TERTIA PUGNA
(Tercer Asalto)
CAPÍTULO 2.- EL MUNDO A TUS PIES
Cualquier oferta es buena
Todo allí era luz y pureza. Sólo los susurros de Miguel rompían el silencio del lugar:
- Hay otros que merecerían el cargo de Arcángel Supremo más que él.
- ¿Querías el puesto para ti? -contestó una voz suave, pero autoritaria.
- Ejem... no es eso, Metatrón -tartamudeó Miguel, pero pronto recobró su habitual arrogancia-: Azirafel nos traicionó por culpa del demonio Crowley. ¿Por qué le has ofrecido la readmisión a ambos?
Su superior sonrió sin alegría.
- ¿Se te ocurre otra manera de tenerlos controlados a los dos?
Miguel sopesó la idea, pero guardó silencio: alguien más se acercaba.
- La vista es inigualable, ¿verdad? -comentó Metatrón en un tono súbitamente cordial.
- Sí -sonrió Azirafel, maravillado -. Es… celestial.
Los tres ángeles contemplaron el mundo desde su atalaya. Parecía un ventanal, pero mostraba todo el planeta al mismo tiempo. Metatrón sonrió tentadoramente:
- El mundo a tus pies. Azirafel, celebro que hayas vuelto al redil. Si todavía te gusta hacer el bien, éste es tu sitio.
Éste asintió, ocultando su tristeza:
- El Bien es todo lo que deseo. Y desde aquí se puede hacer a lo grande.
- Te dejamos con ello, entonces. Ah, y recuerda que tienes una visita por el tema de la vacante -Metatrón emprendió la marcha e hizo una señal a Miguel, susurrándole-: a no ser que también te interese ese puesto, claro.
- ¿Ahí abajo? ¿Yo? -Miguel disimuló una mirada escandalizada y apretó el paso-. Ni en broma.
El Arcángel Supremo miró alrededor: su despacho era amplio, diáfano, profesional. Incluso la enorme mesa de cristal -no era vidrio, sino luz cristalizada- parecía minúscula comparada con la inmensidad de la estancia. Para andar por allí no había que reservar hora, sino días (en plural).
"Y ahora, ¿qué?"
Por primera vez desde su ascenso, Azirafel estaba solo. No como en el Soho, con un buen libro y los sonidos de la ajetreada calle. Sino solo de verdad, con un silencio sepulcral.
Cuánto añoraba las estrafalarias visitas de...
- Ejem… ¿es aquí la entrevista de trabajo? -inquirió una voz tímida.
Azirafel sonrió: por una vez, le alegraba tener una interrupción. Señaló una silla recién invocada a su visitante: un extraño ángel con uniforme de policía "bobby", pero blanco.
- Adelante, Muriel. ¿Estás bien en mi… en la librería?
- Sí, señor ¡es el cielo! -fue la sonriente respuesta-. Maggie y Nina me están enseñando a cuidar del negocio. Y de las personas de papel que hay dentro… las llaman libros. ¡Por fin tengo compañía!
Muriel sostenía un tomo con tanta ilusión como si fuera un tesoro. "Al menos, sabe apreciar mi colección", se consoló Azirafel.
- ¿Es eso un Nuevo Testamento de Tyndale-Coverlade*? -inquirió, dejándose llevar por su viejo instinto de librero-.¿La primera edición firmada que salvé de la quema?
Su visitante asintió, radiante de emoción:
- Siempre quise hablar con el Hijo de Dios en persona, pero no pude… ¡Esto es casi como escucharlo! ¿Tuvo usted ocasión…?
- No, aunque me habría gustado -admitió el arcángel-. Conocí a alguien que sí, pero no era de los nuestros.
Muriel se acercó más para susurrar, con aire confidencial:
- ¡No me diga que el demonio de sus tentaciones fue…!
- Crowley -asintió Azirafel, descubriendo que, repentinamente, le dolía pronunciar su nombre-. Era su trabajo: plantear dudas existenciales. Y saltarse semáforos, desde que existen. Pero se volvió inofensivo y lo expulsaron del Infierno -intentó fingir desinterés al añadir-: ¿Sigue salvando gente cuando se emborracha?
- No lo sé, señor. No he vuelto a ver a Crowley por el Soho. No por la parte que Maggie llama “decente”, al menos. ¿Quiere que lo busque?
