Tocaban campanas de madrugada en Córdoba, aún no habían llegado las campanas de amanecer a Granada. En Madrid, la oscuridad reinaba junto al silencio en una pensión de mala muerte que ocupaba un par de plantas de un estrecho edificio al principio de la Calle de Alcalá, junto al Ministerio de Hacienda. Dos hombres estaban tumbados en camas muy juntas en una de aquellas habitaciones minúsculas. El sueño les había unido. Ahora, les esquivaba.
- No puedo dormir -rezongó Julián, revolviéndose por enésima vez.
- Yo tampoco -respondió Federico, tumbado bocarriba. Estaban solos y aún así hablaban en voz baja, para no despertar a nadie en las miserables habitaciones colindantes. Bastante tenían con lo suyo.
- ¿Cómo has llegado hasta 1945? -volvió a preguntar Julián. Quizá era aquello lo que le impedía dormir.
- No lo sé. La verdad es que no lo recuerdo. Creí que estaba soñando otra vez.
- ¿Qué es lo último que recuerdas?
- Estaba... en Granada, junto a una tapia. No: en un camino. No, espera: junto a una vía, era un cruce de vías, con su guardaagujas justo a mi lado. Había niebla, mucha niebla. Si estiraba el brazo, casi no podía ver mi mano. Pasó algo. O alguien. Tenía que haber dado un paso al frente, pero lo di hacia el lado... y creo que de golpe estaba en la plaza, en la Puerta del Sol. Era fin de año de 1945. Pero no dejaba de ser fin de año de 1945, ¿comprendes? Las 12 campanadas se repetían una y otra vez... hasta que apareciste tú.
- Es fin de año de 1945. Bueno, ahora ya de 1946. Te veo igual que cuando nos encontramos en la Residencia de Estudiantes. No has cambiado nada -Julián calculaba de qué época podía haberse escapado Lorca, por su aspecto no mucho después de su anterior encuentro. Quizás se había caído en un agujero. ¿Un agujero podía ser una puerta?
- Tú un poquillo -respondió Federico.
"Sí", pensó Julián, "las canas se me empiezan a comer la barba".
- Estuve en la guerra, en la batalla de Teruel.
- ¿Tú peleabas? Nunca me pareciste...
- No, intentaba rescatar a un escritor, otro poeta como tú. Miguel se llamaba. Miguel Hernández.
- "El rayo que no cesa" -dijo Federico con admiración.
Julián recordaba la documentación que les habían dado para preparar la misión de rescate de Hernández. El rayo que no cesa se había publicado en 1936. Debía ser de lo último que había podido leer Federico: entonces, era mayor de lo que parecía. Se conservaba mejor que él.
- El caso es que... hubo un accidente. Mis compañeros escaparon, pero yo no pude volver a casa. Explotó una bomba y destruyó la... puerta. Yo quedé inconsciente, me desperté tres semanas después en un hospital: se me había clavado una astilla enorme en la frente, y por poco no me atraviesa el cráneo.
- La astilla. De la puerta. Claro.
- Sin papeles, sin documentación, sin una sola foto. Con la explosión había saltado por los aires y había quedado en tierra de nadie, así que no sabían ni a qué bando pertenecía. Pensaron que era un civil más y me dejaron ir en cuanto pude ponerme en pie. Y llevo ocho años aquí.
- ¿No has podido volver a tu casa?
Julián recordó cómo había ido al Ministerio del Tiempo de la época. Cómo había encontrado el acceso casi desprotegido, el claustro silencioso, una única luz en el despacho de quien fuera el subsecretario en aquel momento... Pero nadie en ningún lugar del Ministerio. Había polvo en todas las superficies, como si hiciera semanas que nadie pasaba por allí, con algunas huellas ocasionales que sugerían que sí, que de vez en cuando aún pasaba alguien por allí. Era sobrecogedor, pero no le sorprendía demasiado: el Ministerio nunca se le reveló a Franco, así que habían perdido todo presupuesto. Recordó cómo habia elegido una puerta al azar, con la intención de hablar con algún funcionario al otro lado y que se pusieran en contacto con Salvador. Abrió una cualquiera... y no pudo atravesarla. Recordó que había probado siete puertas en cinco pasillos: las puertas se abrían, pero cuando avanzaba hacia la oscuridad, la oscuridad se volvía densa como la melaza, y no conseguía pasar del quicio. Tuvo que resignarse a quedar en el pasado.
- No, no he podido -suspiró-. Mira, Federico: tú intenta descansar. Incluso si no dormimos, necesitamos descansar. Mañana intentaré devolverte a tu casa, al menos a ti.
- ¿Y si cierro los ojos y ya no los vuelvo a abrir?
