15 junio 2015

MdT: El jardín de los tiempos que se bifurcan (y 20)


1939
   La tapadera de Julián (o Gabriel Gómez, como ahora tenía que hacerse llamar) era impecable. En la España de la postguerra, tres años de servicio en el frente y un certificado de buena conducta abrían más puertas que cualquier título, fuese académico o nobiliario. Nadie indagó lo más mínimo cuando presentó a Amelia como su hermana, y todo fueron facilidades para que ésta pudiera ingresar en la Escuela Superior de Bibliotecarias de Barcelona.

1940
   Entre los círculos militares, enseguida se corrió la voz acerca del médico condecorado sin sombra. En Navidad, Franco quiso conocer al individuo, y tanto Julián como su hermana fueron invitados a la recepción navideña que el Caudillo organizó para estrenar su residencia de El Pardo.

1941

Borges escribe:

"...El jardín de los senderos que se bifurcan es una imágen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma..."

1942
   Amelia finaliza con calificaciones inmejorables sus estudios como bibliotecaria. En una época más gris que la que viviera la institución en los años 30, Amelia se convierte en un faro, un símbolo de la excelencia de sus alumnas. Internamente, Amelia pasa a ser el referente de muchas compañeras con inquietudes que querían ir más allá de lo que las encorsetadas normas permitían. Organizan reuniones secretas de bibliotecarias en las que intercambian información e incluso ejemplares de libros restringidos o prohibidos, una práctica que persistirá durante el resto de su vida.

1944: un fragmento
   - El "Alfa" es esa bomba, está claro -dijo Amelia, dejando a un lado el libro que estaba leyendo. Fuera caía una lluvia fina y constante.
   - Pero, ¿cómo pudo cambiar todo lo demás?
   - No es que lo cambiara: no directamente. El Ministerio dejó de tener agentes de los que hubiera dispuesto de otra forma, y menos recursos, y no llegó a poder intervenir en todos los casos que el nuestro sí solventó. Eso es lo que creo.
   - El Ministerio romano, el primero que visitamos después de los dinosaurios. No había casi nadie, y estaba como medio abandonado.
   - Estoy segura que, si comprobasemos los archivos de nuestro Ministerio, los casos de Teodosio, León, Mercator... todo eso fueron casos que se resolvieron entre 1966 y el 2015.

28 de Julio de 1949, Ponferrada
   Tras los fastos del 10º aniversario de la victoria, "Gabriel" salva la vida a Franco cuando distrae al conductor del vehículo, evitando que alcancen al dictador los disparos desde un monte cercano. El atentado es ocultado por toda la prensa nacional, y sólo algunos medios internacionales se hacen eco varias semanas después.
   Franco pasa a considerar a Julián su "ángel asombroso" y un talismán personal.
   - Es a-sombroso porque no tiene sombra -trata de explicar el chiste, que todos le rien sin que les haga gracia.
   Desde entonces, será una de las personas a las que consulte en los momentos en que se sienta más vulnerable, y querrá tenerlo cerca en todas las grandes ocasiones (aunque nunca en primer plano).

   Más tarde, comenta el asunto con Amelia:
   - Tiene narices, precisamente yo, salvándole la vida a Franco...
   - Ya lo hemos hablado muchas veces. Él es imprescindible para recuperar tu tiempo, ¿no?
   - Sí, pero esa es otra. Yo no sabía lo de ese atentado, estaba en el coche por pura casualidad.
   - El tiempo tiene sus protecciones, cada vez me lo parece más. No se puede cuidar del todo de sí mismo, pero trata de mantenerse como puede. Por eso seguían estando Leiva, Irene, Salvador en los Ministerios alternativos, porque fueron tan importantes para conservar la Historia...
   - ...que no hubiera podido existir sin ellos. Y por eso el Ministerio suele darse cuenta de que algo puede cambiar la Historia antes de que lo haga.
   - Somos herramientas del propio Tiempo.
   - Sus glóbulos blancos.

