18 octubre 2016

Mdt: Un Acto de Amor (I)

(Viene de "Un Acto de Venganza":   Prólogo Cap.I | Cap.II | Cap.III | Cap.IV | Cap.V | Cap.VI)


Un Acto de Amor 
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Por Mª Nieves Gálvez

   (Oficinas del Ministerio, 2016)

   La música electrónica, tan bella como inquietante, inundaba la sala de proyección. Amelia tuvo que esforzarse para fingir seriedad cuando reconoció al personaje que aparecía en la pantalla:

   -¿Por qué casi nadie recuerda a la enorme Contraarmada "Invencible Inglesa"? -el rostro en primer plano de Lombardi hizo una pausa teatral, como dando tiempo para imaginar mil peligros sin nombre-. No sólo fue borrada de los libros de Historia. Sucedió algo más: muchos de sus barcos, literalmente, desaparecieron...

   -Más bien desertaron -susurró Amelia-; hubo bastantes reclutas que ni siquiera eran soldados de verdad.

   -Les estuvo bien empleado a los ingleses, por contratar a cualquiera -sentenció Entrerríos.

   -Silencio, por favor -protestó Salvador, con un gesto de reproche.

   -¿Simples deserciones? -prosiguió la grabación, mientras la música se hacía aún más misteriosa-. ¿O quizá abducciones de los aliens grises?

   Aquello fue demasiado: tanto Irene como la mismísima Amelia estallaron, al fin, en carcajadas

   -Me alegra que les parezca tan divertido -gruñó sarcásticamente el subsecretario, deteniendo el video.

   -Lombardi ya ha empezado a preparar este programa como cortina de humo, por si acaso -explicó Ernesto al encender la luz-. Pero aún no sabemos cuántos cambios históricos tendrá que disimular con esto. No hasta que podamos contactar de alguna manera con Julián.

   -Amelia, ¿por qué le ha metido ahí sin consultarnos? -prosiguió Salvador-. Esto es muy irregular. ¿Se puede saber en qué estaba usted pensando?

   -Aún no hemos interferido con la Contraarmada Inglesa, señor -se excusó la interpelada, enderezándose en el asiento con su mejor cara de inocencia-. Sólo hemos cumplido las órdenes: rescatar el barco y la puerta de Gil Pérez.

   Salvador la miró largamente y se preguntó si la mujer estaba intentando desviar la conversación a propósito.

   -Sí, enhorabuena otra vez por el rescate -asintió el subsecretario, uniendo y separando las manos nerviosamente antes de estallar-: ¡pero eso no es lo mismo que dejarse allí a Julián después de la misión!

   -No estaba terminada, señor -intentó interceder Entrerríos. Bajó la vista y añadió más tímidamente-: O eso dice ella.

   -Esa Contraarmada podría cambiar nuestro Siglo de Oro -asintió enérgicamente la jefa de la Patrulla.

   -¡Al contrario, Amelia! -Salvador se puso en pie, casi tan exasperado como con ciertas ocurrencias de Velázquez-. ¡Usted sabe tan bien como yo que ese verano hubo una batalla naval en Lisboa!

   - Y otra en La Coruña -apuntó Ernesto-. Con María Pita.

   -Sí. Pero no con esto. Mire las armas.

   Salvador echó un vistazo a la caja de fotografías que mostraba Amelia. Y el asombro le hizo caer de nuevo en el asiento.

* * * * * * * * * *

   (Puerto de Plymouth, Inglaterra. 1589)

   Armas del futuro: pistolas automáticas Glock y fusiles HK-G16. En pleno siglo dieciséis.
   "Esperaba que fuera difícil buscarlas, ¡pero no tanto!" reflexionó Julián, contemplando la ciudad desde el muelle.
   Plymouth era luminosa. Y grande, para su época, lo que hacía bastante complicada la búsqueda. Su puerto y sus comercios rivalizaban con los de Londres; las estrechas y malolientes calles estaban llenas de soldados alistándose (y gastándose la paga en las tabernas). Allí tenía su cuartel general el almirante Sir Francis Drake. De allí venía, a buen paso, el hijo de Alonso de Entrerríos.

   -Dicen que la flota inglesa zarpará hoy -anunció el muchacho-. Drake no quiere retrasarse más.