A Julián le dolía cuando Federico le recordaba que lo iban a matar.
- Eso no va a pasar esta noche, tranquilo.
- Vale.
Madrid, 2019
Elena, en camisón, jugueteaba con su hija en el sillón del dormitorio cuando Alonso abrió los ojos.
- ¿Ha pasado mala noche Blanquita? -fue lo primero que preguntó Entrerríos-. ¿Por qué no me has despertado?
- Ha dormido como un lirón -repuso la abogada-. El que ha pasado una noche de perros eres tú, y hemos pensado, ¿verdad que sí, vida mía? ¡ay, qué mona que es!, que mejor te dejábamos dormir un poco más, que te hacía falta.
- Gracias -Alonso se sentó en la cama e intentó sacudirse de encima la modorra incomodamente mezclada con tensión.
- ¿Otra vez pesadillas?
- Sí.
- ¿La guerra? ¿Julián?
- No -se pasó la mano por la cara, el cuello y la nuca-. Llevo tres noches con la misma pesadilla del demonio. ¿Te conté cuando fui con Cortés a rescatar a Amelia?
- Algo me dijiste.
- Pues en el sueño es distinto. Estoy en México, en 1521. Voy vestido de guardia oceánico para sorprender al sacerdote pagano. Amelia está junto al pozo. Tendría que empujarle a él y rescatarla a ella, pero miro al fondo del pozo, y la oscuridad me devuelve la mirada.
- Que poético.
- No: me la devuelve de verdad. Se encienden como tres docenas de ojos rojos en el fondo del pozo, y sube del fondo una cosa negra enorme, como... un brazo o un tentáculo que se levanta hacia los cielos y me rodea, me aprieta, me asfixia...
- Tendrías que ir al médico, a lo mejor has pillado algo en los pulmones y más vale que no nos lo contagies.
- Sí, eso tendré que hacer -respondió Alonso para no preocuparla más. Era un sueño. Un mal sueño, pero solo un sueño. Entonces, ¿por qué sentía aún el roze gomoso de aquel tentáculo abyecto contra su pecho?
Madrid, 1946
Don Manuel Martínez no era muy de madrugar, salvo cuando tenía que acudir a las Cortes, pero aquel martes era 1 de enero. Había empezado el año y lo iba a comenzar de la mejor manera posible: ayudando a los menesterosos. Se levantó con el sol, desayunó en el comedor, bien atendido por la criada, y tras ponerse su mejor traje y el abrigo de buen paño, salió a la calle.
Hacía frío: aún no era el frío que mataría a los olivos exactamente un mes después, pero el invierno no era suave. 5º a lo sumo a aquellas horas. Se respiraba el aire limpio, verdaderamente aquel era un año nuevo, y las calles estaban tranquilas y silenciosas, bajo un manto de nubes grises. En pocos minutos, caminando a paso tranquilo, se plantó frente al número 44 de la calle de Alcalá. Miró satisfecho hacia la fachada: en madera pintada de color rojo sangre destacaban un yugo y un haz de flechas ineludibles, de tres pisos de altura. La Secretaría General del Movimiento.
No tardó en llegar el prohombre al que esperaba, con sus sempiternas gafas redondas, su traje negro con camisa blanca, un sombrero con el que tapaba la avanzada calvicie, y un maletín que esta vez llevaba anclado a su muñeca mediante un juego de esposas.
- Buenos días, don Fernando.
- Buenos días, don Manuel. Y feliz año nuevo.
- ¡Feliz año nuevo! ¿No le parecen excesivas las medidas de seguridad?
- La compañía no quiere arriesgarse -Fernando de Asúa palmeó el costado del abultado maletín, sobre el emblema metálico del globo del mundo que formaban las palabras International Bussines Machines.
- Tengo el recorrido, según sus especificaciones.
- Perfecto.
- Vamos a andar un poco.
- Tengo buenas piernas.
- Jaja, así me gusta. Bueno, primero pasaremos por el Asilo de San Rafael. Esos pobres niños. Allí nos encontraremos con Carmen, la Secretaria de Auxilio Social. Luego iremos a ver al párroco de Tetuán de las Victorias, pero no se preocupe, no le haré subir hasta ese arrabal. Se llama José Collado.
- Bien.
- Un hombre magnífico. La Iglesia ha acabado metiendo el hocico en Auxilio Social, no les gustaba que les comiéramos terreno en la beneficiencia... pero a mí no me gusta hablar mal. Luego nos acercaremos al Parque Metropolitano, al orfanato para hijos de periodistas San Isidoro. Allí estará el periodista de ABC que va a escribir la crónica.
- ¿Y a su Excelencia?
