24 octubre 2016

MdT: Un Acto de Amor (IV)

(Viene de "Un Acto de Venganza")


Un Acto de Amor (IV)
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Por Mª Nieves Gálvez

Seguir y seguir... ¿alguien sabe para qué vivimos?
(Queen, "The show must go on")


   (Contraarmada Inglesa, 1 de Mayo de 1589)

   "Me llaman Sébastien Aldanne. Y en realidad, no existo. 
   En otra vida fui Don Sebastián. Pero ya no existe aquella vida; tampoco existe mi honor. Ni la gente que amé, odié o goberné. No queda nadie.
   Todo fue por mi culpa. Creí que podía tocar el Cielo con mis manos, amor mío. Pensé que nada era imposible si tenía fe en mis ideas. Pero en mi soberbia, no comprendí que existían más ideas: las de mis súbditos. Y por no escucharlos, ése fue mi castigo: perderlos. Sobre todo a ti, Aldana. 
   Te tengo presente desde entonces: uní tu nombre al mío. Como unió Atenea su nombre de su amada Palas, cuando la llevó a la muerte en la batalla.
   ¿Para qué quiero ya la vida? La dedico a reparar mi error, aunque sé que tardaré siglos. A hacer el bien de otra manera muy distinta a la que fue mi sueño. Pero qué largo es el camino... cuánto ansío descansar en paz y reunirme contigo en el Elíseo, hermano. Daría cualquier cosa por un minuto más contigo. Daría la vida entera, por no vivirla sin ti..."

   Unos golpes en la puerta del despacho interrumpieron a Sébastien. Éste dejó de escribir y dio la orden de entrar.

   -¿Qué deseáis de mí, capitán? -inquirió el visitante: era el más joven de los prisioneros. El más fácil de tantear, a juicio del capitán. Por eso le había hecho llamar.

   -Deseo poneros a prueba -fue la respuesta de Aldanne, aparcando su tristeza para centrarse en los misteriosos náufragos que acababa de socorrer-. Me hablasteis de una lista de barcos, ¿verdad? Quiero verla.

   -¿Me juráis por vuestro honor que estáis en contra de Drake? -requirió el joven Alonso.

   Sébastien sonrió con amargura:

   -Tardaré siglos en volver a tener honor. Pero sí; estoy contra Drake. Eso os lo juro.

   -¿Por qué? -insistió el muchacho, poco satisfecho con la respuesta.

   Aldanne no era dado a confidencias. Pero había una sinceridad y una pureza en la mirada del joven que no había visto desde hacía mucho tiempo. Se sorprendió cuando se escuchó a sí mismo confesar:

   -Por amor a Portugal. Ya no me queda nada más.

   Alonso reflexionó, algo sorprendido por la última frase.

   -Yo también os pondré a prueba: os daré los nombres de dos barcos. Si no traicionáis vuestra palabra, os daré más.

   -No estáis en posición de ponerme condiciones, si estimáis en algo vuestra vida.

   -Eso no importa: yo la daría por mi país. ¿Y vos?

   El capitán Aldanne sonrió con tristeza. Comprendía al muchacho. Idealista y leal, como fue él; pero sin el error de la soberbia.

   -Os contaré algo que sucedió hace un mes. La razón por la que llegué con tanto retraso a Plymouth. Para que sepáis en qué poco valoro mi vida, y qué piensan de Inglaterra mis aliados.

* * * * * * * * * *

   (Canal de la Mancha. Aproximadamente un mes antes)

Audiencia entre Elizabeth I de Inglaterra
y la noble rebelde/pirata irlandesa Grace O'Malley
   El abordaje había sido breve: la víctima no era un navío de guerra, sino un simple mercante. La mano de hierro que gobernaba el carrack pirata subió al velero capturado, haciendo temblar a quienes habían oído sus hazañas, y provocando exclamaciones de asombro en los muchos que aún no le conocían.

   -¡Pero si es...!

   -¿Cómo es posible?

