07 mayo 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (III)

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Madrid, 2019
   Salvador se sentó en la butaca de su despacho, y apretó los labios, pensativo. No iba a iniciar la conversación A su lado, Ernesto miraba a la joven rubia con ojo crítico, buscando debilidades y signos de carácter. Sí, era muy guapa, y los ropajes plateados que llevaba le sentaban de maravilla a su cuerpo, pero a él esas cosas no le alteraban el juicio: además, siempre le habían interesado más las mujeres morenas. La chica tenía los ojos de un azul profundo como un lago glacial, y unas manos de dedos largos que terminaban en uñas cortas y planas, sin decorar. Una manicura sencilla, práctica y funcional. No llevaba zapatos, ni calcetines, pero sus pies estaban curiosamente impolutos.
   Ernesto sabía instintivamente cómo funcionaban esta clase de reuniones, que Salvador esperaba a que él tomara la iniciativa para que la recién llegada no tuviera la sensación de que tenía conexión directa con el mando supremo del Ministerio. Así que empezó:
   - Dice usted que viene del futuro -Ernesto hizo un gesto con la palma de la mano, como ofreciendo la posibilidad en bandeja. Cerró entonces el puño, frunciendo el ceño-. Eso es imposible. Así que vamos a volver al principio, a ver si se anima a contarnos la verdad, empezando por cómo se llama.
   La joven curvó levemente los labios en una tibia sonrisa. Esperaba la pregunta y tenía sus reticencias a la hora de contestarla.
   - Entiendo que para ustedes soy una incógnita: pueden llamarme X. Conocer más detalles sobre mi nombre o apellidos podría introducir cambios indeseados en su tiempo.
   - ¿Es usted descendiente de alguien que conozcamos? -aventuró Salvador, pero la chica esquivó la respuesta.
   - Agente 12.510, patrulla 3.648, del Ministerio de...
   - Del Ministerio del año 2187, sí, ya lo recuerdo. Pero como bien le ha recordado a usted Ernesto, señorita X, eso es imposible. No se puede viajar al futuro.
   - Yo no he viajado al futuro, he venido al pasado -contestó ella, divertida, y añadió sin acritud-. Oh, un tecnicismo para usted, ¿verdad, Salvador? Pero también sabe que lo que usted dice es mentira. Que le repite a todos los agentes una y otra vez que no se puede viajar al futuro porque no es misión del Ministerio ocuparse de eso, sino mantener lo que es y lo que fue. Como yo sé que usted mismo tiene al menos dos puertas que llevan al futuro en este Ministerio, que se han abierto en los últimos 4 años.
   Aquí fue Salvador quien decidió ignorar la línea que había tomado la invitada. Se quitó las gafas y apoyó una de las patillas bajo su labio inferior. Ernesto tomó el relevo
   - Supongamos que creemos que usted viene del futuro, algo que no ha pasado nunca. Es mucho suponer, pero supongámoslo. ¿Para qué ha venido? ¿Qué es lo que quiere?
   X tomó aire: ahí estaba, esa era realmente la gran pregunta.
   - He venido para decirles que deben clausurar permanentemente todas las puertas que conduzcan a una fecha anterior al nacimiento de Abraham Levi. Oficiales y no oficiales.
   - ¿Usted está loca? -exclamó Ernesto-. ¿Y exactamente por qué?
   - Salvarían muchas vidas -dijo X misteriosamente-. Vida preciosas e irremplazables. Vidas que en el futuro no existen.
   - ¿Pretende -resumió Ernesto, con una calma al borde la extinción- que nos deshagamos de, aproximadamente, la mitad de las puertas del Ministerio... sin motivo concreto... para cambiar la historia del futuro?
   - Sí -contestó ella con toda sinceridad. Pensó si podía darles más explicaciones y solo repitió-: sí.
   Le tocaba a Salvador tomar la conversación en sus manos, y dejar las cosas claras de una vez:
   - Señorita X: este es el último y principal Ministerio. Nuestra misión, nuestra única misión, es proteger la Historia de España, no alterarla a nuestro capricho ni al de nadie. Ningún Ministerio futuro, si eso existiera, enviaría a nadia a "evitar muertes". Así que se lo preguntaré una vez más: ¿de dónde viene y qué es lo que quiere?
