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Lovaina (Flandes), 1534
Las nubes y la lluvia siguieron visitando Lovaina intermitentemente a lo largo del día. Satisfechos con el futuro encarrilado de Gerard Kremer, y sabiendo que seguiría bajo el amparo de Jemme Reinerszoon hasta que lograra sus primeros triunfos (ahora que su esposa había perdido el interés por el joven geógrafo), la Patrulla resolvió los pocos asuntos académicos que aún les ataban a la casa, y se despidieron aprovechando una tregua de la llovizna. Si se daban prisa, quizás aún llegarían hasta la puerta del tiempo sin mojarse.
Diego felicitaba a Julián por su perspicacia a la hora de detectar el problema y resolverlo. Amelia iba repasando lo que habían logrado:
- Kremer pasará a la historia como Mercator, sus mapas ayudarán a entender mejor el mundo y aumentarán enormemente la seguridad de los trayectos entre Europa y América. Eso redundará en un enriquecimiento mutuo de ideas y personas. Mi siglo XIX y tu siglo XXI deberían parecerse ya mucho más a los que conocemos.
- Entonces, ¿crees que podemos cruzar la puerta sin miedo a que nos detengan los del Ministerio de 1980?
- Me temo que no será tan sencillo.
- Me hubiera extrañado que algo de todo esto lo fuera.
- Aún está el tema de las colonias: cuando estuvimos en el despacho del subsecretario Leiva, el último detalle del mapa que no encajaba era que la mayor parte de Sudamérica seguía siendo española.
- ¿No arreglamos eso cuando evitamos que España evolucionara como un Imperio Romano?
- España conquistó y colonizó América sin necesidad del aparato imperial romano. La clave, creo, está en lo que provocó que los americanos se independizaran.
- Bueno, cada país en su momento, supongo.
- Sí, pero hubo un detonante clave. La Constitución de Cádiz de 1812.
- ¿La Pepa? ¿Qué tuvo eso que ver?
- Que casi no se aplicó. Y durante su elaboración se hicieron promesas a las colonias, a raiz de la intervención de algunos delegados americanos. Promesas de mejoras que se quedaron en nada y encendieron los ánimos.
Julián se frotó el mentón, pensativo:
- Es decir, que les dieron esperanzas y luego se las quitaron. Normal que la liaran y lucharan por conseguirlo a su manera. Hay algo más, por cierto, algo que dijo Salvador cuando hablé con él ayer. Algo de un desastre... Pero, ¿tú qué piensas, Diego? Todo esto de América y constituciones deber sonarte raro...
El hijo del Cid enarcó una ceja:
El hijo del Cid enarcó una ceja:
- Trabajé en el Ministerio entre el 28 y el 38 del siglo XX. Ya he estado en la América española. He conocido a Colón y a Elcano. Pero lo importante -añadió bajando el tono- es que no miréis atrás porque hay un hombre que nos está siguiendo desde hace rato. Meteros en el siguiente callejón a vuestra diestra.
"Claro", pensó Julián, "porque girarnos sería sospechoso, pero que tres personas de la calle entren en un callejón estrecho es de lo más natural". Obedeció sin rechistar, como Amelia.
El hombre que les seguía iba embozado, oculto su rostro entre el ala de un sombrero verdoso y una capa bermeja. Se encontró al girar por el callejón con la punta de la espada de Diego que le apuntaba directamente a los ojos, la única parte de sus facciones que se veía.
- ¿Quién sois y qué queréis de nosotros, malandrín?
- ¿Así saludáis ahora a los buenos amigos? -respondió el otro, soltando la capa con la que se cubría. Julián y Amelia ahogaron a la vez un grito de sorpresa. Su frondoso bigote lucía de nuevo en su rostro, y llevaba algunas cicatrices de más por las mejillas, pero el que ante ellos se mostraba, como surgido de la tumba era sin duda...
- ¡Alonso!
Amelia se abrió paso entre sus compañeros y le dio un cariñoso abrazo a Entrerríos.
- Vive Dios que no es posible -se exclamó Diego, perplejo-. ¡Os vimos rodeado de enemigos, Entrerríos! ¿Cómo pudisteis vencer a tantos?
- No lo hice -dijo Alonso-. En León caí derrotado y preso, aunque no me mataron. El rey Alfonso, el Batallador, quiso saber quién era aquel que a tantos de su guardia había dejado sin sentido, malheridos o moribundos. Me tuvieron en la cárcel algunos días, durante los cuales me visitaron dos hombres extraños, que supuse eran los que habían entrado a perseguirnos desde el Ministerio.
