09 abril 2020

MdT2: TIC-TAC 11 - Cervantes

TIC-TAC 11 (Tiempo de hidalgos)
CERVANTES

   CAPÍTULO PRIMERO
   Que trata de cómo era y qué hacía el desconocido y temible temeroso hidalgo de la Mancha

   En un lugar de la Mancha llamado Villanueva del Infante, no ha mucho tiempo que vivía un fidalgo de los de lanza en astillero, adarga vieja, rocín flaco y galgo pulgoso. Le gustaba comer lo que no está escrito, y en ello invertía hasta un tercio de su patrimonio, aunque tampoco vestía mal. Tenía en su casa una ama sorda llamada (a gritos) Antonia y una sobrina joven, amén de un mozo de campo que hacía lo que buenamente podía y era menester. Frisaba nuestro hidalgo los cincuenta años, aunque nadie hubiera dicho que tenía más de cuarenta: era recio, seco y enjuto de rostro, y tenía una mano tonta que no paraba de molestarle cada vez que quería escribir a gusto. Su nombre real era un misterio para todos los que no le conocieron, que no vamos a destripar al lector aún.
 (NOTA: decidir de una vez como se llama de verdad el protagonista).
   Este tal hidalgo, como es común entre los suyos, no daba un palo al agua en la mayor parte del año, aunque gustaba de dos cosas: prima, asistir a las comedias que se celebraban en su pueblo y en las inmediaciones, que no había reunión popular que más gozara. Y todas las veía menos las de un tal Lopez de Ribera, que mucha prédica tenía entre las gentes sin seso, pero que a él asqueaba por moroso, afectado y engañador. Y, en sus fueros privados, leer libros de caballeros caballerías: leía tantos que dejó de cazar y aún de sembrar sus campos, y ya que no los sembraba, los vendía y así compraba más y más libros, hasta el punto que compraba más de lo que podía leer, y acumulaba sus adquisiciones compulsivas en un montón cada vez más alto de tomos y volúmenes sobre los que anhelaba posar sus ojos al acabar lo que por entonces leyera.
 (NOTA: Poner nombre al montón. La historia interminable. La torre. La columna. ¿La pila?
   De todos, ningunos le parecían tan buenos como los que compuso el famoso Luigi Pulci Esteban Corbera Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa le parecía de perlas. Seguro que él no tenía una ama sorda como una tapia que venía cuando la llamaba sin necesidad de desgañitarse. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, pues se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, los matasanos siempre cometían errores que le podían dejar a uno manco, o casi. Y se empeñaba él mismo en corregir a los admirados cronistas de sus caballeros, escribiendo variantes, versiones divergentes de los hechos que leía, en los que esplicaba lo que aquellos no esplicaban, esponía lo que aquellos no esponían, y esploraba lo que el buen juicio y la decencia no permitían esplorar. Y era tan fanático de esas ficciones que de su propio puño volcaba en  tinta y papel, que acababa creyendo que otros las había escrito, y cuando se le olvidaba el propio hidalgo se corregía aún a sí mismo, pensando que corregía a otro. Y discutía con el cura de su lugar si era más fuerte Amadís de Gaula o Sansón, y si el Cid Ruy Díaz hubiera sido digno de sacar Escalibur de la roca y levantarla.
   Tanto leía, tan poco dormía, que se le secó el selebro celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros e incluso lo que él mismo escribía, y creyó que encantamientos capaces de hacer que un hombre viajara a otro tiempo cruzando la puerta del sueño eran posibles. Y creyó que todo era cierto, que no había historia más cierta en el mundo: que la vida de un hombre podía ser solo un sueño o terminar repentinamente a oscuras, sin más explicaciones; que había náufragos que arribaban a islas que eran en verdad el Más Allá; y que duendes y hadas podían jugar a enamorarse con nobles y artesanos en un bosque estival. 
(NOTA: Hablar con Antonia: sus últimas cenas me sientan mal y tengo sueños raros)
   Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo enmascarado, con un bigote falso en el antifaz y una mirada de loco dibujada, para robar todo el oro de las arcas de vecino soberbio sin matar a nadie. Diera él, por dar una mano de coces a Galalón cuando a traición hacía elegir entre plata o plomo, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

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   El director de Darrow tiró el manuscrito sobre la mesa:
- ¿Y esto es el tan cacareado Quijote que tanto oro nos ha costado, Walcott? Pues menudo montón de mierda...

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