El Ministerio del Tiempo vuelve a triunfar con el tercer capítulo de su cuarta temporada, embarcándonos en una historia poco conocida para el público televisivo: el tiempo de Felipe II en Inglaterra cuando aún era príncipe y su matrimonio con la reina María I de Inglaterra. El episodio utiliza como punto de partida el asesinato en 1554 de Isabel Tudor en la Torre de Londres, donde su hermana María la mantiene prisionera... un asesinato que no ocurrió (Isabel acabaría convirtiéndose en Isabel I, "la reina virgen", en 1558), y que acaba teniendo como repercusiones cronológicas la conversión al catolicismo de Inglaterra, una BBC insulsa o la desaparición de los Beatles. Aunque el Ministerio no interviene más que en cuestiones relacionadas con la historia de España, la presencia y relevancia del príncipe Felipe en aquel momento y lugar activa las alarmas y lanza a la Patrulla de misión unos días antes para evitar el homicidio: la cosa se complicará cuando la reina María aparezca embarazada (nunca tuvo descendencia de Felipe) e incluso haya que intervenir para salvar la vida a Felipe.
Aparentemente, pues, y para los espectadores más reaccionarios, la serie vuelve a tratar un tema de la "verdadera Historia", la de los hombres y mujeres importantes que rigieron los destinos de las naciones, y no de artistas populares, se llamen Almodóvar o Lorca. Si alguien aún se acerca a El Ministerio del Tiempo con esas miras, es que no ha entendido nada, y esta semana en particular le esperaba una enorme sorpresa: el guion a cuatro manos que firman Carolina González, Jordi Calafí, Isa Sánchez y Javier Olivares, dirigido por Catxo López, arranca en términos clásicos, si se quiere. Un soldado de los Tercios como Alonso de Entrerríos tiene reparos en ayudar a la reina inglesa, pero accede por la posibilidad de conocer a su admirado Duque de Alba. Las escenas de camaradería entre Alonso, Felipe, el Duque y Egmont son fantásticas, y reflotan las dudas que corroen a Entrerríos desde el final de la segunda temporada, cuando tuvo que amenazar al Felipe II maduro con matar a su versión infantil para que abandonara las pretensiones de ser rey del tiempo. Y entonces llega la pregunta de Alonso: "imaginad que un mal día este rey o cualquier otro empieza a ir por la senda incorrecta", en lo que Alba inserta un premonitorio y sabio "que no sería la primera vez". El Tercio inquiere si atentaría contra un rey perverso, el gran duque contesta sin dudar que nunca, pues la lealtad es la base del honor, lo que confirma los temores de Alonso. Pero tras una pausa añade: "Sin embargo ellos no sacrificarían una copa de su peor vino por salvar la vida de ninguno de nosotros. Los reyes plantan su trono sobre los cuerpos de miles de soldados muertos". Ahí está el retrato, ahí está El Ministerio del Tiempo, que es capaz de reconocer a los que luchan por el honor, la gloria y la reputación (con Alonso, con el Cid, con Guerrero), y al mismo tiempo lleva cuatro años recordándonos lo crueles que han sido los que han llevado las riendas, desde la primera escena del primer episodio. Aquí no se ensalza al cruel: se le denuncia mostrándole desnudo. El repaso final a cómo Felipe trató a sus fieles aliados, un subrayado descorazonador para Alonso, quien probablemente acabe pensando que hizo bien en amenazar a su rey, aunque acabe de arriesgar su vida para salvarlo.
En cierto modo, toda la trama de Felipe y María en este episodio es un epílogo a las series Isabel y Carlos, rey emperador, haciendo las veces de coda con una perspectiva histórica más amplia. Además de en el tema, hay pequeñas llamadas al tema, como las referencias a la familia de los dos nobles o el comentario de la anterior vez que se encontraron Angustias y el padre Carranza. Las secuencias entre Irene y la reina María (Rachel Lascar), compartiendo pensamientos personales y pasajes del Libro del Buen Amor,
reflejadas en los trucos lúbricos del rey para acostarse cada noche con
una mujer 11 años mayor que no le atrae, humanizan a los poderosos.