1950
   Los datos que Irene hizo memorizar a Julián antes de enviarlo al pasado correspondían a un mozo de almacén de las afueras de Madrid: Ramón Domínguez Aguado. No comprendieron qué podía ser tan importante de aquel hombre sencillo y amable, del que pronto y con facilidad se hizo amigo Julián, hasta que, con el trato, descubrieron que su hermana mayor, María Teresa, estaba casada con Don José María Otero de Navascues, físico experto en óptica y director de la Junta de Investigaciones Atómicas.
   Otero de Navascues quedó fascinado por la ausencia de sombra de Julián; a cambio de prestarse a algunos estudios científicos que no arrojaron ninguna conclusión sólida, Amelia empezó a conversar con él acerca de la energía nuclear. Otero era un defensor de la presencia de la mujer en ámbitos universitarios, e impresionado por la tarea como bibliotecaria de la "hermana" de Julián -en aquel momento, reorganizando los archivos dispersos durante la guerra de las bibliotecas catalanas- y los vastos conocimientos generales que demuestra, comparte con ella los rudimentos de aquella ciencia que aún estaba en pañales en España.

1954: un fragmento
   - La explosión es lo de menos, aunque si detonan las cuatro a la vez puede llegar a afectar un área del litoral bastante grande. Por lo que tú recuerdas, cada una de esas bombas será como 70 veces más potente que la de Hiroshima -9 años antes, las primeras informaciones del fin de la Guerra del Pacífico, con la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, les conmocionaron, especialmente a Amelia. Desde entonces no han podido ver el metraje de la explosión sin que se les pongan los pelos de punta.
   - Ya, lo gordo son los efectos posteriores de la radiación -añadió Julián.
   -   Y no sólo eso -continuó ella-: hay otro problema más inmediato. Las tormentas de fuego: estas bombas puden provocar incendios incontrolables que se extienden por cientos de kilómetros y lo arrasan todo. Pero en tu versión de 1966 no habían estallado -repasaron por enésima vez.
   - Exacto: lo que yo recuerdo es que hubo un accidente entre dos aviones, el que llevaba las bombas y otro, sobre la costa de Almería. Cayeron las bombas, a algunas les falló el paracaídas y a otras no. Contaminaron un poco, pero no estallaron.
   - ¿Y por qué? ¿Y por qué aquí sí?
   - Siempre volvemos a lo mismo -Julián se reclinó en el sillón orejero de su casa-. Vamos con las opciones de abordaje que tenemos: aviones americanos, ¿cómo podemos acercarnos?

Enero de 1955
   - Es casi como una ópera -dijo en un susurro Amelia, embelesada por los tonos exóticos de "Bali'Hai".
   - Es un musical -respondió, algo más aburrido, Julián.
   Y lo era. Pero incluso él tenía que admitir que era la primera vez que un musical de Broadway se estrenaba en Madrid. José Tamayo había llevado al Palacio de la Zarzuela South Pacific.

Enero de 1956
   Amelia y Julián celebran una fiesta privada: ya solo faltan 10 años para llegar a su objetivo. Comienza su particular cuenta atrás... La fiesta acaba con Amelia llorando en su habitación sin que Julián se entere: él sigue echando de menos a Maite, cada día de su vida lo vive para poder volver a verla, y Amelia ya no concibe la vida con otro hombre que no sea Julián.

   Aunque lo desconocen, ese mismo mes en Estados Unidos termina la última de cuatro pruebas con cabezas nucleares: el objetivo de esta es determinar si una bomba atómica iniciaría su reacción en cadena sólo con que estallen sus componentes explosivos convencionales. Con la información de esta prueba, el ejército empieza a diseñar un mecanismo que impida la activación de una bomba-H de producirse un accidente así.

