29 septiembre 2014

El Festival de los Cerezos/11

- Nací aquí, a las afueras de Koyotei. Mis padres son músicos itinerantes, y quiso el destino o la fortuna que mi madre me pariera en las cercanías de este pueblo y no en otra parte. Pero es una mera casualidad: no pertenezco a ningún lugar concreto. Pasé mi infancia recorriendo los caminos junto a ellos y aprendiendo los rudimentos del arte. Wakahisa fue la matrona que asistió a mi madre en mi alumbramiento, y tras dejar a mis padres pasé algunos años con ella, mientras trataba de que aprendiera los misterios arcanos... pero creo que el estudio no es lo mío. Prefiero tocar música, contar historias y andar por los caminos en una agradable compañía.

El alegre kitsune tocó unos acordes sencillos en su laúd. Teru caminaba por la senda que llevaba hacia el Este, aparentemente contento de estirar las piernas, de alejarse de la rutina del pequeño enclave y de viajar con la hermosa novicia. Katsumi suspiraba, impaciente, mientras el kitsune parloteaba.

- Tengo tres hermanos, pero no son tan divertidos como yo, jaja.
- Têru: te conozco desde hace casi 10 años.
- ¿Estás segura? -respondió, pícaro, el kitsune-. Ya nunca te veo de fiesta por el pueblo. Hace casi un año que no sales con nosotros a divertirte... Yo creo que te han cambiado, que ya no eres la misma. Y a los extraños hay que presentarse educadamente, jiji.

La primera noche de aquel viaje, Têru volvió a tener el mismo sueño, y fue la última que se repitió. Al día siguiente caminaron rodeados por campos de trigo y al tercero, de cebada. El número de granjas había ido disminuyendo a medida que se dirigían más al Este. Y entonces alcanzaron el límite de los terrenos de la última de todas. Tres esforzados jornaleros estaban quitando las malas hierbas de los límites de un campo de cebada en pleno crecimiento, faltaba a penas mes y medio para cosecharla. Más allá de donde trabajaban comenzaba la pradera salvaje, y mirando bien hacia el horizonte podían divisarse las estribaciones de un gran bosque que llegaba hasta el sur.
- ¡Buenos días, viajeros! -dijo uno de ellos al verlos. Dejaron de trabajar y se acercaron para acariciar el lomo del kitsune con la fruición de quien cree que da buena suerte-. ¿Os dirigís hacia la costa?
- Buenos días -respondió con una sutil inclinación de la cabeza la novicia-. ¿Ya estáis preparados para la celebración de la próxima semana?
- Oh, hay muchas ganas de terminar los trabajos para poder ir al Festival, elevada kannushi.
- ¿Les echamos una mano amigos? -dijo Têru para sorpresa suma de su compañera, que lo tenía por un haragán-. Nos dirigimos a casa de la reverenda Wakahisa, pero supongo que tenemos un poco de tiempo para echar una mano, ¿no, Katsumi? Por cierto, ¿de quién es esa granja tan grande que hemos cruzado hace poco?
- ¿A baba Wakahisa? Pero no es posible...
- Tenéis que haberos cruzado...
- Pasaron por aquí en vuestra dirección no hará ni dos horas. Viajaba con dos muchachos jóvenes.
- Sí, uno con aspecto de simio y el otro con una horca de tres dientes. Quizás aún...

Entonces, un grito procedente de detrás de los campesinos rompió la tranquilidad de la soleada mañana. Por entre la cebada llegaban lanzados otros dos de sus compañeros, corriendo como alma que llevara el diablo.
- ¡Vienen los yokai! ¡Que vienen los yokai!
- ¡Son gigantes, oh, gigantes!
Katsumi y Têru trataron de divisar algo tras los que gritaban. A unos 10 metros tras ellos había unas hierbas altas y matorrales por entre los que habían aparecido corriendo. ¿Gigantes? No se veía que nada les persiguiera. O tal vez sí que había una cierta agitación entre la espesura...

Têru tomó la iniciativa:
- ¡Venid aquí, conmigo! -llamó a los dos que huían hacia ellos y a los tres con los que habían estado hablando. Les conminaba a cruzar la senda y esconderse entre la cebada que crecía al otro lado del camino. 
Katsumi aún no veía que viniera nada, pero empezó a salmodiar un rezo, encomendándose a la protección de Shizuru. Fue entonces cuando algo marrón oscuro, del tamaño de un poni, salió a toda velocidad de entre las matas del fondo, seguido de otra criatura igual. Sus seis patas se movián a una velocidad endiablada y llevándolas a través de la cebada, ganando cada vez más terrenoa  los pobres campesions que corrían por sus vidas. Dos pares de mandíbulas chasqueaban y otras tantas antenas oscilaban por encima de unos ojos negros y brillantes.
- ¡Son hormigas gigantes!
- Yo me encargo -afirmó con seguridad Têru mientras murmuraba unas palabras en la lengua secreta de los bosques. Nada ocurrió, las enormes hormigas seguían corriendo hacia ellos y estaban a punto de alcanzar a los campesinos... y a ellos dos-. ¡Maldición!
- ¿Qué has hecho?
- Un conjuro de sueño. Es... es muy efectivo con los animales. Normalmente...
- Yo las veo muy despiertas -y muy cerca.
- Esto... Quizás haya olvidado que los insectos no tienen mente y no les afecta...
La clérigo desenfundó la katana y se preparó para el combate que se preveía difícil.

1 comentario:

Murlock dijo...

"- ¿Qué has hecho?
- Un conjuro de sueño. Es... es muy efectivo con los animales. Normalmente..."

:p