(Galeón de Gil Pérez, 2 de Marzo de 1589, 21:54
Operación “Luna de Sangre”)
La luz de la Luna llena inundaba el galeón
apresado; tanto, que resultaban casi innecesarias las lámparas de aceite, distribuidas a
intervalos regulares. Una de ellas se extinguió sin que nadie reparara en ello.
Después otra; y otra...
Unos pasos hicieron crujir la
cubierta: cuatro sombras, dos a proa y dos a popa, realizaban su acostumbrada
ronda nocturna. Otros dos guardias ingleses flanqueaban las puertas del camarote
principal. Seis enemigos, en total.
El veterano Alonso de Entrerríos
apagó una última lámpara y se agazapó en el oscuro umbral del castillo de popa,
intentando calcular la posición del enemigo. Una vez más, maldijo para sus adentros el
imperceptible balanceo del barco: aquella falsa inmovilidad le desorientaba.
Entonces lo vio.
Un velo ensombreció parcialmente la Luna,
haciéndola palidecer. El barco comenzó a sumirse en las sombras, lentamente,
minuto a minuto...
-El eclipse, a la hora predicha -le
sorprendió un susurro a su espalda-. El brujo inglés tenía razón.
El veterano estuvo a punto de
atacar instintivamente; pero se detuvo al distinguir la borrosa mancha de una
camisa blanca en la oscuridad. "Encamisada", la indumentaria convenida
para el asalto nocturno; era uno de los suyos.
-Ya he
apagado las de mi lado -susurró el muchacho-. ¿Y vos?
-Está hecho
-asintió el veterano agente
del Ministerio, mirando a su hijo con repentina inquietud: la
operación sería arriesgada-. Estáis a tiempo de echaros atrás. Puedo hacerlo solo. Tardaré más,
pero...
-¿Es una chanza, don Diego? -el joven Alonso
tuvo que hacer un esfuerzo para contener una risita burlona-. No hay más
tiempo: es menester aprovechar esta oscuridad. Si tenéis miedo...
Una mano de hierro atenazó el hombro del muchacho, sobresaltándole.
-Sólo temo a una cosa: a los novatos -susurró
severamente el veterano-. El Tercio sólo permite las "encamisadas" a "soldados
viejos". Son operaciones de comando, de máximo sigilo y máximo riesgo.
-¿“Comando“? ¿“Máximo riesgo“? Habláis como
Julián, no como alguien de mi tiempo... -el ofendido joven le miró con aire de
sospecha-. ¿Quién sois realmente?
El padre echó una última ojeada a la luna: el
eclipse la había
oscurecido por completo, tornándola de un sangriento rojo oscuro. Los centinelas de
Drake la miraron con terror supersticioso.
Entonces se
hizo la oscuridad. La superstición de los ingleses dio paso al terror, al comprobar
que alguien había apagado las lámparas. Al instante chispearon varios eslabones:
los enemigos estaban intentando frenéticamente volver a encender las luces.
-Ahora os mostraré quién soy -susurró el veterano
agente del Ministerio;
no había tiempo que perder-. Y vos también podréis demostrarlo. Nadie de
vuestra edad ha tenido jamás un honor como éste.
-No os fallaré -prometió el
muchacho, comprendiendo hasta qué punto estaba confiando "Alatriste"
en él-. Ni a vos ni a
mis compañeros.
Los dos soldados estudiaron a los enemigos más próximos y sonrieron
con idéntica fiereza, aprestando sus armas con sigilo. Estaban en inferioridad numérica. Sólo uno de ellos estaba bien entrenado en
operaciones de comando. Pero había llegado la hora de la venganza.
* *
* * * * * * * *
(Palacio
de Westminster, dos días antes)
Soñó con aquel velo antes de verlo; nunca
supo por qué. Ensombreciendo la Luna, con una lividez enfermiza que le revolvió
el estómago... pero no: en realidad se trataba de un rostro humano, semioculto
tras una tenue gasa negra.
Julián trató enfocar la dolorida
vista: había una mujer
junto a su cabecera, con el rostro velado y vestida de negro de pies a cabeza.
