25 junio 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (IX)


Lliçá d'Amunt, Barcelona, 1986
   - Imagino que vienen del Ministerio -dijo Ibáñez-. Hace un rato ha llegado un aviso por el trastomóvil de que cerraban todas las puertas anteriores al siglo XV.
   - Pero la suya no - apuntó Nieves.
   - Eso es cierto -hablar con Ibáñez era ameno, pero estaba claro que les estaba poniendo a prueba, y que empezaba con esa pregunta-. ¿Sabe por qué?
   Velázquez la miró mientras la jefa de I+D del Ministerio del Tiempo reflexionaba. Él no tenía ni idea:
   - La puerta al Cretácico que hay en el fondo de la espiral se originó de manera natural, teorizamos que por la cumulación de puertas del tiempo que hay en todos los pasillos. Igual que no la hemos abierto -razonó-, no la hemos podido cerrar mediante el sistema de control de puertas.
   - Pero ahora están en 1986 -añadió Ibáñez.
   - Sí, pero la puerta se abrió desde el Cretácico directamente aquí, no pasa por el Ministerio. No creo que pueda cerrarse a distancia. No debería poderse.
   - Correcto -en ese momento llegó la esposa del dibujante con los cafés y unas magdalenas-. Desayunen, desayunen, el café le sale de rechupete a Remedios -tras unos pocos sorbos y unos mordiscos, Ibáñez prosiguió-. Comprenderán que tengo que confirmar que han venido aquí por los motivos correctos. Muy poca gente sabe de la existencia de este Archivo.
   - Al parecer... Salvador quería que viniéramos específicamente nosotros dos. Pero no sabíamos de este lugar -dijo Velázquez.
  - De hecho, yo dirijo la creación de nuevas Puertas... y la que va a esta casa la desconocía por completo -añadió Nieves.
   - Ya veo. Dice ustes que es Velázquez. Diego de Velázquez, intuyo.
   - Por supuestísimo.
   - Entonces podrá contestarme a esto con facilidad. Hace unos días envié a mi amigo Manuel Darías, en Tenerife, una acuarela sobre Las Meninas. ¿Quién ocupa el lugar del guardamamas que conversa con Marcela de Ullóa?
   - Pero ¿cómo quiere...? -comenzó a decir Nieves.
   - El profesor Bacterio -respondió Velázquez al momento-, con un ungüento antigranos que ha hecho que al Súper le salga una berenjena en la nariz.
   - Es correcto -dijo Ibáñez, pero Velázquez no había terminado.
   - Lo que no entiendo es por qué en el apartado del espejo en el que se reflejan los reyes dibujó usted al Dire y el Presi del Sacarino, que está en otro cuadro arriba, cuando en mis Meninas no hay ninguna relación entre los cuadros superiores y el espejo inferior.
   - Velázquez -trató de interrumpirle Nieves, sin éxito.
   - Además, no queda nada claro que sea un espejo, como debería notarse, porque el chiste es que en el cuadro de encima el Botones Sacarino enciende un cohete que va a dar en el cuadro de abajo. Pero...
   - Velázquez.
   - ...pero es que no es un cuadro, en el original no, es un espejo, un espejo que es esencial para entender la grandeza de los planos y el punto de vista de mi...
   - ¡Velázquez! -ahora sí, la llamada de atención consiguió que el pintor frenara su egomanía.
   Ibáñez parecía divertido y satisfecho:
   - ¡Jajaja! Ahora, ahora sí: la prueba no era la pregunta sobre el cuadro, sino su reacción ante la parodia. No hay duda de que usted es el gran Diego de Velázquez. Es un honor. Dado que es usted la principal figura histórica que trabaja en la sede del último Ministerio del Tiempo, y que siempre se harán todos los esfuerzos para preservar su biografía, Salvador consideró que en caso de emergencia quien fuera que viniese tenía que hacerlo con usted. Usted es el salvoconducto de quien le acompañe.
   - De acuerdo -dijo Nieves-. En el futuro tenemos un problema muy gordo, hay un ejército que está invadiendo en toda la historia a la vez.
   - Aquí estamos a salvo de esas cosas: la puerta del jardín hace cosas extrañas al mezclarse con el tiempo del Cretácico. Los días me duran 25 horas, por ejemplo, lo cual me va muy bien para dibujar. También nos hace de burbuja, lo que protege aún más el ordenador: si alguien quiere cambiar la Historia necesita cambiarla desde el tiempo de los dinosaurios.
   - Yo soy ingeniera, calculo puertas. Puedo hacer algo con esa clase de retos. Pero no creo que usted tenga una copia del Libro de Abraham Levi a mano.
   - No, lo siento. Soy el Guardián del Archivo del Tiempo, pero no tengo el Libro.
   - ¿Y cómo ha acabado usted...? -preguntó Velázquez.
   Ibáñez rebuscó entre los papeles de su escritorio hasta que encontró el documento que buscaba, y se lo tendió.
   - Hay gente que se explica muy bien hablando, yo me lío si no lo pongo sobre papel.
   El documento que Ibáñez les ofrecía era una página original de cómic, poco más que un esbozo con una rotulación apresurada, que decía lo siguiente.











   - Si Salvador se entera de que le llama Supersecretario, lo capa -dijo Nieves.
   Velázquez hacía esfuerzos para ahogar la risa ante la caricatura del jefe del Ministerio.
   - Si deja que me la lleve, la enmarco.
   Nieves reflexionó:
   - Salvador instruyó a una tribu de hombres de Atapuerca para que construyeran un ordenador a prueba de cambios temporales en el que almacenar la cronología.
   - Principalmente. Según tengo entendido, no lo consiguieron a la primera. Pepe y Mariano tuvieron que ir saltando por puertas-monolíticas varias generaciones hasta que fueron aprendiendo.
   - Pero eso es un cambio histórico de tres pares.
   - Sí... pero sabía que un año después del último contacto iban a morir todos de una enfermedad que trajo una tribu vecina. Terminaron el ordenador por los pelos, y me lo trajeron.
   - Un ordenador prehistórico para almacenar la verdadera historia de España -resumió Velázquez.
   - Mejor que no se enteren las derechas de este país, o se vienen arriba -contestó Nieves-. Bueno, Salvador no fue muy claro con nuestra misión: dijo que teníamos que saltar al pozo, presuntamente para venir aquí...
   - No nos ibamos a quedar con los bichosaurios -se quejó el pintor.
   - ...y activar la co.
   - ¿La co?
   - La co. Solo le dió tiempo de decir "la co". Estaba... bastante indispuesto.
   - Hmmm -Ibáñez se acarició el mentón y luego se rascó tras la oreja derecha-. Tengo una ligera idea de lo que podría querer decir... Vengan, es hora de que les lleve al ordenador.

24 junio 2020

El Ministerio del Tiempo 42 - "Días de futuro pasado" [SPOILERS]

   42: según Douglas Adams, el sentido de la vida, el universo y todo lo demás. Es un pequeño detalle más que se suma a los muchos que hacen tan perfecto del cierre de la cuarta temporada de El Ministerio del Tiempo y, si les apeteciera, de la serie en sí.
   "Días de futuro pasado" es un final de ciclo monumental que transita entre el noir, el policíaco y la ciencia ficción distópica. Escrito por Javier Olivares y Marc Vigil, padre y padrino de la serie, y dirigido por Jorge Dorado (realizador de otros siete episodios del Ministerio, como "Una negociación a tiempo" o "Tiempo de espías"), parece evidente desde el planteamiento que este capítulo está en manos de las tres personas que mejor conocen el programa, sus mecanismos interiores, sus personajes y su impulso vital.