   -Me lo temía -suspiró Julián, contrariado-. Ayer recibió los barcos que faltaban: los de Sébastien Aldanne.

   -¿Los holandeses de las provisiones? -rió Alonso, bajando aún más la voz-. Por esperar ésas, han consumido incluso más. ¡Les creí menos necios!

   El enfermero se encogió de hombros:

   -Allá ellos; así hemos tenido más tiempo para buscar -miró a su compañero, esperanzado- ¿Has encontrado algo?

   El joven torció el gesto y negó con la cabeza:

   -En tierra, nada. Creí que esos bravucones se ufanarían de sus nuevas armas, pero están siendo muy discretos.

   -En las bodegas de los barcos tampoco están, de momento -gruñó Julián-. Y eso que he conseguido subirme a muchos: entre tanta gente, siempre hay alguien que necesite un médico.

   -Pues se acaba el tiempo, y ya sabemos de qué es capaz Drake -Alonso le dirigió una mirada significativa-. Si además consigue armas del futuro...

   Julián asintió, nervioso; no quería imaginar hasta qué siglo podrían llegar las consecuencias.

   -Vamos a tener que jugárnosla, Alonso.

   -Espero que no estéis hablando de dados -se burló el joven soldado.

   Julián, por toda respuesta, le entregó una de las fotografías. Mostraba un hombre con una oreja cortada, junto a un arma del futuro y un barco llamado...

    -"Revenge". ¿Reconoces el nombre?

   -"Venganza" -asintió el muchacho, esbozando una sonrisa temeraria. Era una locura, sí. Pero su difunto padre habría aprobado un reto como aquél.

   Julián, con el corazón en un puño, reunió coraje y asintió también:

   -No nos queda otra. La nave capitana de Francis Drake.



   La ciudad de Plymouth recordaría durante semanas la siguiente pleamar: casi 200 naves se dieron cita a la vista de la maravillada ciudad. La Contraarmada de Isabel I de Inglaterra se puso en marcha al fin, lista para hacer Historia.

   -¡Esta flota sí que es invencible! -se ufanaban muchos, tanto a bordo como en tierra-. ¡Supera holgadamente en número a la de España!

   -Y en inteligencia -reían otros-; en vez de atacarnos, esos necios católicos sólo supieron dejarse vencer por las tormentas.

   -Ahora sabrán qué debería haber hecho una Armada de verdad -sentenciaron los más fieros-. Han desafiado demasiadas veces a Inglaterra. Ha llegado la hora de nuestra venganza.

   En la cubierta de la nave capitana "Revenge", los "médicos" Julián y Alonso se mordían la lengua al escuchar los comentarios. No compartían la alegría general; estaban demasiado ocupados trazando arriesgados planes. Y preguntándose cómo demonios habían acabado allí: en una segunda "Armada Invencible" que, hasta donde ambos sabían, ni siquiera debería existir.

* * * * * * * * * *

   (Madrid, 2016)

   La cafetería del Ministerio nunca solía estar llena: demasiadas misiones a repartir entre escasos efectivos. Excepto durante la media hora de descanso matinal: la extraña ocasión en la que se podía compartir mesa con Velázquez (casi siempre enfrascado en explorar nuevos estilos artísticos, o en discutir amistosamente con Angustias), Blas de Lezo, legionarios del Siglo III o pintores rupestres de Altamira. Ese atestado panorama fue el que encontraron Amelia y Alonso, al terminar la reunión con Salvador.

   -Con lo cansada que estoy de tanto viaje... -Amelia cerró la puerta del bar, que sólo había abierto una rendija, y regresó al pasillo -. No tengo ganas de contestar preguntas de tanta gente. No todavía.

   -Yo tampoco; bastante reunión hemos tenido ya hoy -gruñó Alonso, descontento por la regañina que acababa de dedicarles el subsecretario-. Pero me ha parecido ver ahí dentro a alguien que conozco. Aquella gallega...

   -¿María Pita? -Amelia dedicó un par de nerviosas miradas a su interlocutor y a la puerta que acababa de cerrar-. ¿Está aquí? Casi nunca viene. ¿Y cómo es que la recuerdas? Estabas enfermo.