   -¡Nunca lo habría imaginado!

   Los invasores tuvieron que apartar a culatazos a los boquiabiertos prisioneros, hasta que uno osó encararse con ellos:

   -Soy el capitán del velero. Perdonad a mi gente, os lo ruego -suplicó en latín-. Si necesitáis matar o tomar rehenes, elegidme sólo a mí.

   -No usáis la lengua de los perros ingleses. Y sobre todo, no me miráis como si fuera un bicho raro por ser mujer -respondió la capitana pirata en el mismo idioma, satisfecha-. Bien, eso debe significar que conocéis mi nombre: Grace O'Malley. Noble de Irlanda que resiste al yugo inglés.

   -Así es, mi señora, y es un honor. Soy Sébastien Aldanne, comerciante de Flandes. Y tengo algo que ofreceros, a cambio la vida de mis hombres.

   -Ya tengo vuestro barco y vuestras mercancías -se encogió de hombros la ilustre pirata de sangre azul-. Es valioso: aliviará los impuestos que Inglaterra exige a mis pobres súbditos. No hay más que me podáis ofrecer, así que lo siento por vuestras vidas. Normalmente las perdonaría, pero esta vez no me puedo permitir manteneros hasta ver tierra: malos vientos me han arrastrado demasiado lejos de mi territorio.

   -¿Y si os dijera que sé que Elizabeth I tiene a vuestro sobrino en la Torre de Londres? -la presionó Aldanne-. Sé que por eso no podéis atacar los intereses de Inglaterra como antes. Y precisamente mi barco es necesario para aprovisionar a la Contraarmada Inglesa.

   -¡Osado! Cortadle la lengua a ese idiota -ordenó Grace en gaélico a su segundo. Después añadio en latín-: Con mi paciencia no se juega, Sébastien. Da igual que tengáis amigos ingleses: nunca sabrán que os he matado yo -la líder rebelde irlandesa soltó una carcajada triunfal ante la expresión de Aldanne-: Es lo bueno del mar. ¡Nunca hay testigos!

   -¡Tengo algo más! -cedió al fin el prisionero-. Mirad mi anillo.

   La capitana sonrió con sorna y detuvo a su segundo, que ya tenía en la mano un puñal para segar la lengua de su víctima.

   -Espera; desátale las manos. Deja que nos las enseñe y que nos explique esa oferta. Capitán Aldanne, elegid bien vuestras palabras, porque de lo siguiente que digáis dependerá vuestra vida.

   -Puedo poner en vuestras manos cualquier nave de la Contraarmada Inglesa. No muchas, sólo una o dos, pero a vuestra elección.

   -Aunque eso fuera cierto, ¿para qué iba yo a arriesgarme a asaltar algo tan grande? Vuestro barco ya vale el dinero que necesito ahora, y no tenéis manera de cumplir mi otro deseo: la libertad de mi sobrino. Elizabeth me teme demasiado para soltarlo.

   -Ahí está lo mejor. ¿Sabéis quién se ha embarcado en esa flota?

   La pirata ahogó una exclamación cuando Aldanne le dio uno de los nombres. ¡Lord Essex! ¡La persona más estimada por su enemiga!

   -¿Cómo ha permitido Elizabeth que ese cortesano se embarque en una guerra? -reflexionó-. Si yo pudiera echarle la mano encima...

   -Podríais intercambiarlo por vuestro sobrino -sonrió Aldanne-. Ésa es mi oferta: yo pondré en vuestras manos el barco en el que viaja. Sólo tenéis que perdonar mi nave y a mis hombres; yo les daré instrucciones para serviros. Con mi vida haced lo que queráis.

   Grace le escrutó con la fría desconfianza de quien ha vivido ya demasiadas traiciones:

   -¿Y cómo sé que cumpliréis vuestra palabra?

   Sébastien Aldanne alzó las manos, libres ya de ataduras, y mostró el anillo que lucía en una de ellas:

   -Porque en realidad soy un espía, enemigo de Inglaterra. Y la Contraarmada Inglesa está en contra de todo lo que represento.

