07 mayo 2019

MdT2: Incluso el propio tiempo (XII)


Me llamo Amelia Folch. Soy agente del Último y Principal Ministerio y he sido llevada a la fuerza hasta el México de los aztecas junto al escritor Joan Perucho. En el lago que diviso desde mi posición ha empezado una batalla naval con cañones: si como creo son las fuerzas de Hernán Cortés, significa que estamos a 11 de mayo de 1521 y acaba de comenzar el Sitio de Tenochtitlan. Terminará el 13 de agosto: hasta entonces esto no será territorio español y no podrán abrirse puertas. Luego empezará la masacre. Nuestra única posibilidad sería escapar y llegar hasta el ejército español o hasta Veracruz. Aún no sé como, pero intentaremos sobrevivir.
   Amelia oyó pasos y escondió bajo el vestido la gran hoja de palma en la que había estado perforando su mensaje con un pendiente.
   - ¿Qué podemos hacer? -preguntó Perucho. Le acompañó hasta el final del pasillo.
   Abajo de la estructura piramidal sobre la que se encontraban, la actividad cotidiana se había interrumpido y todo el mundo corría. Unos cuantos hacia el lago, para descubrir el motivo de los estallidos; otros por las calzadas empedradas, con destinos claros. Algunos irían a buscar sus armas, otros a sus familias. En cuanto los cañones habían empezado a tronar, parece que su aparición había quedado en segundo término.
   - Deberíamos quedarnos aquí -sugirió Amelia. Le costaba respirar. "La altitud de México", pensó-. No creo que ahí abajo guarden muy buen recuerdo de los españoles.
   - ¿Los españoles son los del lago? ¿Se conocen?
   - Cortés ya estuvo aquí el año pasado. Y el asunto acabó mal -Catastróficamente mal. En ausencia de Cortés, Pedro de Alvarado, al que aquí llamaban "Tonatiuh", se puso nervioso y empezó a ejecutar a la nobleza durante una fiesta religiosa, lo que llevó a la muerte del emperador Moctezuma. Cuando volvió Hernán Cortés, no pudo sino organizar la huída española de la capital mexica. Y ahora habían vuelto para terminar lo que empezaron-. Parece que ha aceptado usted con normalidad que nos encontremos aquí y ahora.
    - Bueno -se encogió de hombros Perucho-. Puede ser ese veneno del demonio, que nos esté volviendo locos y no nos deje ver más que este sueño de tiempos pasados y lecciones de historia medio olvidadas. O puede ser que hayamos cruzado una puerta hacia el ayer: hace años leí un libro que hablaba de algo parecido.
   Antes de que Amelia pudiera interesarse por aquella reveladora lectura, vio algo que la alarmó profundamente: una pequeña comitiva se había reunido al pie de la pirámide y comenzaba a escalarla peldaño a peldaño. Y la encabezaban un par de sacerdotes que empuñaban cuchillos de piedra.