   -Recuerdo más de lo que me gustaría -rezongó Alonso lúgubremente-. Oí que era una heroína, o estaba destinada a serlo. Y por un error de mando, estuvo a punto de no cumplir su destino. Ni ella, ni Velázquez...

   El soldado prefirió no describir el resto: cómo la muerte se llevó a un compañero y se cernió sobre los demás, absurda y sin gloria. Porque un alto mando subestimó la gripe española. ¡Cuántos buenos camaradas podían perderse por un error de un superior! El mismo tipo de injusticia que truncó en Flandes su carrera militar...

   -Pero se solucionó -le recordó Amelia, apartándole hacia un extremo del pasillo-. Y María pronto cumplirá su destino, Alonso. Gracias a ella se salvó La Coruña, y Drake se debilitó lo suficiente para no invadir Portugal.

   El soldado enarcó una ceja: le parecía una tarea inmensa para una mujer tan joven.

   -¿Ella sola salvó España y Portugal? ¿De esa enorme Contraarmada de Drake que hemos visto? ¿Y no murió en el intento?

   -Vivirá -sonrió Amelia -. Además, no está sola; los coruñeses y los portugueses también tuvieron su parte del mérito. Y tenemos un compañero infiltrado en la Contraarmada, ¿recuerdas? Di instrucciones a Julián.

   Alonso disimuló instintivamente al escuchar la puerta de la cafetería y fingió trastear con el objeto más cercano: la máquina de café, que aún seguía en el pasillo desde la visita de Lombardi.

   -Creo que la he oído salir. ¿No deberíamos decirle algo?

   -No debemos influir -decidió Amelia, buscando su monedero-, ¿Quieres un café?

   Alonso pensó en el amargo brebaje y echó un vistazo a algo más tentador, pasillo abajo:

   -No, gracias. Creo que dedicaré mi tiempo de asueto a... dar un paseo.

* * * * * * * * * *

   ("Revenge", nave capitana de la Contraarmada Inglesa. 1589)

   La tapa del arcón tardó en ceder. Pero una vez abierta, reveló lo mismo que las demás cajas de la inmensa bodega: una rotunda decepción.

   -Ni rastro de esas armas del futuro -el hijo de Entrerríos miró de reojo a su compañero, desalentado-. Aquí abajo hemos terminado ya.

   -Joder, Alonso -masculló Julián, cerrando el inútil cofre con un puñetazo-; sabes lo que esto significa, ¿no?

   El joven sonrió con temeraria admiración.

   -¿Seguro que no os echaréis atrás?

   -¡Qué remedio! Debo arreglar este lío, o no tendré a dónde volver -el enfermero echó un vistazo por el ojo de buey: había pequeñas embarcaciones holandesas de suministros fuera, intercambiando mercancías con la gran nave capitana a base de cabos y poleas. Julián las señaló con un gesto y añadió-: Pero tiene que ser antes de que se larguen ésos. Son nuestra única escapatoria, si la cosa se pone fea.

   -Adelante, pues -decidió el joven, aprestando sus armas-. Yo iré primero. No deis ni un paso antes de que yo os dé la señal.

   Afortunadamente, el ajetreo de las embarcaciones de suministros tenía ocupados a todos los oficiales. Incluyendo al ilustre dueño de los aposentos que decidieron registrar. No fue difícil entrar, gracias a las "llaves mágicas de Irene", que ahora estaban en manos de Julián. Ni registrar los ornamentados arcones del camarote, estrecho como todo en aquellos navíos.

   El problema sería, por supuesto, salir de allí con vida.

   -Nada en estos dos baúles -informó el enfermero-. ¿Y en el armario?

   -Sólo ropas -Alonso apartó varias capas ribeteadas, camisas, jubones y sombreros, algunos sobrios y otros adornados con ostentosas plumas-. No veo nada digno de interés.

   -Bajo la cama sí hay algo -Julián dio un par de tirones de prueba, sin mucho éxito. Parecía estar arrastrando algo muy pesado-. Por cierto, mira que meter en un barco una cama con tantos cojines y dosel... ¿cómo es que Francis Drake se molesta en estas tonterías?

   -Podéis pedirme ayuda, ¿sabéis? -se burló el joven, echándole una mano. Entre los dos acabaron por sacar una especie de baúl muy bajo y chato, cerrado con llave.

