28 julio 2025

Tertia Pugna-9

 


 


 TERTIA PUGNA

FanFiction de Good Omens

Por Mª Nieves Gálvez


Capítulos:   1   2   3   4   5   6   7   8   9



En capítulos anteriores: Crowley intenta olvidar a Azirafel a base de velocímetro y alcohol, hasta que Hastur y Shax le ofrecen una tentación mejor: ejecutar a criminales que abusan de niños. 
El Cielo detecta las ejecuciones sobrenaturales y envía al nuevo Arcángel Supremo para castigar al culpable. Así es como Azirafel se ve forzado a enfrentarse a su antiguo amigo...

 9.- EL PRECIO DE LA NEUTRALIDAD 

 

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    El libre albedrío tiene un precio: la soledad.

    Aun así, es tentador. Te permite hacer o decir cosas diferentes a las que dicta el grupo, incluso mejores. Y se lo puedes enseñar a otros, ya sea en el Edén con manzanas o en casa de Job salvando niños. Pero si aprenden a ser libres, un día pueden decidir algo que no te convenga. Por ejemplo, dejarte solo. Y entonces no habrá grupo que te defienda a ti.

    (Notas de su Todopoderosidad: fragmento sobre el Edén)




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    Crowley humeaba de furia bajo la lluvia: no le gustaba tener que reunirse con Azirafel, y menos aún rodeado de público. ¿Por qué estaban acudiendo espectadores tan peligrosos como Miguel y Shax? ¿Y por qué éstos, a pesar de servir a bandos contrarios, lo miraban con idénticas sonrisas de depredador? 

    Bueno, de eso último sí sabía la respuesta, como cualquiera que haya estado en el Infierno (o en una auditoría, que viene a ser lo mismo): "Cuando hay problemas, si alguien sonríe es que va a repartir culpas".

    - ¿Eres tú el responsable de esta muerte, Crowley? -reclamó Shax con inquietante amabilidad. La lluvia se evaporaba al tocar su roja indumentaria; su mano enguantada señalaba los restos de un automóvil siniestrado.

    - ¿O de los veinte Lázaros que hemos detectado en esa librería? -agregó Miguel.

    "Ambos bandos en mi contra: ¡soy un puto genio!" se lamentó Crowley. Pero forzó una sonrisa burlona:

    - ¡Lázaros, Lázaros! ¿No sabes decir nada más? ¿Bodas cananeas, caminatas acuáticas, panes y...?

    Shax celebró la ocurrencia con una risa seca, pero Miguel bramó con furia:

    - ¡No te atrevas a frivolizar con esos temas, demonio!

    - Frivolizas tú, que has reducido a Lázaro a una unidad de medida -insistió Crowley, encantado de cambiar de tema-. ¡Lázaro era una PERSONA!

    Distraídos por la discusión, o tal vez por la lluvia y los relámpagos, no repararon en lo que estaba sucediendo al otro lado de la calle, entre los restos del destrozado automóvil. De su interior, goteando entre las grietas del metal, salió... algo. Desde lejos casi podría parecer un líquido, pero en realidad era un reguero granuloso de insectos. Miles de ellos. El diabólico enjambre se acumuló sobre el asfalto hasta elevarse en forma humanoide pero, antes de que pudiera huir hacia el callejón vecino, le salió al paso alguien mucho más eficiente que los demás:

    - ¡Vade retro, demonio! ¿Qué haces aquí? -Azirafel apartó al repugnante ser de un empellón, desenvainó su espada sin encenderla y forzó con ella la destrozada portezuela del vehículo. El metal crujió y se abrió, revelando lo poco que quedaba del difunto piloto-. ¡Eres tú el causante de esas muertes!

    Hastur, pues no se trataba de otro, se encogió de hombros:

    - ¿Muertes? Sólo una, ¿no sabes contar? -contestó con desprecio-. Además, era un criminal.

    - ¡Sesenta y seis muertes como ésta en pocos días! ¡No te hagas el inocente!

    La expresión de Hastur pasó de la indiferencia al asombro, hasta estallar en asmáticas carcajadas:

    - ¿"Inocente"? ¡Nunca me habían llamado eso!