- Bueno, hoy no es día de molestarle. Está en El Pardo, con la familia, pero mañana seguramente nos conceda audiencia.
- Fantástico: creo que además de hacer el donativo a todas las entidades es bueno que entregue al Caudillo una cantidad para que él mismo la reparta entre los que lo necesiten.
- Su empresa es un modelo que deberían seguir todas las demás.
- Solo intentamos ser responsables: en Alemania hemos intentado hacer lo mismo -se ajustó las gafas con la mano libre-. ¿Vamos, que no empiece a chispear?
- Vamos.
Unos metros más abajo, en la pensión junto al Ministerio de Hacienda, Julián abrió los ojos. ¿Había llegado a dormir algo? Lo que estaba claro es que ya era de día. Aún tumbado, giró la cabeza, para encontrarse a Federico sentado en la cama. Y entonces Lorca hizo una cosa extrañísima: comenzó a decir una retahila de números que parecía inacabable.
- Uno seis siete nueve cero cero cuatro tres tres cinco seis dos ocho uno seis.
- Federico. ¡Federico!
- ¿Qué pasa, Julián?
- ¿Pero qué dices?
- He dicho buenos días. Hace frío, no creo que en este sitio tengan estufa.
Y a un kilómeto más lejos, se abrió la puerta de la carreta de un pequeño circo. Argamasilla volvía de su paseo madrugador:
- He conseguido churros. E información.
- Nos comemos lo primero y nos cuentas lo segundo -respondió Pacino saltando de la cama. Míkel ya estaba en pie, se había pasado casi toda la noche haciendo números a la luz de una vela, y aprendiendo palabras en el idioma natal de Indalo.
- He hablado con mi red callejera y les he dado la descripción de Lorca: vieron a dos hombres entrar en una pensión cerca de la Gran Vía y uno de ellos coincidía con él.
- ¿Y el otro?
- Un tipo con barba un poco canosa, pelo negro. Dijo que se parecía a Eulogio Romero.
- ¿Y ese quién es? - preguntó Pacino engullendo un churrito.
Argamasilla se encogió de hombros:
- Ni idea.
- Vale. Pues ya sabemos a dónde tenemos que ir. ¿Todo bien, compi?
Míkel Navarro resopló mientras mordía otro churro.
- Sí. A ver: he extrapolado a partir de los datos de la medición de la alerta en 2019 y en 1945. El cálculo era un poco complicado porque me faltaban parámetros, pero -levantó el aparatito medidor-, tengo dos cosas más o menos claras. El evento cronológico...
- ¿Lo de que se repita el tiempo?
- Sí, eso.
- Pues habla en cristiano.
- ...no se originó en la Puerta del Sol.
- ¿No tiene que ver con Lorca?
- No creo. Teniendo en cuenta el desgaste de la señal, el epicentro debía estar más bien en la Puerta de Alcalá. Con un error de más/menos dos manzanas.
- ¿En la Puerta de Alcalá?
- Lo otro es que, aunque ahora no notemos nada, la señal que provocó la alarma no ha desaparecido del todo. Sigue marcando muy poco pero constante, si lo otro era un 12, pues un 0,5.
- Eso es una birria.
- Sí, un 1 casi ni se nota. Pero es una birria de muy baja intensidad y un alcance enorme. Creo que mundial.
- Vale, a ver qué te parece esto, Argamasilla. Creo que funcionaremos mejor si dividimos al Supergrupo: Indalo que suba al tejado del edificio donde han visto a Lorca, y que vigile desde allí. Diego que espere al volver la esquina, por si los espantamos. Nosotros dos entramos por la puerta.
- Y don Miguel y yo vamos a investigar la Puerta de Alcalá -terminó Isaac Peral, impaciente-. Agilice, hombre, que tenemos mucho que hacer.
Madrid, 2019
- ¿Tenemos los resultados? -preguntó Salvador Martí.
- Sí -contestó Ernesto-. Ha acertado el 100%: la noticia de portada de El País, el número de la ONCE y el número de la puerta por la que viene Velázquez.
- Les dije que vengo de 2187 -dijo X sin jactarse, pero con una cierta impaciencia-. Conozco el protocolo en caso de que alguien diga venir de un tiempo posterior. Lo redactó usted mismo, Salvador. Lo que va a pasar, esta crisis, es inevitable: pero pueden amortiguar mucho el impacto, pueden reducir el número de muertos y salvar la existencia del Ministerio. Pero tienen que clausurar las puertas que le he dicho.
- Todas las puertas que conducen a los años anteriores al Rabino -repitió Salvador-. Tenemos a muchos hombres tras esas puertas. Si las clausuramos de golpe, les dejaremos a su suerte. Podemos tardar años en volver a contactar con ellos.