    Arrancamos, no obstante, con una mirada exterior, la de la Inspectora Carmen Ayala (Marta Milans), que llega al Ministerio investigando el cruel asesinato de un bebé... del que se hace inmediatamente responsable el subsecretario Salvador Martí (Jaime Blanch). El episodio, como una máquina de vapor, va cogiendo velocidad poco a poco pero de manera inexorable, poniendo una tras otra sus cartas sobre la mesa: dibujando primero el futuro aterrador al que ha ido a parar Julián Martínez (Rodolfo Sancho), en el que el Ministerio de 2068, en manos del subsecretario Salcedo (Daniel Pérez Prada), al que vimos hace un par de episodios haciéndose pasar por un delegado del gobierno de 2020, expolia el pasado y gobierna con mano de hierro mediante una legión de máquinas voladoras... no, no los Centinelas de Claremont en la historia de La Patrulla X a la que guiña el ojo el título del episodio, sino copias mejoradas del Anacronópete. Iria (Anna Cortés), la nieta de Julián, con ayuda de una envejecida Lola Mendieta (Fiorella Faltoyano), lidera la Resistencia que en unos cuantos años ha de derrocar al tirano: amenazar a alguien que viaja por el tiempo para ajustar cuentas, no obstante, es peligroso, y subyace la idea, sugerida (Julián vuelve a mencionar Terminator) pero no confirmada, de que la muerte original de Maite (Mar Ulldemolins) fue un cambio provocado por Salcedo para evitar el nacimiento de Iria.

    En general toda la parte del futuro es perfecta, casi una serie distinta, como debería ser, y pese a la gravedad de lo que cuenta no se resiste a salpimentar hasta los momentos más graves con su humor tradicional, con ese Bertín Osborne que llega a presidente (o, antes, que Salvador tuvo que hacer que echaran a Javier Olivares de "Isabel" para que no desvelara la existencia del Ministerio). Pero quiero centrarme en Rodolfo Sancho, particularmente en el momento que conoce a su nieta. La interpretación de Rodolfo es fabulosa, y transmite de manera ideal tanto su emoción como las décadas que se le tiran encima de golpe. Ese futuro convence no solo por la actuación de Fiorella, la ambientación futurista o los hologramas de varios pisos de altura (hola, Blade Runner), sino por lo que hace Rodolfo Sancho con todo ello, cada una de sus reacciones, cada una de sus decisiones.
    Eso enlaza con la segunda parte de la historia: al regresar Julián  a su tiempo, el Ministerio prepara un plan para evitar que Salcedo pueda llegar a nacer. Angustias (Francesca Piñón), Irene (Cayetana Guillén Cuervo), Ernesto (Juan Gea), Carolina (Manuela Velllés), Alonso (Nacho Fresneda), pero sobre todo Pacino (Hugo Silva) y Salvador ponen de su parte en una compleja y oscura misión con rostros patibularios (todos entienden lo que se les pide, y nadie dice), monjas siniestras, y guiños cinematográficos, como todo el episodio: en este caso a Los Intocables y El acorazado Potemkin. Y, de manera más velada, otra vez a Chicho Ibáñez Serrador, con aquella pregunta que se hacía en el título de una de sus películas: ¿Quién puede matar a un niño?
    El alma de Salvador es, al final, lo que está en juego en este episodio, el combate entre tres de los elementos que han flotado por toda la serie: la puta mariposa, los inocentes que han muerto por la Historia y lo que está dispuesto a sacrificar el subsecretario por su trabajo. El trabajo de Jaime Blanch con el guion es extraordinario, desplegando toda la profesión que lleva un actor de su calibre en cada gesto y cada palabra, y una vez más ha sido el personaje verdaderamente imprescindible de esta serie. Salvador Martí, Jaime Blanch es el Ministerio.
   O lo era: el subsecretario ha abandonado el edificio... El tramo final del episodio se despide de sus personajes encarándolos a un futuro positivo y abierto. Se despide de nosotros, en cierto modo, tranquilizándonos, diciéndonos que están todos en buenas manos, y que venga lo que venga a partir de ahora, si es que viene algo, será diferente. La sensación que deja este episodio es de plenitud: incluso aquellos que deseamos que El Ministerio del Tiempo tenga más temporadas que la saga de los Alcántara podemos quedar satisfechos si no hubiera ni un solo capítulo más. La serie es la que es.
   Aprovecho para agradecer la pasión, entrega y profesionalidad que han empeñado en esta serie cada uno de los que la han hecho posible, desde todos los departamentos creativos a los actores o al último de los electricistas. ¡Los créditos completos del episodio reúnen tanto talento...! Y la dedicatoria final a las víctimas del Coronavirus es un detalle más para quitarse el sombrero, si a estas alturas aún alguien lo llevaba puesto. Esta serie es un absoluto orgullo, y si es tan enorme es gracias a todos vosotros. El sentido del tiempo en 42 episodios: ¡y qué 42!

Referencias Whovian: el futuro tóxico al que llega Julián tiene un aire al de "Atasco" ("Gridlock", 2007) y uno no puede dejar de acordarse del Señor del Tiempo Victorioso de David Tennant al final de "Las aguas de Marte" ("The Waters of Mars", 2009) al asistir al dilema moral de Salvador en el clímax del episodio. Salvador, eso sí, cuenta con dos companions de lujo que evitar que caiga en el abismo, su fiel Ernesto y la inspectora Ayala.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34
T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 

17 junio 2020

El Ministerio del Tiempo 41 - "Pretérito Imperfecto" [SPOILERS]

   El rey se muere, ¡larga vida al rey! Juanjo Cucalón interpreta a Juanjo Cucalón interpretando a Fernando VII, en un capítulo de El Ministerio del Tiempo que viene a darle la vuelta a El Show de Truman, con vibraciones simpáticas hacia episodios anteriores como "El Monasterio del Tiempo" o "Entre Dos Tiempos". Del primero toma el enfoque mayormente humorístico de un momento histórico tenso, del segundo el meta-lenguaje televisivo.

