TERTIA PUGNA
CAPÍTULO 7.- SESENTA Y CINCO LÁZAROS
(Local de Madame Sandwich, en la parte "exótica" del Soho)
- Aquí todo es muy caro, Sastra.
- No me llamo "Sastra" ni "Costurera", sino Madame Sandwich. Y tengo que pagar a mis empleadas dignamente.
- ¿Dignamente? -el viejo yuppie soltó una risotada tan estridente que casi se oyó por encima de la música del local-. ¡Pero si son...!
- ¡Son trabajadoras! -le cortó la gerente con firmeza-. Prestan un servicio. ¡A cambio de un sueldo!
- ¿Eres empresario y no lo entiendes? -se burló uno de sus compañeros de borrachera-. Como seas igual de roñas en todos tus negocios...
El avaro, ofendido, buscó las llaves de su Jaguar y se encaminó hacia la salida. Madame Sandwich palideció cuando le oyó mascullar el nombre de un tugurio barato de los bajos fondos.
- ¿Qué pasa con ese sitio? -se interesó uno de los clientes restantes.
- Que allí no tratan bien a sus chicas -contestó ella con tristeza. Sospechaba que aquel horrible lugar estaba implicado en delitos de trata de personas. Pero, por desgracia, no tenía pruebas.
Minutos después, un Jaguar clásico aparcó frente a un lóbrego tugurio de los bajos fondos. Pero fuera del local no montaba guardia el hampón acostumbrado, sino un fumador de mirada sucia, pelo cano y aura demoníaca.
- ¿Tú quién eres? -preguntó el "guardián", relamiéndose con disimulo; estaba consultando la agenda de un teléfono móvil-. No estás en esta lista.
- Soy cliente habitual -gruñó el avaro, abriendo la puerta del Jaguar para apearse.
El fumador esbozó una sonrisa sucia y avanzó un par de pasos. Era Hastur, aunque no lucía su rostro habitual: por precaución, él y Shax habían decidido cambiar de apariencia cada vez que atacaran a un nuevo humano.
- ¿Estás al tanto del bienestar laboral de este negocio? -preguntó al cliente.
- Ni lo sé ni me importa -se encogió de hombros el yuppie-. ¿Puedo entrar ya?
- Así que eres cómplice -Hastur avanzó otro paso y se relamió de nuevo; había algo corrupto en su olor y en sus modales-. Hoy ya he comido con sesenta y cinco... ejem... "clientes" como tú, pero puedo hacerte un hueco. Por favor, baja de ese carruaje, o como sea que se llame ahora, y... -sonrió ávidamente- acompáñame para comer.
El otro ya tenía un pie fuera del Jaguar, pero se lo pensó mejor y volvió a meterlo. Ya estaba cerrando la puerta cuando se le echó algo encima. Si no hubiera sabido que era imposible, habría jurado que era una especie de... ¿enjambre?
"Prefiero no saberlo" decidió, pisando a fondo el acelerador. No sabía por qué le asaltaban aquellos escalofríos, pero necesitaba alejarse de allí cuanto antes.
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Azirafel estaba inquieto: Metatrón le había enviado contra Crowley sin pruebas, por simple odio personal. El Arcángel Supremo habría preferido no volver a reunirse con el que fue su amigo: su despedida había sido demasiado dolorosa. Pero, precisamente por eso, debía demostrar la inocencia del exdemonio. Le había hecho daño. Se lo debía.
- Escúchame de una santa vez -insistió Azirafel con urgencia-. Sesenta y cinco: ¿te suena esa cifra, Crowley?
Éste se encogió de hombros con chulería:
- Sí, la fecha de tu puto anuario. Lo he regalado para hacer una buena obra: ¡de nada!
- ¿Eso es todo? -sonrió Azirafel con alivio. Su antiguo amigo no parecía saber nada de acerca de crímenes sobrenaturales...
... hasta que el exdemonio, siguiendo su mirada, al fin se volvió hacia Nina y reparó en el periódico que ésta sostenía. Al ver la trágica noticia de la portada se le dilataron los iris amarillos, ocupando sus ojos por completo:
- Espera, ¿por eso venías, áng... "arcángel supremo"? -le espetó con sorna-. ¿Por unos cuantos pederastas que están mejor muertos?
Azirafel palideció al escuchar la confesión: tuvo que desabrocharse el cuello para intentar recuperar el aliento. Crowley observó, molesto, que el nuevo Arcángel Supremo ya no portaba su antiguo abrigo, sino uno gris plateado, irritantemente similar al de Gabriel, con un sospechoso bulto a la altura de la cintura.
- ¿Llevas una espada bajo ese abrigo, o es que te "alegras" de verme? -coqueteó con grosería.
Su interlocutor reprimió un temblor en sus manos al mostrar a Crowley un documento, escrito de puño y letra del Metatrón en un alfabeto más antiguo que el Mundo:
"Londres. -65 Lázaros. Destruye al responsable".
- Por favor -rogó-, ¡dime que no estás metido en esto!
El acusado bajó la voz hasta convertirla en un susurro extrañamente rugiente:
- ¿Y si lo merecían? Dime, ¿qué harías?
La mirada de Azirafel se convirtió en una súplica:
- No te he pedido exactamente me digas la verdad.
- Retorciendo las normas, ¿eh? -asintió Crowley, con una mueca astuta-. Siempre he admirado lo cabrón que puedes llegar a ser.
- Ejem... ¿gracias?
- En fin, áng... arcángel; contestando a tu pregunta...
El rugido de un motor y un chirriar de frenos interrumpieron la frase, seguidos por el terrible estrépito de una colisión. Un enorme Jaguar clásico, después de destrozar varias farolas, se estrelló contra la fachada de la librería.
A juzgar por su trayectoria, parecía proceder de los bajos fondos.
Y a su paso, Maggie había desaparecido.
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