Madrid, 11 de julio de 2016
Espínola fue el primero en romper el incómodo silencio que siguió:
- Disculpe, señorita: creo que no nos conocemos. Ambrosio Espínola, grande de España, a su servicio.
- Nieves Gálvez, responsable de I+D del Ministerio.
- Un placer. ¿Cómo pueden desvanecerse las estrellas?
- No sé cómo, pero está pasando. Hace dos noches, una astrónoma aficionada en Menorca detectó que faltaba una de las estrellas de la constelación de Escorpio. He estado investigando, y en 1763 el astrónomo francés Nicolas Louis de Lacaille publicó un libro con las constelaciones que había estado catalogando en el hemisferio sur, pero dos años después tuvo que publicar una corrección respecto a dos estrellas de la constelación Mensa, Delta y Zeta, que nadie más lograba localizar. Ambas estaban a unos 400 años luz de nosotros.
- Bueno, pero...
- No sé si recuerdan que antes las Pléyades eran 9, hasta que en 1770 Charles Messier constató que Celeno, a 430 años luz, había desaparecido de repente.
- Las estrellas nacen y mueren...
- Hace década y media se apagó Cisne 61, a solo 11 años luz de nosotros. En ninguno de los casos hubo explosiones ni se las tragó ningún agujero negro. Desaparecieron de un día para otro.
- ¿Y cuál es su teoría? -preguntó finalmente Salvador.
- Teniendo en cuenta que todas las desapariciones súbitas de estrellas que he conseguido catalogar desde Galileo se han producido en orden creciente de proximidad, excepto esta última, creo que algo está destruyendo las estrellas, y que se acerca a la Tierra.
- Has dicho que Celeno estaba más lejos que las estrellas de Mensa -señaló Irene.
- Se descubrió 7 años después, pero está unos 20 años luz más lejos, así que pasó antes.
De pronto llamaron a la puerta del despacho. Era Angustias:
- Salvador, ha venido don Alonso con Julián. Insisten en que tienen que hablar urgentemente con usted.
- Ahora no es el mejor momento -declaró el Subsecretario señalando todo el despacho con las manos.
- Dicen que han encontrado a Amelia.
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
Las antorchas recorrían la ciudad de punta a punta, sobre los puentes, entre los jardines, bajo los acueductos. Algunos se aprestaban al combate, otros recogían sus pertenencias o retiraban escombros de los cañonazos españoles. También había quien saldaba antiguas rencillas: había muchos pueblos mexicas y no todos estaban de acuerdo con el actual gobierno del imperio azteca. De hecho, el grueso de las fuerzas de Hernán Cortés estaba compuesto por ellos.
En el caos controlado de la primera noche del Sitio de Tenochtitlán, Cuitlahuac y Amelia Folch se buscaban con aviesas intenciones. Él había viajado al futuro para vengar la afrenta de los invasores, y ahora se encontraba demasiado atrás, 5 años antes de entregar su alma a la Serpiente de Fuego y escuchar los secretos que permitían matar al tiempo y esquivarlo. Pero iba a aprovecharlo: encontraría a la falsa sacerdotisa y la sacrificaría en el pozo para abrirle la puerta a su señor, tal y como le había prometido.
Amelia se había provisto de una macana, una porra con filos de piedra. No tenía ninguna idea de cómo utilizarla, pero se defendería del azteca que la había traído hasta aquí como pudiera. Y si tenía que evitar que le franqueara el paso a aquella aberración que se removía en el pozo, aquella nada infecta y ponzoñosa, enemiga de todo, daría su vida en el empeño.
De pronto, pese a sus furtivos recorridos, se encontraron frente a frente en uno de los pasillos vacíos del mercado al que llamaban tianguis de Moyotlan. Amelia cogió la macana con las dos manos y apretó los labios. Cuitlahuac desenfundó la daga ceremonial curva con la que se había hecho en el viejo templo en ruinas.
- Allí atrás se encuentra la casa de Xipe Tótec -dijo en español para que Amelia le entendiera bien-. Te desollaré viva en su honor, y luego llevaré tu cuerpo sangrante hasta el pozo...