   La pirata de sangre azul lo miró, por primera vez, con respeto. Como a un igual.

   -Don Sebastián... ahora lo comprendo -asintió lentamente-. No existís. Sois uno de los mayores secretos...

   -Confío en que lo sabréis guardar -respondió él.

   -Si insistís, así será. No entiendo por qué no reclamáis lo que es vuestro, por cierto. Pero hablemos de negocios.

* * * * * * * * * *

   (Contraarmada Inglesa, 1 de Mayo de 1589)

   Julián estaba cansado y dolorido. Había aguantado el interrogatorio de Drake y la fuga a base de adrenalina, pero se le estaba pasando el efecto. Ya sólo tenía ganas de dos cosas: quitarse la ropa mojada y dormir. Los holandeses les habían dejado prendas secas en una de las bodegas. Se apresuró a cambiarse, antes de que el cansancio le terminara de vencer.

   -Nos han encerrado -observó, al escuchar cómo alguien hacía girar la llave desde fuera-. Sólo hemos cambiado la prisión de un barco por la de otro.

   -Por eso dije que era una estupidez huir del "Revenge" -le recordó Lola, dándole la espalda con desdeñosa calma-. En una flota, cuando escapa un delincuente, lo primero que intenta es refugiarse en otro barco. Así que cualquier náufrago es tratado como sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

   -No sé para qué se han llevado a Alonso; me preocupa -reflexionó Julián, acabando de cambiarse-. Ese Aldanne ha dicho que está contra Drake como nosotros, pero...

   -No te fíes mucho de él -señaló ella, cambiándose también de ropa sin demasiado pudor-. Ese falso holandés puede mentir para sacarnos información. Es lo que haría yo.

   -Sí, me imagino lo que harías -respondió él con sarcasmo, mientras se acomodaba entre varias mantas-. ¿Por qué has puesto esa cara al ver su anillo, Lola?

   Ella se detuvo un segundo. Después, sin dejar de darle la espalda, continuó vistiéndose:

   -Por nada.

   -¿Me tomas por tonto? -el enfermero se incorporó entre las mantas, lo bastante ofendido para espabilarse-. Parecía que hubieras visto un fantasma.

   -No estoy segura -fue la evasiva respuesta.

   -¿Qué duda tienes? Hasta yo sé que es un anillo de los que se usan para sellar. ¡No va a ser una pulsera de cazar pokémons!

   La mujer ignoró tranquilamente la puya:

   -Hay muchos nobles con anillos en Europa.

   -Pero el dibujo de éste me suena. Lo he visto hace poco en algún sitio: yo diría que en los documentos que ha firmado Crato con los ingleses.

   Lola terminó de vestirse, se volvió hacia él y lo miró como a un niño pillado en falta:

   -Ahí quería yo llegar. ¿En qué estabas pensando para robarle al Prior de Crato los documentos que ha firmado con Inglaterra?

   -Son importantes; nos pueden resultar útiles -se defendió él-. Crato dice que va a liberar Portugal del yugo español; pero si los portugueses vieran a cambio de qué, lo lincharían.

   -Cierto, pero sólo si le pillan con esos papeles encima. ¡Lo cual, por vuestra culpa, ya no va a suceder! -estalló Lola.

   -Se puede demostrar igualmente: ¡llevan su sello!

   -El sello de su familia -le corrigió ella-. Cada casa noble tiene varios idénticos. Ahora que ya no lleva esos papeles encima, puede lavarse las manos y decir que lo ha hecho otro pariente.

   -Perdona, ¿le conviene haberlos perdido?

   -Si es listo, sí -bufó la mujer-. Ahora tiene más posibilidades de que Portugal le aclame como nuevo Rey. Entre eso y la gente que vas curando por ahí, ¡estás cambiando la Historia! A estas alturas ya deberían haber desertado bastantes naves de Drake por culpa de enfermedades, ¿sabes? Como has cambiado eso, quizá no se salve La Coruña ni Portugal. Adiós al Siglo de Oro español.

