22 mayo 2015

MdT: El jardín de los tiempos que se bifurcan (10)

 
   Lola Mendieta no tenía ninguna intención de dejar su reencuentro con su amante en un par de besos y abrazos. Julián pronto se encontró conducido hasta el dormitorio de la contrabandista temporal. ¿Cómo había sido la vida del otro Julián, el de ese futuro de dirigibles, fábricas y lluvia tóxica, para que acabara no sólo del lado de Lola, cambiando la Historia, sino en su lecho?
   La ropa volaba. La camisa de él ya andaba por el suelo y al vestido de ella le faltaba solo un corchete para seguir el mismo camino. Lola detectó las reticencias de Julián, que no la desnudaba con el ímpetu que ella sentía: lo miró con extrañeza, y tal vez con un asomo de suspicacia. Sospechar le salvaba la vida, en su negocio.
   - En la batalla del Ebro -ese era otro asunto: por diferente que fuera la Historia, parecía que algunos momentos seguían manteniéndose. Intentó no detener sus pensamientos en aquello-, hubo una explosión. Hubo muchas, de hecho. Pero una me lanzó por los aires. 
   Lola asintió. Era difícil saber si solo quería que continuara con su historia para decidir si era cierta, o si lo que Julián se estaba inventando coincidía con algo de lo que ella sabía de su desaparición.
   - Entre la deflagración y el golpe... Sufrí un traumatismo. Amnesia parcial. Al principio no recordaba ni quién era. Luego fui recuperando los recuerdos. Mi nombre, el tuyo, lo que hacemos, el Ministerio -trató de decir aquella palabra con asco. Pensó en Salvador y como trataba a veces a sus hombres, y no fue difícil-. Pero sigo sin recordar cosas, cosas importantes. Recuerdo que te quiero, pero no recuerdo cómo era quererte...
   Lola le pasó un dedo por el vientre, dibujando un camino por su pecho, el cuello y finalmente deteniéndose en la mejilla y la sien.
   - Así que voy a tener que volver a enseñarte -dijo, con una sonrisa triste-. A mi edad.
   Lola echó las manos a la espalda, abrió el último corchete y su vestido cayó al suelo. Julián no podía negar que era una mujer muy atractiva, pero...
   - Van a ser clases intensivas -añadió con picardía.
   Hacía años que Julián no había estado con una mujer. No: hacía pocos meses. Con alguien a quien tampoco amaba, empujado por otra persona que creía hacerle un favor. Aquella noche había aprendido algunas cosas. La más importante: que había un truco infalible. No mirarle a la cara.
   Julián se obligó a olvidar quién era y a abrazarla por la espalda, cerrando los ojos. Aspiró su perfume y le besó el cuello. Recorrió su figura lentamente, explorando su piel con ambas manos, intentando no recordar con quién estaba. Como la otra vez.
   Autoengañarse era difícil; pero aquella mujer era una experta, y cumplió su promesa de no ser brusca. En eso consiguió ser, por un tiempo, como ella: como Maite. Por un rato, casi funcionó. Él apagó la vela y se obligó a pensar en la mujer que había perdido para siempre. Se tragó las lágrimas y la cubrió de besos.

   Pasaron media noche haciendo el amor: dos solitarios, abrazados a una persona que no era quien amaban, aunque sólo uno de ellos lo sabía. Julián se abandonó a los sentidos: trató de no pensar y se mordió la lengua cada vez que el recuerdo y el nombre de Maite le venían a la cabeza y a los labios.
   Cuando Lola se quedó dormida y Julián abandonó la casa con la Llave de Ishtar, tenía la lengua en carne viva.
* * * * * * * * * *

