28 mayo 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (VI)

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Madrid, 14 de noviembre de 2019. 11:50
   - ¿Qué hacemos?
   - La verdad es que no lo sé, Ernesto. Nunca había venido nadie del futuro, y a estas alturas esperaba que nunca lo hiciera.
   - Las credenciales son correctas.
   Salvador puntualizó:
   - No: sabe cuales son las preguntas que haríamos, pero si yo envío a alguien al pasado, llamo primero y aviso.
   - Eso encaja con lo que ella dice: no parece que haya venido en misión oficial. 
   - Es como cuando el argentino nos mareó a Colón. Puede que incluso si no la envían oficialmente esté intentando mantener la Historia como debería ser.
   - Han comprobado la puerta por la que vino: saltaron las alarmas porque parece que no es más que una salida de emergencia normal, no conduce a otro tiempo. Lo único destacable es que el suelo estaba mojado, pero por lo demás da a la trastienda del bazar chino de aquí enfrente, en esta misma época.
   - Si la ayudan los técnicos de su época, pueden haber inhabilitado temporalmente la puerta para que no haya fugas indeseadas al futuro. Yo lo haría. 
   Los dos la observaron: sentada en el despacho, la hermosa muchacha rubia a la que llamaban X, vestida de plata, les devolvía la mirada como si hubiera venido a traerles lejía y dudasen de si era necesario realmente fregar el suelo.
   - Les quedan ocho minutos.
   A Salvador le tembló un momento la barbilla. Sentía que se estaba metiendo de cabeza en una trampa. Su obligación era preservar la Historia, fuera buena o mala. Con sus muertos. Todo el mundo estaba muerto en el pasado, a fin de cuentas. Pero esta vez ellos eran la Historia.
   Cogió el teléfono y marcó una extensión directamente.
   - Nieves: soy Salvador. Escuche con atención porque no voy a poder repetirlo. Desactive todas las puertas que lleven a cualquier fecha anterior al nacimiento del rabino Abraham Levi. Sí, todas: desde todos los Ministerios -colgó con el dedo y llamó a su secretaria-. Angustias: envíe inmediatamente el siguiente mensajes a todos los agentes y funcionarios, de todos los tiempos.
   X sonrió dulcemente. Quizás llegaba a tiempo. Quizás iba a conseguir salvarlos...