- Puedes intentarlo -escupió Amelia por toda respuesta.
Cuitlahuac cambió la daga de mano un par de veces y se lanzó furioso contra Amelia.
Madrid, 11 de julio de 2016
Julián y Alonso estaban acabando su explicación cuando Angustias volvió a entrar:
- Señor, nos comunican que hemos perdido todas las puertas del siglo XVII y casi todas las del XVI.
- ¿Pueden hacer algo? -preguntó Salvador a Nieves. Esta ya iba hacia la puerta.
- Podemos... intentar repetir los cálculos con estrellas más lejanas. Parece que las que están a al menos 500 años luz de distancia no han sido afectadas aún. Será complicado pero podríamos trampear cálculos y recuperar algunas...
- Inténtelo. Necesitaremos conectar con Ramón Velasco, era nuestro agente dentro de la expedición de Cortés. En su camarote tiene el armario que luego pasó a manos de Gil Pérez. Y una cosa más -añadió cuando la ingeniera ya salía por la puerta-. Dígale a su compañero de la barba, Marcos, que venga aquí.
Nieves asintió y se fue corriendo hacia I+D, esquivando por el camino a soldados romanos y campesinos del XVIII.
- Con ese hablé yo -añadió Velázquez.
- Sí, recuerdo lo que puso en el informe sobre los tatuajes del azteca. No nos sirvieron para localizar a la señorita Folch ni... -Salvador miró un post-it que tenía sobre un marco de fotos vacío, donde ponía "Juan Perucho. Juez. Escritor. Antes de que desapareciera de la línea temporal se había escrito aquel recordatorio en Loarre-... al señor Perucho. Pero hay algo más en sus notas...
Entonces se oyó un grito de Angustias, y la secretaria entró en tromba en el despacho.
- ¡Pongan la tele! -dijo mientras corría tan rápido como le permitían sus tacones hacia el aparato.
- ¿Qué canal?
- ¡Todos!
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
Amelia tenía a su favor una rabia insólita que corría por sus venas y un arma con mucho más alcance que la de su oponente. Cuitlahuac sabía que la europea acabaría cansándose pronto, y con su entrenamiento de jaguar esquivaba contínuamente sus envites, haciendo que retrocediera. Pese a su amenaza, no podía arriesgarse a despellejarla en el templo de Xipe Tótec: el sacrificio debía llegar íntegro hasta el pozo.
Se distrajo y uno de los mazazos de Amelia le alcanzó en el pecho: las hojas de obsidiana dejaron su dolorosa marca en todo el torso, de parte a parte. Era escandaloso, pero superficial. Apretó los dientes y se lanzó hacia adelante mientras Amelia aún recuperaba el impulso de la macana. Para evitar que cerrara distancias, ella dio un paso rápido hacia atrás, justo como esperaba el azteca: la agente del Ministerio tropezó con unos escalones que ascendían hasta el nivel superior y perdió el equilibrio. Cuitlahuac se abalanzó sobre ella con la cabeza baja y acabó de derribarla con un testarazo en el vientre. Amelia escupió todo el aliento de sus pulmones y se golpeó la nuca con un escalón, perdiendo el conocimiento.
Madrid, 11 de julio de 2016
Televisión Española. La CNN. BBC World. Al-Jazeera. Todos los canales estaban dando la misma noticia en directo, desde todo el mundo. Expertos de toda clase iban siendo entrevistados, mientras en un recuadro más o menos grande se repetía la misma imagen en cualquiera de las transmisiones: una esfera brillante con una espiral oscura que iba desde los bordes hasta su centro.
- El sol.
- ¿Qué le está pasando al sol? -preguntó Velázquez al borde de la histeria.
- Lo mismo que al resto de estrellas que han desaparecido -apuntó Irene con más frialdad.
- Esto se nos va de las manos -declaró Salvador-. Podemos arreglar la historia, pero... los astros...
- ¿Y si está todo relacionado? -sugirió Julián-. Yo soñé algo que no pasó pero que apunta hacia dónde está Amelia.
