que te ayude la minyona si hace falta.
   - Sí, en mi estado... -repuso con retintín ella.
   - Es que aunque haga broma, mi señora está en estado.
   - ¡Enhorabuena! -lo felicitó Enrique.
   - Muchas gracias. Llegará en diciembre, nos enteramos hace un par de semanas. Por eso preferimos viajar a París ahora, más adelante ya le tocará hacer reposo -hablaba con afabilidad, pero en ese último punto había una firmeza implacable. Y miedo.
   - Me tiene que contar su teoría.
   - Ah, cierto: Gandesa -sobresaltó a Enrique al levantarse de un brinco, y empezó a hablar-: ¿recuerda el caso, verdad? Unos gritos terribles, la esposa que baja y se encuentra al esposo muerto. Pero ¿cómo? ¿Cómo? -de pronto, Juan Perucho se agachó y aflautó la voz, imitando inesperadamente a la viuda Doña Manuela-: "Vino el Doctor Galván y dijo que era un ataque al corazón". Y ahí estaba Paquito Alvarado, un tiarrón con una salud de hierro. No hemos conseguido saber qué era lo que le encontré en la boca... porque lo han robado.
   - ¡Cielos! -disimuló don Enrique, sabiendo perfectamente que el ladrón era Alonso y que la muestra estaba siendo analizada en el Ministerio de 2015-. ¿Le entraron a robar en el juzgado?
   - Ya no se puede estar seguro ni en la casa de la ley. Entre nosotros -bajó la voz- es otra de las razones por las que he preferido adelantar el viaje a París. Prefiero dar a entender que no estoy investigando el caso demasiado en serio... Pero no importa que haya desaparecido: eso sólo quiere decir que aquello era importante. Que no era un resto de la sopa de cardos de Manuela -levantó un dedo de la mano izquierda-. Esta es mi teoría: que envenenaron a Paco Alvarado.
   - Veneno... -repitió don Enrique como si la idea fuera nueva para él-. Claro, con una dosis adecuada, podría haber desaparecido mucho antes de que la víctima muriera.
   - Sí, hay venenos que tardan horas, incluso días en hacer efecto. Pero no creo que sea el caso.
   - ¿No?
   - No -levantó un segundo dedo-. Creo que el asesino estaba en la casa cuando Alvarado murió.
   Aquello sí que era nuevo para Enrique:
   - Nosotros llegamos enseguida a la casa, estábamos cerca en busca de nuestro pájaro... Y no había nadie ni vimos a nadie salir, y había luna llena.
   - Porque seguía en la casa. Después de que ustedes se marcharan, volví para explorarla: no había nada forzado, ni aparentemente nada sospechoso. Pero otro granjero se había acercado para ayudar a Manuela después del entierro y estaba reparando unas tejas -Perucho se irguió e hizo como si hablara hacia alguien que estuviera varios metros por debajo suyo-: "Manuela, indios".
   - ¿Indios?
   - Pies negros. Subí yo también y vi que había varias huellas de pies descalzos, negras, que venían desde la chimenea y llegaban hasta el borde del tejado - al hablar, iba imitando los gestos de los que hablaba, recorriendo la sala de parte a parte.
   - ¿Se escondió en la chimenea?
   - Hasta que no hubo moros en la costa -Perucho volvió a sentarse-. Eso quiere decir dos cosas: la primera, que tenía un interés personal, emocional, en ver morir a Alvarado. No le valía con matarlo, no: tenía que verlo morir. Y la segunda, que ninguno de ustedes es el asesino.
   - ¡Pero don Juan! ¡No me diga que éramos sospechosos!
   - Los principales -respondió él con parsimonia-. Llegan tres extraños a Gandesa, muere un hombre en la granja vecina y son los primeros en llegar a la escena del crimen: sospechosos no, sospechosísimos. Pero pregunté a Manuela, y me aseguró que ninguno de ustedes iba sucio de hollín o mojado cuando llegaron a verla. Así que descartados.
   - Se lo agradezco -respondió Enrique, sonriendo irónicamente.
   Perucho también sonrió y levantó un tercer dedo:
   - Lo que me lleva al tercer punto. ¿Quién demonios son ustedes realmente, qué hacían en Gandesa y porqué cuando les vuelvo a ver acaba de morir otro hombre?
   La sonrisa de ambos fue desapareciendo a la vez:
   - No se lo puedo decir -admitió don Enrique.
   - ¿Ah, no puede?
   - No puedo. Teníamos informes de que algo así podía ocurrir... Estamos en una investigación secreta para el Estado... pero no pertenecemos a la policía ni al ejército ni a nada de lo que le pueda enseñar papeles o una placa.
   - ¿Policia secreta? ¿Espías?
   - No. Algo parecido, si usted quiere verlo así.
   Juan Perucho se mantuvo en silencio un rato, evaluando al individuo que tenía sentado en su sala de estar:
   - Lo de la áurea picuda tenía más credibilidad. Por cierto, me gusta el nombre, se lo copiaré.
   - Libremente.
   - Digamos que me creo que sabían ustedes que iban a matar a Alvarado, fueron hasta Gandesa sin avisar a las autoridades y se les escapó. Que sospechaban también que iban a matar al pobre diablo que encontraron en el puerto, y se les volvió a escapar. Oiga, si son ustedes investigadores, tengo que decirle que antes de resolverlo dejan más muertos que Taxi Key.
   - Y creemos que puede volver a pasar.
   - ¿Cuándo?
   - Esta noche. Le aseguro que cuando usted vuelva de París esperamos haberlo resuelto todo y, si usted quiere, vendré a explicarle los detalles.
   - Ahórreselo: voy con ustedes.
   - Cogeré un taxi o el ferrocarril...
   - Aquí arriba puede esperar horas. Bajaremos juntos. No me fío del todo de ustedes: si me dice la verdad, puedo ayudarles. Si no es cierto, me encargaré de que acaben en el cuartelillo, y ya bailarán ustedes el tango con ellos.
   El Perucho juez se había aliado con el Perucho escritor: su curiosidad estaba excitada y su sentido del deber, espoleado. Ni por un lado ni por el otro iban a conseguir escapar de la tenacidad de aquel hombre. Era mejor tenerlo como aliado.