1959
   Estados Unidos comienza a movilizar sus B-52 Stratofortress para que, saliendo de Carolina del Norte, crucen el Atlántico y el Mediterráneo, sobrevuelen el Mar Adriático y regresen a su base. Se informa a Franco de que, en el marco de la operación "Domo de Cromo", el 51º Escuadrón de Bombarderos repostará combustible sobre España: a la ida, sobre Aragón, Valencia o Cataluña, con una nave salida de Torrejón, y a la vuelta sobre la costa de Almería, con otra aeronave de la base de Morón.
   Aquella Navidad, aprovechando su visita navideña anual, Julián plantea al Caudillo sus reticencias al respecto, pero Franco no pone ningún obstáculo a los americanos: a fin de cuentas, hacen eso para plantar cara a los comunistas y vigilar su avance en la frontera de Turquía.

1962
   - Bienvenida al siglo XX -le dice Julián a Amelia el día de Año Nuevo-. Ya llevas más tiempo viviendo aquí que en el XIX.
   Para celebrarlo, fueron al cine Lope de Vega a  ver Los Robinsones de los Mares del Sur.

2 de junio de 1965
   "She loves you, yeah! Yeah! Yeah!"
   Junto a otras 5000 personas; Julián y Amelia asisten a la primera actuación de los Beatles en España. Gracias a sus contactos, llegan a conocerles en el backstage de la Plaza de Toros de las Ventas:
   - Nuestro público suele ser más joven -les dice John Lennon, que no se ha quitado aún el sombrero cordobés con el que ha actuado toda la noche.
   Alucinando con la peculiar falta de sombra de Julián, McCartney comenta a Harrison:
   - He's a real nowhere man!
   - Cry for a shadow! -le contestó el otro.

16 de enero de 1966
   Y de repente, el azar y la casualidad golpearon, en forma de ataque al corazón.
   Julián, a un paso de conseguir lo que tanto tiempo habían estado planeando, estaba postrado en una cama de hospital de la base Seymour Johnson, en Carolina del Norte.
   - Tengo que... -gimió.
   - No tienes que hacer nada -le decía Amelia con ternura, obligándole a volver a la camilla-. Lo que tienes son 67 años -y según los médicos, podían quedarle menos de 12 horas de vida. Pero aquello no se lo podía decir.
   - Tengo que subir a ese avión. Es hoy. No puede ser más que hoy.
   - No te van a dejar subir a un bombardero en estas condiciones, ni con la documentación de Castiella ni con la recomendación del Santo Padre -el Ministro de Exteriores había convencido a los norteamericanos de que permitieran viajar a uno de sus ciudadanos en uno de aquellos vuelos que pasaban con frecuencia sobre el país-. Lo haré yo.
   - ¡Amelia!
   - Tú mismo lo has dicho, no puede ser más que hoy. Hemos repasado juntos la documentación, nos la sabemos de cabo a rabo. Es más: yo fui quien la consiguió -a lo largo de los años, la red de bibliotecarias de Amelia se había extendido por toda España y más allá, con contactos en los principales centros de clasificación de datos. Con tiempo, podía acceder a los secretos de cualquier país occidental igual o mejor que el Servicio de Información: sencillamente, tenía acceso a las personas que los manipulaban. Pero sólo había un secreto que le interesaba, de Estados Unidos...
   - Tienes razón -admitió Julián al fin, dejándose caer en la camilla y cerrando los ojos-. Si alguien puede, eres tú. Alonso... una vez me dijo que jamás de los jamases volaría en un avión -los dos sonrieron, recordando a su viejo amigo-. Y yo le dije que nunca se sabe. ¿Quién nos hubiera dicho a nosotros...?
   Julián se interrumpió, un fuerte dolor en el pecho lo dejó momentáneamente sin respiración. Era una falsa alarma, no obstante, pero dejaba claro que el tiempo corría en su conra. Amelia le dio un beso cálido en la mejilla:
   - No te pongas demasiado cómodo: tú tienes tu propia misión. Aguanta hasta que lo consiga, por favor, Julián.
   A duras penas, Amelia consiguió contener las lágrimas. Los médicos decían que no podría. Pero, ¿qué iban a saber ellos de qué era capaz el Hombre sin Sombra?

