Se puede opinar mucho sobre el último capítulo de Doctor Who. Hay quien lo adora y hay quien le parece aburrido. Para algunos sigue una línea que les atrae, para otros es más de lo mismo. Hay puntos de contacto con El pozo de Satán o La Bestia de Abajo, tan lejanos como The Daemons (1971) y tan cercanos como el capítulo inmediatamente anterior, The Bells of St. John.
Para bien o para mal, es indudable que el capítulo tiene al menos dos momentos destacados. El primero es la escena pre-créditos (lo mejor del episodio, incluso para sus detractores), en la que asistimos a la historia de amor de los padres de Clara, que el Doctor sigue para tratar de comprender a "la Mujer Imposible": cómo se conocieron por azar cuando la hoja de un árbol le cayó a él en la cara y ella le salvó de morir atropellado, y cómo él la guardó durante tantos años mientras su relación se afianzaba. Y lo expresa con estas palabras:
"Esta hoja precisa tuvo que crecer de esta forma precisa, en aquel lugar preciso, para que aquel viento preciso pudiera arrancarla de aquella rama precisa y la hiciera volar contra esta precisa cara en aquel preciso momento. Y si una sóla de todas esas pequeñas cosas no hubiera ocurrido, nunca te hubiera conocido. Lo que convierte a esta hoja en la hoja más importante de la historia de la Humanidad".
Un discurso no del todo ajeno al Doctor, quizás más cercano al estilo del Décimo: las maravillas de la causalidad, todo lo que es, todo lo que pudo ser, todo lo que no debe ser. Y no sólo de él: la hoja que Clara atesora como la "página 1" de su libro es el equivalente directo del zorro de El Principito.
"No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo".
El segundo momento es el del monólogo del Doctor, enfrentándose a un parásito solar con ínfulas divinas que se alimenta de los cuentos y canciones de la gente.
"Abandoné la Última Gran Guerra del Tiempo. Fui testigo de la desaparición de los Señores del Tiempo. Vi el nacimiento del universo y vi como el tiempo se fue acabando, momento a momento, hasta que no quedó nada. Ni tiempo ni espacio; sólo yo. He caminado por universos donde las leyes de la física estaban diseñadas por la mente de un loco. he visto universos congelarse y creaciones arder. He visto cosas que no creerías. He perdido osas que nunca comprenderás. Y sé cosas. Secretos que nunca deben ser contados. Conocimiento que nunca debe ser pronunciaado. Conocimiento que hará que los dioses parásitos ardan. Así que venga, tómalo nene. ¡Cógelo! ¡Quédatelo todo!"Ha habido otros discursos similares del Undécimo Doctor (Atraxi, Pandorica), no en el contenido sino en la forma y en la rabia con la que se lo "lanza" a ese despreciable dios (lo cual contrasta con la bondadosa neutralidad con la que habla de las creencias locales al principio del capítulo). Éste en particular ha sido bonito, especialmente en la temporada del 50º aniversario por todas las historias que menciona o sugiere; pero a mi me ha parecido aún más interesante el hecho de que no era suficiente. El Doctor lo hubiera sacrificado todo ("malgastado", como él mismo le dijo a la Reina de los Mil Años) para nada. Igual que antes usó el pacifista "corre" o su historial como amenaza, o a sus amigos como soldados, aquí está usando su pasado, sus aventuras e incluso su nombre como arma.
Y falla. Porque hace falta algo más, un Factor Humano, una compañera, para llegar donde el Doctor no puede. Y las pesquisas del Doctor hasta ahora han revelado que Clara es humana, totalmente humana. Quizás ese es su secreto. Es como sumar a la Donna del final de La novia fugitiva y a la Amy de La Bestia de Abajo, pero para mi gusto de una forma mucho más orgánica que éste último.
Más allá de su misterio, Clara es el gran homenaje a todas las compañeras del Doctor (enigmática como Susan y Ace, superhacker como Zoé, amistosa como Mel), y a través de ellas... ¿a nosotros?
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