Madrid, 1 de enero de 1946. 11.55
   Hacía frío, frío, como el agua del río. En la Calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol, Pacino se subió las solapas del abrigo ocre que había elegido para la misión y miró hacia arriba. En lo alto del edificio adyacente se había posado Indalo. Desde luego, Diego tenía razón: verla volar era algo precioso: estiraba los brazos hacia los lados, y un arco iris se formaba sobre su cabeza pasando de una mano a la otra. Y entonces despegaba en silencio, como si no pesara nada. Era jodidamente bonito.
   Desde la cornisa, Indalo le devolvió la mirada a Pacino y se encogió de hombros. Pacino miró a Argamasilla, a su lado, con guasa.
    - O sea, que tu contacto te ha dicho que Lorca se metió en esta pensión.
    - S... sí -contestó Argamasilla estupefacto-. No entiendo.
    - Y la dirección es segura, no era aquella casa ni esa otra.
    - Era aquí... seguro.
    - 'Amos, no me jodas. Argamasilla, colega: ¿puedes decirme qué ves?
    - Nada.
   - Nada. Premio. Porque tú tienes rayos X y ves a través. Pero yo no los tengo y, ¿sabes qué? Que tampoco veo nada.
    El número 3 de la Calle de Alcalá no existía. No era más que un montón de escombros que una bomba había demolido durante la guerra. Probablemente nunca la reconstruirían, ya que hacía años que diversos arquitectos habían proyectado hacer un pasaje en aquel lugar. Espacio ahora tenían.
    - ¿Cómo coño va a meterse alguien en un edificio que no existe, Joaquín?
    Diego García, sin capa y vestido con un traje más acorde a la época que a duras penas era capaz de contener su musculatura, se les acercó:
    - Una dama que vive al fondo dice que esta mañana vio a dos hombres andando entre las piedras. Y que se han ido calle arriba no hará ni media hora.
    Julián y Federico estaban rodeando Cibeles. La diosa y los leones tenían algunos desperfectos que Julián sospechaba se debían al bombardeo de Madrid, pero la fuente para su sorpresa funcionaba.
    - ¿Dónde me llevas, Julián? -preguntó Lorca.
    - ¿Te apetece desayunar?
    - No tengo hambre.
   - La verdad es que yo tampoco -admitió Julián. De algún lugar llegaron las campanadas de una iglesia, doce. Tal vez era un campanario amarillo. Una a una, las 12 campanadas de mediodía se fueron abriendo, y luego cesaron-. Mira, creo que lo mejor que podemos hacer es volver al Ministerio. No sé si habrán mejorado la seguridad, así que preferiría ir preparado por si hay que forzar la entrada, y en Recoletos hay un... ¿Federico?
    El poeta se había quedado parado con la vista clavada en la fuente.
    - Ahora recuerdo: estaba en la cola.
    - ¿Qué dices?
    - Hacíamos cola. En la niebla. La muchacha que tenía delante era muy agradable, le escribí un poema al vuelo, porque me lo pidió. Su familia y la mía se conocían.
    - ¿Qué dices? -empezaba a haber más gente en la calle pese a lo frío que era el día y Julián temía que les fueran a mirar raro en cualquier momento si seguían llamando la atención-. ¿Eso fue cuando llegaste?
    - Antes. Ahora. Después. Qué más dará. Hoy, ayer, mañana, será todo lo mismo. "El sueño se desvela por los muros de tu silencio blanco sin hormigas". Cuando caían las bombas, la diosa Cibeles estaba cubierta por una pirámide, ¿lo sabías? "Pero tu boca empuja las auroras con pasos de agonía".
    De fondo, muy, muy de fondo, se empezaba a notar una vibración grave, como si estuviera pasando un trolebús a dos manzanas, subrayando los versos del poeta. Vaya momento había tenido Federico para ponerse místico. O quizá esto era como lo que le había pasado al despertar, cuando empezó a escupir todos aquellos números sin sentido. La vibración subía de tono, aún grave pero ya más distinguible. Se repetía en grupos de dos. Pum, pum. Pum, pum. Como un latido. Un, dos. Un, dos.
    - Estábamos en la cola y le escribí el poema, y entonces llegaron todas las hormigas del mundo.
    - ¿Hormigas?
   Julián miró alrededor. La vibración parecía venir de algún lugar a espaldas de la Cibeles, calle de Alcalá arriba. Lo que decía Federico parecía muy importante, pero aquella vibración grave y repetitiva alarmaba mucho a Julián. No era el único que la sentía. A su alrededor, más gente se paró, tratando de localizar su origen.
    - Primero creí que eran hormigas, pero luego vi que eran personas. Cientos, miles, millones de personas. Más. Ya éramos muchos haciendo cola, y estaban irritados porque nos tuvieran ahí esperando en la niebla sin que viniera nadie a recibirnos. "El sueño se desvela", Carmelilla, "por los muros de tu silencio blanco sin hormigas". Pero de pronto ahí estábamos, todo el hormiguero, y todos los hormigueros del mundo juntos. Todas las hormigas que nunca hubieran existido. Y encima repetidas, miles de veces.
    Julián vio algo que venía desde la Puerta de Alcalá, llenando la calzada...

Madrid, 14 de noviembre de 2019. 12:01
    Angustias estaba leyendo las noticias en internet, cuando de repente vio un flash de última hora. Se levantó, abrió la puerta del despacho de Salvador y exclamó desde la puerta:
     - Jefe, ponga La 1.

 Madrid, 13 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias estaba hablando con Irene en la cafetería cuando de pronto el camarero, que escuchaba la radio en la cocina, entró con el transistor y subió el volumen para todos. Sin moverse de la barra, Angustias telefoneó a Salvador:
    - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 12 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias estaba leyendo el correo electrónico cuando le llegó un Whatsapp de Perez Galdós. Con el teléfono aún en mano, entró sin llamar en el despacho de Salvador:
    - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 11 de noviembre de 2019. 12:01
   Angustias...

