17 abril 2015

MdT: Tiempo de paz (II)

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   Me llamo Diego Rodríguez, y soy un hombre muerto. O eso creen todos los que alguna vez fueron mis amigos y mi familia: me dieron por fallecido en 1097, en la batalla de Consuegra. En realidad, un agente del Ministerio me salvó de ser alcanzado por un alfanje almorávide en plena llanura toledana cuando Pedro Ansúrez, Álvar Fañez y García Ordóñez se retiraban: nunca se me dio bien lo de retirarme. Aquel hombre me dio un nuevo propósito y una nueva aspiración de escapar a la sombra de mi padre: y cuando tu padre es Rodrígo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, creedme que proyecta una sombra muy grande.
   Desde hace 10 años, vivo una doble vida: trabajo como herrero en mi época, en un pueblo del Reino de  Galicia llamado Porriño. Y en secreto, viajo por toda la historia de los reinos de España, al servicio del Ministerio del Tiempo que dirige Don Javier Guzmán en el siglo XX. Atravieso una puerta que hay en mi caserío y ya no estoy en 1108 sino en 1938: 800 años perdidos bajo su quicio. He tenido ocasión de poner a prueba mi temple, mis nervios y mi brazo centenares de veces: nunca paras de sorprenderte, nunca dejas de aprender, nunca bajas del todo la guardia.
   Don Javier es un hombre cabal. En la década que llevo trabajando para él, me ha demostrado que antepone el deber a sus intereses personales, pero que quiere a todos sus agentes como si fueran sus hijos. Es imposible no perdonarle que sea tan ferozmente republicano... sobre todo cuando gracias a su astucia y buen hacer se han salvado tantas veces las vidas de monarcas, duques, condes y marqueses a lo largo de la historia.
   Alguna vez me he preguntado: ¿y si fallamos en nuestra misión? ¿Y si por nuestra culpa matan a Fernando VII o al Marqués de Santillana, y cambia la Historia? En ese caso, ¿volveríamos a casa para encontrarnos que nadie ha notado la diferencia, porque para ellos siempre fue así? ¿Desapareceríamos todos los que hemos sido desplazados de nuestro año y siglo? No me gusta pensar demasiado en ello: mi querida compañera María de Cervelló dice que esas cosas quedan en manos de la Providencia Divina, que nosotros somos los instrumentos de los que se vale para mantener a Satanás fuera de la Creación, que mientras obremos con Rectitud y Honradez, todo irá bien. Tengo en mucha estima a mi pura y hermosa María, pero acaba de incorporarse a la Patrulla hace menos de dos meses, y creo que a sus 25 años aún no ha aprendido cómo funciona el mundo. ¿Mantener a Satanás fuera de la Creación? ¿Y por dónde empezar, si sus garras se extienden allá donde miremos? Cada semana hay alguna emergencia, cada estación alguna catástrofe que está a punto de destruír el frágil equilibrio de los años. Hasta ahora hemos logrado capear cada tempestad, no sin perder a unos cuantos hombres buenos por el camino. De hecho, devolvedme a 10, y sólo con ellos os aseguro que mi padre no necesitará estar muerto para ganar la batalla de Valencia. Pero, ¿hasta cuando tendremos suerte? ¿Y si los bombardeos de Madrid destruyen el Ministerio? ¿Quedaremos perdidos en un tiempo que no es el nuestro?
   Desvarío, y debo mantenerme sereno: la delegación portuguesa es grande, se nota que, como dicen en el siglo XX, "juegan en casa". Es muy probable que uno de ellos sea el que pretende impedir la firma de este tratado...

