Llevo (años de) retraso con los comentarios sobre El Ministerio del Tiempo, lo que debería obligarme a coger una puerta para completarlos a su debido tiempo al día siguiente de la emisión de cada capítulo... pero el último convenio de funcionarios, en el punto 3/7, subapartado c, especifica que esa clase de horas extras quedan estrictamente prohibidas a menos que se sometan a la aprobación directa del subsecretario. Y como con el traslado Don Salvador ya ha estado aguantando lo suyo, prefiero no molestarle y hacerlo, aunque sea tarde, en tiempo presente, que el tiempo es el que es.
Comenzamos, por lo tanto, con "Óleo sobre tiempo", emitido el 25 de abril, escrito por Javier Pascual y Anaïs Schaaf y dirigido por Jorge Dorado. El título es un juego de palabras con la nomenclatura artística en que se menciona la técnica pictórica "sobre" la superficie que le hace de soporte: acuarela sobre papel, óleo sobre tabla, óleo sobre lienzo... Coincidentemente, Óleo sobre el tiempo (2015; nótese el artículo), es también el título de una novela con tintes oníricos y surrealistas escrita por el mexicano Gabriel Ledón Flores.
Póster de Míkel Navarro |
A su vuelta tras un breve parón de tres semanas (Javier Olivares hubiera preferido que fueran meses), El Ministerio tenía varios retos por delante: su primera temporada formaba un todo uniforme en el que, aunque se innovaba en cada capítulo jugando con el formato y las referencias del mismo, se mantenía un tono narrativo y unas subtramas comunes. Aquella era la temporada para plantear las bases de la serie, las fantásticas y las de los personajes. Esta segunda temporada iba a ser más larga, pero los creadores del Ministerio ya dijeron que tampoco querían alargar innecesariamente las "tramas horizontales" para evitar que se "aculebronara" la serie. Una de las maneras de lograrlo fue ir experimentando con diferentes creadores, diferentes estilos y diferentes tonos, para jugar aún más con lo que podía ser El Ministerio del Tiempo más allá de las misiones de la Patrulla.
Tras el drama de los Últimos de Filipinas, la serie retomó su andadura con este episodio aparentemente ligero, con Velázquez, Irene y la corte de Felipe V en el centro, mientras Alonso, Amelia y Julián pasan por trances más cotidianos. La comedia (muy divertida) del falso matrimonio de indianos se va convirtiendo en una especie de "misión imposible" en la que juegan al gato y el ratón con los ladrones de Darrow que tratan de hacerse con las obras de arte del Alcázar antes de que se quemen en un incendio.
Póster de Sergio Iniesta |
Confluyen, por tanto, en este episodio, multitud de temas y líneas argumentales que lo hacen distinto: alejado de la épica de Filipinas o el Cid, pero con corrientes subterráneas que tienen que ver con la intimidad de los personajes (Velázquez, esencial para la misión, y la pintura; Alonso y Elena; Alonso y Julián; Julián y el rey) y que en algunos casos generan, disparan e incluso llegan a resolver puntos esenciales y de gran consecuencia dramática (la historia de Amelia y Enriqueta; la venganza de Mendieta contra Darrow). La calma aparente de la misión, por tanto, envuelta en comedia y misterio más que en peligro, esconde bombazos de profundidad, que hacen y harán correr la sangre y la mismísima historia. Sin olvidar que, igual que la sombra de Julián planeaba incluso cuando estaba ausente, Pacino ha dejado una huella indeleble en el grupo, que ni siquiera se intenta obviar.
A destacar las escenas en casa de los Folch, una delicia en cada una de las visitas por los pequeños detalles que aportan a la vida y personalidad de esa familia, el gran trabajo de Susana Córdoba para diferenciar a Blanca y Elena, naturalizando a cada una como mujer de su tiempo, y en particular el diálogo nocturno entre Julián (Rodolfo Sancho) y Felipe V (Fernando Conde) mientras el primero le va dando su medicina al segundo.
"Óleo sobre tiempo" está impregnado de un profundo amor por la pintura, por los pintores y por los miles de obras que los estragos de, exacto, el tiempo ha hecho desaparecer: hace falta un imprevisible pacto entre Lola Mendieta y Salvador Martí para que la increíble pinacoteca pueda salvarse... al menos en la ficción. El Velázquez de Julián Villagrán, tantas veces caricaturesco, que tan buen elemento cómico resulta en esta serie, vuelve a tomar aquí la dimensión y la complejidad que ya ofreció en "Un virus de otro tiempo", y sin renunciar a todo lo que lo hace divertido permite contemplarlo desde otra perspectiva, la del hombre con una íntima relación con sus obras, a quien le duele tanto que la posteridad pueda restaurar mal sus cuadros como que los años puedan, directamente, hacer desaparecer pinturas en las que ha puesto un trozo de su alma.
Por tanto: lo que podría parecer un "capítulo menor", acaba convirtiéndose en un episodio fundamental de El Ministerio del Tiempo. Por la relevancia de algunos de sus grandes golpes de efecto (el fin de Darrow, el origen de Enriqueta), por la madurez a la hora de acercarse a momentos y temas históricos menos conocidos, y por la profundidad que ya han adquirido todos sus actores para trabajar con sus personajes, a los que conocen del derecho y del revés, lo que les permite sacar facetas nuevas del tallado particular que presentan el guion y la dirección de cada episodio.
Reseñas de El Ministerio del Tiempo
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