   X se resignó:
   - Vengo del futuro y quiero avisarles de que está a punto de estallar una crisis.

Madrid, 1945
   Míkel había conseguido tachar uno de los elementos más inesperados de su lista de "Cosas molonas que quiero vivir en el Ministerio": recibir una visita del futuro. Sí, una vez había desarrollado los cálculos que dieron lugar a una puerta que aparentemente llevaba al mismo Ministerio del Tiempo un año atrás, lo que significaba que ahora el Ministerio tenía una puerta que podía, si la atravesaban en dirección contraria, llevarles un año al futuro. Salvador había ordenado bloquearla para evitar problemas. Pero esto era algo totalmente distinto.
   - Paci... Jesús.
   - Eso, Jesús. Jesús. Se te tiene que quedar bien metiditoo. Dime... Miguel -el agente conducía el Hispano-Suiza K6 a todo lo que se atrevía, recorriendo carreteras desiertas mal asfaltadas y alumbradas solo por los faros del coche mientras el ingeniero consultaba un reloj de bolsillo y un aparatito parecido al que te decía si las pilas tenían carga. La puerta del Ministerio les había dejado en el mismo 31 de diciembre de 1945, antes de que ocurriera el desastre temporal que ahora iban a intentar arreglar, pero en Almería, y le tocaba conducir toda la tarde y parte de la noche antes de llegar a Madrid: y no podían quejarse, tener coche en aquella época ya era todo un lujo. 
   - Tú estuviste explorando los destinos de varias puertas nuevas cuando nos hicieron la inspección aquella, ¿verdad?
   - Ah, sí. Con Amelia... -Pacino se permitió acordarse de Amelia, volver a preguntarse cómo le estaría yendo, cuidando a su madre y de los negocios familiares, cómo se había ido sin despedirse, y cómo Alonso y él fueron a decirle adios. No habían vuelto a hacerlo, no querían recordarle dolorosamente lo que se perdía, y además ella tenía que trabajar muy duro para sacar adelante a su familia-. Y el robotejo ese.
   - ¡Qué bien! Así que, en cierto modo, ya hemos trabajado juntos. Nieves y yo hicimos esas puertas.
   - Ah, sí, eso te quería preguntar yo, ahora que te tengo aquí: ¿cómo es que vais abriendo puertas a lo loco?
   - El Libro de las Puertas establece parámetros. Hay que hacer cálculos muy complejos que no nos suelen decir a dónde conducen las puertas, sólo si son viables. Cuando encontramos una combinación nueva, la pasamos a Desarrollo, pero hasta que se abre no se sabe dónde o cuándo va.
   - ¿O sea que las hacéis, pero luego nos toca al menda ver si te lleva a la época de los dinosaurios o a la guerra civil?
   - Hay varias escuelas de pensamiento sobre los cálculos de las Puertas. Son una mezcla de matemática avanzada, cabalística y más cosas. Teóricamente hay otras maneras de abrir puertas, utilizando como base los 10 símbolos del árbol de la vida se pueden crear Puertas de manera totalmente diferente, pero no hemos explorado todos ni son igual de prácticos.
   - Ya, claro -dijo Pacino, que se había perdido con lo de "cabalística" y ahora necesitaba concentrarse en la carretera.
   - ¿Por dónde vamos? -preguntó Míkel mientras volvía a comparar el reloj y el medidor.
   - Estamos a pocos kilómetros de Aranjuez. No nos queda mucho ya. ¿Qué hora es?
   Míkel tragó saliva. Se había despistado:
   - Medianoche.
   - Ya, claro -volvió a decir Pacino.
   - ¿Por dónde vamos?
   - Aranjuez. Ya claro.
   - ¿Por dónde vamos?
   - Aranjuez.
   Los dos sacudieron la cabeza a la vez.
   - ¿Qué cojones ha sido eso? -preguntó Pacino, alterado. ¿Lo habían repetido todo dos o doscientas veces?
   - Una burbuja temporal. Eso es lo que dio la alarma en el Ministerio de 2019.
   - ¿Qué es eso?
   - Un flujo repentino de tiempo alterado. Madre mía, nivel 12 -Míkel estaba emocionado-. Un acontecimiento espaciotemporal complejo que descarga mogollón de energía. Puede ser por muchos motivos. Líneas temporales que no deberían coexistir. Universos paralelos.
