Gerlinde Dill: su nombre aparece a veces por mi mente, aparentemente sin venir a cuento, y de la nada pienso en vals.
Voy a hablaros de la persona más maravillosa a la que he entrevistado nunca. Y fue por casualidad...
Hace 15 años yo trabajaba en "Família Comtal", el magazine diario de una televisión local de Barcelona. Escribía guiones, producía, presentaba alguna sección y, con el tiempo, conduje el programa. Una o dos veces al mes, de manera especial, grabábamos reportajes. Una de esas veces fuimos a L'Auditori de Barcelona a entrevistar al director de una orquesta austríaca que pasaba por la ciudad. Lo hablamos con prensa, nos citaron y nos recibieron perfectamente... o no del todo, porque al entrar en la sala principal notamos que algo iba mal. Había problemas con los ensayos. Nos esperamos, pero tras una hora no parecía que fuera a cambiar la cosa, ni el director estaba por la labor de que le entrevistaran. Nos iba lanzando miradas, por si nos cansábamos y nos íbamos.
Teníamos paciencia, pero no todo el tiempo del mundo. Nos enviaron a los camerinos, para hablar con otro responsable... que tampoco apareció. El lugar, bajo tierra, era fantástico: ya de entrada el subsuelo del Auditori, como el del Liceu, es un lugar pocas veces visitado. Todo estaba lleno de instrumentos: dentro de cajas, sobre ellas; músicos ensayando en grupos o en solitario. El cuerpo de baile calentaba entre el tumulto, practicando. Parecían las bambalinas de una vieja película de Judy Garland, pero con más tutús.
Nadie venía a vernos, nadie estaba tan poco ocupado o tenía autoridad para hablar a nuestra cámara. Hasta que llamamos la atención de una señora de unos 70 años, elegante y sobria, que acompañaba a las bailarinas. Nos preguntó a quién esperábamos, le explicamos la situación: se disculpó (?) y se ofreció a que la entrevistáramos. Como no sabíamos exactamente quién era, afronté la entrevista poniéndome en lugar del espectador, que tampoco lo sabría: preguntando lo más básico, escuchando y yendo a donde ella me llevara. Y empezó la magia.
Gerlinde Dill, nacida en Viena en 1933, era la coreógrafa del espectáculo. Bailarina primero, luego maestra y finalmente directora del ballet de la Ópera estatal de Viena, Dill creó las coreografías del Concierto de Año Nuevo entre 1976 y 1995, ininterrumpidamente. Sus valses marcaron un nuevo estilo mundial. Su abuela conoció a la emperatriz Sissí, le contó historias de primera mano y le transmitió su personalidad, carácter y estilo de la duquesa de Baviera, que Gerlinde evocaba con admiración y entrega; la misma que vibraba en su voz al hablar de la danza y de su carrera. Le brillaban los ojos, a sus 72 años, con un candor y una admiración matizados a duras penas por su larga experiencia.
Cuando hubimos grabado más de lo que podríamos emplear en la pieza del magazine, quedándonos con las ganas de dedicarle el programa todo el día, todos los días, nos despedimos, y ella nos dio las gracias. Por permitirle dejar bien el nombre de Austria y el arte vienés.
Al salir, el delegado de prensa, avergonzado, nos dijo que aún faltaba un rato para hablar con el director. Le dijimos que no hacía falta, le explicamos lo que había ocurrido y convino que era, a todas luces, mucho mejor.
Gerlinde falleció en Navidad de 2008, y hoy sin duda sigue danzando por todo el universo el vals de las esferas.
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