- Sólo os falta la guadaña -intentó bromear
el enfermero-. ¿Quién sois?
La sombría figura dejó un objeto
sobre la mesilla de noche y se escabulló apresuradamente, sin pronunciar
palabra. Julián intentó levantarse para seguirla, pero le detuvo un lacerante
dolor en las sienes.
- ¡Esperad! ¿Qué significa esto? -de pronto
recordó en qué país se encontraba y cambió de idioma-. Wait! What does this mean?
- ¡Calmaos, Julián! -le interrumpió una voz
grave, mientras alguien le sacudía con suavidad.
Julián despertó, sorprendido: ¿todo había
sido un sueño?
Miró a su alrededor: se encontraba en una
estancia bastante más lujosa que una posada, al menos en comparación con lo que
estaba acostumbrado a ver en el siglo... ¿dieciséis? La luz entraba a raudales
por la ventana, provocándole un dolor de cabeza intenso. En
las fosas nasales notaba un persistente olor a cloroformo. Intentó rememorar lo sucedido la
noche anterior: John Dee, el brujo de la reina de Inglaterra. Espiritismo.
Opio. Mentiras. Y después...
- ¡Esa mujer...! -recordó Julián, intentando
sacudirse la confusión de encima.
- ¿Amelia? No me extraña que os disguste
verla -gruñó Entrerríos, dirigiendo a la joven una mirada de reproche-.
Teniendo en cuenta lo que ella os ha obligado a hacer...
- No había otra opción -fue la fría
respuesta de su superior-. Tenía que aceptar aquel brebaje para ganarse la
confianza de John Dee.
- ¡Estuvisteis a punto de hacerle envenenar!
-estalló el militar-. Julián, vuestra obediencia os honra, pero hay órdenes que
no deben obedecerse. Lo aprendí cuando un superior mandó a todos mis hombres a
la tumba, y a mí a la horca...
- ¿Podéis callar un momento? - gimió el
enfermero-. Tengo una resaca monumental. Y no, Alonso; no lo hice por ella. Lo
hice por él.
Sus dos acompañantes le miraron,
desconcertados.
- ¿Por quíén...?
- ¿Quién va a ser? -se impacientó Julián,
malhumorado a causa del
dolor de cabeza-. Nuestro compañero, Gil Pérez. ¿Sigue en la Torre de Londres?
- Tranquilo; lo conseguiste - la mujer
sonrió cálidamente. El enfermero tal vez fuera desobediente y excéntrico; pero
tenía valor, a su manera. Y lealtad -. Engañaste bien a Dee.
- Ya ha pedido que trasladen a Gil Pérez al
galeón -asintió Alonso-. Será pronto: el 2 de Marzo.
- Un momento... -Amelia señaló la mesilla de
noche-. Julián, ¿de dónde has sacado esto?
En la mesita descansaba un objeto extraño:
una cajita de madera lacada. Intrincadas filigranas de orfebrería decoraban la
tapa, las bisagras y el contorno de la cerradura.
- ¿No fue un sueño? -Julián sostuvo la caja,
intrigado-. La mujer del velo negro...
- Yo también la vi, Julián -fue la
sorprendente respuesta de Amelia, extrayendo algo de entre sus ropas: una llave
de diseño sospechosamente parecido al del cofrecillo-. Pero no hoy, sino cuando encontré esta llave. La
noche que hicimos el truco de espiritismo para engañar a John Dee.
- Perdona, ¿ahora estamos en una de espías?
¿Alguien nos está dejando mensajitos secretos?
- La
cuestión es: ¿quién? -gruñó Entrerríos, impacientándose-. Obedecer a Amelia,
pase; pero ¿por qué tenemos que hacer caso a más mujeres? ¿Dónde se ha visto
tamaño disparate?
La pregunta fue lo de menos; porque el
contenido del cofrecillo hizo maldecir con indignación, tanto a Alonso como a
la normalmente refinada Amelia Folch.