   -Espero que esta vez sea la buena -murmuró Julián, hurgando en la cerradura con las ganzúas de Irene.

   Su compañero asintió con desgana; tenía un mal presentimiento. El joven se aproximó a la puerta, la atrancó y aplicó el oído a la madera, con todos los sentidos alerta:

   -Esa caja ha hecho demasiado ruido al arrastrarla...

   -¡¡JO-DER!!

   -Julián, por favor, callad... -rogó el sobresaltado muchacho, bajando la voz todo lo que pudo.

   -Este camarote no es el de Drake. ¡Es de un tal Prior de Crato!

   El joven Alonso le miró con interés:

   -Entonces es importante. Es un líder rebelde portugués; el que ha hecho tratos con Inglaterra para organizar esta Armada...

   -Un trato, ¿eh? ¿Quieres ver el trato?

   El muchacho echó un vistazo a los documentos que le mostraba el otro, cuajados de impecable caligrafía inglesa y ostentosos sellos reales. Le costó contener una sarta de maldiciones, mientras el "click" de la cámara (en realidad, el móvil) de Julián iba registrando las páginas.

   -Pero esto es... -las manos del joven temblaron de indignación, incapaz de encontrar palabras-... es...

   -¿Imaginas la que se armaría en Portugal si vieran esto? Si estos documentos son tan importantes como parecen, ¿podríamos usarlos para conseguir las armas? Amelia no me dijo nada de ellos, pero...

   Unos golpes en la puerta le impidieron acabar la frase.

   -Escóndete, Alonso -susurró el enfermero, entregándole el teléfono móvil.

   -¿Como un cobarde? -musitó el otro, en el mismo tono-. Ni loco.

   -Ese ojo de buey es demasiado estrecho -señaló Julián, bajando aún más la voz-. No tenemos salida. Mejor que atrapen sólo a uno de nosotros, ¿comprendes? Así el otro le rescatará.

   -Que me atrapen a mí, entonces -fue la fiera respuesta del soldado, que hacía cada vez mayores esfuerzos para no alzar la voz.

   -Ni en broma. Se lo prometí a...

   Los golpes en la puerta arreciaron; la madera comenzó a astillarse. Estaba claro que habían oído a alguien arrastrar la caja, y el ruido de la imprudente exclamación de Julián unos minutos antes.

   -Me da igual a quién, Julián. Ni aunque se lo hubierais prometido al Rey.

   El enfermero le miró a los ojos y confesó, aún más quedamente:

   -Se lo prometí a vuestro padre.

   El momentáneo asombro del muchacho le impidió reaccionar por un instante: lo suficiente para que Julián le noqueara de un cabezazo en pleno tabique nasal. El enfermero lo dejó caer en la cabecera del lecho y lo ocultó, echándole encima el cobertor y los enormes cojines. Después, con una resignada maldición, desatrancó la puerta. Los soldados enemigos, sorprendidos por la maniobra, tropezaron al caer sobre él; pero eso no le sirvió para quitárselos de encima.

   -¡Me he perdido! -mintió - ¡Estoy solo! ¿Por dónde se va a ...?

   Varios certeros golpes le nublaron el sentido; apenas fue consciente de que se lo llevaban de allí, casi a rastras. Pero a pesar del dolor, sonrió con tozudez: lo había conseguido.

   Los soldados de Drake y de Crato ya estaban registrando someramente la habitación: el armario, los arcones, bajo la cama. Pero no habían advertido que los cojines de la cabecera eran más altos de lo habitual. El mejor escondite, a simple vista.

   Cuando el joven Alonso despertó, comprendió con rabia que ya era demasiado tarde para evitar el arresto de Julián. No podía hacer más que urdir alguna manera de rescatarle.

   Pero antes hizo algo que cambiaría el curso de la Historia.

   Tal como había sugerido su compañero, movió los importantes documentos a un par de cajas más pequeñas, las ató a sendos cabos y las descargó por el ojo de buey, hacia la cubierta de las vecinas naves holandesas. Estaba de acuerdo con Julián: parecían documentos valiosos. Lo bastante para usarlos como chantaje a cambio de las famosas armas del futuro. Y también, si se daba el caso, como moneda de cambio para rescatar a su compañero.
   Además, ardía en deseos de entregarlos a las autoridades españolas. Era su deber. Pero eso último, de momento, tendría que esperar.