   El capitán Charles Wendorf miró la documentación de Amelia:
   - Éste no es usted.
   - No, es mi hermano Gabriel. Le ha dado un ataque al corazón.
   - Sí, me lo han dicho. Lo siento mucho -Wendorf volvió a mirar los papeles, y de nuevo a Amelia-. Sabe, por tanto, que puedo negarme, que no tengo por qué llevarla a bordo, sin ningún problema.
   - Claro que puede. Es su nave. Aunque, por otra parte, yo soy bibliotecaria; mi hermano, ex-militar. Quizás hasta le convenga más que sea yo quien vaya en este viaje: veré que volamos, que repostamos y que volvemos, le aseguro que no sé lo suficiente de todo esto como para buscarle tres pies al gato. En el fondo, los dos queremos que esto termine cuanto antes para poder dedicarnos a lo nuestro: usted a sus vuelos y perseguir comunistas, yo a mis libros y a cuidar de mi hermano.
   Wendorf era un capitán joven, de apenas 29 años. Aquel B-52G, el 256, era su castillo particular, y la intromisión de los españoles, un incordio indeseado. Pero uno no quedaba al mano de una fortaleza voladora como aquella, especialmente de una con armas termonucleares, sin una presencia de ánimo y una sabiduría superior a la que los años imprimían. Valoró las palabras de Amelia y concluyó que tenía razón.
   Algunos minutos después, abrieron el sobre con los datos de la misión: la misma rutina de siempre, hoy con el nombre clave "Tea-16". La torre de control les dio permiso para salir y el vuelo salió de Goldsboro al atardecer.

   El 256 tenía una tripulación de seis hombres, contando al capitán Wendorf. Pero había un séptimo hombre a bordo: el Mayor Larry Messinger, instructor de vuelo condecorado que ayudaba en las tareas más delicadas. Durante la mayor parte del trayecto, sin embargo, no se despegó del lado de Amelia, lo cual a ella le provocó una frustración terrible: Messinger no paraba de hablar sobre Corea, donde había luchado, y sobre España, donde algún día quería viajar. Amelia quería pretender tener sueño durante la travesía del Atlántico, para quedarse a solas e intentar acceder al compartimento de los misiles, pero Messinger no cogía la indirecta.
   Amelia tuvo que esperar hasta el amanecer, cuando el avión-cisterna KC-135 se elevó hacia ellos desde la base de Torrejón, y el Mayor volvió a la cabina para colaborar en la maniobra de repostaje en vuelo.
   - Empieza la parte delicada de la misión... -se excusó.
   Cuando se hubo marchado, dejándola mirar la impresionante tarea por la ventanilla, contó hasta 20 antes de salir de la habitación: un largo pasillo recorría el avión de parte a parte. Messinger acababa de cerrar la puerta de la cabina del aparato. El rumor de los motores acompañó a Amelia mientras recorría el interior del avión, hasta la portilla en el suelo que daba acceso al compartimento de las bombas.
   ¿Era el momento de intentarlo? Quizás Messinger se quedaría con los pilotos el resto del vuelo, quizás volvería en cuanto el JP-4 hubiera llenado las alas del aparato. Combustible en las alas del avión: no alcanzaba aún a entender como aquello no les parecía terríblemente peligroso... En cualquier caso, podía no volver a tener una oportunidad como aquella. Abrió la portilla y se metió dentro sin pensar.
   Y se encontró cara a cara con un Salvador Martí de unos 50 años que trasteaba en una de las bombas. Salvador estaba más sorprendido que Amelia, que en el fondo sabía que aquello podía pasar:
   - Vengo del Ministerio -fue cuanto se le ocurrió decir en un susurro.
   - No vais a detenerme. Tengo que deshacer el Accidente.
   - No quiero detenerte, quiero ayudarte -dijo Amelia. No había tiempo para discusiones: Salvador tenía que creerla.
   - Yo sé lo que tengo que hacer... Liberar las bombas sobre el Mediterráneo, para que no lleguen a caer sobre Almería.
   - No lo conseguirás, Salvador -insistió Amelia-. Nadie puede conseguirlo. Provocarías una paradoja: no puedes cambiar la Historia que te impulsa a cambiar la Historia.
   Salvador miró de reojo los pernos que llevaban horas resistiéndosele. Su primera intención había sido lanzarse con las bombas sobre el Atlántico, en cuanto el avión despegó de Carolina, pero todo había salido mal: las herramientas no eran las adecuadas, los tornillos estaban demasiado apretados, la carlinga no respondía a sus esfuerzos.
   - Si no se puede cambiar la Historia, ¿cómo pretendes ayudarme?
   - Me llamo Amelia Folch, vengo de una línea paralela. Una en la que las bombas no llegan a estallar. Nos salvó Ernesto cuando la onda de cambios temporales comenzó a afectar el Ministerio. Llevamos años tratando de restaurar la cronología...
   Entonces, Salvador por fin la reconoció:
   - Lovaina. ¡Nos conocimos en Flandes, hace 20 años!
   - 20 para usted, 28 para mí -respondió ella con una media sonrisa.
   - Señora Folch, si usted es capaz de hacer que estos... artefactos endemoniados no hagan arder España, por favor, ayúdeme.