* *
* * * * * * * *
Mientras tanto, el joven Alonso de
Entrerríos montaba guardia en el exterior de la alcoba de Julián, pensativo.
Estaba seguro: le seguían. No a todo el
grupo, sino a él.
No tuvo la absoluta certeza hasta que Amelia
y “Diego Alatriste” hubieron entrado en el dormitorio de su convaleciente
compañero. Unos pasos amortiguados, una sombra más oscura que el resto; nada
realmente sólido. Si no hubiera sido por una mirada de asentimiento de
“Alatriste”, habría pensado que sólo se trataba de un producto de su
imaginación.
Pero una vez a solas, algo cambió. El eco de
los pasos se hizo evidente; no había duda.
- Halt!
-ordenó. Por un segundo había visto claramente una mujer observándole,
entre las sombras. Al otro extremo del pasillo. Ropas negras, rostro velado;
pero al instante la vio desaparecer tras un recodo del sombrío corredor.
“Me lo esperaba” reflexionó con
sarcasmo, lanzándose tras ella. “¿Habrá algún espía que haga caso cuando le dan
el alto? En fin, sólo es una mujer. Tiene más que temer ella que yo...”
El cañón de una pistola, al volver el recodo
del pasillo, le hizo tragarse sus palabras.
- Silencio -ordenó una voz grave pero
femenina, en perfecto español. La desconocida señaló una dirección con el arma
y volvió a apuntarle-. Sígueme.
- No sigo órdenes de mujeres -la desafió con
altanería-. No seréis capaz de disparar.
Un zumbido seco y un lacerante dolor en la
oreja le descubrieron su error. El joven contuvo un gemido y se enjugó la
sangre con la manga, incrédulo.
- ¿Por qué no ha sonado el disparo? ¿Y por
qué yo, y no los otros?
- Veo que hacéis las preguntas correctas; os
he elegido bien -la voz sonaba grave, adulta, autoritaria. Había cierto deje de
amargura en el fondo de aquella la risa sarcástica. La mujer señaló un tubo largo, insertado en el extremo de aquel arcabuz diminuto, y explicó-: Esto es un silenciador. Ahora seguidme.
- ¿Obedecer a una mujer? ¿Dónde se ha visto
tal cosa?
La desconocida volvió a apuntarle con la
pistola. Esta vez, entre ceja y ceja.
- Siglo XXI. Venid si queréis más
respuestas.
* *
* * * * * * * *
Obedecer a una mujer. En el Siglo XVI.
Era precisamente lo que estaba sucediendo en
aquel mismo instante en la reunión del Estado Mayor, en pleno Palacio de
Westminster. Alrededor de un gran mapa, salpicado de lujosas esculturas en
miniatura, que representaban naves y unidades militares.
- Almirante Drake -ordenó la rotunda voz de
Isabel I de Inglaterra-: comenzaréis por asaltar los astilleros de Santander y
de La Coruña. Después desembarcaréis a nuestro general Norreys y al Prior de Crato en
Portugal, para preparar el sitio de Lisboa.
- Sí, Majestad -fue la zalamera respuesta.
Francis Drake podía ser el corsario más temido de los siete mares, pero sabía a
quién debía su ascensión desde simple pirata hasta mano derecha de la Reina.
Aquella mujer sabía apreciar el talento y la mano dura, así que ella merecía su
respeto-. De todos modos, dudo que quede en esos astilleros casi nada de la
Armada española. Fue destruida...
- Vamos, Sir Drake: con vuestra Reina no
hacen falta disimulos -resopló burlonamente la enérgica monarca-. Sabemos que
sobrevivieron dos terceras partes de Armada Invencible; unas ochenta naves.
Aunque al mundo entero le haremos creer que el fracaso español fue total: nos
encargaremos de que eso sea lo que quede escrito en los libros de Historia. Damnatio memoriae.
- Y será real, Majestad -intervino un noble
de alta alcurnia-. Yo mismo encabezaré la expedición en vuestro nombre. Sir
Drake arrasará los astilleros antes de que los restos de la Invencible estén
reparados. Después...