- Si las clausuran, sus hombres vivirán.
- ¿No piensa decirnos nada más sobre esa supuesta crisis? -preguntó Ernesto, que seguía sin fiarse demasiado de la joven.
- Ustedes mejor que nadie saben que no se puede revelar información del futuro...
- Podríamos cambiar la historia, ya, ya.
- Tienen menos de una hora para tomar su decisión. Si no... ya dará igual. Todo dará igual.
- ¿Es... un ultimatum? -preguntó Salvador Martí, entre la pregunta y la amenaza.
- Es una cuenta atrás.
Babilonia, 1387 aC
El general Jafar vestía su armadura romana, que aún no existía, y sus sedas orientales, que aún no se habían tejido ni teñido. Bajó los últimos peldaños de la escalera interior de la torre de Babel y emergió por la puerta de la base. Ante él, en la vasta caverna bajo los palacios de Kurigalzu I formaban las tropas. Un millar de soldados rescatados de las hecatombes de la historia, conductores de tanque americanos, francotiradoras rusas, quintos, tercios, conquistadores, samurais, impis zulúes, chaquetas rojas ingleses, mamelucos, hoplitas, legionarios y húsares, keshigs mongoles, hispaspistas macedonios e incluso un almogávar. La caverna enmudeció cuando vio aparecer al general. Y exclamó un sorprendido oh colectivo al emerger tras él el comandante supremo, a quien casi nunca veían. El general comenzó a hablar en la extraña lengua común que empleaban todos, el Babélico que mezclaba términos de docenas de culturas, mientras paseaba junto a las tropas formadas.
- La espera ha sido larga. Lo sé: cada uno de vosotros tenía una vida en otra parte, en otro tiempo. Luchábais por vuestra gente, por vuestras ideas, hasta que todo se os puso en contra. Uno a uno, Babel os ha llamado, os ha salvado de una muerte segura. No se trataba de piedad: se trataba de justicia.
El comandante supremo Julián Martínez tomó la palabra:
- Habéis tenido tiempo para reflexionar, mientras buscábamos las llaves. La reflexión es buena. No queremos que nadie se sienta obligado a lo que vamos a hacer. Pero sé que cada uno de vosotros ha llegado a la misma conclusión a la que llegué yo. Somos soldados, somos guerreros, pero no queremos un mundo que vaya de guerra en guerra. Luchábamos por algo. Por alguien. Siempre soñando el día en que no hiciera falta luchar más. Pero para conseguir eso, no podemos salvar a todos.
El general Jafar cogió el rifle de uno de sus soldados más modernos, un arma que se utilizaría en aquellas mismas tierras bajo las que se encontraban, 33 siglos más tarde. Para conseguir una sustancia negra que valía como el oro. Para defender a su familia del terror. Una verdad y una mentira que eran ciertas.
- Nuestras vidas terminaron el día que llegamos a Babel. Sobre nosotros reina el rey Kurigalzu, a quien llaman "el rey de la totalidad". Porque en el mundo en el que creció la profecía decía que, en sus días, habría un rey de todos los reinos. Desde aquí abajo empezará el reinado de la totalidad. El tiempo nos ha dado la espalda. Hoy es el día en que recuperaremos lo que es nuestro. Lo que nos arrebataron.
Levantó el fusil en el aire.
- ¡Babel, siempre!
- ¡BABEL, SIEMPRE! -contestaron mil gargantas.
Julián Martínez, comandante supremo de las tropas de Babel, sabía que sus soldados no tenían una idea exacta de lo que iba a pasar entonces. Les habían prometido que iban a asaltar el tiempo, que iban a luchar en la guerra que acabaría con todas las guerras. Y aunque se había repetido muchas veces a lo largo de la historia, esta vez era verdad. Con una llave de Ishtar podían crear puertas del tiempo de manera muy limitada, vinculadas a grandes catástrofes. Con las tres llaves de Ishtar, podían hacer mucho más. Julián pensó en las dos mujeres de su vida, a las que les debía todo lo que había sido y todo lo que era:
- Activad las llaves -dijo, y tres hombres especialmente entrenados, los más instruidos de todo el contingente, comenzaron a manipular las antiquísimas tablillas.
- ¿Objetivo espacial, señor?
- Las puertas de la victoria -dijo Julián, mientras pensaba "va por ti, Maite. Siento tanto que murieras...".
- ¿Objetivo temporal? -preguntó otro.
- Mediodía.
- ¿De qué día, señor? ¿De qué año?
Era el momento de la verdad. "Va por ti, Lola. Siento que me creyeras morir".
- De todos.
(CONTINUARÁ...)
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