TIC-TAC 8 (La leyenda del tiempo)
MAITE
Sonó la campana y todos se levantaron como un resorte, mientras la maestra les intentaba recordar el día de entrega del proyecto. Los chavales hoy habían estado algo revoltosos, casi como aquellos días que amenazaba tormenta pero no descargaba, cuando todos se alteraban de forma casi animal. Solo que hoy hacía un día radiante: ideal para salir a correr.
Tenía hora y media libre hasta la siguiente clase. Tal y como había arrancado la mañana, con la pelea idiota con Julián, había abandonado la idea de hacer ejercicio: no estaba el horno para bollos. Pero luego él le había llamado, se había disculpado y... Bueno, tonterías: el día estaba estupendo. Fue a los vestuarios del gimnasio, se puso el chándal rosa, y pasó por secretaría para despedirse de Leonor y asegurarle que en una hora estaría de vuelta. Salió por la puerta, se puso los auriculares, encendió el ipod y... ¡a correr!
El ejercicio la ayudaba a despejarse, correr le permitía dejar atrás las preocupaciones laborales, los líos en casa... Y la música de Pink Floyd a toda pastilla le permitía aislarse un poco más. Estaba el asfalto, su respiración, la voz de David Gilmour, el bajo de Roger Waters: nada más. "So you think you can tell heaven from hell...".
Bajó por la calle, dobló la esquina y se encontró con el semáforo en rojo: se detuvo, pero no del todo, corriendo en el mismo sitio para no perder el paso. "How I wish, how I wish you were here. We're just two lost souls...". El semáforo se puso verde, y Maite cruzó el paso cebra corriendo. Un niño perseguía una pelota que había saltado de un parque. Un coche corría como un loco. Chocó contra otro. Un tercero atravesó entonces el cruce, directo hacia ella. Maite se quedó paralizada por el exceso de inputs: el clímax de la música, un niño en peligro, un coche en peligro, ella misma en peligro. Creía haber visto a Julián en alguna parte de todo aquel embrollo sensorial que su cerebro no alcanzaba a descifrar.
El tiempo parecía ir despacio, pero eso no ayudaba a procesarlo. Era como si el aire fuese mermelada. Gelatina. Hielo. Todo se detuvo.
La música dejó de sonar. Los coches se habían parado, uno de ellos a escasos centímetros de ella. El conductor estaba paralizado con una mueca en el paroxismo del horror. Sí, sin duda Julián estaba en otro coche más atrás, con una copiloto de pelo corto que no conocía. Los pájaros sobre ellos se habían congelado en pleno vuelo. El aire mismo era denso, denso. Maite se quitó los auriculares, lentamente. Aunque le costaba, parecía la única capaz de seguir moviéndose.
- Pero ¿qué demonios...?
Un chirrido extraño, parpadeante e intrusivo, comenzó a sonar entonces. Y siguiendo el mismo ritmo, una imagen comenzó a dibujarse delante de Maite, cada vez más y más sólida: una especie de armario azul, de planta cuadrada, con un letrero en la parte superior que ponía POLICE BOX. La puerta se abrió y salió un hombre alto y delgado vestido con un traje de un azul un poco más claro.
- Ya sé que debería haberte llevado a la revisión -dijo a nadie en particular-, pero estos últimos años he estado un poco ocupado. No esperaba que fueras a tropezar con cualquier bache del camino.
- ¿Hola? -preguntó, más que saludó, Maite.
El hombre se giró hacia ella con curiosidad.
- Hola. ¿Puedes hablar? Qué tontería, claro que puedes hablar. Soy el Doctor.
- ¿Qué...? -a Maite le costaba cada vez más articular palabra.
- Ah -dijo el otro mientras buscaba algo en el bolsillo interior de su chaqueta-. Sí, es un efecto secundario típico: hay una oclusión temporal, ¿sabes? Es lo que nos ha arrastrado aquí, hemos tropezado.
El Doctor sacó del bolsillo una varilla plateada con una luz azul en la punta, apretó un botón en la base y lo dirigió sucesivamente hacia el armario azul y hacia Maite. En pocos momentos la música de los auriculares se reanudó, sintió que aire recuperaba su consistencia habitual y que podía volver a moverse con normalidad: todo lo demás seguía parado.