   - ¿Cambios en la Historia?
   - Puede, pero no creo: normalmente dejan un rastro muy sutil y difícil de detectar, y se van extendiendo como una mancha de aceite en el papel.
   - Vale, no es un cambio en la Historia. Vale -Pacino seguía atento a la oscura carretera, estaban pasando Aranjuez. Al menos ya no estaban atascados, repitiendo los mismos momentos una y otra vez, era una sensación que no quería volver a sentir-. Líneas temporales que no deberían coexistir, dices. Yo recuerdo dos líneas temporales. Mi padre muerto y mi padre vivo.
   - Sí. Cuando hiciste eso detectamos una burbuja de ese estilo.
   - ¿De qué intensidad?
   - Nivel 3. Afectó a medio edificio durante 3 segundos objetivos.
   - Y esto es de nivel 12, y ha llegado hasta aquí. Joder.
   Pasaron junto a un cartel indicador: MADRID, 50 KM.
   - Feliz año nuevo -dijo Míkel, apocado.
   - Feliz año nuevo -respondió Pacino-. Joder. Joder.

   Era aún la una de la madrugada cuando Pacino y Míkel se bajaron del coche, lo más cerca de la Puerta del Sol que pudieron aparcar. Las calles estaban casi vacías, pero aún había gente celebrando el Año Nuevo en restaurantes, y algunas parejas que volvían a casa sin más dinero que gastar. La intención de Pacino era revisar los alrededores por si había ocasión de encontrar a Lorca o encontrar a alguien que lo hubiera visto, preguntar en los hostales de los alrededores.
   - Lo que hay que intentar es ser discretos, para no llamar la atención de la pasma, ¿comprendes?
   - ¡Oiga, usted! -les interpeló entonces un hombre, que se acercó al círculo de luz que arrojaba la mortecina farola. Parecía un militar de unos 30 años, llevaba chaqueta y pantalón verdes, y hombreras rojas de gala, y apestaba a vino, aunque no se le veía del todo borracho-. ¿De qué le conozco yo a usted?
   - Buenas noches, y feliz año -contestó Pacino, tratando de caerle bien-. No creo que nos conozcamos, mi primo y yo hemos llegado hoy a Madrid. Somos de Badajoz y buscábamos algún sitio...
   - No, coño, yo a usted le he visto antes. Ese bigote... -entonces se puso lívido y desenfundó la pistola que llevaba al cinto, apuntando a Pacino antes de que este pudiera reaccionar-. ¡La puta de oros! Eres uno de los rojos que intentó matar al Generalísimo hace dos años.
   Aunque no le apuntaban directamente, Míkel se asustó y levantó las manos:
   - ¿Pero qué dice? -Pacino no entendía lo que le estaba diciendo aquel tipo, pero estaba claro que tenían problemas gordos.
   - Nos dejasteis en ridículo, tú y tus amigos de la furgoneta -quitó el seguro a la pistola, una pesada Astra 400 que Pacino sabía que podía volarles la cabeza a aquella distancia-. Año nuevo, un rojo menos.
   Los dos abrieron entonces mucho los ojos, porque lo que ocurrió detrás del soldado era imposible, o eso creían hasta entonces. De las sombras del edificio de enfrente vislumbraron la silueta de un hombre alto, con una anacrónica capa a la espalda. Sin hacer ruido, y a espaldas del hombre que les apuntaba, se agachó y levantó con sus propias manos el coche que tenía delante. Soltó un gruñido de esfuerzo y lanzó el utilitario hacia delante, aplastando al soldado con un golpe sordo y un crujido de metal y cristales.
   Dio unos pasos hacia los dos agentes del Ministerio: era un tipo enorme, de casi dos metros de altura, una barba negra bien cuidada, ropas oscuras parecidas a las de Alonso de Entrerríos y, sí, una capa roja.
   - Al menos no lleva una S en el pecho -balbuceó Míkel, alucinando y tachando mentalmente otro de los elementos de su lista.
   - ¿Vos sois Pacino, verdad? -preguntó el gigante con voz de trueno-. Me envía Argamasilla.

(CONTINUARÁ...)
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