- Los que me hicieron salir de tu casa, Diego -recordó Julián-. No me entretuve a verlos bien, pero sé que eran dos.
- Me hicieron algunas preguntas, pero no parecían contentos con mi falta de respuestas, y desistieron. Alfonso me dio a elegir: morir prontamente en la picota o luchar por él. Y eso hice durante dos años: combatí en Villadangos contra los partidarios del infante gallego, y en otras partes -se levantó la camisa para mostrarles algunas de las cicatrices-, vi cómo Alfonso repudiaba a Urraca y perdía así todo el reino de León. Estando en Zaragoza, volví a descubrir por pura casualidad a uno de aquellos hombres que me vinieron a ver en la cárcel. Pensé que la puerta en bucle les había dejado atrapados y debían buscar otra puerta para volver a casa. Como no teníamos guerras en las que emplearnos, y gozaba de libertad de movimientos, me dediqué a seguirles. Yo era su sombra, sin que ellos lo notaran. Les seguí por la ciudad, y de allí hasta Calamocha, y luego a Teruel, donde una puerta del tiempo les devolvió a 2015. Dudé si seguirles, y si podría dar con vosotros. Pero parecía que a nadie le llamaba la atención que rondara los pasillos del Ministerio, y no busqué llamarla. No tardé demasiado en dar con la pista, porque ellos os encontraron: oí a Irene decirle al subsecretario que, revisando unas notas de una misión de los años 80, había hallado referencia de tres agentes que iban a cumplir otra a Flandes. Ni los agentes ni la misión aparecían en ningún otro registro. Aprovechando que conozco la región, me adelanté a ellos, llegué hace dos semanas a Almería -se santiguó- y he atravesado Europa con la esperanza de encontraros antes. Y así ha querido Dios.
- ¡Menudo viaje! -declaró Diego.
- Gracias por exponerte tanto por nosotros, Alonso -dijo Julián, dándole un abrazo que el otro recibió algo envarado-. Siento mucho todo lo que has tenido que pasar.
- Uno cumple con su deber -el soldado estaba incómodo.
- No, en serio, Alonso -añadió Amelia-. Gracias a ti pudimos devolver a Levi a su época.
- ¿Abraham Levi? -pareció alarmado-. ¿Cómo está el rabino?
- Bien, creemos. El Ministerio, por lo que dices, sigue existiendo, igual que las puertas del tiempo, así que parece que conseguimos mantener las cosas como deben ser.
Alonso puso un gesto extrañado por un momento, pero en seguida volvió a su semblante sereno.
- Sería el momento adecuado para marcharnos, si os parece, antes de que el Ministerio nos encuentre.
- Estábamos hablando del siguiente paso -indicó Julián.
- ¿Ya tenemos otro plan entre manos? -dijo Alonso-. ¿Qué más queréis intentar cambiar?
- Restaurar -le corrigió Amelia antes de tomar un semblante más preocupado-. No sé exactamente qué habría que hacer con América. Lograr que España pierda las colonias, eso desde luego.
El rostro de Alonso palideció:
- ¿Que pierda... sus colonias en las Indias?
- No ahora, claro, en el siglo XIX. Sin eso, podremos darle un giro importante al XX y al XXI, y esperemos que el definitivo.
- ¿Tenemos alguna puerta disponible? -preguntó Diego.
- Veamos -Julián sacó el Listín y se lo dio a Amelia, bajo la atenta mirada de Alonso-. A tí se te da mejor calcular esto.
Amelia Folch estuvo algunos minutos revisando la libreta, haciendo cálculos mentales:
- No creo que queramos arriesgarnos a volver a Almería, hasta la puerta de 2015 por la que ha venido Alonso -Entrerríos volvió a santiguarse-. Especialmente con una patrulla del Ministerio que viene desde allí y nos busca. Así que tendremos que aprovechar la puerta por la que llegamos desde el Ministerio de 1980. Eso nos deja dos opciones: la puerta 40 lleva al 24 de agosto de 1811, justo el día antes de que comenzaran los debates constitucionales en Cádiz. Saldríamos... por Murcia, relativamente cerca: el problema es que en esa fecha, Cádiz está asediada por los franceses, y lo estará durante todas las discusiones.
- ¿Cómo vamos a entrar ahí?