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   Está sonriendo. ¿Por qué sonríe? Me pone nervioso cuando sé que está tenso y sonríe así, prefiero cuando se muestra circunspecto. Seguro que está pensando en partirle el cuello a alguno de los portugueses en cuanto parezca que oculta algo. Así que más vale que haga pronto mi trabajo para que nadie salga herido. Quizás esta vez lo logre.
   Hoy interpreto el papel de Su Excelencia Don José Florences, conde de Valladolid. En realidad soy José Florences Gili, pero casi nadie me llama así, ya: en la calle y en la prensa, todos dicen "El Gran Florences", el "Rey de los Prestidigitadores", e incluso el "Prestidigitador de los Reyes". Lo cierto es que he actuado para unos cuantos, incluyendo cierto número que no podría contar a nadie sin que creyera que bromeo como parte del espectáculo, mayormente porque murieron hace varios siglos.
   Don Javier dijo que había sospechas, por documentos recién encontrados en el siglo XX, de que alguien intentaría sabotear la firma del tratado de paz: alguien que muy probablemente está metido en esta larga sala. Hablo con todos los que puedo, y ninguno escapa a mi observación. Ese tal Nuno Alvares Pereira tiene el hombro destrozado. Intenta que no se le note, pero aprieta los dientes cada vez que debe girar demasiado rápido. Demasiado joven para tratarse de un problema de huesos, 30 años, seguramente fue en la guerra. Se me da bien hacer trucos de manos, con cartas, con monedas, hacer aparecer y desaparecer cosas. Se me da incluso mejor inventar mis propios trucos: esa es la verdadera esencia de un mago, claro. Si sólo repites lo que hacen los demás no vales nada. A menos que lo hagas de una forma nueva: esa es la verdadera esencia de un mago.
   Después está ese tal Vasco Luis da Gama: no puede ser el navegante, por supuesto, porque estaríamos en el siglo equivocado. Tal vez un descendiente. Parece un hombre serio y lo consulta todo con el aristócrata del que no se separa, António Luís de Meneses, marqués, conde y general ultrarcondecorado. Ese ha tenido más responsibilidad en la guerra que se acaba que ninguno de los otros que estamos aquí. Parece astuto como un zorro. Se me da bien conocer a la gente, no tanto saber lo que piensan sino saber cómo piensan: esa es la verdadera esencia de un mago.
   Y luego están los tres da Silva: Joao, Henrique de Sousa Tavares y Pedro Vieira. No me parecen demasiado listos, parecen estar aquí porque a su familia les interesaba que se notara su presencia, no porque realmente tengan nada que apelar o aportar al tratado. Espero que acabemos pronto la misión: tengo ganas de ir a Londres a conocer a Houdini. Por lo que he oído no era precisamente un caballero sobre el escenario, pero ¡era Houdini! ¡El maestro del escapismo! ¡El amo de las fugas imposibles! ¡La trampa china del agua! La verdadera esencia de un mago.
   Sin embargo, el que me preocupa de verdad de toda esta sala es el inglés; ese tal Conde de Sandwich, Edward Montagu, no me parece de fiar. No entiendo como puede mediar entre españoles y portugueses, si todo el mundo sabe que los lusos siempre han estado aliados con la pérfida Albión...

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   Salve Regina, mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve. Ad te clamamus exsules filii Hevae. No entiendo a los portugueses, y eso que no se me dan mal los idiomas. Hablaba latín y griego desde los 12 años, y catalán, claro; y el castellano, que en Barcelona no lo había oído prácticamente nunca, lo he aprendido  en apenas dos meses. ¡Oh! Si me oyera pensar así el querido Fray Bernat de Corbera, me diría que peco de soberbia. Pero, como dice mi amiga Eulalia Pinós, sólo teniendo claro lo que sabemos podemos descubrir lo que ignoramos.
   Me llamo María, soy hija de los barones de Cervelló. Ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle. Me gustaría ayudar a don Gaspar de Haro a que esta paz llegue a buen término, pero no me parece que tengan demasiado en cuenta mis opiniones. Ya sé que soy muy joven, pero he escuchado toda la vida a mi padre resolver problemas entre facciones diversas, y con la ayuda de Dios todo se puede solucionar. Todos me parecen tremendamente amables.
   Las puertas de la sala larga del bonito convento donde nos hemos reunido las dos delegaciones se han abierto. Han entrado tres sirvientes, dos hombres y una mujer, vestidos con librea inglesa (fue idea del Conde Montagu, para que no se vistieran uniformes españoles ni portugueses), y nos traen un refrigerio. La mayoría de los hombres se aprestan alrededor de las bandejas. A mí se me acerca la mujer: es joven como yo, y me ofrece agua y algo que no acabo de entender: todos hablan muy alto, en varios idiomas. Ella se me acerca para repetirme lo que me había dicho, al oído. Pero en vez de eso, me dice otra cosa distinta: sorprendentemente en este lugar, me habla en catalán, y me dice:
   - Vigila bien a Don Florences.
   Debo abrir mucho los ojos con la sorpresa, porque ella se azora, se aparta de mí y se retira con sus compañeros de servicio, mezclándose con los representantes. Miro a mi compañero de misión: don José Florences siempre ha sido muy bueno conmigo, me trata casi como a una hija. ¿Qué ha querido decir aquella sirvienta? Se lo quería preguntar, pero uno de los portugueses ha echado enseguida a los tres camareros. Me parece que la joven sirvienta me lanza una última mirada cargada de intención cuando las puertas se cerraron.

   - Estamos de acuerdo -dijo el marqués de Meneses- en el cese de las hostilidades, la restitución de las plazas ocupadas...
   - Excepto Ceuta -recordó don Gaspar de Haro.
   - Excepto Ceuta; pero recuperamos Olivenza. La devolución también de las propiedades tomadas y la amnistía para los prisioneros.
   - Nos queda -intervino De Gama- el asunto de la libertad de comercio y circulación, y asegurar que Portugal será soberano para aliarse con quien quiera.
   Sir Edward Montagu mantenía una media sonrisa permanentemente congelada en el rostro. Seguía la conversación, pero su mirada iba repasando a todos los presentes. En Don Florences se detuvo quizás un poco más que en los demás. ¿Qué ocurría con él, se preguntaba María? ¿Tenía que asegurarse de que el mago no hiciera nada malo o de que no se lo hicieran a él? ¿Quién era aquella sirvienta? ¿Y de parte de quién estaba? De repente, la sencilla misión parecía complicarse...
(CONTINUARÁ...)
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