Un Acto de Amor (VII)
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Por Mª Nieves Gálvez
(Lisboa, 5 de Mayo de 1589)
El corral de comedias estaba lleno a rebosar: el público rugió cuando, en el escenario, una reina terrorífica se derrumbó entre nubes de humo, mientras un trovador cantaba su derrota:
"¡así caerá Elizabeth,
así la nueva Atalía,
del oro antártico arpía,
del mar incendio cruel!" [1]
Los espectadores comenzaron a abuchearla; pero la formidable dama resurgió amenazante, haciéndoles retroceder horrorizados. Después se envolvió en su capa con un gesto teatral y se retiró bruscamente.
- ¡Sois la mejor malvada que he visto nunca! - celebró una voz jovial, cuando la actriz bajó del escenario.
Amelia, pues ella era la "cruel Elizabeth", abrió unos ojos como platos al reconocer a su "admiradora".
- ¿Irene? ¿Qué haces aquí?
- Contener las ganas de darte un beso -sonrió la jefa de Logística con picardía-. No has podido evitar meter a Lope en tus planes, ¿eh, pillina?
- Sabes que esta propaganda ayudará a corregir la Historia -le recordó Amelia en voz baja, encaminándose hacia la alcoba que utilizaba como camerino-. Para que el pueblo portugués no se deje engañar por Inglaterra.
- Lo sé. Buen trabajo -asintió Irene con admiración, antes de recuperar la sonrisa cómplice-. Y si además puedes aprovechar para divertirte, tanto mejor. ¡Chica lista! ¿Quieres recordar todo esto?
La joven se detuvo, con la puerta de la habitación a medio abrir:
- ¿De qué hablas?
- Piénsalo bien: has hablado de corregir la Historia. Pero si lo consigues, ¿qué recordaremos tú y yo?
Amelia miró en todas direcciones nerviosamente, terminó de abrir la puerta y bajó la voz:
- No deberíamos hablar de esto aquí fuera. Pasa.
La alcoba estaba atestada de disfraces para la función teatral. Amelia indicó la salida a una muchacha que parecía adecentarlos:
- Descansad un rato; esta mujer me ayudará.
La moza sonrió encantada y abandonó la estancia. Amelia atrancó la puerta, se quitó el tocado y señaló a Irene los complicados lazos de su espalda:
- Me vas a tener que echar una mano para soltar esto. ¿Por qué vienes justo ahora? Tengo poco rato para cambiarme.
- Lástima; me gustaría tener más tiempo -sonrió Irene. Era curioso: ella, tan descarada, tan segura, estaba de pronto nerviosa como un crío en Navidad. ¿Estaba Amelia coqueteando con ella a propósito? No, era imposible... Irene se concentró en deshacer los lazos con delicadeza, esforzándose en no detener sus manos sobre el talle de Amelia más tiempo del imprescindible.
- No puedo esperar a que vuelvas al Ministerio, Amelia. Esto es importante: ¿qué pasará con tus conocimientos, si Julián y Alonso corrigen la Historia?
La joven jefa de Patrulla sonrió, complacida. No sólo por notar el nerviosismo de Irene, que contuvo una exclamación de deseo cuando por fin consiguió abrir el complicado corpiño. Sino también por la oportunidad de investigar algo importante. Algo casi único.
- Tengo una teoría -anunció Amelia, con tanto entusiasmo como si se encontrara en los laboratorios de su Universidad.
- Sabía que la tendrías -fue la admirativa respuesta-. Pero el Libro de las Puertas no dice nada claro sobre cambios en la Historia. Salvador dudaría...
- Sin embargo, lo estás deseando tanto como yo -sugirió Amelia al desprenderse del lujoso disfraz de reina, todavía de espaldas... pero sin demasiados tapujos. ¿Estaba provocando a Irene? -. Por eso has venido hasta aquí para hablar de ello, en vez de hacerme ir a su despacho. ¿Me equivoco?
Irene se rindió. Estaba claro que su subordinada Amelia era demasiado lista para andarse con rodeos:
- Está bien. Sí, pero yo también tengo dudas. Supongamos que hay dos líneas temporales. En la que yo recuerdo no hubo Quijote ni Siglo de Oro, porque en estas fechas Inglaterra absorbió Portugal y nos derrotó definitivamente. Alonso dice que en su línea temporal sucedió lo contrario... pero él no es experto en Historia. ¿Cómo sabes que su versión es la correcta?
- Alonso estaba viajando por las Puertas del Tiempo cuando sucedió el cambio. Tú y yo estábamos en casa.
- ¿El que viaja tiene razón? ¿Ésa es tu teoría?
- La he visto confirmada en varias ocasiones -asintió Amelia.
- Pero... -Irene apartó la vista, sin saber cómo abordar el difícil tema-: Lo que cuenta Alonso se parece demasiado a sus deseos. ¿Y si, en realidad... está intentando cambiar las cosas a su gusto?
Amelia comenzó a vestirse, súbitamente seria:
- Confío en Alonso.
- ¿Tanto?
La joven, ahora ataviada con un disfraz de sirvienta, miró a los ojos de su superior:
- Sí -dijo al fin-. Y también en ti.
Irene suspiró, aliviada:
- Espero que eso signifique que puedo ayudar en algo. ¿Qué quieres que haga?
- De momento, anudarme este corpiño -sonrió la joven, antes de añadir-: y después, el primer experimento. En las próximas horas Julián corregirá un cambio: la muerte de María Pita en la batalla de La Coruña. Tú esperarás en casa y yo aquí. Así sabremos a quién de las dos le cambia la memoria. Y si recuerdas esta conversación y yo no, Irene... -Amelia se dio la vuelta y besó a su superior en los labios-... la Historia de Portugal y del Siglo de Oro estará en tus manos.
La veterana recibió el beso con tanto placer como extrañeza.
- Nunca habías hecho esto.
- Oh, sí -replicó Amelia, repasando unos papeles: el texto para su siguiente escena-. Pero fue en otra línea temporal y no lo recuerdas. Y no fue por el mismo motivo que ahora.
Irene ya no sabía qué pensar. Terminó de vestir a la joven y la miró con suspicacia:
- ¿El beso fue para convencerme? -dedujo al fin.
- La otra vez, sí -Amelia sonrió con picardía al añadir-: ahora no.
Dos golpecitos en la puerta interrumpieron la conversación. Amelia abrió para dar paso a Alonso:
- Nos llaman a escena. A vos y a mí.
Ella le miró con total confianza:
- Voy contigo.
Sólo las dos mujeres sabían hasta qué punto era cierta la respuesta. Amelia siempre estaría con Alonso; y él con ella. Apoyándose lealmente.
"Uña y carne. Como era yo con Leiva", recordó tristemente Irene, cuando se quedó a solas.
Se puso en marcha hacia el Ministerio. Y se preguntó quién de las dos estaría en lo cierto. Quién recordaría aquel beso.
"Es como una apuesta" decidió Irene, intentando animarse. "Quien acierta, conserva la memoria".
Pero Amelia no solía equivocarse. Por lo tanto...
"Chica lista" admitió deportivamente, con una sonrisa de buen perdedor. "Siempre se queda la mejor parte..."
[1] Adaptación de "Rimas Humanas" (núm. 264), de Lope de Vega
(CONTINUARÁ...)
1 comentario:
^^ ¡Enhorabuena! ¡Qué bueno! Muchas ganas de más. :)
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