- ¡Os prohibimos embarcar, Lord Essex!
-fue la cortante respuesta de aquella dama de acero: el fuego de su mirada no admitía réplica-. Vuestro lugar está aquí, al lado de
vuestra Reina. No lo olvidéis.
“A su sombra, más bien” pensó Essex con
rencor, intentando ignorar las risitas de sorna de la Corte; para ellos ya no era
más que el amante de Isabel I, un simple mozo de compañía. Él, que había sido un noble curtido
en la batalla, capaz de ganar el trono por su propia mano si hubiera querido...
- Tengo un plan para vos - sugirió una voz
taimada al humillado noble mucho más tarde, una vez terminada la reunión -. Si
os atrevéis a dejar de ser como un florero y osáis cambiar la Historia, claro está.
Lord Essex se volvió hacia el insolente: era
Francis Drake. ¿Quién si no? Habría respondido agriamente, si no hubiera
llamado tanto su atención el arma que el corsario le ofrecía. La examinó con
curiosidad.
- ¿Qué es esto?
- El futuro - sonrió Drake ferozmente.
Señaló al sirviente que le acompañaba, y que lucía una cicatriz que le partía
la oreja en dos-. Este criado portugués dice que ha traído más armas como
éstas. Un cargamento entero, para poner a nuestro títere Crato en el trono de
Portugal.
- No son arcabuces normales -el noble
parecía realmente interesado-. ¿Cómo se llaman?
- De momento, los he bautizado como mi nave
capitana -rió Drake-: “Revenge”.
Lord Essex miró en todas direcciones y bajó
la voz:
- Tentador, pero tengo prohibido embarcarme.
Y las paredes tienen oídos. Vayamos a otro lugar más discreto...
Los dos ingleses y el portugués se
retiraron, ignorando hasta qué punto tenían razon. Habría sido imposible que se
percataran de dos presencias furtivas, espiándoles tras un conveniente muro
falso: una dama velada y un joven soldado español. Ella ya no esgrimía su
pistola del siglo XXI, pero aún ocultaba su rostro; él era nada menos que el
hijo de Entrerríos.
- Así que esto es lo que queríais enseñarme -musitó
Alonso. No sabía qué le había impresionado más; contemplar desde su escondite la
reunión del Estado Mayor inglés, o descubrir armas del futuro en manos de Essex
y Drake.
- ¿Os alegráis ahora de haberme acompañado?
-susurró la mujer velada, burlonamente -. Ha terminado el espectáculo. Sabéis
lo que significa ese nombre: “Revenge”. ¿Verdad?
El joven Alonso asintió:
- “Venganza”.
* * * * * * * * * *
El veterano Alonso “Alatriste” soltó un
juramento al examinar el contenido de la misteriosa caja:
- ¡Estas armas son...!
- Del futuro -asintió Julián, examinando las
fotografías que había en el cofrecillo: pequeñas, casi cuadradas, con un grueso
marco asimétrico de plástico blanco. Casi todas las imágenes mostraban hombres armados-. Tuve
una cámara de éstas, no hace mucho -su mirada se ensombreció un
instante, recordando el día que se la regaló a Maite; el día de su primer beso-. En 1996. Una Polaroid.
- No sólo eso -repuso Amelia, señalando una
de las fotografías- Mirad lo que hay en esta imagen.
- Un barco llamado “Revenge” -Julián se
encogió de hombros, con triste indiferencia-. No me suena. Y el hombre que hay
delante, tampoco. Me acordaría de esa oreja partida.
- Yo sí. ¡Es uno de los rufianes de Leiva! -
rugió Entrerríos, indignado-. ¡Nunca olvidaré aquel día!
- Quizá lo olvidemos pronto -murmuró Amelia,
más bien para sí misma-. O más bien, quizá nunca llegue a suceder. Ni el día de
la revolución de Leiva, ni mi siglo, ni el de Julián...
- No jodas, Amelia: ¡eso no tiene sentido!
- Están reclutando una gigantesca Armada.