Él sopesó la idea un momento, pero negó con la cabeza:
- No; pedirte favores personales sería egoísta. Te he llamado porque hay una vacante en la Embajada del Cielo en la Tierra. Con sede en esa librería, pero desempeñando más funciones. ¿Te interesa?
- Yo… sólo soy contable del nivel más bajo -dudó Muriel, tímidamente.
- Y sabes trabajar en equipo: ayudaste a Crowley a salvar a Gabriel. No dudes de tu talento, sólo dime: ¿qué quieres?
El ángel/contable reflexionó unos instantes y rompió a reír, con un sonido que Azirafel no oía desde hacía siglos: el de la felicidad en estado puro.
- Deseo estar con gente. La de papel, la de verdad, ¡toda! Dejar de trabajar a solas… ¡Acepto!
Unos cuantos papeleos más tarde, Muriel abandonó el Cielo a toda prisa, deseando darle la noticia a Maggie y Nina: a las dos humanas que le estaban enseñando a adaptarse a la Tierra.
Él sonrió con sana envidia. Porque así es como empieza la amistad: ayudándose. "Así te empecé a querer, Crowley" admitió con añoranza. El beso de despedida le ardía aún en los labios, y no sólo metafóricamente. "Te ganaste el Cielo... ¿por qué lo rechazaste?"
Regresó al ventanal para animarse un poco. Tenía un mundo entero a sus pies, se recordó, y por fin podía cuidarlo como siempre había deseado. Aunque el precio había sido alto: perder a un ser amado.
No reparó en que Muriel, entre las prisas y el júbilo, había olvidado su libro al marcharse. Abierto por una página que comenzaba así:
“¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”
* Tyndale, Coverlade y su socio Rogers fueron los primeros en traducir la Biblia del griego al inglés... pero con notas críticas y sin autorización oficial, por lo que acabaron mal. Lo curioso es que Gran Bretaña afirma no haber tenido Inquisición, como si se hubieran metido ellos solitos en la hoguera o algo así.
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VIEJAS DEUDAS
No stop signs, no speed limit
Nobody's gonna slow me down (…)
Hey, Satan, I paid my dues!
(AC/DC, “Highway to Hell”) *
- Hastur, Shax, ¿qué significa esto? ¡Ya no trabajo para el Infierno!
- ¿Estás seguro, Crowley? -replicó Hastur con terrorífica calma.
Aquella parte de la calle era lóbrega, mal iluminada, excepto por el parpadeo de los
decadentes letreros de neón. El Duque y la Virreina del Infierno se apoyaron en el Bentley de Crowley con descaro, pero éste se mordió la lengua bífida para no caer en la provocación. Los envolvió un silencio hostil y sucio, salpicado de risotadas lejanas, gorgoteos de alcantarillado y forcejeos del traficante de drogas que aún intentaba soltarse.
- Oh, no pongas esa cara: en realidad venimos a felicitarte -lo aduló Shax, alisando con coquetería la falda de su impecable traje rojo-. Ahora siembras más caos que cuando trabajabas para nosotros.
- Esos humanos de ahí dentro, por ejemplo... -señaló Hastur.
- No los toques -avisó Crowley, alarmado.
- ¿Estamos protectores con los pobres mortales, querido? -se burló Shax-. ¿Has olvidado qué le hacemos a los demonios que osan cometer buenas obras?
- Ejem... essssto... -Crowley contuvo un siseo nervioso e improvisó-: Es por las normas. No podemos intervenir directamente en asuntos humanos...
- ... ni hacernos notar, sólo tentarlos, blablabla -recitó ella con hastío-. Y el Cielo tampoco.
- No hasta el día del Armagedón -reprochó Hastur a su antiguo subordinado-. Que debería haber llegado ya, si tú no hubieras metido la pata. O la cola. ¿Cómo se dice en tu caso, serpiente?
- Ya fui castigado por ello -se defendió Crowley-. Y expulsado del Infierno -se acercó a él para espetarle en su cara-: Ahora soy libre. ¿Te lo deletreo? ¡L, I, B, R, E!
- Hablando de eso... ¿les importa si me marcho para que hablen de sus cosas? -rogó el delincuente humano, todavía intentando liberarse.