- ¿Habéis tropezado? ¿Qué ha pasado? ¿Eres Doctor?
- Sí, ahora te cuento, y oh, sí -el hombre volvió agitar la varilla, que emitía un ruido agudo, y miró entonces su superficie, aunque no parecía tener ninguna clase de display.
- Están todos parados. Y ese es Julián -Maite dio un par de pasos hacia el coche donde había visto a su marido, pero el Doctor la detuvo, alarmado.
- Espera, ¡espera! ¡No te muevas!
- Pero ya puedo...
- No, sí, ya sé que puedes. No te gires. He extendido el campo de la TARDIS para que puedas moverte, pero no deberías hacerlo. En serio, no te gires. Esta región del espacio se ha visto afectada por una oclusión temporal.
- ¿Una qué? -preguntó Maite, luchando contra las ganas terribles que le había dado "el Doctor" de girarse, aunque antes de que él lo dijera no tenía ninguna intención de hacerlo.
- Sobre todo, no te gires aún. Y no andes. Quédate ahí de momento. Y escúchame: una oclusión temporal. Algo, o alguien, ha provocado un conflicto temporal: puede ser una paradoja, pero aún no lo ha sido. Lo que está muy bien, porque una paradoja con la cantidad de energía cronal que estoy leyendo en el ambiente hubiera dejado un agujero en el espacio-tiempo. No muy grande, uno del tamaño de... la provincia de Cuenca. Pero molesta tener eso en medio del mapa y el calendario.
- Una oclusión.
- Sí, hay una oclusión -siguió diciendo tras explorarla un poco más con la punta luminosa de su varilla-. Y, siento decirlo, creo eres el motivo de la oclusión. El epicentro. Por eso podías moverte un poquito, y por eso la TARDIS ha aterrizado cerca tuyo. El ojo del huracán. ¿Por qué has provocado una oclusión?
- ¡Y yo que sé! -le gritó Maite.
- Vale, vale. Vamos a averiguarlo, ¿te parece? Te voy a pedir que vengas conmigo a la TARDIS, pero tienes que caminar recta hacia la puerta, de acuerdo. No te desvíes, no te tuerzas, y sobre todo no te gires. Lo sé, es culpa mía que tengas tantas ganas de girarte.
- ¡Sí!
- ...pero no puedes. Hazme caso. Aún no puedes. Y no cierres al pasar.
El hombre se giró hacia el armario, abrió de par en par la puerta. El interior que vio Maite era mucho más grande de lo que prometían las dimensiones exteriores, estaba bañado en una luz anaranjada y tenía una gran columna central alrededor de la cual había un cuadro de control hexagonal y estrafalario. Maite entró maravillada, con la boca abierta ante los grandes arcos en los que se curvaban las paredes hasta un techo casi orgánico, mientras el Doctor empezaba a teclear en una máquina de escribir, giraba una manivela y tocaba una bocina, todo lo cual parecía de un modo u otro conectado a la consola de mandos. El hombre movió una especie de enorme lupa que colgaba de un soporte extensible y la miró a través de ella con detenimiento. Luego pulsó en una pantalla táctil, lo único lógico dentro de aquel sinsentido de aparatos.
- Oh -fue todo lo que dijo el Doctor. ¿Doctor qué?
- ¿Oh?
- ¿Cómo te llamas?
- Maite.
- Maite -repitió el otro, y la expresión se le ensombreció-. Lo siento, Maite. Lo siento mucho.
- ¿Qué está pasando? ¿Por qué no me puedo dar la vuelta?
- ¡No te des la vuelta! -insistió el Doctor, extendiendo ambas manos como si así pudiera retenerla.
- Vale, ¡vale!
- Vale. Ya sé la causa de la oclusión.
- La que ha hecho que el tiempo se pare.
- Sí.
- Y soy yo. Porque yo no me he quedado paralizada.
- Por supuesto. Sí, eres tú. Estás a punto de provocar una paradoja.
- ¿Qué paradoja?
- Te has... Deberías... Vale: según el análisis de la TARDIS, ese Julián que dices tiene un diferencial de energía temporal apabullante, lo que quiere decir que ha cruzado su propia línea temporal... bueno, al menos tantas veces como yo. Y eso no es sano. Si no eres yo.
- ¿Viajas en el tiempo? -preguntó Maite.