Como la Invencible, pero inglesa. Si los de Leiva les entregan más
armas del futuro, como las de estas fotografías... -la mente de Amelia ya había
comenzado a calcular todas las posibilidades, como si estuviera ante un colosal
tablero de ajedrez. Comenzaba a urdir un complicado plan, en varias fases -.
Imagínalo, Julián: el Imperio Británico, pero siglos antes de tiempo.
- A
costa del nuestro, ¿no? -gruñó Alonso “Alatriste”, con creciente furia.
- Espera, espera: si cambia ahora algo tan
gordo, ¿qué pasará con los que nacimos desp...? -a Julián se le atragantó la frase y estalló-: ¡Como cuando el viejo Biff robó el Delorean y jodió la
Historia!
- ¿Delorean? ¡Hablad en cristiano, pardiez!
- El fin de nuestro Siglo de Oro
antes de tiempo, Alonso
-resumió Amelia, muy pálida. Después se dirigió a Julián-: Y tal vez de todo lo
que venga después, sí. De todo lo que tú y yo conocemos.
* *
* * * * * * * *
2
de Marzo de 1589, 17:00)
A la luz moribunda del atardecer, la silueta
de la Torre de Londres resultaba aún más sombría de lo habitual. Los seis
centinelas, cuyas armaduras exhibían el blasón de la Casa Tudor, presentaron
sus armas en un saludo marcial y abrieron las imponentes puertas al ilustre
mensajero: John Dee, el tutor y científico de Su Graciosa Majestad. El funcionario,
escoltado por cuatro de ellos, se internó en los lóbregos pasillos, que
resonaron con los tintineos metálicos de las armaduras. Aquello no era un
palacio, sino una prisión: las paredes estaban revestidas de tapices, retratos
y antorchas encendidas, pero también armas. Las estrechas ventanas permitían
apenas la entrada de la luz del exterior, pero estaban estudiadas para no dar
cabida a ningún intento de fuga. Aquel lugar era inexpugnable.
John Dee no pudo evitar recordar, con un
escalofrío, lo cerca que había estado él mismo de acabar encerrado allí: cuando
Felipe II de España se casó con María de Inglaterra y trajo la Inquisición católica a
aquellas tierras. Habían sido malos tiempos para un “brujo” protestante como Dee.
“Pero ahora todo es diferente” recordó con
satisfacción. “Mi alumna Isabel es la nueva reina, los perseguidos ahora son los
católicos y los centinelas saludan a mi paso”.
Exhibió sus credenciales ante los sucesivos puestos de guardia que
dividían cada nivel de la Torre, algo hastiado por las férreas medidas de
seguridad, hasta llegar a una última puerta. Tras ella se
reveló una escena totalmente
distinta: un hombre de avanzada edad y porte noble, leyendo tranquilamente en
un sillón, junto a un buen fuego.
-Ha llegado la hora, maese Gil -anunció en
latín al prisionero; en su reverencia había cierto aire de disculpa.
-Me alegra veros, señor Dee -saludó Gil
Pérez en el mismo idioma, poniéndose en pie; el matemático inglés le resultaba
bastante menos desagradable que la alternativa-. Esperaba a Drake. Es una
gentileza que hayáis venido en su lugar. No todo el mundo está dispuesto a
traer este tipo de noticias.
John Dee miró al prisionero con estudiada
amabilidad. Le interesaba tenerlo de su parte.
-Tal vez no sean tan malas nuevas -su mirada
parecía casi comprensiva-. De momento, sólo vamos a tener una larga
conversación a bordo de vuestra nave; podríamos colaborar. Éste podría ser el
principio...
-De una gran amistad, como en Casablanca -la
broma desorientó tanto al inglés, que Gil Pérez casi tuvo que contener una
risita burlona-. Lamento decepcionaros, pero no tengo la información que me
pedís.
-¿Y si yo os ayudase a averiguarla? -sugirió
Dee, con un guiño cómplice, mientras la escolta se ponía en marcha a una señal
suya-. Imaginad que encuentro alguna forma de asistiros para investigar las
Puertas del Tiempo...
