PESADILLAS
Regresé a mi tienda de campaña con paso vacilante, intentando volver a la realidad. Conseguí despejarme un poco cuando empezó a lloviznar, pero las imágenes de la enloquecida pelea se repetían en mi mente una y otra vez. Quizá por eso tardé tanto tiempo en darme cuenta de que la manga de mi chaqueta negra estaba mojada. Sólo cuando me desvestí descubrí que no era por la lluvia: era sangre.
Desinfecté la herida (en mi pandilla nunca faltaba alcohol), la vendé y la oculté bajo una amplia muñequera de cuero. No estaba segura de querer contárselo a Eric cuando lo viera. Bastantes problemas tenía él ya.
Aquella noche me costó dormir. Cuando al fin lo conseguí, varias pesadillas sobre hombres lobo me dejaron más agotada que antes de acostarme. Ya era casi mediodía cuando Sylvia y Andrés irrumpieron en mi tienda de campaña, pero abrir los ojos me resultó tan doloroso como si aún estuviese en medio del primer sueño. Les costó mucho trabajo hacerme reaccionar.
"Vaya resaca tienes, ¿eh?" rieron.
"Buf, si os contara..." acerté a murmurar.
"Bueno, todos hemos trasnochado. Fue un buen concierto, ¿eh?"
Como para pensar en conciertos estaba yo. Cada esfuerzo por pensar era recompensado por nuevas y espectaculares variaciones de mi dolor de cabeza. Pero aún así, los recuerdos de la noche anterior me asaltaron sin piedad: Stefan, el peligro que dormía en la misma caravana que Sylvia. El juramento que me impedía contárselo. Y mi deber de avisarla.
"Ehm... Sylvia... ¿dónde dormiste anoche?"
Sylvia intercambió una mirada con Andrés. Ambos sonrieron con picardía.
"¡Vaya! ¡Enhorabuena!" exclamé, aliviada. Era mejor así. Sonreí con una complicidad burlona digna de Eric: "¿Para cuándo es la boda?"
"¡Cotilla!" bromeó Andrés, derribándome de un manotazo amistoso. Intenté levantarme, pero llegué a la conclusión de que estaba mejor tumbada.
"Necesita un café” rió Sylvia. “¡Por vía intravenosa, esto es una emergencia! Voy a mi caravana a hacer uno".
¿La caravana de Stefan? Abrí los ojos horrorizada, pero por suerte, Andrés intervino:
"No hace falta. A Pitu y Marisa les ha dado el punto y han hecho café para todos. Voy a ver si es potable".
Oí cómo el servicial Andrés se marchaba a cumplir su encargo. Sentí cómo Sylvia pasaba un pañuelo humedecido por mis párpados doloridos. El alivio me despejó un poco. Pobre Sylvia; en cualquier momento volvería a su caravana y...
"Sylvia, ¿confías en Eric?"
Ella me miró con asombro.
"Claro. Es mi primo. Sé que haría cualquier cosa por mí".
"¿Y Stefan?"
"¿Mi hermano mayor?" replicó ella, para mi sorpresa: por alguna razón no me había dado cuenta de que era un viaje familiar. "Es un encanto. Muy dulce. No me extraña que te guste, pero te advierto que es un poco aburrido".
¿Aburrido? Cerré de nuevo los ojos para ocultar la ironía de mi mirada. Si ella supiera...
"¿Y no has notado últimamente... nada raro?"
Sylvia pareció sorprendida. Después bajó la voz:
"Sí".
Un café se interpuso entre nosotras, interrumpiendo la conversación. Me esforcé por dedicar una sonrisa de agradecimiento al pobre Andrés: desde luego, el chico había sido rápido. Tras él aparecieron Pitu y Marisa, con sus respectivos ligues. He llegado a olvidar los nombres de estos últimos; para mis adentros siempre los llamé Pulpo y Lapa. No hace mucha falta explicar por qué.
"¿Os habéis enterado?" anunció Pulpo con entusiasmo, sin parar de manosear a Marisa: "¡Ha habido una pelea! ¡Ha muerto alguien!"
"¿¿QUÉE??"