    Un súbito resplandor lo hizo retroceder: la espada del Arcángel Supremo se envolvió en fuego sagrado, siseando bajo la lluvia. Hastur se encogió, acobardado por los recuerdos de una Guerra más antigua que el planeta que pisaba, y tartamudeó:


    - ¡E-espera! L-La idea no fue mía... ¡sólo sigo órdenes!

    - ¿Órdenes de quién? -ladró Miguel al desenvainar su propia espada. Siete símbolos parpadearon como estrellas en la azulada hoja.

    - Ésa es la pregunta correcta, queridos -Shax, manteniendo las distancias, miró a Crowley con teatral lentitud-. ¿Qué es más culpable: el arma, o la mano que la empuña?

    Crowley la miró con tanto odio como admiración profesional: "Por eso ella y Hastur mataron a los criminales que les indiqué. ¡Para implicarme! ¡Y prácticamente se lo he confesado al Arcángel Supremo!"

    Azirafel estaba llegando a una conclusión similar, pero bajó la espada y pensó con rapidez. Tenía delante su mayor miedo: verse obligado a elegir entre su deber y la vida del que una vez fue su mejor amigo. Todavía era el único ángel que conocía la relación de Crowley con aquellas muertes, pero cuando la oyeran los demás...

    - ¡Habla claro, demonio! -exigió Miguel, avanzando hacia la recién llegada con insólita rapidez. Los símbolos de su espada palpitaron de nuevo.

    Shax calló, intimidada por la proximidad del arma, pero Hastur señaló a Crowley y tomó aire para hablar.

    Crowley se preparó para escapar de allí cagando melodías.

    Y el Arcángel Supremo tomó una decisión.

    - ¿Para qué? ¿Para oír mentiras? - Azirafel lanzó un mandoble justo a tiempo para silenciar a Hastur. Éste, sorprendido por la rapidez del ataque, sólo acertó a protegerse instintivamente alzando un brazo. Un trueno más fuerte que los demás ahogó sus gritos.

    - Cierto, ¡los demonios mienten! -recordó Miguel, girándose para contemplar el espectáculo; no todos los días hacia algo tan violento el blanducho de Azirafel. 

    El aire se llenó de humo y olor a azufre. Hastur aulló de dolor, mirando atónito el brazo en el que ya no tenía mano. Sus alaridos aumentaron cuando la herida ígnea se expandió centímetro a centímetro, derritiendo el resto del antebrazo como una versión a cámara lenta del agua bendita. La similitud con la muerte de Ligur lo paralizó de miedo; tardó interminables segundos en reaccionar lo bastante para desmaterializarse. La parte aún sana del enjambre abandonó los chamuscados restos y desapareció por el sumidero de una alcantarilla, siseando horribles amenazas.


    Crowley contempló la escena boquiabierto: "¿Ha usado a Hastur como chivo expiatorio? ¿Para encubrirme?"

    Azirafel se sintió sucio, a pesar del agua que le estaba cayendo encima. No por atacar a Hastur, claro; pero sí por ocultar lo demás. Chasqueó los dedos para detener la lluvia y se asentó un incómodo silencio, roto apenas por el crepitar de las últimas gotas, hasta que lo rompió una voz humana:

    - ¿Quién ha gritado? ¿Crowley? -Nina salió de la librería como un rayo, seguida por Maggie. Pero apenas pisó la calle, la barista se paralizó de horror al ver a Miguel junto a Shax. Maggie chocó contra ella y retrocedió hacia el interior, aturdida:

    - ¡No...! ¡¡Otra vez, no!!

    - ¿Por qué lo llamas, humana? -Miguel la miró con desprecio-. ¿Qué tratos tienes con ese demonio?

    Nina se echó a temblar, pero protegió con su cuerpo a su amiga y reunió valor suficiente para decir:

    - Crowley sólo estaba ayudando a una persona herida. ¡No ha hecho nada malo!

    - No te atrevas a darme lecciones sobre el Bien y el Mal. ¡Ha hecho lo que te conviene, sólo eso!

    Nina intentó retroceder, pero su cuerpo no le obedeció. Para su horror, avanzó un paso y habló con una voz que no era la suya:  

    - Ése es un debate filosófico muy antiguo, queridos -se burló la voz de Shax a través de Nina. La humana era terroríficamente consciente de todo, pero incapaz de evitarlo-: ¿Qué diferencia hay para los humanos entre el Bien y lo Conveniente?