- Hay otra opción, más larga aunque mucho más segura por varios factores... Pero no te va a gustar, Alonso.
- Si hay que luchar, se lucha.
- No se trata... de luchar.
Puerto de Veracruz (México), 1810
- Esto lo hacéis aposta -dijo Alonso, acongojado, mirando como cargaban la fragata con cajones de azúcar, grana, cacao y varios cofres repletos de monedas.
- Conseguí dos camarotes -Diego acababa de volver de la capitanía-. Y me he informado: entre el pasaje viaja el sacerdote Miguel Ramos Arizpe, al que han elegido diputado de su región, Coahuila.
- Es nuestra primera pista. Podemos tratar de acercarnos a él -dijo Julián. Y volvió a leer, divertido, el nombre del barco-. "La preciosa catalana": ¿Tú estás segura de que no lo haces adrede, Amelia?
- Ánimo Alonso -apostilló ella, ignorando la puya de su compañero-, estos barcos son muy seguros. Viajan desde aquí hasta Cuba, y de allí a Cádiz como... como el que cruza un estanque con un bote de remos. Y además, por lo que yo recuerdo, Arizpe llegó a España sin percances.
Pero si el simple batir de las alas de una mariposa podía acabar levantando una brisa o un vendaval en el otro lado del mundo, la presencia continuada de varios hombres corrigiendo el curso de la Historia podía desatar, en un momento dado, una gran tormenta donde no se esperaba ninguna.
Exactamente a una noche de navegación de La Habana, estalló la suya.
El hombre que les seguía iba embozado, oculto su rostro entre el ala de un sombrero verdoso y una capa bermeja. Se encontró al girar por el callejón con la punta de la espada de Diego que le apuntaba directamente a los ojos, la única parte de sus facciones que se veía.
- ¿Quién sois y qué queréis de nosotros, malandrín?
- ¿Así saludáis ahora a los buenos amigos? -respondió el otro, soltando la capa con la que se cubría. Julián y Amelia ahogaron a la vez un grito de sorpresa. Su frondoso bigote lucía de nuevo en su rostro, y llevaba algunas cicatrices de más por las mejillas, pero el que ante ellos se mostraba, como surgido de la tumba era sin duda...
- ¡Alonso!
Amelia se abrió paso entre sus compañeros y le dio un cariñoso abrazo a Entrerríos.
- Vive Dios que no es posible -se exclamó Diego, perplejo-. ¡Os vimos rodeado de enemigos, Entrerríos! ¿Cómo pudisteis vencer a tantos?
- No lo hice -dijo Alonso-. En León caí derrotado y preso, aunque no me mataron. El rey Alfonso, el Batallador, quiso saber quién era aquel que a tantos de su guardia había dejado sin sentido, malheridos o moribundos. Me tuvieron en la cárcel algunos días, durante los cuales me visitaron dos hombres extraños, que supuse eran los que habían entrado a perseguirnos desde el Ministerio.
- Los que me hicieron salir de tu casa, Diego -recordó Julián-. No me entretuve a verlos bien, pero sé que eran dos.
- Me hicieron algunas preguntas, pero no parecían contentos con mi falta de respuestas, y desistieron. Alfonso me dio a elegir: morir prontamente en la picota o luchar por él. Y eso hice durante dos años: combatí en Villadangos contra los partidarios del infante gallego, y en otras partes -se levantó la camisa para mostrarles algunas de las cicatrices-, vi cómo Alfonso repudiaba a Urraca y perdía así todo el reino de León. Estando en Zaragoza, volví a descubrir por pura casualidad a uno de aquellos hombres que me vinieron a ver en la cárcel. Pensé que la puerta en bucle les había dejado atrapados y debían buscar otra puerta para volver a casa. Como no teníamos guerras en las que emplearnos, y gozaba de libertad de movimientos, me dediqué a seguirles. Yo era su sombra, sin que ellos lo notaran. Les seguí por la ciudad, y de allí hasta Calamocha, y luego a Teruel, donde una puerta del tiempo les devolvió a 2015. Dudé si seguirles, y si podría dar con vosotros. Pero parecía que a nadie le llamaba la atención que rondara los pasillos del Ministerio, y no busqué llamarla. No tardé demasiado en dar con la pista, porque ellos os encontraron: oí a Irene decirle al subsecretario que, revisando unas notas de una misión de los años 80, había hallado referencia de tres agentes que iban a cumplir otra a Flandes. Ni los agentes ni la misión aparecían en ningún otro registro. Aprovechando que conozco la región, me adelanté a ellos, llegué hace dos semanas a Almería -se santiguó- y he atravesado Europa con la esperanza de encontraros antes. Y así ha querido Dios.