   Media hora después, se reunían con Amelia y Alonso. A grandes rasgos corroboraron la historia de don Enrique: que eran agentes secretos del gobierno, que había un envenenador suelto, que volvería a matar... Y añadieron las novedades que había descubierto Amelia: que sospechaban que era un sectario mexicano que estaba matando a los descendientes de Conquistadores.
   - Alvarado y Olide -repitió Perucho-. Están pagando por los pecados de sus antepasados... ¿Sospechan quién puede ser el siguiente? Debemos avisarle.
   - No podemos -dijo Alonso inmediatamente.
   - Hay varios agentes vigilando a otras posibles víctimas, pero no podemos avisarles a todos, cundiría el pánico. Se sorprendería usted de cuantos "Pizarros" y "Corteses" viven en Barcelona. Tenemos que hacerlo con discreción.
   - Ustedes son tres. Y dudo que hayan puesto a tres personas a vigilar a cada posible víctima: así que sus sospechas son las más fundadas -Amelia no dijo nada, pero su silencio le confirmó a Perucho su teoría-. Vengarse con veneno: qué tipo más teatral. Más que azteca parece danés.
   - ¡Eso es! -le interrumpió don Enrique Gaspar.
   - ¿Cree que es danés?
   - No, no: teatral, Hamlet. Podemos utilizar un subterfugio teatral para intentar capturarlo. Oh, pero hace demasiado tiempo que no vengo a esta ciudad... Sin embargo...
   - ¿Qué estáis tramando? -preguntó Alonso.
   - En 1869 estrené... quiero decir se estrenó una obra de mi abuelo sobre la pasión que había por el Can-Can francés. No fue ningún éxito, pero al año siguiente en el Liceo estrenaron un Rossini, "L'italiana in Algeri", para el que le pidieron parte del vestuario a través de Mariano Carreras, amigo suyo, y escenógrafo del teatro. Por supuesto -se apresuró a decir-, ya habrán muerto todos, pero quizás sus descendientes siguen en el negocio de la creación teatral, es fascinante como siempre hay alguien en la familia que vuelve a caer en la trampa del teatro.
   - Insisto -dijo Alonso-: ¿qué estáis tramando?
   - Pedir un favor. Sólo un pequeño favor...