   Koldo Serra regresa a la serie para dirigir un guión de Isa Sánchez, Daniel CorpasJordi Calafí y Javier Olivares, imprimiéndole un cierto toque "clásico" al episodio: la Historia como reality definitivo, el actor que se sale de su papel, el seguimiento televisado de lo que ocurre en los aposentos reales, la fascinación progresiva de Angustias, el edredoning, el sexo de nuevo (le pasó a Amelia) como detonante vital... Bajo una pátina de vodevil, el capítulo explica uno de los momentos clave para entender nuestra historia moderna, condensando el reinado del Felón y la amenaza del Carlismo: los seguidores de la serie se darán cuenta enseguida de la gravedad del asunto cuando oigan a Salvador Martí (siempre imprescindible Jaime Blanch) decir por primera vez que ya le gustaría dejar morir a Fernando VII si no se debiera a la historia, al oirle recitar (y echarle en cara al propio rey) sus fechorías, o amenazarle con la damnación eterna. Y además cuenta con una fotografía de aúpa, unas localizaciones de lujo y unos secundarios absolutamente perfectos en sus personajes, sea Álex O'Dogherty como Carlos María Isidro, Camila Viyuela como la reina María Cristina o Juan Codina como el doctor del rey (y estoy con Koldo Serra: es nuestro Peter Cushing). Todos conjuran perfectamente la época y las tensiones del momento, y arropan perfectamente a Cucalón, que está muy divertido como el actor y oportunamente grave y detestable como el rey.
   El segundo plano en esta serie también es muy importante, y en segunda instancia tenemos por ejemplo a Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda) y Jesús "Pacino" Méndez (Hugo Silva) hablando de sus dudas ante la "traición" a un rey o la pérdida de un amor. Sin embargo, el tiempo deja huella en esta serie, es quizás una de sus principales virtudes frente a otras narrativas televisivas procedimentales donde el statu quo nunca cambia: Alonso y Pacino no son los personajes que entraron en el Ministerio, y sus conversaciones están impregnadas del punto de vista de la experiencia y de la camaradería. El dolor sigue ahí, su dolor sigue siendo parte esencial de los personajes, sumando un punto de vista que es rico y, si se me permite, con fundamento.
   Pero es que esa conversación "secundaria" que mantienen los dos personajes en realidad está ilustrando al elefante en medio de la habitación: a Julián Martínez (Rodolfo Sancho), el gran desaparecido de la misión. Lo vamos viendo en fragmentos dispersos pero inquietantes: no responde a las llamadas del Ministerio, no duerme bien, se inventa excusas con Salvador, busca puertas del tiempo a escondidas... Tenemos un aviso visual: en su mesita se distingue El Anacronópete, igual que lo tenía Pacino cuando iba a cambiar la historia para salvar a Lola (y ya sabemos cómo terminó eso). Y en una escena final que no culmina 60 minutos, realmente, sino 41 capítulos y 4 temporadas, viaja al pasado y salva a Maite (Mar Ulldemolins). Para, con su historia cambiada, ser secuestrado unos minutos después. Es la culminación de la historia personal de un hombre al que el tiempo, como se ha recordado en este capítulo, solo ha avivado los recuerdos. Todo el dolor que se desató en "Bloody Mary Hour" cuando Amelia le devolvió su memoria (otro capítulo en el que la historia fundamental de Julián tomaba la apariencia de trama secundaria), y que había parecido subsumido tras la fuerza y las nuevas experiencias de Eulogio Romero, le lleva en la única dirección que su torturada pérdida y su amor verdadero son capaces de concebir: salvar a Maite. "¡Viva la vida!", podría ser el lema de este episodio. Y a la Historia que la zurzan.

   Era el final que originalmente debía tener la historia de Maite según la planeó Pablo Olivares. El futuro está en el aire: el de Julián, el del Ministerio y el de la serie, y el final de temporada en el próximo episodio no puede ser más emocionante. La serie imprescindible de la televisión española nos emplaza, cómo no, a un final de temporada imprescindible.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34
T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo 

11 junio 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (VIII)

CAP. 1 | CAP. 2 | CAP. 3 | CAP. 4 | CAP. 5 | CAP. 6 | CAP. 7 | CAP. 8 | CAP. 9

   - Uno seis siete nueve cero cero cuatro tres tres cinco seis dos ocho uno seis.
   - Julián, ¡Julián!
   Julián sacudió la cabeza, algo atontado: Federico y él estaban rodados de una niebla impenetrable. Había perdido la noción del tiempo durante un rato... ¿Qué había ocurrido? Estaban en la Cibeles y había cundido el pánico con la llegada de aquel desfile de soldados de docenas de naciones y épocas. Salían por la Puerta de Alcalá, y él tenía una idea de dónde venían.
   - ¡Babel!
   - ¿Qué dices, Julián?
   - Babel -la situación era peligrosa y este Lorca sabía más de lo que parecía. Julián decidió dejarse de secretos-. Hace cuatro años encontramos a unos tipos que podían viajar por el tiempo a momentos de la Historia en los que había habido catástrofes, y estaban armando un ejército de soldados de todos los tiempos en la Torre de Babel, la de verdad, que estaba en una cueva donde San Pedro perdió la sandalia.
   - "Si la esperanza se apaga/y la Babel se comienza/¿qué antorcha iluminará/los caminos de la Tierra?".
   - ¿También has soñado esto?
   - El mal anda cerca. -Federico esquivó la pregunta-. El mal es el general de ese ejército, Julián, y no quiero que le veas. Cuando vi a los soldados, di otra vez un paso hacia el lado, para volver a las brumas. Si estás listo, podemos volver a la cola junto a las vías: espero que aún no haya crecido del todo la fila de hormigas.
   - Espera -Julián detuvo a Federico antes de que diera otro paso, si se alejaba solo un par de él, podía perderlo en la niebla-. Yo no puedo ir a ninguna parte, tengo que volver y alertar al Ministerio como sea de que Babel está atacando 1946.
   - Esos soldados atacan todos los días. Va a haber muchos más muertos, Julián.
   La percepción de Federico comenzaba a dejar a cuadros a su compañero. ¿Y si era algo más que percepción? Como respondiendo a ese pensamiento, Lorca se abrió la chaqueta y la camisa con un poco de reparo y le enseñó a Julián su verdadero aspecto: pese a los años trabajando en urgencias, el enfermero trago saliva, impresionado.
   - Estás... un poco agujereado -dijo Julián con humor negro para rebajar la tensión.
   - Eso me temo -respondió Federico volviendo a abotonarse la camisa-. ¿Entiendes ahora?
   - Uno seis siete... ¿Qué es ese número que repetíamos?
   - El hormiguero. La gente de la cola.
   - ¿La gente que va a morir en esto? Pero eso sería...
   - Dieciseis mil billones de personas.
   - ¡Eso es imposible! No hay tanta gente en Madrid. ¡No hay tanta gente en el mundo!
   - Y los muy descarados llegan repetidos...

Escacena del Campo, Huelva, 1889
   Pese a la diferencia de edad, los dos hombres se entendían a la perfección y disfrutaban hablando de letras y antigüedades. Don Enrique Gaspar y Rimbau, con 47, planeaba escribir una obra corta sobre algún tipo de estátua. Don José Ramón Mélida, a sus 33, había tenido bastante éxito en los círculos académicos con su Historia del casco. Ahora, subían un cerro de la Sierra de Tejada en busca de ciertas ruinas que conocían los locales desde antiguo pero a las que nadie había prestado atención cientifíca. Mélida tenía la teoría de que podía ser un yacimiento íbero. 
   Don Enrique comentaba lo contento que había quedado con la publicación de su Anacronópete, para el que se había inspirado secretamente en algunas de las aventuras que viviera con el Ministerio del Tiempo. Hacía varios años que Salvador ya no le llamaba... Distraído, no se dio cuenta de que el terreno cedía súbitamente bajo sus pies. Don Enrique cayó casi dos metros en vertical antes de deslizarse otros cinco o seis por una rampa de tierra.
   - ¡Enrique! ¿Estás bien? -lo llamó José Ramón desde arriba. Lo había perdido totalmente de vista.
    Rimbau, tras asegurarse de que el suelo ya se había asentado, y sintiendo cierto espacio vacío sobre él con la poca luz que entraba desde el exterior, se atrevió a levantarse.
   - Estoy entero, nada roto -gritó. Empezaba a acostumbrarse a la penumbra, y distinguía mejor lo que tenía delante.
   - ¿Puedes subir? ¿Bajo a ayudarte? -preguntó José Ramón.
   - No, no, que aún te caerías también. Mejor baja al pueblo y ve a buscar una cuerda. Yo te espero.
   - Entendido. Intentaré no tardar mucho, ¿de acuerdo?
   - De acuerdo, de acuerdo.
   Sí, Don Enrique distinguía lo que tenía delante. Y lo que tenía era a dos hombres ataviados con antiguas armaduras plateadas que le apuntaban con lanzas y le habían hecho gestos para que se deshiciera de Mélida.
   - Ya se ha ido -dijo, separando las palabras por si así le entendían mejor.
   - Naarke paui nantare Ar... -dijo uno de ellos. Se detuvo a media frase, se dio dos golpecitos en el costado del casco, que para Gaspar y Rimbau lucía entre asirio y griego, y repitió-. Naar... naar... vendrás... Vendrás con nosotros. El rey Argantonio quiere hablar contigo.