    Maggie tiró de la ropa de Nina y la llamó, intentando inútilmente hacerla reaccionar. Miguel se tensó con indignación y miró a su espalda, al lugar que sólo un momento antes ocupaba Shax. ¡Estaba vacío! ¿Cómo había cometido un error tan torpe?

    - Me diste la espalda, ingenuo angelito -se burló la voz de Shax desde de su huésped humano-. Me gusta, es un gesto de confianza. Pero prefiero estar aquí, más lejos de tu pinchito de lucecitas.

    Miguel caminó hacia a la posesión diabólica con su arma en alto y el rostro contraído de furia: 

    - ¿¡Pinchito!? ¡Esta espada fue la que derrotó a Satán en la Gran...! 

    - ¡Así no, Miguel! ¡Matarías a la humana también! -intervino Azirafel. Su voz se endureció al ordenar a Shax-: ¡Abandona ese cuerpo, demonio!

    - ¿Qué importa? ¡El alma humana es inmortal! -Miguel describió con su espada un ágil arco hacia Nina/Shax-. ¡Sé mejor que tú cómo combatir contra demonios!

    Un relámpago y un estruendo metálico detuvieron el golpe: era el arma del Arcángel Supremo, desviando la hoja azul con un ímpetu que nadie esperaría de un exlibrero. La espada azul se apartó y atacó de nuevo, sólo para ser desviada por repetidos ataques de la espada flamígera. Miguel no tuvo más remedio que defenderse y retroceder, gritando con indignación:

    - ¡Traidor!

    - No, ¡sólo te salvo de matar a un ser humano inocente! -insistió Azirafel-. ¡Lo tenemos prohibido!

    - ¡Según para qué!

    - ¿Me invitas a entrar, querida? -se burló Shax, volviéndose hacia Maggie con un giro de cuello imposible. La rubia humana negó, preguntándose qué hacer. Aquella sonrisa diabólica en el rostro de Nina le daba náuseas. 

    A Crowley se le iluminó la mirada: ¡No se podía entrar sin invitación! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Esperó a que Azirafel y Miguel se apartaran un poco más, bajó la cabeza, tomó impulso y...

    La embestida fue prosaicamente similar a un placaje de rugby: Nina perdió el equilibrio y su cuerpo cayó hacia el interior de la librería. Sus manos todavía se aferraron al quicio de la puerta, retorciéndose grotescamente durante unos segundos, hasta que Maggie y Muriel sumaron sus fuerzas a las de Crowley para arrastrarla al interior. El exdemonio cayó sobre ellas, o debajo, o todo a la vez: era difícil saberlo en aquel embrollo de brazos y piernas.

    Shax se materializó fuera de la puerta, expulsada por la barrera invisible, con los ojos cómicamente desorbitados al comprender su error.

    - ¡Qué idiota has sido al quedarte ahí! -rió Crowley, desde el suelo-. ¡Justo donde no puedes pasar!

    Azirafel sonrió con admiración y se hizo a un lado:

    - ¡Ahora, Miguel!

    El arcángel guerrero se abalanzó sobre Shax al grito de "¡Muere, demonio!". Pero antes de que pudiera rematar el golpe, una voz infantil interrumpió la escena:

    - ¡Ángel Shax! ¡Ángel Crowley! -una niña de no más de catorce años, portando un aro en la nariz, se abrazó a la diablesa-. ¿Dónde está el ángel Hastur?

    - ¿Qué? -se escandalizó Miguel-. ¡No son ángeles!

    La niña se le encaró y replicó, tan pequeña como desafiante:

    - ¡Lo son! Me salvaron de un hombre malo. ¡No les hagas daño, demonio!

    El asombro de Miguel no tuvo límites: 

    - ¿¿QUÉ??

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Otros relatos inspirados en el universo de Good Omens:   

Papilio Tempestae (one shot. Infancia de Warlock)

1 Natividad    2 Tentación    3 Pasión

 

07 junio 2025

100 días (y más) siendo Community Manager

Pasados, de largo, los 100 días de rigor en mi nueva andadura como community manager, puedo empezar a sacar conclusiones por los patrones, tipos e intercambios que voy experimentando. Sin absolutismos, ya voy calando a la gente.