* * * * * * * * * *

   - Yo os dejo la ropa, pero mañana tiene que volver, ¿de acuerdo?
   Desde la escena llegaba la voz del joven Luis Cuenca haciendo sus chistes y preparando al público, ansioso por ver a cinco grandiosas patinadoras. Entre bambalinas vicetiples escasas de ropa pasaban correteando, cuando Amelia salió del apretado vestuario del teatro Apolo. A su lado, ella era más bajita y de formas menos contundentes, pero la belleza de su rostro y la pureza de su mirada eran atemporales, y como Celia Gámez, tenía un encanto y un carisma superiores, que aquellas ropas vaporosas y emplumadas y el maquillaje acentuaban de la manera correcta: Perucho y el encargado de vestuario, uno más de la saga Carreras, enarcaron una ceja impresionados.
   - Sois una visión ultraterrena -se animó a decir don Enrique.
   - ¿Doy el pego como sacerdotisa azteca?

(CONTINUARÁ...)

05 abril 2016

El Ministerio del Tiempo 16 - "Tiempo de Valientes (II)"

Cartel diseñado por Míkel Navarro
   Decíamos ayer...
   Que la primera parte del doble episodio "Tiempo de Valientes" había marcado nuevas cotas en la ambición narrativa y visual de El Ministerio del Tiempo: planos secuencia con batallas, reconstrucciones digitales de entornos completos, el retorno de Julián al centro del plano narrativo, las nuevas subtramas amorosas de Ernesto y Alonso, y la progresión de las tramas de Amelia y "Pacino".
   "Tiempo de Valientes" (II) prosigue en algunas de esas líneas pero no es sencillamente más de lo mismo: este segundo episodio tiene un centro mucho más claro abierto en dos frentes. El principal, el rescate de Julián del sitio de Baler, con largos tiempos de espera punteados por escaramuzas puntuales, muerte, miseria, abandono, impotencia, desesperación. Incluso un faro de la hombría militar como Alonso acaba siendo insultado por desertar, algo que tolera porque evidentemente su intención nunca fue luchar en esa guerra y porque, como él mismo dice "mataríais a un hombre muerto". La camaradería de Julián y Alonso (embarcado en ni se sabe cuantas naves por su amigo) es sorprendentemente refrescante, algo que no me había dado cuenta que echaba tanto de menos. Julián sólo es una víctima tratando de salvar vidas; Julián con Alonso son un equipo luchando contra lo imposible ("la segunda mitad del plan está un poco verde"), y al final queda la sensación de que cuando por fin vuelvan a unirse a Amelia en una misión serán, otra vez, una patrulla.
   El segundo frente lo propicia Salvador al apartar a Amelia y "Pacino" de la misión de rescate. Comienza con el acercamiento entre ambos, que ya se había visto en episodios anteriores; prosigue con el nuevo problema de "Pacino", al descubrir que su madre se quiere divorciar y su padre tiene tendencias suicidas ante la idea. A esto sigue la apertura de Amelia de sus propios miedos, y una visita a su tumba con ropajes dignos de Casablanca: Amelia Folch confiesa como le atenaza la duda, el no saber si lo que hace la acerca o la aleja a su destino fatal, y cómo el bloqueo sólo desaparece durante las misiones, cuando trabaja por el futuro de otros. Y eso les lleva a uno de los momentos clave de la serie: lo que normalmente llamaríamos "un revolcón" o "una noche de pasión", pero que rodado con la sencillez, normalidad y belleza que le ha dado el director Marc Vigil es algo distinto, menos lúbrico, menos fogoso, más vital, necesario, liberador. Lo que, insospechadamente para ambos, cambia el futuro de Amelia: en su tumba ahora aparece otro nombre. Aquello era lo que le esperaba si unía su historia a la de Julián, si se resignaba a las trampas que le habían puesto en el camino. Si no aceptaba que su futuro no está escrito. La contraposición entre lo que aprende Julián, que intentar mejorar el pasado sólo suma dolor más ese fenomenal discurso antibélico entre Senderos de Gloria y Apocalypse Now, y lo que le ocurre a Amelia, lleno de alegría, de gozo, de elevación, está perfectamente medida.