   -No creo que sea para tanto -intentó consolarse él-. Además, ¿desde cuándo te interesa proteger la Historia?

   -Desde que comercio con obras de arte, y precisamente las mejores son de esta época -contestó ella fríamente-. Por eso os hice llegar las fotos de las armas, ¡pero sólo habéis conseguido empeorar las cosas! Esto va a ser malo para mis negocios.

* * * * * * * * * *

   (Lisboa, Mayo de 1589)

   Amelia estaba disfrutando como nunca. No sólo estaba gozando de la compañía y amorosos requiebros de Lope de Vega, sino haciendo algo aún más importante y placentero para ella: inventar versos juntos. No sólo inspirarlos, sino participar en todo el proceso creativo. Un honor tan impensable como divertido: ¡en secreto, algunos versos de ella pasarían con los de Lope a la Historia!

   -¿Queréis que sea cruel con Inglaterra? -Lope guiñó un ojo a Amelia y tomó la pluma-. Fácil: les recordaremos cuán bajas fueron las pasiones que motivaron la herejía de su anterior rey, Enrique VIII. ¡Abandonó la Iglesia de Roma por una mujer! Llevo un tiempo pensando en algo así:

"...cubrió, Enrique, tu valor,
de una mujer el amor
y de un error la porfía.
¿Cómo cupo en tu grandeza,
querer, engañado inglés,
de una mujer a los pies...?" [1]

   -Os pierde vuestra debilidad por los enredos amorosos, truhán -rió Amelia, disfrutando al esquivar una caricia demasiado atrevida y comprobar la expresión de deseo de su acompañante-. ¿No tenéis algo más directo? La idea es avisar a Portugal de que los ingleses son traicioneros en el mar, no en la alcoba. Piratas, robos, incendios...

   -¡Sois difícil de contentar! -sonrió Lope, animado por el reto. Era curioso: cuanto más le desafiaba ella, más la deseaba-. Si pongo eso en verso... "Isabel, la nueva Atalía, del oro antártico arpía, del mar incendio cruel" [2]

   -Mucho mejor; sólo os falta una alusión a Drake -le felicitó Amelia, en pie tras la silla de él, mientras se inclinaba para abrazarle por la espalda-. Así me gusta...

   El escritor notó en sus hombros el cálido y firme regazo de la joven y se preguntó si aquella musa estaría seduciéndole a propósito. ¿Se estaba riendo de él?

   -Ejem... puedo nombrarlo, sí -Lope intentó que su mano no temblara al retomar la pluma: ¿estaba consiguiendo aquella mujer ponerle nervioso? ¡A él! Entre su belleza y su sabiduría, no había duda: era una de las Musas-. Imaginad una obra épica sobre ese "Draque": significa "Dragón", así que la epopeya podría titularse "Dragontea" -volvió la mirada hacia Amelia, esperanzado-. ¿Os complace también?

   -No imagináis cuanto -sonrió ella, con sincero interés. La obra más misteriosa de Lope, prohibida por una orden de las alturas... ¿qué sucedió con ella? ¿Cuál fue su historia?

   Lope comenzó a componer lo que en un lejano futuro llegarían a ser versos de su legendaria "Dragontea", mientras una idea se abría paso en su mente. A pesar de su fogoso temperamento, tenía una inteligencia aguda que no dejaba detalles al azar:

   -¿Puedo haceros una pregunta? -repuso, con más seriedad-. ¿Por qué viene una musa en sueños a pedirme esto, si Portugal no necesita mis avisos? Conocen ya los desmanes de Drake. No son necios.

   -Sólo por precaución -repuso ella, sin atreverse a confesar la verdad: que venía de un mundo en el que tales avisos faltaron, porque Portugal nunca llegó a ver los documentos de Crato. Los que demostraban que, a cambio de una corona, aquel traidor haría al país esclavo de Inglaterra-. Luchasteis contra un tal Crato en las Azores hace años, y perdió. Pero ese ambicioso puede intentarlo ahora otra vez, en Lisboa. No queremos manipular a Portugal, sino evitar que lo haga Crato con mentiras. Debemos recordarle la verdad a los que duden.