Porque hay un gran grueso majo, que comenta poco, se alegra de las noticias y comparte lo que le gusta. Pero lo que acaba dejando el poso son los otros: no porque se quejen de lo que está mal, esos ayudan mucho a detectar lo que, como CM, debo trasladar al resto del equipo. El control de calidad activo es siempre práctico para poder mejorar en nuestra labor, la mía o la del conjunto. Ni siquiera son del todo inútiles los que solo comentan para quejarse, porque incluso un reloj estropeado da dos veces al día la hora correcta.

Ni siquiera me refiero a los "perdonavidas", que patéticamente afirman que "hoy van de buenas" y te retan, cual niños de siete años, a que les contestes algo, cubriéndose las espaldas con un "pero claro, no me diréis nada porque me tenéis bloqueado". Chiquines... A veces se les da un poco de casito, no mucho que se desmoronan cuando les falta.

No: me refiero a los solipsistas. Los que creen que trabajas, y la empresa, para ellos. En particular. Los que de verdad se creen la frase de "el cliente siempre tiene razón" sin considerar el resto de la cita de Selfridge: "...en cuestión de gustos".

Y para no dar detalles específicos y apuntar a gente concreta, haré el símil con una empresa de helados. No, no soy community manager de una empresa heladera...

Algunos solipsistas quieren saber si alguna vez haréis un helado con sabor a pepino. Tú tienes delante el plan comercial del año, tanto el anunciado como las novedades que aún no se han anticipado, y ves que no hay ningún helado con sabor a pepino. Pero no puedes decir "no", porque no sabes si algún día se hará un helado de pepino, ni puedes decir "sí", porque no es tu labor comprometerte. Eres el CM, no el director.

Lo que el soilipsista espera realmente es que vayas a hablar con el equipo de I+D y dirección y les saques una respuesta vinculante sobre el helado de pepino. Pero no es su trabajo contestar a esas preguntas. Es hacer helados y llevar una empresa heladera. Así que...

...no contestas.

...o dices que no está previsto en estos momentos.

...o das las gracias por la sugerencia y emplazas a futuros años.

Cualquier persona normalmente tendría bastante con eso, ¿verdad? No. El solipsista no, porque la pepinidad es su vida. Y necesita ese helado de pepino para ayer. No poder tenerlo en su mano y saborearlo durante 3 minutos es una afrenta a la tradición heladera.

Luego están los fans de los polos. Los helados de leche, los cucuruchos... le parecen para estúpidos que no saben lo bien que siente un buen polo. Que te guste el chocolate denota tu poco conocimiento, porque a ellos solo les importan los polos. Dame lo que quieras, pero en polo. No les basta con celebrar cada polo nuevo que anuncias, tienen que llorar y crujir de dientes por cada helado que saques en otro formato: "eso debería haber sido un polo".

¿Le cambias el nombre a un helado? A la mayoría le da igual. Los solipsistas ponen el grito en el cielo. Aunque sea uno que antes licenciaba otra empresa heladera pero ahora sacas tú en tu línea. No, no, no. El Camy-Seta tiene que llamarse así aunque ahora lo venda Frigo. ¿Por qué cambian las mates? ¡Son mates!

En general, por tanto, todo bien. La mayoría de gente muy maja, los compañeros de trabajo, un sol. El trabajo en sí, emocionante. Los solipsistas hacen ruido, y es fácil que te amarguen el día porque en el fondo es lo que necesitan, ser edgy, ser malotes, sentirse a contracorriente. No pueden disfrutar de lo suyo, necesitan hacer sentir mal a los que disfrutan otras cosas. "¡Nuevo helado con sabor a pepino!" "Menos mal que me lo voy a ahorrar porque no es un polo". Necesitan hacer saber al mundo lo que no les gusta para sentirse realizados. Bueno, internet también es para ellos, y si les sirve de terapia, oye, eso que se ahorran...

La mía es aprender a ignorarlos, que no deja de ser lo que me recomiendan mis jefes, a fin de cuentas. Nosotros estamos para hacer helados, compartirlos, hablar de lo deliciosos que son, de su historia, de sus peculiaridades, escuchar las sugerencias y experiencias de los que los disfrutan. No para revelar planes comerciales futuros antes de que marketing, dirección e I+D nos den el visto bueno.