Gil Pérez siguió a sus carceleros sin
mostrarse impresionado. No era ningún novato. Sabía perfectamente qué tipo de
trato le estaban ofreciendo.
-No lo creo posible. Pero aunque pudiera hacerlo -su expresión se revistió
súbitamente de serena dignidad-, no soy un traidor.
El prisionero, escoltado por sus captores,
abandonó al fin aquella celda que llevaba semanas reteniéndole. Las puertas se
cerraron a su espalda con un sonoro golpe, que le hizo evocar el mazazo de un
juez al dictar sentencia.
Una condena que, en el fondo, él mismo
acababa de elegir.
-Soy español, señor Dee -añadió-. Y eso, en
estos tiempos, significa que tengo honor.
* *
* * * * * * * *
(Fase
2: Operación “Luna de Sangre”
2
de Marzo de 1589, 18:00)
Otro atardecer. Otro día más de
tediosa vigilancia en un barco en el que nunca sucedía nada. Porque, ¿quién iba
a querer rescatar un galeón español en pleno corazón de Inglaterra? ¿Quién estaría tan loco como para
desafiar a los centinelas del temible Francis Drake?
Sólo un loco. O un héroe. O ambas cosas.
Sería impensable que hubiese allí alguien
así. Y no: de hecho, no había uno.
Había dos.
- Se están retrasando -masculló Entrerríos
padre, disimulando el hastío. El plan de Amelia había resultado demasiado
largo; pero no tenían elección.
- Sólo tenemos que fingir un poco más, don
Diego -replicó su hijo, encantado de que la larga espera llegara a su fin-. Si Dios quiere, el barco pronto será
nuestro otra vez. No soporto ver a mis compañeros a dos pasos de mí y no hacer
nada por ellos.
El plan era simple. Ya tenían una copia de
las llaves, y llevaban suficiente tiempo ganándose la confianza de los
guardianes enemigos. De momento sólo eran dos hombres contra muchos, y el plan
no era honorable; pero si jugaban bien sus cartas...
-Hay un guardia vigilando la bodega; yo me
encargaré de él -decidió el joven Alonso, entrando en el campo de visión del
guardia y dirigiéndose a él en inglés.
-Vengo a relevarte -tenía una
sonrisa amable en la cara-. Puedes irte a descansar...
Una vez estuvo cerca del
soldado, sacó rápidamente su daga y le rebanó el cuello.
-... al infierno, perro
hereje.
“Diego Alatriste”, mientras tanto, ya estaba
descendiendo las escaleras con absoluto sigilo. A aquella hora no debería haber
bajado a la cubierta inferior nadie, y lo sabía. De manera que no dio al segundo
centinela ninguna oportunidad. El desgraciado cumplía demasiado bien su deber:
en el último instante, le vio y estuvo a punto de dar la alarma. Pero Alonso
extrajo de su bota una daga que cortó el grito del infortunado al atravesarle
la garganta.
Se sorprendió al descubrir a
su hijo pisándole los talones.
-Sois sigiloso, a fe mía -tuvo
que disimular una leve sonrisa de orgullo-. Demasiado para un novato.
-Estoy aprendiendo a ser
espía, como dijisteis. He escondido ese cadáver en un armario, llevamos uno
cada uno... y ya es tiempo de que los nuestros tengan su hora de venganza.
Le devolvió una sonrisa pícara
y cogió las llaves que habían llevado a copiar días antes, abriendo la puerta
lentamente para que no chirriara. Entró el primero y pudo contemplar a veinte
hombres pálidos y tristes, producto del encierro y de no ver el sol. Apretó el
puño de su espada, tratando de controlar su furia.
-Se acabó el estar aquí,
languideciendo como cadáveres en un agujero. Es hora de salir, y vengar a
nuestros camaradas muertos a manos de esos perros. Hola, Pere, arriba, Antonio;
amigos, venimos a sacaros de aquí. Capitán Ordóñez, señor: don Diego Alatriste,
aquí presente, nos dirá cómo recuperaremos nuestro barco.
(CONTINUARÁ...)
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