   -¿Y quién pagará los escenarios y los actores? -le espetó él, con aplastante lógica-. Las comedias no se representan solas.

   -Eso dejádmelo a mí: os contaré más cuando vuelva -mintió Amelia, azorada: en realidad, no tenía ni idea de cómo conseguirlo.

   -¿Me dejáis? -se quejó él, poniendo ojitos tristes de gatito abandonado.

   -Sólo será un instante, no temáis -rió la joven-. El tiempo justo para daros algo de hospitalidad: os traeré un bocado al menos.

   Lope la observó marchar, tan frustrado en el placer físico como estimulado en el intelectual. Aquella musa había conseguido llenarle de ideas la cabeza: se encontraba en plena fiebre creativa. En cierto modo, él también estaba disfrutando tanto como ella.

   -"Un bocado"... qué descarada maestría tiene con los dobles sentidos y agudezas del lenguaje -rió al fin, escribiendo con entusiasmo-. Es como si conociera todas mis obras, pasadas y presentes, ¡e incluso las que todavía no he escrito!


[1] "Rimas Humanas" (núm. 226), de Lope de Vega

[2] "Rimas Humanas" (núm. 264), de Lope de Vega


* * * * * * * * * *

   -Alonso, creo que tú y yo vamos a tener que volver a los escenarios -abordó Amelia a su compañero, sin más preámbulos, en cuanto lo encontró en la taberna del piso inferior-. Y buscar un empresario teatral.

   -Eso no será un gran problema -contestó el veterano-. Pero hay algo que sí. Os oí nombrar a Aldana...

   -¿Nos espiaste arriba?

   -No pude evitar oírlo: le mencionasteis al marcharme -Alonso le miró con seriedad casi acusadora-. Conocí a un capitán llamado así. De los más justos y sabios del Tercio: su tropa lo adoraba. ¿Habéis dicho "que en gloria esté"? Decidme que he oído mal, os lo ruego.

   -Se me olvidaba: dejaste el Tercio en 1570... -Amelia se sentó a la mesa de Alonso-. Francisco Aldana no era sólo un buen militar. También fue el mejor poeta del Renacimiento español; por eso lo hemos nombrado. Incluso Lope y Cervantes lo llamaban "El Divino".

   -¿Vais a contestarme o no? -se impacientó Alonso-. ¿Vive?

   Amelia le tomó la mano y bajó la vista, sin saber cómo empezar. La moza de la taberna les interrumpió:

   -¿Vino para los enamorados?

   Alonso asintió mecánicamente para quitársela de encima, sin dejar de clavar la vista en Amelia.

   -Murió, ¿verdad? -acabó por intuir-. ¿Cuándo?

   -En 1578, en Marruecos -confesó ella al fin-. En este tiempo hace once años. En la batalla de Alcazarquivir, junto al rey Don Sebastián.

   -¿Don Sebastián de Portugal? ¿Ese niño afeminado que iba para monaguillo?

   -¡No hables así de él, especialmente aquí! -susurró Amelia, mirando azorada alrededor; pero por fortuna, aún no había casi clientes-. Portugal siempre echará de menos a Don Sebastián, por siglos que pasen. Habrá leyendas sobre su futuro retorno, similares a las artúricas. Tenía tanta fuerza de voluntad y tantas ilusiones... Ojalá le hubieran educado parientes menos religiosos y más sabios.

   -¿Qué hay de malo en el fervor religioso? -se escandalizó Entrerríos. La promesa del Cielo siempre había dado valor a los soldados cristianos. Por eso nunca rehuían su deber.