Crowley asintió con indiferencia, pero Shax intervino, autoritaria:
- Todavía no. Primero queremos ver tus trapos sucios. Hastur, ¿te importaría, por favor?
La mano de Hastur se retorció junto al oído del individuo, dibujando en el aire un signoarcano. El delincuente notó algo arrastrándose por su oreja hasta el interior de su canal auditivo. Sintió una punzada de dolor cuando aquello alcanzó el tímpano y profundizó aún más: si no hubiera sabido que era imposible, habría jurado que le estaba hurgando hasta el cerebro. Cuando al fin lo notó salir, el alivio del tipejo se trocó en repugnancia al ver lo que era: un gusano, que pasó a la mano de Hastur y se fusionó con su piel.
- ¿Qué dice tu amiguito, Hastur? -se interesó Shax, regodeándose de antemano en la respuesta.
- Que el verdadero gusano es este humano. Y que en primer lugar, él debería liberar a alguien.
Los ojos de los tres demonios se clavaron en el traficante, que intensificó sus forcejeos mientras se deshacía en excusas:
- ¡Yo no he hecho nada! Les juro que...
- ¡Silencio! -ordenó Crowley. Comenzaba a darse cuenta de algo que sus exjefes seguramente ya habían notado mucho antes.
Para empezar, los ruidos de forcejeo no provenían sólo de aquel humano. Había más, y sonaban cerca.
Se quitó las gafas oscuras, que en realidad usaba para filtrar la luz hasta el espectro visiblepara humanos. Sin ellas, su visión de serpiente se extendía hasta el infrarrojo. El delincuente gritó con aversión al ver las pupilas verticales de Crowley, que recorrieron los vehículos aparcados en busca de radiación térmica. No tardó en hallarla: el calor de un ser vivo se filtraba a través del metal de un maletero.
- ¿Qué has hecho? -se alarmó el exdemonio, abriendo el vehículo con un gesto. Había una chica atada en el interior, de catorce años como mucho. Crowley se apresuró a liberarla. Ella se sobresaltó al verle las pupilas, pero no se atrevió a reaccionar.
- Parece que las drogas sólo eran la tapadera para otro negocio -observó Shax. Desató el pañuelo que amordazaba a la niña, descubriendo que llevaba un aro en la nariz-: ¿Qué pensaban hacer contigo, pequeña?
- Dijo que... venderme a... ¡no sé! -balbuceó la niña, rompiendo a llorar en brazos de la diablesa.
- No te habría pasado nada -intentó calmarla Crowley-. Sastra no es como él...
- Ya, pero aquí hay más burdeles. Podría vendérsela a otro -dedujo Shax.
El secuestrador siguió negando en un tono repulsivamente lastimero, pero su forcejeo sólo sirvió para que Hastur lo sujetara con más fuerza.
- ¿Es éste el tipo de humanos que proteges? -se burló Hastur, con una mueca especialmente desagradable.
Su interlocutor negó con la cabeza, asqueado:
- A éste no.
- ¿Y sus cómplices? -se interesó Shax, despojando al secuestrador de su teléfono móvil.Crowley entendió la oferta y siseó con odio:
- Pero sólo ellos. No toques a sus víctimas.
Ella ojeó la agenda del teléfono y movió la cabeza:
- Eres incorregiblemente sentimental, querido. Pero como muestra de buena voluntad, por esta vez invita la casa. Para el siguiente favor tendrás que firmar un trato. ¿Entendido?
- ¿Desde cuándo tienes buena voluntad, Shax?
- Desde que me gusta tu nuevo estilo sembrando el caos, Crowley. Y desde que necesito controlarte: estás demasiado activo. No queremos llamar la atención del nuevo Arcángel Supremo.
- Sobre todo ahora que nos ha declarado La Guerra -sentenció Hastur ominosamente, desapareciendo por una estrecha calle lateral con su aterrorizado prisionero.La niña se tapó los oídos para no escuchar los espeluznantes sonidos que salieron del callejón instantes más tarde. Pero Crowley sólo tuvo palabras para Shax:
- ¿La… la qué? ¿Azirafel ha declarado QUÉ?
* Ni señales de stop, ni límites de velocidad,
Nadie me frenará... ¡Pagué mis deudas, Satán!
(AC/DC, "Autopista al Infierno")
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