Respiras hondo. Recuerdas cuánto te gustan los helados y sigues trabajando para los que los disfrutan.

¡A por 100 (y pico) más!

20 marzo 2025

TERTIA PUGNA-8


 


 TERTIA PUGNA

FanFiction de Good Omens

Por Mª Nieves Gálvez

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CAPÍTULO 8.- SANGRE INOCENTE


I am not a god, neither a saint
I am no hero, I am just a friend (...)
Two hands to hеal the pain
(Sunburst, "Samaritan")

    La vida es como una caja de dinamita: puedes aprender a manejarla, pero no te descuides. Porque también puede ser que salgas volando cuando menos te lo esperas.

    O que desaparezcas bajo las ruedas de un bólido de dos toneladas.

    - ¡¡Maggie!! -gritó Nina, lanzándose hacia el vehículo que le había arrebatado a su amiga. Intentó rebuscar bajo el amasijo de hierros, rogando sin cesar-: Por favor, Dios mío, ¡que no esté muerta!


    Entonces sucedió algo casi único. A fin de cuentas, como diría Gabriel, no es frecuente que un ser humano tenga ocasión de rezar en presencia del puto Arcángel Supremo.

    La calle se inundó de luz purísima (y de un cursi olor a rosas). La invocación despertó en Azirafel un poder abrasador: a punto estuvo de descorporizarse. Pero consiguió dominarse, dejar de brillar como un foco halógeno e imponer las manos sobre el metal: se concentró para elevarlo...

    ... y le resultó mucho más fácil de lo que esperaba. El doble de fácil, para ser exactos. 

    Cualquier otro ángel se habría puesto en guardia al ver a Crowley, con las alas aún desplegadas, recitando un conjuro en la lengua del Infierno. Pero Azirafel sonrió:

    - Gracias por... 

    - No lo hago por ti. ¡Sólo es porque conozco mejor que tú estos trastos! -le interrumpió Crowley. Sus ojos de serpiente se clavaron en los del otro, señalaron una dirección y el ángel obedeció. Juntos apartaron el maltrecho vehículo, sincronizándose como engranajes de una maquinaria, que por fin, volvía a estar completa.

    Como en el pasado. 

    Como debería ser siempre.

    - Maggie... -gimió Nina. La joven morena se acercó temblando a la librería, sin atreverse a mirar la entrada. Porque, contra la puerta, el Jaguar debería haber aplastado a...

    - N-no... ¿¿¡no está!?? 

    - ¡Milagro! -anunció la voz jubilosa de Muriel desde el interior del edificio. A través del hueco de la entrada (ya no había puerta), todos vieron que el ángel novato sostenía en sus brazos a Maggie-. ¡Por fin he hecho un milagro!

    Nina entró, espoleada por la adrenalina:

    - Maggie, ¿¡estás bien!? ¡Creí que ese trasto te había planchado contra la puerta! 

    - ¡Imagina lo que creí yo! -balbuceó la aludida, acabando de ponerse en pie-. Sí que es un milagro...

    - Más bien medio milagro. Tienes una hemorragia interna -señaló Crowley desde el umbral. Se había quitado las gafas, para examinar las lesiones con su visión infrarroja de serpiente.

    - Podría ser peor -sonrió valientemente Maggie-. No sé cómo lo has hecho, Muriel, pero gracias.

    - Sólo quité la puert... - la sonrisa de Muriel se heló al ver quién más se aproximaba -. Aunqueee... ¡s-seguro que no cambié nada importante! N-no puedo interferir en asuntos de hu-humanos...

    El Arcángel Supremo cruzó el umbral, miró al ángel novato y... se vio a sí mismo, años atrás. Ocultando sus bienintencionados deslices a sus superiores, tras la máscara de una sonrisa de terror. 

    - No temas, Muriel -decidió, mirando para otro lado-. No te he visto hacer nada inapropiado.

     ¿Así se sentía Gabriel cada vez que Azirafel mentía?

    ¿Siempre sospechó más de lo que parecía?