Madrid, 1946
   Resguardados en la Calle del Barquillo, Pacino, Argamasilla y Diego observaban las columnas de soldados intertemporales que llenaban la Calle de Alcalá. Por suerte, ese extraño Julián viejo que parecía comandarles no había reconocido a Pacino. Por el otro lado comenzaban a oirse unas estridentes sirenas, y no tardaron en llegar un par de furgones de la Policía Armada.
   - Hay siete hombres en cada una -dijo Argamasilla-. Todos llevan fusiles y escopetas.
   - En esta época no se andan con tonterías -respondió Pacino-. Menos mal que mi padre no está en los grises.
   Las furgonetas se abrieron y todos los hombres salieron al exterior: contando a los conductores, eran dieciseis agentes. Pese a ir armados hasta los dientes, estaban en franca minoría frente a los soldados de Babel.
   - Pero vendrán más, y si hace falta guardias civiles y el ejército -estimó Pacino.
   - Dispérsense inmediatamente -gritó el primero en bajarse-. Este desfile no ha sido autorizado: recojan sus disfraces y váyanse a casa.
   - No, váyanse ustedes -dijo Julián el viejo-. Escuchen esto, y piensen porque quizás les suene haberlo oído otros días: quien alce su arma hoy, morirá ayer.
   Como si les hubiera dado su entrada, los mil hombres repitieron a coro:
   - ¡Quien alce su arma hoy, morirá ayer!
   Los policías tomaron posiciones, listos para disparar en cuanto se les ordenara. Pero entonces fueron muchos de los civiles que se habían refugiado en los portales, las calles aledañas, que miraban desde los escaparates de las tiendas y desde los balcones, los que empezaron a corear:
   - Quien alce su arma hoy, morirá ayer. Quien alce su arma hoy, morirá ayer.
   - Qué mal rollo -dijo Pacino-, parecen el pueblo de los malditos... ¿Por qué está Julián con esa peña? ¿No estaba muerto?
   Uno de los policías se puso nervioso y disparó su carabina. O hizo amago, porque cuando clavó el dedo en el gatillo, policía, gatillo y carabina se desvanecieron en el aire.
   - Quien alce su arma hoy, morirá ayer.
   - ¡Santo cielo! -exclamó Diego, persignándose.

Madrid, 2019
   Ernesto corría por los pasillos del Ministerio, seguido a duras penas por Velázquez y por la jefa de I+D, Nievez Gálvez.
   - Supongo que Salvador se refería a usted, las otras Nieves que trabajan en el Ministerio no parecen adecuadas para una emergencia de este tipo.
   - ¿Es un buen momento para decirle... que hace... 20 años... que no corro?
   - Eso -añadió Velázquez, al que le faltaba el aliento tanto o más-, baje el ritmo... pobre mujer... ¿Y a mí... para que me quieren?
   Llegaron a la plataforma de la que partían las escaleras que bajaban a los pasillos de las puertas. Como sospechaba Ernesto después de las últimas metamorfosis, Germán no estaba en su puesto y en su lugar estaba Aspasio, que había trabajado de bedel en el Ministerio en 1850.
   - Escúchenme bien, porque no voy a repetirlo. No sé si tendré tiempo o me convertiré... en un batracio. El tiempo está haciendo cosas muy raras. Hay un ejército cruzando todos los arcos de triunfo del mundo y los están cruzando todos los días desde finales del siglo XV.
   - ¡Increíble! -exclamó Nieves.
   - ¿Y qué le va a pasar a mis cuadros? -exclamó Velázquez, preocupado por lo más esencial.
   - Por alguna razón, la historia se está... mezclando. Salvador se ha ido conviertiendo en varios subsecretarios anteriores y ahora mismo es Germán.
   - La historia... Está intentando llenar huecos.
   - Pero, ¿Germán? -preguntó Velázquez, aprovechando la pausa para recuperar la respiración-. Sin ofender, pero nunca me pareció alguien con aspiraciones de mando.
   - Eso es cierto -dijo Nieves-. ¿Y si no es la Historia la que intenta llenar los huecos... sino las Puertas? Germán es una de las personas que más las han estado protegiendo.
   - En fin: escuchen -retomó Ernesto la palabra-. Antes de desaparecer, Salvador dijo que ustedes dos salten al pozo y activen la co...
   - ¿La co? -repitió Nieves.
   - ¿Al pozo? -respondió Velázquez-. ¿A qué pozo? -miró el abismo que se abría ante la plataforma, rodeado por la escalera espiral que iba a los pasillos del tiempo-. ¡¿A ESTE POZO?! ¡Y un jamón con chorreras!
   - La co... y no dijo nada más. Que activen la co... Velázquez: no les va a pasar nada. Escuche: en el fondo del pozo hay una puerta natural que lleva al tiempo de los dinosaurios.
   - ¡Usted quiere que me coma un diplodocus!
   - ¡Escuche! Aunque le parezca que caen, saldrán por la boca de un volcán que está apagado. La gravedad se contrarresta bastante, no se harán mucho daño. Y sé que Salvador envió a Pepe y Mariano hace unos meses a hacer algo allí. Creo que debe estar relacionado.
   - Vamos, Velázquez -dijo Nieves-. Si Ernesto dice que es seguro, y Pepe y Mariano han ido y vuelto, no puede ser tan malo. Además, si hay problemas, saltamos al volcán, y volvemos.
   - ¡¿PERO USTED SE ESCUCHA, SEÑORA?!
   - Mire, Velázquez -Ernesto cambió a un tono más conciliador. Le pasó la mano por la espalda al pintor y bajó con él algunos escalones-. Entiendo que desde aquí parece muy alto.
   - Está muy alto.
   - Claro. Podemos bajar, unos cuantos pisos, y se tiran al pozo desde allí.
   - Doce o trece pisos, por lo menos.
   - Tenemos tiempo, ¿verdad?
   - Claro, claro, tenemos tiempo -dijo Velázquez más calmado.
   - En realidad -repuso Ernesto-, no lo tenemos.
   Y aplicando una llave de judo, lanzó a Velázquez sobre la barandilla al fondo del pozo. Aún se oían sus gritos y maldiciones cuando Nieves se sentó de un salto sobre la baranda.
   - Yo me subo a una silla y me da vértigo. Que quede constancia.
   - Más vértigo me da lo insportable que va a estar Velázquez.
   - Esa es otra. Y ni plus de peligrosidad...
   Y se tiró al pozo.
  