- Eso suena a cambio en la Historia -admitió Irene.
- ¡Pero no tendría que afectar las estrellas! -rebatió Espínola.
- Las estrellas y las puertas están relacionadas -dijo Alonso-, eso ha dicho la dama Deímas. ¿Y si también se relacionan al revés?
- Nieves dice que la estrella más lejana que ha desaparecido estaba a 460 años luz -Salvador se puso las gafas y repasó uno de los volúmenes que había consultado hace poco-. La fecha del sitio de Tenochtitlan es 1521, hace... 495 años. Cabe asumir que podría haber desaparecido alguna más antes sin que quedara constancia escrita. Y desde entonces las desapariciones se han ido acercando. ¿Y si el destino no es la Tierra... sino que es el origen? ¿Y si hay algo que empezó hace 495 años aquí y se ha estado reservando el postre para el final?
En ese momento entró en el despacho Marcos de I+D. Salvador le interpeló directamente:
- ¿Quién puede comerse las estrellas?
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
Cuitlahuac se cargó a Amelia al hombro y atravesó dos distritos de Tenochtitlan para llegar hasta el templo en ruinas. Los hombres que había dejado de guardia alrededor del pozo habían sido requeridos para otros menesteres, pero tal y como habían acordado, en su lugar habían dejado a dos fornidos Jaguares con macanas, vestidos con el uniforme de cuerpo completo de piel azul, y el casco a juego con las mandíbulas cerradas a modo de visera.
- Xapotla kaokoayan -dijo el más alto de los dos. Sí, era el momento de abrir la puerta.
- ¡Xiuhcoatl, serpiente de fuego! -gritó Cuitlahuac a los cielos, levantando el cuchillo curvo-. Te he alimentado con sangre, te he dado la venganza. Tú me llevaste hasta la tierra de los invasores y me trajiste de vuelta a casa. Estamos en paz.
Inclinó la cabeza reverencialmente y acercó su cuchillo al pecho para que bebiera de la sangre que le había arrancado Amelia. Luego señaló con la daga hacia el pozo.
- Voz misteriosa: tú me revelaste el secreto de la Serpiente, tú me susurraste el modo de cumplir mi venganza y ahora es el momento de pagar.
Amelia comenzaba a recobrar el conocimiento. Oía las voces que daba el azteca en su lengua. Abrió un poco los ojos y, a la luz de las antorchas, vio que tres hombres armados la rodeaban en un solar en ruinas. Por el rabillo del ojo, supo que estaba al borde del impío pozo.
Madrid, 11 de julio de 2016
Marcos solo había estado una vez en el despacho de Salvador, y ahora tenía delante a la cúpula del Ministerio. El subdirector, dos agentes de élite, Irene Larra, Velázquez, Espínola... Estaba un poco apabullado.
- No tenemos tiempo. Literalmente. ¿Quién puede comerse las estrellas?
- No, no sé...
- Algo está destruyendo el sol. Algo ha destruído no se cuantas estrellas en el cielo. Está destruyendo nuestras puertas y puede tener que ver con la desaparición de Amelia Folch y Juan Perucho.
- ¿Quién?
- Ya, normal, ya no se acuerda.
- A ver -Marcos recordó la conversación que había tenido con Velázquez meses atrás-. Le comenté a don Diego que el mexica llevaba un tatuaje muy extraño, la Serpiente de Fuego, Xiuhcoatl. Era el arma definitiva de la mitología azteca. Sí, podría destruír dioses, estrellas e incluso el tiempo.
- Pero, ¿qué sentido estratégico tendría? -preguntó Espínola-. Incluso si alguien tuviera un arma capaz de destruir las estrellas, ¿para qué querría hacerlo?
- Sería de necios -declaró Alonso- Y solo el emperador de los necios destruiría el sol.
A Marcos se le encendió la bombilla:
- El emperador no. El sultán.
- ¡Los infieles!
- No: el sultán necio de los demonios. Azathoth.
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
- ¡Azathoth, el grande! -clamaba ahora el entregado Cuitlahuac-. ¡Azathoth el definitivo! Cumplo mi promesa contigo...