   -La fe, mal entendida, da más importancia a la "inspiración" repentina que a la planificación estratégica. Don Sebastián reunió una gran flota de nobles portugueses, animados por la victoria de Lepanto. Pero eran inexpertos que hacían más caso a los cuentos milagrosos de las Cruzadas que a los consejos militares de Aldana -Amelia bajó la vista y resumió-: Desoyeron a tu capitán y Portugal perdió. Alcazarquivir fue una masacre.

   Alonso de Entrerríos bajó la vista, ahogando su frustración en el vino. Mil ideas y recuerdos se agolparon en su mente.

   -Francisco Aldana hablaba doce idiomas, ¿sabéis? -recordó, sin saber por qué-. Trataba bien a todos, desde nobles italianos o españoles hasta el más humilde criado africano... -dejó el vaso y se rehízo-. Pero qué importan mis recuerdos: debéis volver arriba, con ese comediante.

   -He bajado para encargar comida y vino, que no se nos desmaye Lope. Pero puedo hacer que se los suba otra persona y quedarme un rato más aquí -decidió Amelia, tan comprensiva como llena de curiosidad-. Cuéntame algo más de Aldana. Era uno de los mejores escritores de este siglo.

   Alonso asintió, reconfortado por tener alguien con quien compartir sus pensamientos. Llamó a la moza con un gesto y aguardó a que Amelia le hiciera el encargo.

   -Subid todo a mi habitación y decid que es de mi parte -indicó Amelia a la mujer. De pronto recordó algo y sonrió con malicia: ¿por qué no dar un susto a Lope?-. Mejor aún: dejadlo junto a la puerta y no entréis. Decid que lo trae el "servicio de habitaciones".

* * * * * * * * * *

   En la enorme Contraarmada había casi doscientos barcos, según algunas cuentas. Unos ciento cincuenta, según quienes no contaban a las pequeñas embarcaciones auxiliares de suministros, como la de Aldanne. Pero este último tenía una ventaja sobre los demás: podía moverse libremente entre todas. Se encargaba de distribuir las provisiones: no levantaba sospechas.

   -¿Está hecho? -inquirió ansiosamente el hijo de Alonso, cuando el capitán Sébastien Aldanne entró en la bodega de los tres prisioneros.

   -Tal como dijisteis -respondió el dueño del barco-. Pronto sabré si me puedo fiar de vos.

   -Yo nunca miento.

   El capitán nunca había visto una mirada tan honesta y limpia:

   -Os creo. Ahora venid, maese Julián: tengo algo para vos

   -¿Qué es?

   -El Nokia -Aldanne pasó el móvil al agente del Ministerio con una sonrisa levísimamente maliciosa -. En todo el día no ha parado de sonar.

   Lola tuvo que ocultar la risa ante el asombro del enfermero. Estaba claro que Aldanne sabía más de lo que decía. Había algo en la sonrisa amarga del capitán que le recordaba a ella misma: él también había perdido a alguien. Él también dedicaba su vida a reparar aquella pérdida. Y desde luego, él también era un espía. En muchas cosas, Lola y el capitán eran iguales.

   Él también la miró con pensamientos parecidos. Pero una idea más rondaba su mente: "¿Por qué está con esos dos, si realmente no lo está? Ella sabe quién soy: ¿por qué a ellos no se lo ha dicho?". El capitán aplazó esas dudas y volvió su atención hacia el enfermero: no era tan fácil leer su historia al mirarle...

   -Está bien, Iron Man -decidió Sébastien, al cabo de un rato de espera infructuosa-. Veo que no usaréis ese "espejo azteca" en mi presencia. Pero esto no quedará así: cuando termine mi trabajo, volveré.

* * * * * * * * * *

   Las naves de la Contraarmada eran demasiadas para navegar juntas: habría riesgo de colisiones. Y la niebla nocturna empeoraba el problema; a veces ni siquiera se distinguían bien los faroles de posición (uno blanco a proa y otro rojo a popa), obligando a los barcos a tañir constantemente campanas para alertar de su proximidad a otros vecinos. Era habitual distanciarse de los demás. Tenían el mismo rumbo: no necesitaban verse.