Aragón, 130.000.000 aC
   El silencio del Cretácico superior, solo roto hasta entonces por el zumbido de enormes insectos, quedó repentínamente hecho añicos:
   - ¡¡¡...hideputaaaa, Ernestoooooo!!!
   Abajo se volvió arriba. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, flor de las artes españolas, salió disparado del cráter y rodó varias veces por su ladera, imprecando a todos los ancestros del jefe de operaciones del Ministerio del Tiempo. Poco después emergió Nieves, con las mismas pocas ceremonias y echando pestes. Cuando pudieron, los dos se levantaron doloridos. Tenían raspones por todo el cuerpo, pero no se habían roto nada.
   - Esto... esto es intolerable -dijo Velázquez-. A mí, ¡a mí! no se me puede tratar así.
   - Don Diego -dijo Nieves-, mejor no alcéis la voz, que creo que atrae a los dinosaurios.
   Eso calló un poco al pintor. Un poco.
   - Y ahora... ¿qué hacemos? ¿Dónde vamos?
   Nieves miró a su alrededor: ladera abajo, la vegetación prehistórica crecía con una exhuberancia impactante. Por suerte, no había señales de fauna. Tenía que respirar con cuidado para no marearse: ¿había mucho más oxígeno en el ambiente?
   - ¡Mire, doña Nieves! -dijo Velázquez-. ¿Eso de ahí no es un cartel?
   Clavada en el suelo a una veintena de pasos había una estaca con un travesaño de madera, plano por un lado y con una punta en la otra: "ARCHIVO", habían escrito encima con pintura blanca. Nieves y Velázquez comenzaron a andar en aquella dirección, tratando de no resbalar con los cantos rodados.
   Casi habían dado media vuelta al volcán, cuando encontraron la entrada a una cueva: era casi una grieta en la ladera por la que a duras penas cabía una persona, pero con la misma pintura blanca alguien había dibujado encima el símbolo de un reloj de arena.
   - ¿Será aquí? -dudó Velázquez.
   - Vaya día: primero alturas y ahora estrecheces... -dijo Nieves, cerrando los ojos y dispuesta a meterse dentro-. Tengo claustrofobia.
   Por una vez, Velázquez decidió ser un poco caballeroso y entró un poco en la grieta.
   - Se ensancha enseguida -dijo, dando un paso más adelante-. Y hay luz.
   Nieves abrió los ojos. ¿Luz, dentro de un volcán? ¡Ay!

Lliçà d'Amunt, Barcelona, 1986
   Pero no era lava lo que les esperaba.
   Nieves y Velázquez atravesaron la grieta y se encontraron enseguida pisando un suelo de césped bien cuidado. Al meterse en la grieta habían salido de una caseta de herramientas, a un jardín, frente a una casa unifamiliar con bastante encanto. Se oía el ruido de coches pasando tras los setos. Una señora de mediana edad salió por la puerta principal y les saludó.
   - ¡Buenos días!
   - Buenos días -respondieron al unísono los dos.
   - Pobrecitos, ya les he dicho varias veces que pongan una colchoneta o una red o algo para que no se magullen tanto al salir del cráter. Soy Remedios. Pasen, pasen, en seguida aviso al Guardián de los Archivos y les preparo un café.
   Sin acabar de entender nada, los dos viajeros entraron en la casita. Por dentro era un primor, cuidada y adornada con mucho gusto. Las mesitas tenían tapetes, sin duda bordados a mano por la señora Remedios. En las paredes abundaban los cuadros, incluída la reproducción reducida de algún Velázquez y las fotos, sobre todo de un hombre con una pronunciada calvicie y unas gafas cuadradas de elevada graduación, acompañado de niños, de adultos, de personalidades. Y dibujos enmarcados: portadas de tebeos y originales.
   Empezaba a oler a café en la casa. Un hombre bajó por las escaleras, vestía camisa a cuadros, unos tejanos y zapatillas de andar por casa: era el de las fotos. Ambos lo reconocieron y se quedaron alucinados.
   - ¡Qué temprano han venido! Vaya, ¿a usted no le conozco?
   - Admiro mucho su obra -dijo don Diego, extendiendo la mano para estrechársela al otro, y se presentó-. Velázquez.
   - ¿Ha dicho Vázquez? -respondió el otro, parpadeando tras las gruesas gafas-. Ah, no. Uf, temía que viniera a sablearme, ese hombre es insaciable. Yo soy Francisco Ibáñez, un placer.
   - Pero usted es... -preguntó Nieves.
   - El Guardián de los Archivos del Tiempo. Sí, hija: me he tenido que pluriemplear, ahora que Bruguera me ha quitado los Mortadelos...

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10 junio 2020

El Ministerio del Tiempo 40 - "El tiempo vuela" [SPOILERS]

   Es el capítulo 40 de El Ministerio del Tiempo, el sexto de la cuarta temporada, y Salvador Martí está celebrando el 40º aniversario del día que conoció a su mujer, de su entrada en el Ministerio, del comienzo de una larga relación vital con un genio español: Emilio Herrera. No al principio: el arranque melancólico del episodio, donde repasamos en un minuto la vida de Salvador junto a su esposa Sofía, sus primeros besos, su compromiso, su matrimonio, la enfermedad que se la llevó, todo en un parque por el que pasan los niños que a ellos les fueron negados, culmina en el cementerio donde ella está enterrada, al que le lleva flores. No es una celebración, es una conmemoración, en la que persiste el fantasma de Sofía, que aún acompaña a Salvador porque, como él mismo dice, ella nunca se ha ido. Es un inicio que tiene como referente el de Up, el film de Pixar, y no es una referencia casual: como aquel, en este episodio se va a hablar de un pionero de la aeronáutica incomprendido y de una conexión inesperada que va más allá de la edad.

   "El tiempo vuela", escrito por Pablo Lara (autor de los episodios interactivos y los audiodramas del Ministerio), Daniel Corpas (Malaka) y Javier Olivares, y dirigido por Chiqui Carabante, cumple con muchas de las señas de identidad de la serie: recupera una figura histórica importante pero poco conocida, la del ingeniero Emilio Herrera (interpretado impecablemente por Vicente Romero), pasa cuentas con los "muy buenos soldados pero muy malos jefes" que ha tenido siempre España (en esta ocasión, los del gobierno republicano y franquista: aquí reciben todos) y defiende la dignidad de los grandes que se han visto una y otra vez humillados por los corruptos y los poderosos. Plantea sin aspavientos la genialidad y la relevancia de Herrera, y nos hace preguntarnos cómo es posible que no conozcamos más a un tipo que no solo era amigo de Einstein y entendía su discurso científico sino que se avanzó a sus temores sobre el uso militar de la ciencia e inventó avances revolucionarios. Con gran sensibilidad, el episodio dedica su presupuesto a los objetos físicos importantes (la escafandra, los periódicos) y a los entornos vitales para los personajes, antes que a la representación digital de grandes espectáculos aeronáuticos. A su manera es una secuela del tebeo Mi tiempo se acaba (Aleta/Evolution Cómics, 2018), con el que establece un juego de espejos que queda rematado en el dibujo que hace Velázquez en el pastel de la escena final, que es parte de la portada del cómic.