    La voz de Crowley lo sacó de su ensimismamiento:

    - ¡Ángel! ¡Haz lo tuyo!

    - ¿Perdón...?

    - ¿No la curas? ¡Está más blanca que tu despacho!

    - Sólo es un mareo -protestó Maggie, aunque comenzaba a ver borroso. Tuvo que sentarse para contener las náuseas.

    Azirafel asintió, deseando ayudar, pero miró a su espalda... y se quedó rígido en el sitio.

    Maldición. Nos vigilan.

    - ¿De verdad no puede interferir? -se exasperó Nina - ¿A estas alturas? ¿Después de lo que nos mangoneó en el baile?

    El exdemonio contempló, boquiabierto, cómo el arcángel se marchaba. No sabía si lo que sentía era asombro, furia o decepción. Sólo se preguntaba cómo había dedicado tanto tiempo de su vida a alguien así. 

    - Crowley, ¡al menos, ven tú! -suplicó Maggie, con un brusco espasmo de dolor.

    La invitación deshizo la barrera invisible que retenía a Crowley: éste perdió el equilibrio, cayó dentro de la librería, se levantó entre blasfemias y examinó el mapa de luces infrarrojas que era Maggie:

    - ¡Una arteria enorme se está oscureciendo! Su luz se derrama fuera de...

    - ¿¡Qué!?

    - No lo ves, pero confía en mí -Crowley señaló un punto bajo la piel de Maggie. Ahí dentro hay una arteria rota, Detective Contable. ¡Repárala!

    - No d-debo -tembló Muriel-. Y no puedo. Yo no soy suficiente...

    - Conmigo, sí lo eres. ¡Yo contengo la hemorragia interna y tú reparas!

    Muriel miró con angustia la salida, por la que había desaparecido su superior. Pero se volvió hacia sus amigas y también vio temor en ellas. Ambas alternativas le daban miedo, tanto si elegía obedecer como si no.

    Pero, al menos, podía elegir. 

    Y lo hizo.

    Hay un aura humana: siéntela. No está completa: dentro hay algo roto. Pero has leído libros y sabes cómo debería ser esa arteria. Intentas canalizar un poco de poder para restaurar su forma. Y lo consigues: es como reparar un tubo. Aunque vacío, claro: no sabes llenarlo...

    - Buen trabajo, Detective Contable -elogió Crowley-. ¡Mi turno!

    Se dice que los demonios no pueden curar, pero había algo que Crowley sí sabía remediar: la resaca. El truco estaba en retirar el alcohol de sus venas para devolverlo a la botella, combinando mecánica de fluidos y tacañería. Haría falta mucha imaginación para curar a nadie con eso, pero la imaginación era su especialidad. Visualizó a Maggie como si fuera una botella, chasqueó los dedos y...

    - ¡Le está volviendo el color a la cara!  -celebró Nina-. Maggie, ¿me oyes? ¡Dime algo!

    - ¿La sangre ha vuelto a su sitio? -Muriel miró a Crowley con admiración-. ¿Cómo lo has hecho?

    - ¡Con un truco de borracho! Si puedo mover alcohol de un sitio a otro, también puedo mover otros líquidos. ¡Siglos de vicio me han preparado para este momento! 

    - Eso no tiene sentido, pero gracias -sonrió Maggie, más recuperada-. Bendito seas, Crowley...

    - ¡No bendigas, joder! ¡Que eso escuece!- protestó él. 

    Pero, en realidad, sonreía cuando dio la espalda al trío: estaba satisfecho. Sobre todo, por la reacción de Muriel.

    Se le podía tentar. Sabía desobedecer.

   Apartando de su mente intrusivos recuerdos de borrachera, se dirigió al exterior. Tenía asuntos que atender. El primero, averiguar a dónde había ido con tanta prisa el puto Arcángel Supremo.


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    Un gélido aguacero azotaba las calles del Soho. Azirafel se encogió al salir de su librería, pero no a causa del frío:

    - Veinticinco Lázaros -le sobresaltó una voz acusadora-. ¡Otra vez! 

    El Arcángel Supremo se detuvo en el umbral y reprimió una disculpa. Llevaba milenios disculpándose; le estaba costando quitarse esa costumbre. 