   Ni siquiera los momentos secundarios del capítulo tienen pérdida: ni la charla de Ernesto con "la mujer morena" ni su visita a la otra casa en la que vivía la que, cree, pudiera ser la madre de su hijo secreto. Las actrices con las que se encuentra están particularmente estupendas, pero también el propio Juan Gea nos va revelando, con su preocupación y su actuación, mucho sobre Ernesto.

   Es un doble capítulo, en definitiva, que vale tanto como una película. Un puente entre la primera temporada y la segunda. Y entre la primera mitada y la segunda de esta segunda temporada. Un núcleo, por tanto, de muchas cosas, con la intensidad de un "season finale" pero que sólo es el principio de lo que va a venir a continuación.
   Todo es posible. Incluso derrotar al propio destino.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera  | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 


04 abril 2016

El Ministerio del Tiempo 15 - "Tiempo de Valientes (I)"

Póster diseñado por Mikel Navarro

   Hace casi una semana, El Ministerio del Tiempo nos ofreció la mitad del primer episodio doble de la serie, "Tiempo de Valientes". No es nada casual que la historia comparta título con el pequeño audiodrama por entregas de RNE que estas últimas semanas nos ha ido dando pistas sobre el paradero de Julián. Nos encontramos en el meridiano de la temporada, y de alguna manera eso se ha notado, porque los 70 minutos del programa esta vez se han utilizado a conciencia: para explicar la historia de la semana, para abrir y cerrar tramas personales, para recuperar a un personaje clave (que nunca se fue del todo, realmente) y para preparar el escenario de lo que será una épica segunda parte. Empezamos con Julián huyendo de Cuba y acabamos con los que serán conocidos como "los últimos de Filipinas" empezando el que será uno de los asedios más famosos de la historia del imperio español.

   "Tiempo de Valientes" es una de las muestras de hasta donde puede llegar una serie como El Ministerio del tiempo: tiene acción, humor, intriga, aventura, romanticismo y juega con la Historia como motor de sus propias historias. Podemos pasar de presenciar el silencioso triángulo entre Amelia, Alonso y Julián a preguntarnos por el hijo secreto de Ernesto, emocionarnos con la relación entre Julián y los soldados en Filipinas, reirnos con los desajustes anacrónicos de los personajes o empezar a ver como se las arreglan ya mucho mejor entre ellos, que la Patrulla ya no es la que empezó a trabajar junta hace algunos episodios. Y a la vez tenemos el acercamiento didáctico a lo que fue el desastre español en Cuba y Filipinas, desde el punto de vista bélico, social y humano; el continuo recordatorio de que esto es un ministerio, con su burocracia y sus procedimientos y sus funcionarios; o los toques entre fantásticos y científicos que amplían el universo que rodea a las puertas, con el robot de exploración a lo Stargate, la "reencarnación" de Blanca en Élena o esa exploración de puertas recién creadas que aún no se sabe a donde llegan, y que visualmente nos recuerda a la apertura de un cascarón (el huevo, ese universo concentrado...). Todo tiene cabida en este episodio, y cabe aplaudir de nuevo tanto la labor de los actores (los que repiten cada semana y los que aparecen como invitados en el episodio), como del equipo de localización, el de maquillaje, el de vestuario o el de especialistas, como por supuesto la dirección de Marc Vigil (se nota que es el que lleva la batuta de toda la serie) y el guión de Anaïs Schaaf y Carlos Pando