   Pero esta vez el capítulo no utiliza como vehículo las aventuras de la Patrulla (ni Pacino ni Julián aparecen, y Alonso solo como alivio cómico junto a Velázquez), sino las de Jaime Blanch y su Salvador Martí: este es su capítulo, esta es su vida. Es como una de aquellas historias de complemento de Superman en los 70, "La vida privada de Clark Kent": ¿a qué dedica su tiempo el subsecretario del Ministerio, un hombre que ha confesado que no tiene aficiones, cuando no está ejerciendo de subsecretario? A ser el ángel de la guarda de Emilio Herrera, por razones que iremos descubriendo poco a poco, y que tienen que ver no solo con la relevancia histórica del personaje, sino con su propia trayectoria vital. Vemos a Salvador Martí protegiendo a Herrera en 1932 y 1936, visitándole en su exilio en 1947, y de manera muy importante al joven Salvador que entró en el Ministerio en 1980 (interpretado por Rodrigo Saénz de Heredia), donde conoce a la que acabará siendo su mujer (Sofía de joven es Beatriz Arjona), y sus primeros encuentros con la corrupción y con la "puta mariposa" del caos que ya le perseguirá toda su vida. Elementos fundamentales para el desarrollo de su personalidad, piedras de toque que hasta ahora desconocíamos: su esposa, su admiración por Herrera, el tiempo que se empeña una y otra vez en ponerle la zancadilla y Salvador, cada una de las veces, interponiéndose entre el tiempo y Herrera, si no puede protegerle de los hombres, al menos le protegerá del tiempo... como al hijo que él y Sofía (el conocimiento) nunca tuvieron.
   "El tiempo vuela" habla, cómo no, del paso del tiempo y de que no siempre pone las cosas en su lugar, si no hay alguien que lo reivindique. Es tanto el capítulo de Herrera como el de Salvador, y de aquello que les une: el honor, la defensa inagotable del trabajo bien hecho hasta las últimas consecuencia, y el amor. Es un capítulo donde las miradas dicen tanto como las palabras: el embeleso de Einstein en el tablao flamenco, el sufrimiento traicionado de Herrera y de quien le tiene que ejecutar, el amor eterno y el dolor de Salvador con el fantasma de Sofía, a medio camino entre el Espíritu Burlón de Noël Coward y la Carmela de Sanchis Sinisterra.

   El otro misterio que abre este episodio surge de la trama secundaria del delegado del gobierno que visita el Ministerio para hablar de la subida de presupuesto, concretamente la identidad del personaje que se ha hecho pasar por ese delegado y ha estado visitando el Ministerio y entrevistando a sus "estrellas" mientras Salvador estaba de misión. ¿Es un fan del futuro? ¿Un espía? El falso "Nacho" (Daniel Pérez Prada) promete ser una pieza importante de los dos últimos capítulos de la temporada, y habrá que estar al tanto de sus intenciones.

Reseñas de El Ministerio del Tiempo
T1: 1 Empecinado | 2 Lope | 3 Hitler | 4 Rabino | 5 Guernica | 6 Lazarillo | 7 Leiva | 8 Lorca
T2: 9 Cid | 10 Pacino | 11 Cervantes | 12 Napoleón | 13 Gripe | 14 Houdini | 15 Filipinas | 16 Filipinas | 17 Alcázar | 18 Vampira | 19 Lombardi | 20 | 21
T3: 22 Hitchcock | 23 Mincemeat | 24 Bécquer | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34
T4: 35 Eulogio | 36 Almodóvar | 37 Bloody Mary | 38 Picasso | 39 Anacronópete | 40 Herrera | 41 Fernando VII | 42 Salcedo

05 junio 2020

Gerlinde imperial

   Gerlinde Dill: su nombre aparece a veces por mi mente, aparentemente sin venir a cuento, y de la nada pienso en vals. Voy a hablaros de la persona más maravillosa a la que he entrevistado nunca. Y fue por casualidad...

    Hace 15 años yo trabajaba en "Família Comtal", el magazine diario de una televisión local de Barcelona. Escribía guiones, producía, presentaba alguna sección y, con el tiempo, conduje el programa. Una o dos veces al mes, de manera especial, grabábamos reportajes. Una de esas veces fuimos a L'Auditori de Barcelona a entrevistar al director de una orquesta austríaca que pasaba por la ciudad. Lo hablamos con prensa, nos citaron y nos recibieron perfectamente... o no del todo, porque al entrar en la sala principal notamos que algo iba mal. Había problemas con los ensayos. Nos esperamos, pero tras una hora no parecía que fuera a cambiar la cosa, ni el director estaba por la labor de que le entrevistaran. Nos iba lanzando miradas, por si nos cansábamos y nos íbamos.
   Teníamos paciencia, pero no todo el tiempo del mundo. Nos enviaron a los camerinos, para hablar con otro responsable... que tampoco apareció. El lugar, bajo tierra, era fantástico: ya de entrada el subsuelo del Auditori, como el del Liceu, es un lugar pocas veces visitado. Todo estaba lleno de instrumentos: dentro de cajas, sobre ellas; músicos ensayando en grupos o en solitario. El cuerpo de baile calentaba entre el tumulto, practicando. Parecían las bambalinas de una vieja película de Judy Garland, pero con más tutús.

   Nadie venía a vernos, nadie estaba tan poco ocupado o tenía autoridad para hablar a nuestra cámara. Hasta que llamamos la atención de una señora de unos 70 años, elegante y sobria, que acompañaba a las bailarinas. Nos preguntó a quién esperábamos, le explicamos la situación: se disculpó (?) y se ofreció a que la entrevistáramos. Como no sabíamos exactamente quién era, afronté la entrevista poniéndome en lugar del espectador, que tampoco lo sabría: preguntando lo más básico, escuchando y yendo a donde ella me llevara. Y empezó la magia.

   Gerlinde Dill, nacida en Viena en 1933, era la coreógrafa del espectáculo. Bailarina primero, luego maestra y finalmente directora del ballet de la Ópera estatal de Viena, Dill creó las coreografías del Concierto de Año Nuevo entre 1976 y 1995, ininterrumpidamente. Sus valses marcaron un nuevo estilo mundial. Su abuela conoció a la emperatriz Sissí, le contó historias de primera mano y le transmitió su personalidad, carácter y estilo de la duquesa de Baviera, que Gerlinde evocaba con admiración y entrega; la misma que vibraba en su voz al hablar de la danza y de su carrera. Le brillaban los ojos, a sus 72 años, con un candor y una admiración matizados a duras penas por su larga experiencia.

   Cuando hubimos grabado más de lo que podríamos emplear en la pieza del magazine, quedándonos con las ganas de dedicarle el programa todo el día, todos los días, nos despedimos, y ella nos dio las gracias. Por permitirle dejar bien el nombre de Austria y el arte vienés.
   Al salir, el delegado de prensa, avergonzado, nos dijo que aún faltaba un rato para hablar con el director. Le dijimos que no hacía falta, le explicamos lo que había ocurrido y convino que era, a todas luces, mucho mejor.