Madrid, 22 de diciembre de 2016
   - Ya pueden pasar -dijo Angustias.
   Los tres agentes de la Patrulla dejaron la charla intrascendente para más adelante, y se presentaron ante el subsecretario del Ministerio del Tiempo.
   - Buenos días, tomen asiento -les invitó Salvador mientras recolocaba los papeles que había sobre su mesa-. Tenemos problemas con los premios Goya.
   - ¿Que la ceremonia sigue sin tener gracia? -dejó caer Julián.
   - La misma que tiene usted. No: el problema es que el comité que les tiene que poner el nombre en diciembre de 1985 los va a llamar Premios Buñuel.
   - Pues más sentido me parece que tiene Buñuel que Goya -sentenció Irene Larra.
   - Ya, pero no se trata de eso.
   - ¿Y la información es fiable? -preguntó Pacino.
   - Al 100%: proviene del actor Jaime Blanch, que es primo lejano mío y conoce bien a Teo Escamilla, uno de los impulsores de los premios...
   Antes de que la conversación pueda seguir adelante, una intensa discusión en la secretaría hace que todos giren la vista hacia la puerta, que se abre de repente.
   - ¡...le he dicho que ahora está reunido! -protesta Angustias.
   En el quicio aparece Alonso de Entrerríos, ojeroso, con la ropa mal planchada y el pelo descuidado, que tras un mínimo instante entra decidido en el despacho del Subsecretario:
   - Don Salvador, hoy hace un año.
   - Alonso, no volvamos a hablar de esto.
   - Hace un año que perdimos a Amelia Folch.
   - Le repito que Amelia está muerta.
   - Y yo le digo que Amelia está viva.
   - ¿Quién es Amelia? -preguntó sutilmente Pacino a Irene.
   - Luego te cuento...
   Alonso se tiró nerviosamente de un bigote:
   - He vuelto a soñar que estaba de misión con Amelia, y con Pacino.
   - ¿Y conmigo no? -pregunta Julián.
   - Tú... tú no salías en el sueño.
   - Tendría vacaciones.
   - Mire, Alonso: sé que tenemos el presupuesto justo, pero vaya a ver al psicólogo de la casa. Esos sueños solo son...
   - Sé que son algo más que sueños. Sé que hay algo que no cuadra. Me lo dicen las tripas: Amelia tendría que estar aquí con nosotros.
   Julián torció el gesto mientras Salvador decía algo que estaba seguro de haber oído media docena de veces. Ninguna dolía menos.
   - No sabemos dónde está Amelia Folch, Alonso. Se perdió en el pasado y todos nuestros intentos por dar con ella han sido infructuosos: con suerte, algún día daremos con ella... Pero de momento, y a efectos del funcionamiento de este nuestro ministerio, Amelia está muerta. Tenemos que seguir adelante.
   Derrotado, Alonso dejó que Angustias le sacara del despacho. Sabía que aquello estaba mal, que aquello era incorrecto. Pero, ¿qué podía hacer?

Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
   En la oscuridad, Amelia boqueaba tratando de recuperar el aliento. Los pulmones le ardían, y en sus oídos aún resonaba su propio grito desgarrador. Había estado corriendo y corriendo...
   Imágenes dispersas cruzaban por su mente: los sacerdotes les habían encontrado en lo alto de la pirámide. Ella se había puesto varias de las alhajas de la difunta Yetaxa, y los aztecas habían creído que era el espíritu retornado de la princesa, y que no entendía su idioma porque ahora solo hablaba la lengua del otro mundo. No se explicaban la presencia de Perucho, pero parecían creer que era su guardián.

   Amelia arrancó otra hoja grande de un jardín, y se obligó a correr otro poco, aunque las piernas le daban latigazos de dolor. La altitud y el esfuerzo la estaban haciendo polvo, pero no podía parar.

   El azteca tatuado que les había traído a través del tiempo había despertado y se había unido a la comitiva. Había hablado con los sacerdotes y les había convencido para que le dejaran a los prisioneros para una ceremonia. Amelia había esperado lo peor: aunque había mucho mito, sabía bien del gusto azteca por los sacrificios humanos.

   Amelia se quitó uno de los pendientes tan bruscamente que se hizo sangre. Con la mirada perdida, sin saber hacia dónde iba, empezó a perforar la hoja de palma a toda velocidad.

   Les habían llevado a una zona de la ciudad poco transitada. La comitiva sacerdotal se había ido reduciendo a medida que entendían hacia donde se dirigían sus pasos: al final eran apenas cuatro hombres los que iban con ellos. En las ruinas de un viejo templo, se encontraba un pozo de boca amplia rodeado de símbolos grabados. Alrededor de la media noche, Amelia había mirado al fondo del pozo. Estaba vacío y tenía unos cinco metros de profundidad. Pero de pronto, y durante un instante, no estaba vacío sino que era el vacío. Y algo en el vacío se retorcía obscenamente...


Me llamo Amelia Folch y voy a morir en América antes de que Cortés tome Tenochtitlan. Si esta carta llega como espero a manos del Ministerio, sepan que entiendo que no me rescataran. ¡Pero TIENEN que cegar el pozo!

(CONTINUARÁ)


2 comentarios:

ytusarg dijo...

¿y?

KalEl el Vigilante dijo...

Y la semana que viene, más :)