* * * * * * * * * *

   (Madrid, 2016)

   La luz del amanecer despertó al veterano "soldado viejo" Alonso de Entrerríos. Pero el alba no llegó acompañada del piar de las aves, ni del "¡agua va!" de algún vecino al vaciar su orinal por la ventana. Lo que sonaba era el tráfico inconfundible y apestoso del Madrid moderno. Motores rugientes de camiones y automóviles, bocinazos, insultos inadmisibles en su época (jamás comprendería con qué ligereza se gritaba en el siglo XXI "¡hijo de puta!", acusación antaño tan grave que solía acabar ante el juez). Y otro olor mucho más agradable y familiar: la piel de una mujer.

   Alonso mantuvo los ojos cerrados un momento más, intentando imaginar que aún era su esposa quien dormía a su lado. Pero era una pretensión inútil, comprendió con frustración, abriéndolos al fin. No se encontraba en el piso que había heredado de "Pacino", sino en el de Elena. Tan igual a Blanca, y tan distinta: incluso el aroma (y el tacto) de su piel era idéntico. Alonso aún viajaba para comprobar que su antigua esposa no tuviera más problemas (lo había hecho el día anterior, sin ir más lejos). Pero cada vez se estaba habituando más a Elena. Ya no sabía quién era quién: temía equivocarse de nombre alguna vez...

   "Basta de quebraderos de cabeza, o acabaré como Julián" decidió, intentando levantarse sin despertarla. Estaba llevando el par de días libres especialmente mal. Ni siquiera había dado un buen paseo en moto esta vez. Estaba demasiado nervioso.

   "Es irónico; ese enfermero en plena misión entre enemigos, y yo aquí sin hacer nada".

   Un tufillo sorprendente interrumpió sus pensamientos. Se acercó a la ventana con curiosidad: ¿una freiduría en marcha, tan temprano? Ni eran horas, ni recordaba que hubiera habido jamás en aquella calle un puesto de pescado como el que estaba viendo allá fuera...

   -No me digas que quieres desayunar Fish & Chips -le sobresaltó la voz de Elena, a pocos centímetros de su nuca.

   -Sois sigilosa, a fe mía -sonrió él, intentando volverse. Pero la mujer le retuvo con una risita socarrona:

   -Quieto, que yo sí voy a desayunar una cosita.

   Los labios de Elena juguetearon con la oreja de su compañero y descendieron traviesamente por su cuello. Al recorrer el hombro, el mordisqueo se hizo más intenso, haciendo que el soldado se encogiera entre el placer y las cosquillas.

   -¡Sois muy osada! -bromeó él-. Pero os lo advierto, si queréis guerra...

   -Ya quisiera yo -se escabulló la abogada, burlándole con rapidez. Aunque no por ello dejó de dedicarle alguna mirada provocativa, al ponerse la lencería-. Pero tengo trabajo. Otro desahucio.

   -¿No habrá problemas como aquella vez? -se inquietó Alonso.

   -Tranquilo, no suele pasar. Y si necesito un caballero andante, serás el primero en saberlo -la mujer le miró de pronto con maternal autoridad-. Pero primero vamos a desayunar de verdad, no esa fritura portuguesa.

   Alonso echó una última mirada al exterior, desorientado. ¿Se refería al puesto de Fish & Chips? ¿Desde cuándo tenían negocios en inglés los portugueses?

   Todavía iba dándole vueltas al tema cuando entró en el Ministerio. Abordó a Amelia en la cafetería; quizá ella sabría darle alguna explicación...

   -¿Qué tal los dos días libres, Alonso?

   -Un aburrimiento. Pero hoy he encontrado algo raro -le mostró un cucurucho de papel etiquetado "Yáñez Fish & Chips"-. Mirad: ¡pescado hervido! Sólo lo han frito un poco al final, para engañar. ¡Ningún español haría algo así!

   -No, claro: esa manía de hervir es típica de los ingleses -Amelia se encogió de hombros y volvió su atención al café con pastas-. ¿Ahora desayunas eso? Creí que preferías el zumo de naranja.

   -Eh... sí, es verdad -Entrerríos hizo una seña al camarero, que ya había comenzado a prepararle su bebida habitual antes de que la pidiera-. Pero mirad el apellido: Yáñez. ¡Es portugués, no inglés!