   Las siguientes horas fueron frenéticas: todo lo que Amelia había aprendido sobre energía nuclear, B-52 y bombas no era más que la punta de lo que se necesitaba para hacer funcionar aquellos aparatos, pero entre lo que sabían los dos, pudieron avanzar poco a poco. Las cuatro enormes MK-28 RI, de 3 metros de largo por 60 cm de diámetro, tenían un blindaje especial, tornillería única e incompatible con otros aparatos y una complicada distribución interna que protegía, especialmente, el combustible atómico.
   Con mucho esfuerzo, consiguieron llegar al quid de la cuestión: un mecanismo de seguridad que no aparecía en  ninguna de las documentación de la que ambos disponían.
   - Tiene que ser esto -dedujo Amelia-. Lo que impide que la bomba detone aunque estalle el explosivo convencional.
   - Mire ese cable suelto, ¿no debería estar conectado ahí? -preguntó Salvador.
   Comprobaron las cuatro bombas: el mismo cable estaba desconectado en los cuatro casos.
   - No es un accidente. Es un sabotaje.
   Las manos de Amelia eran más delgadas, y las únicas que pudieron meterse en los recovecos interiores de las bombas para volver a poner los cables en su sitio. Repitió la operación tres veces, y cuando ya sólo faltaba la última bomba...
   - ¡Espías! -se oyó un grito en inglés y una sucesión de pasos rápidos. Un instante después, el Mayor Messinger aparecía por la puerta del depósito de bombas, con una pistola en la mano.
   - ¡Podemos explicarlo! -exclamó Salvador. Amelia se detuvo, a punto de meter la mano dentro de la última bomba.
   El Mayor parecía que iba disparar, lo cual obviamente era muy peligroso ahí dentro, cuando de repente se oyó una explosión en un costado, el avión se sacudió y la portilla inferior del bombardero se abrió bajo sus pies.
   De repente, todo daba vueltas. Caían desde 9000 metros de altura... 8000... 7000...: Amelia estaba abrazada a la bomba atómica, mientras, por encima suyo, el 256 y el avión cisterna Trobador-14 se convertían en una bola de fuego. Iba a perder el conocimiento antes de que la caída la matara, iba a... iba a cumplir la misión. Sólo importaba la bomba. Metió la mano dentro del compartimento aún abierto y buscó a tientas el cable.
   6000... 5000...
   El cable se le resbaló una vez de la mano. El cielo giraba por encima suyo pero solo importaba la bomba. Solo existía la bomba. No tenía que pensar en los pilotos, ni en Messinger y Salvador, que caían alejándose de ella, ni en el mar que se aproximaba cada vez a mayor velocidad. "No, a estas alturas ya has alcanzado la velocidad terminal", le recordó una parte de su cerebro que ahora no necesitaba para nada.
   4000...
   Amelia se había cortado gravemente con los bordes de metal del panel que habían retirado para acceder al interior de la bomba, la sangre era lo que le había hecho perder el cable. Lo recuperó, lo llevó hasta el conector de la otra parte y lo apretó. Se soltaba.
   3000...
   Volvió a intentarlo. El otro brazo, con el que se cogía desesperadamente a la bomba, hacía tanta fuerza, se había bloqueado tan firmemente en su posición, que dejó de sentirlo. Amelia apretó los dientes: el cable se soltaba, no se mantenía por sí mismo en el conector.
   2000...
   Tenía que ser así, entonces. Amelia metió el cable por tercera vez en su lugar y dejó la mano dentro, apretándolo.
   1000...
   Tal vez habría suerte, tal vez, si conseguía completar la misión, todo habría servido para algo. Había que pensar en cuatro dimensiones...
   Pese a ello, tenía miedo, pero estaba contenta. Había vivido mucho más de lo que creía, incluso si no había sido exactamente la vida que esperaba. Había derrotado a su lápida.
   "¡Aguanta, Julián!"
   Su último pensamiento fue para María y Lola y Alonso...