    - Sesenta y cinco -corrigió, intentando sonar autoritario-. Pero no necesitas venir para eso, Miguel. ¡Es mi caso!

    - Entonces, ¿eres tú el causante? 

    - Al contrario: ¡soy el que lo investiga! -Azirafel mostró el documento firmado por el Metatrón y leyó en voz alta-: "-65 Lázaros. Destruye al responsable".

    - No venimos por eso -intervino alguien más. Incluso antes de verle doblar la esquina, su aura y el zumbido de su silla de ruedas eran inconfundibles-. Ha habido otro milagro menor, hace unos minutos.

    - Veinticinco Lázaros positivos -asintió Miguel.

    Saraqael detuvo su silla junto a los restos humeantes de lo que había sido un Jaguar clásico y señaló los daños en la fachada de la librería: 

    - ¿Esta cosa chocó contra nuestra Embajada?

    Azirafel asintió, inquieto:

    - Sí, hace unos minutos. Lo aparté con un milagro y... ah, entonces sí fui yo -admitió. Posó una mano en el hombro de cada intruso y se los llevó hacia el ascensor-. Supongo que me excedí por accidente. Vayamos a transmitirle al Metatrón mis disculpas.

    - ¿Sólo eso?

    - Sólo eso -Azirafel les metió más prisa: no quería que se quedaran a curiosear en la librería-. ¿Qué más podría ser?

    La respuesta fue rápida. Inoportunamente rápida.

    El aire aumentó su densidad hasta un nivel casi sofocante. Las gotas de lluvia ralentizaron su caída, se detuvieron sin tocar el suelo y comenzaron a ascender lentamente. El efecto se propagó en todas direcciones, como una onda expansiva, pero muda y luminosa. Y el epicentro del milagro era...


    - ¡Nuestra Embajada! -anunció Saraqael: el panel de control de su silla era un caos de luces y códigos de alarma-. ¡Esta vez son veinte Lázaros!

    Miguel corrió hacia la librería, chocó contra alguien que salía y rugió al reconocerlo:

    - ¡Demonio! ¡Abandona este lugar!

    - Con mucho gusto -fue la burlona respuesta-. Este sitio es aburrido, ¡y tú también!

    - ¡No tan rápido! -a Miguel siempre le molestaba que Crowley no se dejara intimidar-. ¿Qué maldad estabas haciendo ahí dentro? ¡Habla o te fulmino!

    Antes de que Crowley consiguiera elaborar una respuesta más insultante, una voz tímida intervino:

    - N-no hacía nada malo... -Muriel se asomó al umbral temblando de miedo, pero continuó-: s-sólo me ayudaba a curar a un ser hum...

    - Muriel, ¿estás interfiriendo en asuntos humanos? -se escandalizó Miguel-. ¿¿Y pactando con demonios??

    Azirafel no pudo contenerse más. Sabía por experiencia cómo se sentía Muriel: debatiéndose con angustia entre el Bien y el Deber (que ni siquiera deberían ser antónimos). No era justo.

    - ¡¡Basta!! -estalló-. Soy su superior. ¡Asumo la responsabilidad!

    - ¿Estás seguro? -Miguel sonrió con astucia-. Porque un trato con demonios te podría costar el puesto de Arcángel Supremo.

    Crowley se volvió con furia:

    - ¡Si quieres quitarle el puesto, búscate otra excusa! Yo ya no trabajo para el Infierno. ¿Recuerdas?

    - Es curioso que saques el tema - intervino una voz tan refinada como terrorífica, acompañada por el compás de dos carísimos zapatos de tacón y suela roja. La recién llegada señaló el vehículo siniestrado e inquirió-: ¿Tienes algo que ver con esta muerte, Crowley?

    El interpelado echó un vistazo a los restos que señalaba Shax y se le heló la expresión. ¿Era el Jaguar contra el que había competido su Bentley en la M25? ¿Cómo no lo había notado antes?

    Azirafel también se quedó helado. Porque en el documento firmado por el Metatrón, la cifra escrita cambió en aquel momento:

    "-66 Lázaros. Destruye al responsable".

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No soy un dios, tampoco un santo,
no soy un héroe, sólo un amigo (...)
dos manos que curan tu dolor
(Sunburst, "Samaritan")




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