Terminado el arco inicial que nos ha devuelto a Julián Martínez (aunque, como hemos visto, un poco cambiado), El Ministerio del Tiempo acomete su 38º episodio en una dirección y lo termina en otra totalmente distinta: este es el cuarto capítulo de la cuarta temporada, marca la mitad, y en ese sentido funciona perfectamente como pieza en medio del tablero, cambiando las reglas del juego. Lo que le cunden a esta serie 60 minutos...
Analicemos los dos movimientos por separado, porque aunque están conectados son muy diferentes. Comencemos por el tema principal de "La memoria del tiempo": el episodio que escriben Isa Sánchez (Malaka), Carolina González (Atrapa a un ladrón), Jordi Calafí y Javier Olivares, y que dirige Anaïs Pareto (Sinvivir), arranca con la desaparición de las Meninas del Museo del Prado ante los mismísimos ojos de Velázquez (Julián Villagrán). La escena, que empieza divertida y dinámica, transtemporal, con el pintor recorriendo los pasillos como si fuera el amo del lugar, mientras escucha el "Velaske, ¿yo soy guapa?" de PlayGround Fire, se intercala con planos de Madrid durante la Guerra Civil, en 1937, cuando se estaban evacuando las obras del museo para salvarlas de las bombas. El disfrute del arte vs el esfuerzo para que siga existiendo. La angustia de Diego ante la evaporación de su obra cumbre nos pone en manos de lo que parece un thriller de ladrones en el marco de la guerra, a medio camino entre El detective (Robert Hamer, 1954) y Monuments Men (George Clooney, 2018): salvar el arte, la belleza, la memoria en tiempos de barbarie. Quien quiera saber más de lo que pasó después con el arte europeo tras la llegada de los nazis tiene el documental Hitler vs Picasso (Claudio Poli, 2018).
Precisamente con Pablo Picasso (Toni Zenet) sigue el episodio tras la careta de la serie: el rostro del pintor aparece en primer plano, mientras su mirada se va posando sobre detalles de un Guernica que se nos aparece recién pintado. No dice nada, pero se intuye su incomodidad, no de la manera agónica que expresa Velázquez ante sus cuadros, sino con una procesión que va por dentro (cf. la apasionada pero muy diversa relación artista/obra que ha dibujado en sus temporadas El Ministerio con Velázquez, Dalí, Goya y ahora Picasso). Descubrimos que ha acordado deshacerse de él, y que lo está mirando para "despedirse", porque sospecha que no volverá a pintar nada que lo iguale. Zenet encarnó al pintor hace 27 años en la miniserie El joven Picasso de Juan Antonio Bardem (que cubría su vida hasta 1906), y es una oportunidad de oro que pueda volver a habitar ese personaje cuando prácticamente han pasado los mismos años para ambos. Hay apuntes sobre el momento personal de Picasso, su personalidad, su integración en la vida cultural del París del 37, sus relaciones personales, las críticas que se vierten sobre él y en particular sobre algo que se puede pasar por alto como es su papel como director del Museo del Prado entre el 36 y el 39, lo que acaba por ser una de las claves de su actuación en la trama, al decidir cambiar el Guernica por Las Meninas. ¿Hubiera podido, Velázquez?
El capítulo, por tanto, ocupa la mayor parte de su metraje en el misterio de la desaparición del Guernica y las Meninas, dibujándonos de paso con pocas pero certeras pinceladas a algunos soldados y milicianos (y milicianas) de la Republica. Aprovecha también para tratar el papel de diversas mujeres clave de los años 20-30 (Clara Campoamor, Josephine Baker, Dora Maar, las milicianas), para lo que emplea sobre todo a Irene Larra (Cayetana Guillén Cuervo) como prisma, como punto de contacto, y junta a Julián (Rodolfo Sancho) y Lola (Macarena García) como pareja de misión inédita y que nos permite descubrir que el uno tiene algo de su experiencia como Eulogio que lo ha transformado (notemos como en el anterior episodio se afeitó el bigote tras recuperar su memoria como Julián, pero en este vuelve a llevarlo, señal de que no reniega del todo de su segunda vida) y la otra tiene más remordimientos e integridad como miembro del Ministerio de lo que algunos sospechan. Me parece muy interesante que esta serie no deje nunca en el dique el desarrollo de sus protagonistas, y los vaya explorando paso a paso a lo largo de los episodios, más allá de los momentos clave de su evolución o de las grandes decisiones que toman. Son dos maneras más de acercarse a la memoria histórica: la del feminismo y la de las consecuencias de nuestras decisiones vitales.