Madrid, 2015
   Amelia cerraba muy fuerte los puños y los ojos. Julián dio un respingo, como si acabara de levantarse, pero estaba de pie. Alonso ahogó un grito de dolor.
   - ¿Se encuentran bien? -dijo Ernesto, mirándoles con suspicacia-. Estoy de acuerdo con usted -se dirigió a Entrerríos-. La cosa debería quedar en paz. Hablen con Salvador y tómense unos días de vacaciones, creo que la misión de Lisboa les ha afectado más de lo que piensan...
   Y se marchó, dejándoles a solas.
   Estaban en un descansillo de la escalera de caracol del Ministerio, exctamente donde todo había empezado. Los tres se miraron:
   - Lo hemos logrado -dijo Julián, sin creérselo-. ¡Lo hemos logrado! ¡Lo has logrado! -añadió, dándole un abrazo a Amelia. Volvía a tener su sombra pegada a los pies.
   - Recuerdo... -Alonso estaba incómodo, y se pasaba la mano por el cuerpo-, el fuego, la carcel de León... Había alguien, parecido a mí... ¿o no?
   - Lo más probable es que perdamos la mayoría de recuerdos -dijo Amelia, satisfecha pero cansada y con los nervios a flor de piel. Se alegraba mucho del éxito de su aventura, pero aún sentía la sangre cayendo por su mano, ahora sana, y creía ver el azul del mar aproximarse como una avalancha. Incluso si dejaba de sentirse como una mujer de 50 años, aquello la iba a acompañar durante mucho tiempo-. La mayoría de todo aquello ya no pasó, al menos no en esta realidad. Hemos abortado aquella línea... Bstante tenemos con los recuerdos de una vida, como para tener los de dos...
   - ¿Lo vamos a olvidar todo? En parte me alegro...
   - Yo olvidaré de grado la maldita pira -dijo Alonso con disgusto.
   - Yo hay una cosa que me sabrá muy mal si se me olvida -añadió finalmente Julián, mientras comenzaban a subir las escaleras.
   - ¿El concierto de los Beatles? -aventuró Amelia, mientras garabateaba algo con un lápiz: "¿quién desconectó los cables?".
   - Ya volveré: tus clases de latín. ¡Con lo que me costó aprenderme las declinaciones!

1 comentario:

Percontator dijo...

*-* ¡Bravo!