    Gerlinde falleció en Navidad de 2008, y hoy sin duda sigue danzando por todo el universo el vals de las esferas.

04 junio 2020

MdT3: Crisis en Españas infinitas (VII)

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Barcelona, 20 de mayo de 1888
   Un sol espléndido brillaba sobre la Ciudad Condal, en un cielo azul sin nubes, digno de salvapantallas. En tierra, el bullicio era considerable: cientos y cientos de barceloneses habían acudido a contemplar la inauguración de aquella magnífica obra arquitectónica.
   - Es hermoso -dijo Amelia Folch, saliendo un paso de la sombra de su melancolía.
   Irene sonrió:
   - Sabía que te gustaría -ambas lucían vestidos elegantes y sobrios, en blanco y negro. Bueno, Amelia iba sobria, Irene se había dejado ir un poco con las plumas del tocado y la sombrilla.
   Las autoridades comenzaban ahora sus interminables discursos mientras procedían a la inauguración del Arco del Triunfo de Josep Vilaseca. Irene Larra se había saltado un poquito las normas: venía del Ministerio de 2019, y estaba en la pausa del almuerzo mientras supervisaba el traslado a la nueva sede: tenía que haber una forma mejor que desmontar todo el sistema de puertas. Hacía tiempo que quería volver a ver a Amelia, no solo para consultarle aquello, pero tras la muerte de su padre, de quien ni siquiera se había podido despedir, estaba trabajando mucho y muy duro para mantener el negocio familiar en 1884, y apenas empezaban a ver la luz al final del túnel. Así que había hecho trampa y había visitado a la Amelia de 1882 que aún no había abandonado el Ministerio, poco después de la misión del Cid, y se la había llevado a los fastos de apertura de la Exposición Universal de Barcelona. La ciudad de los prodigios.
   - Hemos... empezado a pensar en trasladar las oficinas del Ministerio a un edificio menos expuesto, menos céntrico. Lo de Lombardi fue un aviso al que deberíamos prestar atención.
   - ¿Y las puertas se pueden trasladar? -qué rápido se había dado cuenta del problema principal.
   - Por eso no nos decidimos: unas nuevas instalaciones nos permitirían respirar más y trabajar mejor, pero la logística de mover todas las puertas es... sería una locura.
   - Bueno, la logística es lo tuyo -Amelia esbozó una tímida sonrisa, asediada por una tristeza que nunca estaba demasiado lejos-. Pero, podríais poner un ascensor.
   - El montacargas nunca ha funcionado.
   - No, en la nueva sede: instaláis un ascensor, y ponéis una puerta del tiempo que vaya unos segundos atrás al viejo Ministerio. Puede estar en la puerta de entrada del ascensor, en la de salida, en el pozo mismo...
   - ¡Así no habría que trasladar más que las oficinas! Y lo que nos ahorraríamos de excavación... Lo he dicho siempre: ¡esa es mi chica! -la tristeza se volvió a apoderar del bello rostro de Amelia-. ¿Qué te ocurre? ¿Aún piensas en...?
   Amelia la cortó,  para que no siguiera. Hoy no creía soportar oír ese nombre. Irene no le iba a consentir esa debilidad.
   - A todos nos duele la pérdida de Julián.
   - Es injusto que haya muerto de esa manera -contestó Amelia, que no hacía ni dos semanas que había enterrado a su compañero. Bueno: que había enterrado un féretro vacío, porque Julián Martínez había desaparecido en la Batalla de Teruel.
   Irene sospechaba que la vida de Amelia comenzaba a tener demasiados féretros vacíos. Sacó dos pequeños binoculares de ópera.
   - Anda, explícame las estatuas, que yo solo veo ángeles.
   Amelia se obligó a animarse, empujando levemente el dolor a un lado, y observando el Arco con los binoculares se puso a repasar sus conocimientos, como si fueran un ungüento curativo.
   - Esos ángeles son en realidad Famas, para representar que la ciudad destaca con esta Exposición. Arriba en el centro, la que lleva el escudo en el pecho representa a Barcelona, y a su lado están Palas Atenea y la Cibeles.
   - ¡Qué madrileño! -desde la basílica de Santa María llegaron las doce campanadas que señalaban el mediodía.
   - Como diosa madre de la tierra. Es curioso, porque Atenea no luce casi ningún atributo guerrero. Era diosa de muchas cosas, en realidad. Esas letras... Aquí parece que está como diosa del progreso. Pues es un arco de triunfo realmente insólito.
   - ¿Tú crees?
   - No hay ninguna alusión militar, en realidad. Solo a la paz, el progreso, las artes, la agricultura... ¿Qué es eso?
   Amelia había ido bajando con los binoculares después de repasar las figuras superiores, buscando algún detalle bélico en los pies del arco. Y en el espacio vacío del interior, por donde se accedía a la avenida que llevaba a la Exposición, le había parecido ver por un breve instante unas figuras humanas que aparecían y desaparecían.
   - Yo también lo he visto -contestó Irene, preocupada-. Parecía un ejército que pasaba por el arco, y de pronto no estaba.
   Aunque no importaba mucho, porque etonces lo vio todo el mundo: sorprendidos, vieron a las columnas de soldados aparecer bajo el arco de triunfo, dar un paso al frente, y desvanecerse. La mayoría creyó que se trataba de alguna fantasmagoría que se habían ingeniado para la inauguración, y rompió en un aplauso espontáneo... que el alcalde Rius i Taulet asumió sin problemas como propio.
   - ¿Qué está pasando? -cubriéndose con el parasol, Irene marcó el número del Ministerio. Las líneas habían caído-. ¿Qué coño está pasando?

Madrid, 1 de enero de 1946
   - ¿Qué cojones está pasando? -masculló Pacino.
   El ejército seguía avanzando por la Calle de Alcalá, y parecía que ya había terminado de emerger de los arcos de la Puerta. Pacino trataba de conservar la calma entre el caos de gente que le rodeaba. No solo era el pánico que sentían muchos ante la gente que desaparecía a su alrededor o los soldados que desfilaban impávidos. Había creído ver a Lorca por un momento, y a alguien que se parecía a Julián Martínez, pero a ambos los había perdido de vista a la vez.
   - Son unos mil -dijo Diego-. Si te ocupas con el arcabuz de los que disparen, creo que podría ocuparme de cien, quizás doscientos.
   - Oye, oye, que yo no soy un Superman como tú. ¿Qué, me cargo a tres, a cuatro? Yo veo al menos a setenta tíos con escopetas y rifles. Y lanzas a tutiplén.
   - Tenemos que retirarnos, y conseguir apoyo del futuro -sentenció Argamasilla.
   Buscaron abrigo en una de las calles laterales:
   - Joder, ¿qué les habrá pasado a Peral y Míkel? -exclamó Pacino-. Les enviamos directos a la Puerta de Alcalá. Tienen que haber visto esto de primera mano... Pero no han llamado, me da mala espina.
   Alguien dio una orden incomprensible, y el desfile de soldados se detuvo de golpe, con un último paso que lanzó ecos por todas partes. Desde la calle en la que se habían refugiado, Pacino podía ver a los de delante. Aprestaron las armas y mantuvieron la posición. Dos hombres pasaron a lado y lado las 200 filas de hombres, recorriendo desde la retaguardia hasta el frente. Tenían pinta de ser los oficiales al mando. Uno de ellos empezó a proclamar, en un castellano más que decente:
   - Gente de Madrid: no hemos venido para la guerra, sino para asegurar la paz. Podéis seguir con vuestras vidas: no se atacará a ningún civil. A las fuerzas del orden y el ejército os digo: la resistencia es futil. Quien alce su arma hoy, morirá ayer.
   El general, de una edad avanzada, fue haciendo un arco con la cabeza mientras hablaba, primero totalmente de espaldas a Pacino, y al final de su discurso, mirándole directamente. La voz le sonaba un poco, pero la cara la reconocía sin dudas. Solo lo había visto dos veces, y no había estado en su entierro, pero estaba seguro de que el líder de aquel ejército era Julián, pero en viejo.
   - La puta de oros.