Aunque esté muy centrado en Felipe, el episodio no pasa poco tiempo con
María, poniéndose una vez de parte de de las mujeres que el patriarcado
tilda de locas cuando le sobran.
La trama secundaria del episodio no es menos importante: nos trae el fabuloso y breve retorno de Aura Garrido como Amelia Folch para ayudar a Julián a recuperar la memoria y dejar atrás sus recuerdos como Eulogio. No hay puntada sin hilo en la labor de Aura, que de nuevo con la ayuda del equipo de caracterización es capaz de producir a una Amelia reconocible pero diferente, que recuerda en el aspecto a su madre, más madura, más forjada, implacable (como Colombo). Brilla desde sus primeras escenas en catalán hasta los últimos besos anhelados pero que no se llegan a dar Julián a Amelia, igual que Rodolfo Sancho destilando distintas fases de las personalidades de Eulogio y Julián, rompiendo paso a paso el dique defensivo que ha puesto a sus recuerdos hasta que el derribo de Amelia lo arrolla, aniquilando las barreras y ayudándole a aceptar el dolor que quiere mantener a raya siendo otra persona. Esos besos no dados que vienen después son una fuente de taquicardias para el espectador, y un recordatorio de lo que no se atreven a darse el uno al otro: Amelia le ha pedido a Salvador que no le pida quedarse, Salvador le besa la mano con el respeto y admiración infinitos que profesa hacia quizás la mejor agente que ha tenido nunca, y esa mano se le escapa. Cuando Amelia y Julián se despiden, con el recuerdo reciente de esa foto de sus vidas juntos con una niña, vuelven a rechazar el impulso de quererse que casi les domina, con un hambre mayor aún que con la que Felipe II siente hacia otras mujeres que no son su esposa, y se separan. Pero Julián no está dispuesto a dejarlo todo como estaba, a reprimirse completamente en todo, y va a buscar a Federico para cumplir lo que se negó a hacer al final de la primera temporada, decirle que va a morir, cuándo y dónde, y llevarle a los años 70 a ver a Camarón de la Isla cantando su "Leyenda del Tiempo". Podría parecer apresurado, pero en esos momentos el capítulo no lleva una hora en nuestras pantallas: estamos viendo la culminación de algo que empezó 5 años antes y que ha dolido tanto a Julián como nos ha dolido a todos los que vibramos y lloramos con el final de aquella primera temporada. Es la cima de muchos minutos y muchos sentimientos, sobre la que se alza el apoteosis, una bandera que no enarbolamos nosotros ni Julián sino el Federico García Lorca de Ángel Ruiz, eternos ambos, cuando dice entusiasmado: "He ganado yo, ellos no. Dejemos las cosas como están".
Un último apunte: la mesa donde se discuten las misiones me parece una gran incorporación de esta temporada, y entronca con series como Star Trek, donde el capitán no trabaja en solitario sino que comparte responsabilidades y espera aportaciones del resto de su equipo. Facilita las dinámicas entre todos y cambia la idea de que Salvador decide y envía a su patrulla mesiánica a arreglar el mundo: esto es un trabajo que tiene jerarquía pero donde todas las piezas encajan. Ahora que no tenemos los pasillos del Ministerio llenos de agentes yendo y viniendo (una seña de identidad de la serie, la que más se echa de menos esta temporada: estarán con el COVID o esperando oposiciones), y solo les vemos ocasionalmente en el ascensor o los pasillos del tiempo, es un elemento que ayuda a conectar con el Ministerio como lugar de trabajo, no solo un grupo de diez personas que se dedica a salvar la historia. A fin de cuentas, lo atractivo de esta serie no son solo los esfuerzos heróicos por mantener la línea temporal, sino la gente que lo hace posible sin que nadie se de cuenta.
Reseñas de El Ministerio del Tiempo
No hay comentarios:
Publicar un comentario