   Por eso nadie se alarmó cuando uno de ellos comenzó a quedarse especialmente atrás. La diferencia era que su campana había dejado de sonar. Navegaba a la deriva: la palanca del timón giraba perezosamente, en aquella calma casi total, con un chirrido rítmico que ninguna mano trataba de impedir. El timonel estaba inconsciente: había sido narcotizado mientras los demás dormían. Por una ración especialmente preparada para él. Así lo había dicho el joven holandés que lo descargó: "Raciones para el timonel, para mantenerle despierto por la noche. Y para el encargado de la campana de aviso". Los paquetes llevaban el sello de Sébastien Aldanne.

   Una sombra enorme se acercó desde la niebla. Bajo la superficie, los peces vieron como si un enorme monstruo marino diera alcance al otro: una gigantesca ballena. Un leviatán. Después cayeron dos hombres al agua: los encargados del timón y la campana.

   Arriba estalló un combate; los tripulantes del barco dormido despertaron. Hubo estruendo en el agua: cuerpos cayendo al mar entre llamativa espuma, rodeados por una neblina de sangre algunos de ellos. Los depredadores marinos se acercaron, atraídos por el ruido y el sangriento olor, aunque aquellas presas no se rindieron sin luchar.

   Una de las sombras que cayó al agua, sin embargo, era de madera. Unos pocos supervivientes, en una chalupa de salvamento, vivieron para contar aquella noche. Cuando les rescató otro navío de la Contraarmada Inglesa, la imaginación suplió lo que la oscuridad no les permitió ver, y lo exageraron para disimular su cobardía. Hablaron de sombras monstruosas: el Leviatán, sin duda.

   No fueron creídos; pero aquélla fue la primera nave perdida por la Contraarmada Inglesa. Y si había que salvar la Historia, según Alonso y Lola, aún faltaban muchas más.

* * * * * * * * * *

   En el "Leviatán", Grace O'Malley contempló con decepción su captura: un buen buque de guerra con doce cañones, bien pertrechado. Una tripulación herida y en paños menores, pues había sido sorprendida durante el sueño (aunque se defendió con bravura). Pero...

   -¡No es el barco de Lord Essex! -rugió la pirata-. Ese Sébastien me ha engañado. Se arrepentirá...

   -¡Hay algo aquí para vos! -interrumpió su segundo de a bordo.

   Grace se volvió malhumorada hacia el cofre que traían trabajosamente sus guardaespaldas... y al abrirlo, su furia se trocó en gratitud.

   -¡Aldanne, es un placer hacer negocios con vos! -exclamó a la noche: sabía que su aliado no podía andar muy lejos-. Estas armas son... extrañas, pero de finísima factura. Venid, muchachos: vamos a aprender a utilizarlas.

   Un tripulante del "Leviatán" de Grace hizo una señal secreta, previamente convenida, moviendo un farol. A  pocos cables de distancia, en efecto, una luz similar hizo lo mismo: era la nave del "humilde mercader holandés", que contemplaba el resultado de su plan.

   -Un barco menos, Alonso -anunció Aldanne, satisfecho-. Como veis, cumplo lo que prometo. Vos indicadme el objetivo y yo haré el resto. ¿Cuántos decís que quedan?

(CONTINUARÁ...)

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1 comentario:

Nievesg dijo...

La irlandesa Grace O'Malley fue más que una simple pirata. Su clan siempre gobernó en buena parte de Irlanda, comerció por mar y cobró tasas a naves que cruzaban sus aguas. Pero a mediados del siglo XVI, Enrique VIII y después la hija de éste, Isabel I de Inglaterra, quisieron prohibírselo y acusaron a Grace y su clan de piratería.
Como respuesta, Grace se embarcó, y se hizo respetar con mano de hierro (incluso en sus negociaciones con Isabel usaba latín y se negaba a inclinarse, como reina de su clan)

http://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/la-pirata-grace-o-malley/20120326112537072463.html