12 diciembre 2013

Frozen, o la nueva-vieja manera de contar cuentos de Disney


Frozen, la película Disney de estas navidades, está vagamente inspirada en el cuento de Hans Christian Andersen "La reina de las nieves". En ese sentido, es como La Sirenita: coge los elementos que le interesan de la historia y descarta el resto, para construir una historia propia. Frozen, sin embargo, va mucho más allá de la típica película Disney.

No, eso último no es del todo cierto. Lo que hace Frozen es culminar el proceso que iniciaron Enredados y Brave (tras el gran paso en falso que fue Tiana y el Sapo), redefiniendo lo que significa una película Disney de nuestros días. Es casi una pena que en un momento dado de la película aparezca lo que todos entendemos como un "villano Disney", porque durante gran parte de la historia, como casi hizo Brave, el film funcionaba perfectamente sin uno. Es casi como una inclinación reverente hacia los viejos modos, hacia el viejo estilo.

Pero en la mayor parte de su metraje, Frozen pisa nieve virgen. Por lo general, sus personajes no son buenos o malos: son personas, que toman decisiones correctas o incorrectas, que emprenden acciones buenas o malas, pero que tienen motivos que escapan de los arquetipos. Sus dos protagonistas femeninas tienen problemas e intereses propios, y aunque en algún momento, al principio, parezca que vamos a caminar por una senda trillada, sólo es el planteamiento de una pregunta que va a cambiar definitivamente el estereotipo de princesa Disney: ¿cómo vas a casarte con una persona que acabas de conocer, por muy príncipe que sea?

Es como ese comentario irónico sobre los típicos "animales parlantes" que son los soliloquios a dos voces que Kristoff mantiene con su reno. En esos momentos, Disney es casi Dreamworks... pero se recompone, y lo suma a una serie de características auténtica y propiamente Disney. Como he dicho: no se trata de ser otra cosa, Frozen está redefiniendo, re-esculpiendo a golpe de cincel si se quiere, el orgullo de ser un film Disney. Que en su esencia no sea una historia de enaamoramiento sino una historia de amor fraterno bebe de la historia familiar de Brave e inclusode una serie Disney moderna como La Princesa Sofía, donde también se está experimentando con ese tipo de narrativa.

Los personajes, y en concreto todos los protagonistas, tienen una flexibilidad y naturalidad de movimientos y expresiones extraordinaria: la combinación de captura de movimiento y de talento de los animadories consigue que esos dibujos actúen, como lo consiguieron en Blancanieves, más allá de la exageración cartoon o de los primeros planos faciales. Hay una horda de pequeños tics, gestos, actitudes y acciones completadas o interrumpidas que les infunden vida. Eso es especialmente cierto en todas las escenas musicales, y por supuesto en las dos protagonistas, Anna y Elsa, dos jóvenes con unas personalidades propias, una relación y unos problemas en los que es difícil no leer la influencia de La Patrulla X, y unas actitudes en las que no sólo tienen cabida sino que a veces están comandadas por la sensualidad e incluso la sexualidad. No sólo en la elección de los colores del palacio (verde y morado), sino en otros elementos de la película, se lee un eco de El Jorobado de Notre-Dame.

No me quiero lanzar a la piscina (por si está congelada) pero creo que para todo esto es tan importante el equipo que ha estado detrás o que el guión lo hayan co-escrito los mismos que han co-dirigido la película, como el hecho que ese tandem está compuesto por Chris Buck y Jennifer Lee. Especialmente en el caso de Jennifer, por ser una mujer (la segunda que dirige un film Disney, después de Branda Chapman en Brave) y por ser una recién llegada al mundo del cine: co-escribió Rompe Ralph y fue ayudante de dirección de un cortometraje hace 9 años. Nada más. Es evidente que Jennifer ha aportado un punto de vista fresco a la película (no sé si un punto de vista femenino, aunque es inherente a su condición de mujer, como lo es el punto de vista masculino de Chris Buck); pero lo importante, es que no se ha limitado a repetir las mismas estructuras, ha profundizado y movido las piezas narrativas en otras direcciones. Que tiene una visión personal se ejemplifica, por ejemplo, en que primero fue elegida como guionista, y varios meses después como directora: es decir, del trabajo inicial de construcción de la historia, quedó claro que la persona que mejor podía llevar las riendas de esta película, la que entendía mejor sus entrañas, su dinámica y sus emociones, era Jennifer Lee.

Mención aparte merece la banda sonora. Ya he dicho antes que esta película tiene canciones, pero no es sólo eso: si Pocahontas era un musical de Broadway, Frozen lo es diez veces más, y sin esfuerzo. Un musical absolutamente contemporáneo. Lo cual es perfectamente comprensible cuando vemos que, sí, la BSO la ha compuesto por completo el canadiense Christophe Beck (con créditos tan diversos como la música de la serie Buffy la Cazavampiros -por la que se llevó un Emmy en 1998 y otra nominación en 2002-, El Esmoquin o Los Muppets), pero la letra de las canciones son 100% obra del matrimonio Robert Lopez y Kristen Anderson, a quienes hay que agradecerles Avenue Q o The Book of Mormon; irónicas, sarcásticas, pero eclécticas y con un gran cariño por lo que parodian. Esas canciones tienen agilidad, desarrollan la trama o los personajes, contraponen musicalmente visiones de la vida o ilustran delusiones fatales. Cada una tiene razón de ser. Añadamos las voces de la broadwayiana Idina Menzel y de Kristen Bell al doblaje original. Sí, Bell también lleva su dosis de Broadway en las venas, con papeles en Reefer Madness: The Musical (tanto en teatro como en cine) y A Little Night Music de Sondheim. Todo cuadra.

No sé si Frozen se convertirá en El Rey León de nuestros días; para mi gusto, es mucho mejor. Mucho más completa, mucho más redonda (aunque no perfecta). Quizás es que yo he cambiado desde 1994; pero Disney también. para seguir siendo la misma.

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