Madrid, 14 de noviembre de 2019
   Salvador, Ernesto, Angustias y X miraban absortos las imágenes que retransmitía el canal 24h de Televisión Española: un ejército de mil soldados, con uniformes y armas de docenas de tiempos y países, estaba emergiendo de la Puerta de Alcalá, y desfilando, de manera amenazadora, por el centro de Madrid. También estaban saliendo por el Arco de Bará, en Tarragona, y por el de Medinaceli. Las conexiones internacionales permitían ver que lo mismo estaba ocurriendo, a la vez, en el Arco del Triunfo de París, el Arco de Constantino en Roma, la Puerta de Brandeburgo en Berlín, el Arco de la Plaza de la Victoria de Moscú, la Puerta de la India en Nueva Delhi, el gran Arco de Pyongyang, e incluso el Arco de Carabobo en Venezuela. Al mismo tiempo, llegaban una tras otra alarmas temporales desde multitud de épocas, pero el sistema se había colapsado y era imposible leerlas todas.
   - Está pasando en todas partes a la vez -dijo Salvador, alucinado.
   - Y fíjese -dijo Ernesto-: son exactamente los mismos soldados en todas partes.
   - ¿No me diga que es un ejército de clones?
   - ¿Qué vamos a hacer? -dijo Angustias con preocupación.
   - ¿Y... y qué quiere que hagamos? ¡Que se ocupe el ejército, que bastante tenemos nosotros con el tiempo!
   - Señor es que...
   - Hable, Angustias.
   - Es que creo que recuerdo que esto ya pasó ayer. Y el día anterior.
   Salvador y Ernesto también empezaban a recordarlo. Les invadían... cada día... todos los días... Los mismos soldados saliendo de todos los arcos del triunfo del mundo. La cabeza empezó a darles vueltas.
   - Ya ha comenzado -dijo X, mirándoles con la satisfacción de la certidumbre, pero no contenta con lo que ocurría-. Su desorientación es el primer paso. Enseguida vendrán los problemas de verdad.
   - Pero... no luchan -dijo Angustias-. Son soldados, pero no atacan a nadie.
   - Es una invasión temporal -dijo Salvador-. No tienen que ganarnos, porque ya nos han ganado. Fíjese en la imagen de Roma: ¡ahí, ahí! ¿Ha visto cómo ha desaparecido esa persona? Deben haber matado a un antepasado suyo.
   - Señor, si esto -el mareo que sentía Ernesto le cortaba la respiración-... si esto lo están haciendo todos los días.
   - ¡Lo están haciendo!
   - La invasión de cada día debería generar una línea temporal divergente. No deberían ser las mismas, no pueden tener coherencia.
   Angustias se sentó de golpe:
   - No me encuentro bien.
   La secretaria se estremeció, con un escalofrío feroz. Hipó una vez y su misma imagen parpadeó: de repente ya no era Angustias, sino un señor delgado con gafas que se peinaba con la raya enmedio.
   - Oh, un poco mejor.
   Salvador reconoció a Juan Ángel, el ayudante del subsecretario de 1920. Entonces fue el propio Salvador el que se encontró mal.
   - Diga a Nieves y a Velázquez que salten al pozo -dijo Salvador, sintiendo que le quedaba poco tiempo-. ¿Me ha oído? Tienen que saltar y activar la co... la co...
   A Salvador le dio hipo una vez y, durante un momento, se convirtió en Susana Torres. Luego hipó otra vez y se transformó en un hombre casi calvo y un poco obeso con un bigotito típicamente franquista. Tras un tercer acceso de hipo, era el subsecretario don Pablo antes de que le aquejara el ELA, con su inconfundible perilla.
   - ¿Qué... qué iba a decir yo? Esto es grave -dijo el subsecretario-. El tiempo se está viniendo abajo como una avalancha, o mezclándose, no lo sé, pero tenemos que reaccionar.
   - Yo... creo que se me ha pasado un poco el mareo -dijo Ernesto.
   X intervino por segunda vez:
   - No puedo ayudarles más a superar esta crisis. Nosotros no lo conseguimos... no, sin enormes pérdidas.
   - Usted quería que clausurásemos las puertas más antiguas del Ministerio, ¿por qué? -el mutismo de la misteriosa X podía ser una pista en sí mismo-. ¿Me permite, señor?
   Don Pablo le cedió el asiento a Ernesto:
   - Claro, sírvase. Además, yo no sé utilizar esa computadora del demonio.
   - Pues tendría que haber hecho los cursillos que impartimos a los subsecretarios con IBM -respondió Ernesto mientras se ponía las gafas y comenzaba a teclear.
   - IBM, ¡ja, qué gracia! IBM en España.
   El comentario de don Pablo era llamativo, pero Ernesto no tenía tiempo de prestarle atención en ese momento:
   - Aquí lo tengo: esta es la situación de todos los arcos de triunfo que hay en España. Nos puede ser útil. En el resto del mundo tendrán que ocuparse por su cuenta. Hay unos cuantos, pero no son demasiados. Bien. Ahora miramos las alertas que nos han llegado antes de que se colapsara el sistema de alarma -Ernesto tecleaba lento, pero seguro-. No hay ninguna anterior a 1480.
   - No puede haberlas, hemos cerrado todas las puertas a esos años. Los agentes no pueden telefonearnos ni enviar alertas.
   - Cierto. O quizás no hay alertas desde esos años porque no hay invasión. Yo también soy de antes de 1480 y no estoy teniendo recuerdos de que invadieran la Castilla de Enrique IV.
   - ¿Cree que la invasión está relacionada con nuestras puertas? -preguntó don Pablo, antes de convertirse en el subsecretario Emilio Redón, con sus sempiternas gafas redondas.
   - Es una posibilidad -repuso Ernesto mientras seguía tecleando tan rápido como podía-. Es curioso: cruzando las alertas con los arcos, veo que en Cataluña la invasión viene de Tarragona pero no de Barcelona. Y en Barcelona hay un arco de triunfo -tecleó un poco más-. Lo inauguraron en 1888, y el localizador del teléfono de nuestra Irene viene precisamente de esa época. Hmm, la línea está demasiado ocupada para llamarla. Creo que me voy a ir a visitarla.
   Emilio Redón lo miraba un poco atónito, cuando de repente hipó una vez más y se produjo un cambio aún más insólito: el subsecretario era de repente Germán, el bedel de las escaleras.
   - Haga lo que tenga que hacer, antes de que esto se nos vaya completamente de las manos.
(CONTINUARÁ...)

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