- ¡Menudo viaje! -declaró Diego.
- Gracias por exponerte tanto por nosotros, Alonso -dijo Julián, dándole un abrazo que el otro recibió algo envarado-. Siento mucho todo lo que has tenido que pasar.
- Uno cumple con su deber -el soldado estaba incómodo.
- No, en serio, Alonso -añadió Amelia-. Gracias a ti pudimos devolver a Levi a su época.
- ¿Abraham Levi? -pareció alarmado-. ¿Cómo está el rabino?
- Bien, creemos. El Ministerio, por lo que dices, sigue existiendo, igual que las puertas del tiempo, así que parece que conseguimos mantener las cosas como deben ser.
Alonso puso un gesto extrañado por un momento, pero en seguida volvió a su semblante sereno.
- Sería el momento adecuado para marcharnos, si os parece, antes de que el Ministerio nos encuentre.
- Estábamos hablando del siguiente paso -indicó Julián.
- ¿Ya tenemos otro plan entre manos? -dijo Alonso-. ¿Qué más queréis intentar cambiar?
- Restaurar -le corrigió Amelia antes de tomar un semblante más preocupado-. No sé exactamente qué habría que hacer con América. Lograr que España pierda las colonias, eso desde luego.
El rostro de Alonso palideció:
- ¿Que pierda... sus colonias en las Indias?
- No ahora, claro, en el siglo XIX. Sin eso, podremos darle un giro importante al XX y al XXI, y esperemos que el definitivo.
- ¿Tenemos alguna puerta disponible? -preguntó Diego.
- Veamos -Julián sacó el Listín y se lo dio a Amelia, bajo la atenta mirada de Alonso-. A tí se te da mejor calcular esto.
Amelia Folch estuvo algunos minutos revisando la libreta, haciendo cálculos mentales:
- No creo que queramos arriesgarnos a volver a Almería, hasta la puerta de 2015 por la que ha venido Alonso -Entrerríos volvió a santiguarse-. Especialmente con una patrulla del Ministerio que viene desde allí y nos busca. Así que tendremos que aprovechar la puerta por la que llegamos desde el Ministerio de 1980. Eso nos deja dos opciones: la puerta 40 lleva al 24 de agosto de 1811, justo el día antes de que comenzaran los debates constitucionales en Cádiz. Saldríamos... por Murcia, relativamente cerca: el problema es que en esa fecha, Cádiz está asediada por los franceses, y lo estará durante todas las discusiones.
- ¿Cómo vamos a entrar ahí?
- Hay otra opción, más larga aunque mucho más segura por varios factores... Pero no te va a gustar, Alonso.
- Si hay que luchar, se lucha.
- No se trata... de luchar.
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Puerto de Veracruz (México), 1810
- Esto lo hacéis aposta -dijo Alonso, acongojado, mirando como cargaban la fragata con cajones de azúcar, grana, cacao y varios cofres repletos de monedas.
- Conseguí dos camarotes -Diego acababa de volver de la capitanía-. Y me he informado: entre el pasaje viaja el sacerdote Miguel Ramos Arizpe, al que han elegido diputado de su región, Coahuila.
- Es nuestra primera pista. Podemos tratar de acercarnos a él -dijo Julián. Y volvió a leer, divertido, el nombre del barco-. "La preciosa catalana": ¿Tú estás segura de que no lo haces adrede, Amelia?
- Ánimo Alonso -apostilló ella, ignorando la puya de su compañero-, estos barcos son muy seguros. Viajan desde aquí hasta Cuba, y de allí a Cádiz como... como el que cruza un estanque con un bote de remos. Y además, por lo que yo recuerdo, Arizpe llegó a España sin percances.
Pero si el simple batir de las alas de una mariposa podía acabar levantando una brisa o un vendaval en el otro lado del mundo, la presencia continuada de varios hombres corrigiendo el curso de la Historia podía desatar, en un momento dado, una gran tormenta donde no se esperaba ninguna.
Exactamente a una noche de navegación de La Habana, estalló la suya.
(CONTINUARÁ...)
2 comentarios:
¡Apasionante! Gracias!
Humm,a mi me da k este Alonso no es el que dejaron detrás de esa puerta, si no el «malo»
!!!
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