   -Es lo mismo, Alonso -explicó la mujer, con paciente dulzura-. Desde que Drake conquistó Lisboa, en 1589. Creí que habíamos hablado del tema esta semana.

   Él enmudeció; el corazón le dio un vuelco. Ni siquiera reaccionó cuando el camarero le puso delante el vaso.

   -Pero... -acertó a balbucear al fin- María Pita...

   -Sí; fue una lástima -Amelia le tomó la mano con tristeza-. Lo siento; sé que la conociste. Pero siempre supimos que llegaría este día. Gracias a su muerte sólo cayó Portugal, y no La Coruña ni el resto de España.

   El pulso del soldado se aceleró todavía más; mil ideas comenzaron a atropellarse en su mente, causándole náuseas. No podía ser...

   -Amelia... hace dos días estuvimos hablando de esto, sí. Pero Lisboa no cayó, y María tampoco.

   -¿Ahora vas a darme a mí lecciones de Historia, Alonso? -se indignó la jefa de la patrulla.

   -¡Me las disteis vos misma! -estalló él-. Esto es como cuando cambió lo de... Lombardi descubriendo las Américas, Maite y Elena rezándole el Credo a Felipe II, Ernesto enviándonos a matar al de la Constitución de Cádiz...

   -Pero aquellas veces, los tres vimos el cambio. Esta vez no es así, Alonso.

   El soldado notaba cómo el pulso le latía cada vez más dolorosamente en las sienes. A otros les encantaban aquellos quebraderos de cabeza, pero él no podía soportarlos. Era el más antiguo de la Patrulla; demasiados siglos para intentar ponerse al día. Y encima esto...

   -Ojalá estuviera aquí ese enfermero loco -gruñó Alonso-. A él se le daban bien estos líos. Cuando volvíamos de viaje y pasaban estas cosas, creo que incluso disfrutaba.

   -¿Viaje? -la mirada de Amelia perdió su desdén y se clavó en el soldado-. ¿Has dicho viaje, Alonso?

   -Sí. Pero esta vez no ha pasado estando de viaje por las Puertas. Julián sí está fuera. Pero vos estabais en casa, y yo...

   Entrerríos se interrumpió, mientras una idea comenzaba a abrirse paso incómodamente en su cerebro. La misma que estaba haciendo que los ojos de Amelia se abrieran con creciente horror.

   -Yo no vivo ya en mi tiempo; ¡siempre estoy de viaje! -exclamó el soldado-. Sólo viniendo de misión podíamos notar los cambios, ¿verdad?

   -Ernesto e Irene tampoco viven en su tiempo, pero no notaron nada las otras veces -le contradijo Amelia, como quien se agarra a un clavo ardiendo. Ambos jefes habían sufrido cambios sin saberlo: ella tan sumisa y con el pelo negro... él ni siquiera sabía quién era Salvador...

   -Hay algo más - Entrerríos bajó la vista tímidamente y confesó-: he vuelto a visitar a Blanca. Sin que me vea.

   -¿Otra vez? ¿No te basta con Elena? Pero eso no tiene nada que ver con... -la inteligente mujer relacionó los datos y bajó la vista, cada vez más humillada-. Has ido a verla estos dos días, ¿verdad?

   Alonso puso una mano en el hombro de Amelia y asintió:

   -Recuerdo dos realidades, y vos sólo una. Soy el único que estuvo de viaje estos días. Lo siento, pero... -la mirada del soldado, profunda y sincera, se revistió de súplica-. Si alguna vez habéis tenido fe en nuestra amistad, Amelia, tendrá que ser ahora.

(CONTINUARÁ...)



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3 comentarios:

Vane dijo...

Oooooi!que interesante este final, ya se que estas muy liada, pero espero no tener que esperar mucho para leer siguiente capítulo
....que bien pinta, jo!

Vane dijo...

Oooooi!que interesante este final, ya se que estas muy liada, pero espero no tener que esperar mucho para leer siguiente capítulo
....que bien pinta, jo!

Ana García Silvestre (Anagarsil) dijo...

Genial!! Con ganas de seguir leyendo, te deja con la intriga!! Gracias por compartirlo!!