Madrid, 10, 9, 8, 7 de noviembre, octubre, septiembre, agosto de 2019, 2018, 17, 16... 12:01
   - Jefe, ponga La 1.
   - Jefe, ponga La 1.
   - Jefe, ponga La 1.

Madrid, 1 de enero de 1946. 12.02
   Pacino y Argamasilla corrían por la calle hasta que llegaron a Cibeles. A su lado trotaba Diego, que posiblemente se estaba frenando para no adelantarse demasiado, y sabían que un centenar de metros sobre sus cabezas, impulsada por arcoiris, volaba Indalo. Había un montón de gente en la plaza.
   - ¿Qué es eso que se oye? -preguntó Joaquín.
   - ¡Ahí! -exclamó Pacino, que había avistado entre el gentío el perfil de Lorca. Un hombre estaba casi de espaldas a su lado. Se medio giró un momento: no me jodas. ¿Ese no era Julián?
   - Tened cuidado -les alertó Diego, parando su avance con un brazo que parecía de hierro colado-. Van armados.
   - ¿Quién?
   - Todos esos.
   La plaza entera los vio entonces: bajaban por la calzada en cinco columnas, marcando el paso. Salían de los arcos de la Puerta de Alcalá y desfilaban  en dirección a Cibeles. Los coches y las furgonetas se veían obligados a parar, pero aunque sonaban las bocinas nadie se atrevía a salir a decirles nada: desde luego, iban armados: con lanzas, espadas de toda clase, pistolas, rifles y escopetas.
   - Uno seis siete nueve cero cero cuatro tres tres cinco seis dos ocho uno seis -dijo Federico.
   - Otra vez eso.
   - Uno seis siete nueve...
   - No sé que son esos números, Federico -desesperaba Julián-. Es... es... ¿una combinación de una caja fuerte? Muy larga. ¿Una fecha? Tampoco, demasiados números. ¿Son coordenadas de un mapa?
   - Es la gente que había en la fila. Las hormigas. Y muchas tenían la desfachatez de estar repetidas.
   Federico estaba en plan místico que te cagas, y Julián sospechaba que aquellos soldados que se les venían encima no iban a estar de desfile todo el tiempo. Y eran el ejército más extraño que se hubiera visto nunca. Había más de 150 filas de soldados, que seguían saliendo de los arcos de la Puerta de Alcalá, y era difícil ver a dos que fueran vestidos de la misma manera. De la misma época. Incluso del mismo país.
   Una palabra, el recuerdo de un lugar que nunca hubiera querido pisar, resonó en la mente de Julián con tanta fuerza que no pudo evitar que saliera de sus labios:
   - Babel.
   Al otro lado de la Cibeles se oyó un jadeo. Cerca de Pacino, alguien pegó un respingo de sorpresa. A dos metros, un señor con gorra de plato que debía ser chófer de alguien importante, de pronto, desapareció ante sus ojos. En otra parte, se desvaneció una señora con los dos niños que llevaba de la mano. Un guardia urbano trató de dar el alto a la comitiva: sopló el silbato una vez, y mientras cogía aire para soplarlo una segunda, se evaporó.
   Los soldados no dejaban de marchar, poco a poco, marcando el paso al unísono, desintegrando víctimas sin dar ni un solo golpe, sin disparar ni un solo tiro. Se estableció entre el colectivo un vínculo de certeza irracional pero indudable entre las desapariciones y el desfile: cundió el pánico en la plaza.
   Y así fue como, a las 12 del mediodía de todos los días, Babel dio el primer golpe de la invasión del tiempo.
(CONTINUARÁ...)
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2 comentarios:

Eriel Ramos dijo...

"A las 12 del mediodía de todos los días"

¡Para parar los pelos!

KalEl el Vigilante dijo...

¡Gracias por tu entusiasmo y tu constancia, Eriel!