A medida que va avanzando la trama descubrimos que el responsable del cambio temporal no es otro que Alberto Díaz Bueno (Francesc Orella), el estafador y ladrón de arte/corregidor real de la primera temporada, en el episodio del Lazarillo. Bueno se deja ver tanto en París como en Madrid, casi a la vez, lo que pone al Ministerio en alerta. Pero, mientras se devanan los sesos con su posible posesión de un nuevo libro de puertas temporales, con las obras recuperadas, las despedidas entregadas y cuando ya dábamos el episodio por terminado... la serie da un giro copernicano. Un paso grandioso que, en el fondo, es lógico: esa enorme máquina del tiempo steampunk que secuestra a Lola y que pilota Alberto Bueno cual amo del mundo verniano no es otra que el Anacronópete que creó en 1887 don Enrique Gaspar y Rimbau (una personalidad a la que hemos acudido en varios fanfics ministéricos de este blog, y por supuesto no somos los únicos), la primera máquina del tiempo de la ficción mundial, 8 años antes que H.G. Wells. Aparece de golpe y demoledoramente, pero se nos va mostrando con celo, poco a poco, hasta que Julián le saca la fotografía. Imposible y magnífica. Y ahí se vienen abajo las murallas que Salvador ha estado construyéndose hasta ahora: la máquina del tiempo también existe... y también es española.
La importancia del homenaje y la reivindicación que hace del fantástico español es fabulosa: en casa estábamos dando gritos de asombro y alegría como en otras cuando se celebra el gol definitivo de un Mundial. Lo que significa ese final para la serie es tremendo: el avance del próximo capítulo nos habla de un Pacino que intentará cambiar la historia para salvar a Lola Mendieta, con consecuencias catastróficas, sospechamos, para Alonso de Entrerríos, y de un Alberto Bueno que ha construído o se ha hecho de algún modo con un Anacronópete real, exactamente como lo describe Gaspar y Rimbau, e incluso con su fluído García, imprescindible para moverse por el tiempo sin envejecer o rejuvenecer. Hemos tenido a Darrow y su túnel atómico, a un hombre con rayos X y a otro inmortal: le llega el turno al Ministerio vs la máquina del tiempo inspirada por Verne y Flammarion, un duelo que llevábamos tiempo esperando y que, además de reivindicar a uno de los clásicos que inspiran la serie, va a sacudir los límites de la ficción televisiva española. Pero los límites son los padres. ¡Bravo, Javier!
Referencias whovian: El Anacronópete no es, por tanto y que quede claro, ningún guiño a Doctor Who: no hace falta porque el material de origen de esa nave es español (y mucho español) y muy, muy anterior: donde sí puede haber una tangente de contacto es en la presencia del Guernica en la Exposición Universal de París en 1937, un tema que explora la novela whovian History 101 de la escritora Mags L. Halliday (a quién entrevistamos en 2013). El libro, sin embargo, está más interesado en los temas de la vida en Barcelona durante la Guerra Civil, la importancia histórica y emocional de lo que transmite el cuadro y cómo el relato histórico puede alterar lo que somos como personas; aspectos todos muy interesantes (complementarios, tremendamente recomendables para quien le interese otra ficción temporal alrededor del Guernica) pero absolutamente distintos a los que navegan por este episodio.
Reseñas de El Ministerio del Tiempo
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