21 enero 2015

El Festival de los Cerezos/13

(AHORA)
Aquella pareja de buhoneros había echado a andar cuando el sol ya estaba bastante alto; ahora se aproximaba el mediodía. Calculaban que estaban andando hacia el sur, por un camino de tierra bien delimitado pero muy poco transitado. A su izquierda se extendía una amplia pradera de altas hierbas. A su derecha, la impresionante mole de una cordillera montañosa.
De repente, al mayor de los dos le pareció distinguir algo más adelante, atravesado en el camino. Cuando los dos se acercaron lo vieron más claro: eran unas piernas rematadas por unas botas, pertenecientes a alguien tendido, oculto por las hierbas. Una mujer joven, para más señas.
- ...miau -se oyó cuando se acercaban.

La joven escuchó maullidos lejanos. Luego oyó el sonido de pasos y se puso alerta instintivamente. Aparto a su gata, devolvió la tintineante espada que yacía a su lado a su vaina, aun sin ajustar el seguro, y se incorporó. Tal vez consiguió disimular el hecho de que apenas le queda el sentido de la verticalidad justo para mantenerse en pie. Todo le daba vueltas

¿Distinguía acaso, borrosamente, una figura que se acercaba por su derecha? Intentaba enfocar la vista en el recién llegado, los dos, y sólo conseguía que le doliera aún más la cabeza. Se limitó a saludar con una palma levantada y a preguntar con aparente calma:
-Hola… ¿no habrás visto lo que ha pasado, verdad?

La mano libre de la muchacha (joven, recia, flexible, poco agraciada, seria) señaló despreocupadamente el caos que la rodeaba, una multitud de cuerdas, cajitas, paquetes, hilos, armas ligeras y flechas desperdigadas por la hierba; la otra mano estaba ocupada porque nunca se apartaba demasiado de la empuñadura de su espada de nueve anillos.

El recién llegado iba a extender una mano para ayudarla a incorporarse, pero ya lo había hecho ella sola.
- Disculpa señorita -dijo con una educación extremada pero un uso de los tratamientos pésimo-, no deseaba importunarte. He visto las botas y me he acercado por si alguien necesitaba mi ayuda. Veo que no es así. Si quieres, me gustaría disfrutar del placer de vuestra compañía, no porque no seas capaz de defenderte sola, que parecéis muy capaz, sino porque andar solos el camino es menos entretenido. Y a él le tengo ya muy visto.
Era guapo. No, era menos que guapo (se dijo ella al pararse un momento a reflexionar), pero era duro, grande, fuerte, de mandíbula angulosa y duro como el pedernal. Probablemente además de vender toda aquella quincalla que acarreaba sin aparente esfuerzo se dedicaba a fabricarla a golpe de martillo.

- ¡Prenda la llama! -exclamó al alcanzar a su compañero el hombre que viajaba con el joven de mandíbula cuadrada. Excepto que no era propiamente un hombre: todo en él tendía a exacerbar la anchura, la nariz, los hombros, la panza... Sumado a la intrincadamente trenzada barba, no había duda de que era un enano. Hacia mucho tiempo que ella no veía uno. Los dos vestían ropas de viaje y llevaban altas mochilas. Una mula les acompañaba, con aún más cachivaches en las alforjas-. ¿Qué ha ocurrido aquí, señorita? ¿Es que se las ha habido con un Oni tormentoso? Deberían verle esos golpes que lleva...
La joven pareció pensar un momento en lo que había oído y dio un veredicto favorable:
- La verdad es que no me vendría mal algo de ayuda para recoger esto: ¡odio ordenar! -exclamó jovialmente-. Lo mío es cazar, para lo demás soy un desastre. Sobreviviré a los golpes, no tema. Lo que me gustaría saber es quién lo ha hecho. Es extrañísimo: no recuerdo nada. Pero disculpad mis modales: me llamo Kiryoku Sango, y esta es mi gata Kirara.
Sango apoyó una rodilla en tierra, secretamente aliviada por dejar de mantenerse en pie, y comenzó a recoger sus cosas del suelo. Sin dar la espalda a los recién llegados: suponía que deseaban presentarse. Tras un momento de incómodo silencio:
- ¡Oh! ¿Y dónde están mis modales? -dijo el joven, agachándose como esperando una colleja por parte del enano, que finalmente no apareció. E inclinando la cabeza-. Mi nombre es Arashi Natsuno. Yoroshiku onegai shimasu, Kiryoku Sango. Kirara -añadió en el dialecto particular de aquella región del mundo.
- Yo soy Grunyar -dice el enano-, aunque casi todos me llaman "Yunque". Andamos recorriendo la zona para tratar de vender estas cosas, hojas y utensilios de buena calidad, se lo aseguro. Pero un labriego nos dijo que más hacia el Norte no encontraríamos demasiados poblados y que mejor nos encamináramos al Sur. En la villa de Koyotei comienza la feria de primavera ahora, tengo entendido.
- Sí -dijo Sango, perdida un momento en pensamientos oscuros-. Al Norte no queda nada -y saliendo de su ensimismamiento-: Kon nichi wa, Arashi Natsuno-sama, Grunyar-sama. Gwoki ya ikaga deska? -Sango se relajó con una sonrisa-. La verdad es que no conozco muchas más fórmulas de cortesía, solo las que aprendí hasta los 6 años. Desde entonces no me he codeado con demasiada gente en el bosque, las llanuras y las montañas, suelo cazar sola. Y ahora no tengo rumbo fijo... o no lo recuerdo. Suena bien lo de esa feria de primavera: ¿por qué no? Pero si no os molesta, preferiría descansar un poco primero... a menos que vosotros podáis conseguir que el mundo deje de dar vueltas... 

(ANTES)
Sango estaba en una caverna: hacía calor. Un hombre danzaba alrededor de una hoguera y una mujer que no veía decía cosas... en un idioma extraño. Algo entendiste, algo que repitieron ambos, salmodiando en una docena de lenguas distintas: "el último de los cinco, la caída de los cuatro, la llegada de los tres, el retorno de los dos, la bendición de una. Es el fin del principio...". Sólo entonces se dio cuenta de que la voz de mujer era la suya propia, pero entonces ya era tarde, ya estaba dando vueltas y cayendo, cayendo...

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