   Pero sobre todo, esta semana más que nunca hay que aplaudir el trabajo fenomenal de User T38, autores de los efectos digitales de la serie, que se han superado. No puedo pensar ni en un sólo defecto en sus construcciones virtuales de Manila o del resto de entornos que aparecen en el episodio, y que comprobando las condiciones originales de las que partían las imágenes son absolutamente impresionantes. Todo aumenta la sensación de que están allí: la selva parece la selva, el río parece un sitio en el que todos van a ser acribillados, la iglesia parece segura pero precaria, y todo, todo está donde debe para aumentar las sensaciones que transmiten el argumento, la actuación de los actores y actrices y el trabajo de dirección. Es esa suma de factores que se potencian, que trabajan todos en beneficio del todo, los que están haciendo cada semana más de El Ministerio del Tiempo la serie que no debería perderse nadie. Sin depender de cliffhangers, aunque esta semana los haya; sin depender de grandes presupuestos, aunque se merezca que cada vez sean mayores; derrochando talento y entrega, y dando alas tanto a la imaginación como premio al que ha estado ahí desde el principio.

   Esta noche estaré otra vez ahí, delante del televisor ansiando bajar más y más profundo en esa infinita escalera espiral, recorrer los pasillos, acompañar a Julián en su asedio, a Ernesto en la búsqueda de su hijo, a Angustias con un café, a "Pacino" con sus padres o a Amelia en sus tira y afloja emocionales. No sé si todos vivirán para cuando lleguen los créditos: ya habéis conseguido que lo más importante del episodio no sea si logran mantener la Historia como debe, sino los personajes. Bravo, bravo y bravo otra vez, valientes.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34

T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 

01 abril 2016

Más de 50

   Saludos:
   No, hoy tampoco hay episodio del fanfic ministérico que escribo estas semanas, "Incluso el propio tiempo". El cierre de mi libro Broadwayrriors está dando mucho trabajo, incluso después de escribir la última letra y cerrar el último punto. Correcciones, anuncios, notas de prensa, prereservas, presupuestos, trámites con la planta impresora que está en plena reestructuración empresarial, con librerías, pedidos... Es lo que tiene la autoedición. Entre eso y los viajes de Semana Santa, no ha habido tiempo para escribir en condiciones (ni siquiera la review del último capítulo de El Ministerio del Tiempo, aunque eso llegará este fin de semana).

   Pero sí he conseguido robar algo de tiempo (que en ocasiones no sólo es el que es) para actualizar el Listín de Puertas Secretas: nuestra entrada, anclada en mayo de 2015, que va recopilando enlaces a todos los fanfics ministéricos que podemos encontrar. Y para mi agradable sorpresa, no sólo hemos alcanzado los 50 relatos, sino que los hemos superado por uno.
   51 fanfics de 35 autores distintos. 120 capítulos, 45 viñetas, 3 guiones, 3 drabbles y 1 microcuento, que suman la escalofriante cantidad de 358.658 palabras. Y cada una de ella inspirada por esta serie magnífica ideada por Pablo y Javier Olivares, el estupendo equipo que les acompaña en el viaje y la magia que se obra cada semana a través de la chistera que es la pantalla (la del televisor, la del ordenador, la de la tablet o la del móvil, según vea cada uno El Ministerio del Tiempo).

   El tiempo es el que es: ahora, multiplícalo por todas esas mentes tocadas por esta serie, y las que a su vez tocarán con sus lectores. Los primeros 51 relatos. Los primeros 35 autores. Las primeras 358.000 palabras. Y las que vendrán...
   ¡Dios mío, está lleno de estrellas!