El corazón me dio un vuelco, pensando en la lucha de la noche anterior. Mi pulso redobló su latido en ambas sienes, aumentando el dolor de cabeza hasta niveles surrealistas: las imágenes a mi alrededor parecieron ondularse como espejismos de verano.
Entreví borrosamente a Pitu encogiéndose de hombros: "Habrá sido una pelea de borrachos. Hay gente que no sabe beber".
"O que fuma lo que no debe", sentenció Marisa, simulando una calada a un porro imaginario.
Deseé que no me estuvieran dedicando una indirecta. Curiosamente, cuando se trataba de censurar al prójimo, las dos parecían abuelitas gruñonas. Al contrario que cuando eran ellas quienes fumaban cigarritos de la risa.
"¿Venís a ver qué ha pasado?" propusieron.
Asentí, pero mi vaso de café se balanceó peligrosamente cuando intenté levantarme. La resaca me había dejado sin equilibrio.
"Id vosotros primero" me excusé, tomando un sorbo. "Ya os alcanzaré. Y gracias".
Mientras se alejaban, intenté calmar mis nervios y mi incipiente dolor de estómago. No podía haberle pasado a mis amigos. Eric, prudentemente, había dejado a Stefan fuera de combate antes de llevárselo, ¿no?
"Creo que he sido yo" me confesó Sylvia en voz muy baja.
La miré con estupor. ¿La dulce Sylvia?
Cuando Sylvia terminó de hablar, intenté disimular lo que pensaba. No pude.
En resumen, Sylvia se preocupaba
porque ni Stefan ni Eric la dejaban casi nunca sola. Incluso para
escaparse con Andrés tenía que buscar excusas. La pobre pensaba que la
vigilaban por alguna buena razón. No sospechaba
que Eric, más bien, la estaba utilizando a ella para vigilar
disimuladamente a Stefan.
A Sylvia sólo se le ocurría un
motivo: sus pesadillas. Ella también tenía sueños sangrientos, como
yo. Y ratos de duermevela confusos, probablemente debido a la falta de
descanso. Mentalmente lo achaqué a posibles
ruidos nocturnos de sus compañeros de caravana. Pero la pobre chica no
tenía razón para sospechar de ellos; por lo tanto, Sylvia comenzaba a
temer a su propio subconsciente. ¿Había algo violento en su interior? se
preguntaba. ¿Algo que con el tiempo, con la
bebida, con un ataque de ira, pudiese salir a la luz?
"Justo ahora que me he enamorado..." dijo tristemente. "¿Y si un día hago daño a Andrés? ¿Y si he hecho algo malo ya?"
La rabia y la compasión fueron
más fuertes que yo. Sylvia estaba sufriendo a causa del secreto de Eric y
Stefan. No merecía algo así.
"¡Al diablo el juramento!" estallé. "Sylvia, tengo que decirte algo..."
"No lo entiendes" continuó ella.
"Esta mañana ha vuelto a pasar. Andrés se ha marchado un rato y yo he
soñado con otra pelea. Pero al despertar, me dicen que ha ocurrido de
verdad..."
"No, Sylvia" interrumpí,
intentando dolorosamente poner en orden mis ideas. "Puede haber sido
otra persona. Prometí que lo mantendría en secreto, pero..."
Una ráfaga de dolor más intensa que las demás estalló en el interior de mi mente. No recuerdo nada más.
Sólo sé que, cuando por fin
conseguí enfocar la vista, me encontraba en otro lugar: el descampado cercano al recinto de conciertos, desierto a aquella hora. Y mi amiga ya no
estaba. Sólo un charco de sangre.
De sangre que olía igual que mis labios. Que mis dientes. Que mis manos teñidas de rojo.
La sangre de Sylvia.
"¿Qué he hecho...?"
Comencé a intuirlo a través de las nieblas de mi mente.
"No..."
Comprendí qué significaba aquel dolor lacerante en mi cerebro. Supe que tenía fiebre. Y qué tipo de fiebre.
"¡¡No!!"
Tardé mucho tiempo en comprender que estaba pensando, o más bien aullando, en voz alta.
Estaba sola.
Había matado a Sylvia.
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