- Y Julián. Pero no encuentro rastros de energía artrón, así que debe utilizar un método del que no he oído hablar nunca. Lo que es fantástico, sencillamente fantástico.
- Que Julián viaja en el tiempo. ¡Sí, claro!
- Quizás has notado que un coche estaba a punto de embestirte.
- Sí. Pero...
- Pero todo se ha parado, sí. La oclusión que precede a la paradoja.
- Julián no puede viajar en el tiempo: es enfermero.
- Y yo Doctor. El tiempo no es una estricta sucesión de causa y efecto -explicó como quien repite una clase que ya dio hace poco-, pero si rompes la causa necesaria de un efecto que ya se ha producido, pueden empezar a pasar cosas malas.
- Julián... -recordó Maite-. Me dijo que no le dijera ni a él mismo que había venido a verme... Me llamó antes y estaba muy distinto de cuando se fue.
- Creo que ese Julián sabía que iba a pasar esto y ha venido a impedirlo. Y lo ha provocado.
- ¿Julián sabía...?
- Viene del futuro. Pero es lo que tenía que pasar, porque si no pasa no viajará para impedirlo, no provocará el accidente...
- ...y yo no moriré. ¿Es eso? Es eso, ¿no?
- Lo siento mucho.
- No puedo hacerle eso a Julián. O sea, vale, me voy a morir, es una putada. Es una putada muy gorda. No quiero morirme. Pero que él piense que es culpa suya, ¡se va a volver loco!
- Si te recuerda viva y muerta a la vez sí que se va a volver loco -y anticipándose a algo que Maite estaba pensando, le advirtió-. No lo digas.
- Dices que viajas en el tiempo.
- No.
- Sí.
- Sí, pero no voy a hacer lo que quieres.
- ¿Puedes? ¿Puedes llevarme a...?
- No. Ya no voy a llevar a nadie. Nunca más. Eso se ha acabado -Maite notó amargura y cierto resquemor en sus palabras, que hasta ahora habían parecido llenas de empatía-. Y aunque quisiera, no puedo. Has parado el tiempo: no puedo viajar en el tiempo si no hay tiempo. Nos queda el que hay dentro de la TARDIS, pero no puedo ir a ninguna parte más hasta que esta oclusión termine.
- No quiero hacerle esto a Julián -protesó Maite-. ¿Y si salto a un lado?
- Lo que se haga, se lo habrá hecho él. Esa persona que va con él... quizá le ayude a superarlo. Si le ha acompañado en esta locura... a veces, van contigo no porque estén tan locos como tú, sino porque quieres cuidarte.
- ¿Quién es?
- No lo sé, pero tiene un diferencial temporal importante, también debe viajar en el tiempo.
- Voy a morir -aceptó con resignación Maite-. Pobre Julián.
Sonó una campana ominosa y reverberante, como si tocara a muerto.
- Ahora sí -dijo el Doctor-: tienes que mirar atrás. Por última vez. Por Julián. Es mejor que sufra a que le caiga encima la paradoja.
- Es -dijo Maite, englobando todo lo que la rodeaba con las manos-... es más grande por dentro.
- Como la vida -respondió el Doctor, con tristeza infinita.
Maite ahogó las últimas lágrimas, se puso los auriculares y se dio la vuelta. Tras ella había una estela de Maites repetidas por donde había pasado, que empezaban en su imagen frente al coche a punto de atropellarla. Abrió la boca con asombro y se sintió repentinamente arrastrada, como si hubiera cedido a una goma que tiraba de su espalda. Mientras iba pasando y eliminando todas las imágenes de las Maites sucesivas, fue recordando todos los momentos importantes de su vida. Viajes, discusiones, canciones, películas, cumpleaños, abrazos, besos, su boda, su comunión, su bautizo, su mismísimo nacimiento...
Se cerró la puerta de la TARDIS. El impulso que la arrastraba terminó cuando ocupó el espacio exacto de la primera imagen residual. El tiempo recuperó su marcha. El coche embistió a Maite. Julián y Amelia salieron horrorizados del otro coche, el que había provocado el accidente. La cabina telefónica ya había desaparecido.
Maite murió al instante, habiendo revivido cada uno de los segundos que había pasado junto a Julián. Ninguno de esos recuerdos se perdió, como lágrimas en la lluvia.
1 comentario:
¡Coño!
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