Amelia estaba tumbada en el suelo con las manos y los pies atados, pero consiguió retorcerse bruscamente y dio un golpe en los tobillos a Cuitlahuac que casi le hace caer en el pozo.
- ¡Ponedla en pie! -dirigió a sus hombres que levantaron a la forcejeante Amelia. Y añadió siniestramente-. Es el momento.
Madrid, 11 de julio de 2016
Marcos les explicó que, según Lovecraft y los continuadores de su obra, Azathoth era una entidad destructora que aniquilaba todo lo que se le ponía a su alcance. Agujero negro y explosión atómica, antivida y antitiempo, Azathoth era el caos devastador final. El gusano definitivo.
- Al sol no le queda mucho tiempo -dijo Irene.
Salvador cogió el teléfono y llamó a I+D:
- ¿Cómo vamos con la puerta de Ramón Velasco? Tiene prioridad absoluta... -En ese momento, todas las televisiones del mundo mostraron como la espiral negra en el centro del sol se expandía y lo engullía por completo. En el despacho se hizo un silencio sepulcral. Alonso y Espínola cayeron de rodillas. Salvador habló con una calma absoluta-. Hemos perdido el sol. Sí, ya imagino: sin el sol no podemos abrir nuevas puertas. Gracias, no se preocupe.
Salvador colgó. Realidad o pura sensación, todos notaban cómo la temperatura iba bajando por momentos.
Tras pensarlo un momento, Salvador cogió otra vez el aparato y marcó un número. Un número largo.
- ¿A quién llama? -preguntó Alonso.
- Al único que puede arreglar esto. A usted.
Tenochtitlan, 12 de mayo de 1521
Los dos Jaguares pusieron en pie a Amelia. Uno de ellos le gritó una imprecación sin sentido y ella se calmó de golpe.
Cuitlahuac levantó el cuchillo, listo para clavárselo a Amelia en el corazón, cuando su ahora bilingüe cerebro acabó de captar exactamente lo que había dicho el Jaguar.
- ¿Has dicho "Vive Dios"?
- La costumbre -el Jaguar le dio un golpe certero con la macana en el centro del plexo solar que lanzó a Cuitlahuac derecho al fondo del pozo.
Los soldados se quitaron los cascos: eran Alonso de Entrerríos y Juan Perucho. Amelia sonrió aliviada mientras la desataban:
- Cuando desaparecisteis por la alcantarilla, volví al Ministerio y recibí una llamada de Salvador: me dijo exactamente dónde estábais. No sé cómo lo sabía, y el propio Salvador tampoco recordaba haberme dicho nada, pero miró el registro de llamadas y sin más explicaciones aceptó enviarme a la misión. Llegué con los hombres de Cortés, y me escabullí en una barquita en cuanto cayó la noche.
- Me encontró en la pirámide -continuó Perucho-, y nos vestimos con los uniformes que había traído. No recordaba del todo el camino hasta el templo, pero llegamos a tiempo.
- Justo a tiempo -admitió la agotada Amelia. Pero aún pudo añadir-. Hay que cegar este pozo.
- Lo haremos, pero ahora hay que regresar...
- Hay que cegar... el pozo -murmuró Amelia cuando empezaron a alejarse en dirección al lago.
En la oscuridad, todas las estrellas se reflejaban en la superficie de las aguas. Y, en todos los siglos, el tiempo seguía lamiendo las orillas de la noche. Ellos remaban y, cuando se alejaron de la ciudad sitiada, en pos del barco que había de devolverles a casa, todos los ruidos fueron apagándose, excepto uno: la eterna voz de los insectos.
En la oscuridad, todas las estrellas se reflejaban en la superficie de las aguas. Y, en todos los siglos, el tiempo seguía lamiendo las orillas de la noche. Ellos remaban y, cuando se alejaron de la ciudad sitiada, en pos del barco que había de devolverles a casa, todos los ruidos fueron apagándose, excepto uno: la eterna voz de los insectos.
F I N
2 comentarios:
me quito el sombrero. Muy buena narracion. :)
Un honor, caballero
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