   Julián entró poco antes del amanecer en las habitaciones que habían tomado. Alonso estaba de guardia.
   - ¿Estáis bien?
   El ex-SAMUR no dijo nada, le dio la tablilla cubierta de símbolos a su compañero y se tumbó en un camastro libre. Alonso notó que no sacaría nada en claro hasta al menos el día siguiente.
   Cuando hubieron pasado algunas horas y todos estuvieron en pie:
   - Suponíais que en esta versión del curso de los años, Lola bien no os conocería o sería nuestra aliada.
   - Pues sí, ella y el otro Julián eran amigos.
   - Como tardabas tanto...
   - Eran muy amigos -Julián estaba visiblemente molesto con el tema, y Alonso creía que empezaba a saber por qué-. ¿No teníamos que vigilarla? Yo no puedo quedarme ahí cuando descubra que falta la Llave...
   - Diego está vigilando el caserío. Si sale para ir a cualquier parte, la seguirá y nos lo hará saber.
   - Saldrá. Comprobé todas las puertas que pude y no había nada extraño. Su puerta clandestina está en otro lugar.
   En aquel momento, un zagal que no podía contar más de siete años llamó a la puerta. Traía un mensaje urgente:
   - De su amigo de Vivar: "venid todos al molino".
   Julián le pagó con un siliqua de plata (romana, pero plata al cabo), y la Patrulla atravesó Maceda a la carrera hasta las inmediaciones de la casa de Lola. Guiados por Alonso, dieron un pequeño rodeo en el tramo final, para llegar lo más ocultos  posibles. Diego Rodríguez, sin embargo, los vio y les chistó para que entraran en el molino.
   - He repartido algo de oro para que nos dejen campar por aquí dentro. Desde el piso de arriba hay unas vistas muy interesantes de la casa de la "señora de Loza" -pasaron junto a las grandes piedras interiores, subieron por la empinada escalera evitando las vigas y ejes del mecanismo y, entre crujidos, él les fue poniendo al tanto-. Os hice llamar porque Lola había despertado y empezado a buscar por todo su cuarto. Te ha maldecido de maneras que no conocía, por cierto, Julián. Parecía a punto de marcharse, cuando ha llegado un invitado que no esperábamos...
   Todos se apretujaron para mirar por el estrecho ventanuco que abrió Diego: el cuarto de Lola estaba a sólo una docena de metros. Se veía a ella dando vueltas por el cuarto como un animal encerrado, discutiendo encendidamente con...
   - ¡Es Pedro Froilaz! -susurró Amelia-. ¿Pero no dijo que se verían mañana?
   - Escuchad.
   Lola estaba diciendo que era imposible. Que debía esperar un día más tal y como habían acordado. Que no se podía empujar a la magia, forzarla cuando uno quisiera...
  - Os recuerdo que me prometisteis un ejército, nunca dijisteis que tuviera que avisaros con un día de antelación.
   - Sí, pero...
   - Yo os dije que partiríamos en dos días. Pero quiero ver el ejército. Quiero partir con él, no esperar a estar en el campo de batalla que Alfonso elija para empezar a formar mis tropas.
   - Pensad en el factor sorpresa. De esa manera...
   - ¡No me deis lecciones de estrategia, mujer!
   Lola trató de ser razonable y reducir la tensión:
   - No se me ocurriría algo así. Tan solo sugiero...
   - Enséñame la Llave.
   - Sólo tenéis que esperar un día...
   - ¡Enséñame la Llave!
   - ¡No quiero! -sacó Lola el genio-. Ya os la mostré ayer. Habéis leído sus propiedades.
   - Palabrería.
   - Es la auténtica.
   - Demostrádmelo.
   - Mañana.
   - Quiero verla ahora.
   Lola se mordió el labio.
   - No la tengo.
   - La teniais ayer.
   - Me la han robado.
   El conde Froilaz se quedó blanco. Lola quiso aprovechar su estupor para pasar corriendo a su lado y escapar por la puerta abierta del cuarto.
   - Va a necesitar ayuda -dijo Julián, que veía la cosa ponerse fea.
   Froilaz la interceptó y la rechazó, haciendola retroceder hasta el centro del cuarto.
   - Voy a ir -dijo Julián.
   - Voy contigo -añadió Alonso.
   Pero no hizo falta. Froilaz pasó del blanco al rojo: desenvainó la espada lleno de ira y, apoyando todo su peso en el esfuerzo, le atravesó el pecho a Lola Mendieta. Amelia y Julián gritaron a la vez:
   - ¡Noo!
   La hoja salía casi un palmo por la espalda. Lola giró los ojos hacia ellos un instante, antes de que su mirada se volviera vidriosa y se apagara. Froilaz, por supuesto, también oyó el grito: sacó la espada del cuerpo y buscó por la ventana: ¿quien le había visto acabar con la vida de la bruja? A fin de cuentas era del séquito de Doña Urraca, tenía que decapitar a cualquier molesto testigo.
   Sus miradas se cruzaron.
   - ¡Guardias! -gritó él.
   - Nos vamos -urgió Alonso, empujándoles sin contemplaciones. Diego bajó al piso inferior de un salto, sin usar las escaleras, salió corriendo hasta donde tenía los caballos negros y los acercó. Froilaz y sus hombres ya salían de la casa cuando ellos arrancaron a trotar hacia el Este.
   - ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué podemos hacer? -preguntaba Alonso.
   Julián aún no podía creer que acabaran de matar a Lola Mendieta. Por culpa suya. Creía que la cabeza le iba a estallar... Oía de lejos las palabras de Amelia, pero era como si no acabaran de llegarle:
   -  Tú no podías saberlo. Julián, no es culpa tuya. En todo caso, yo debía...
   Pero entonces recordó algo:
   - El prisionero de Alfonso, el que Lola quería como recompensa.
   - ¿Sabes quién es?
   - No, ella no me dijo el nombre. Era alguien que el otro Julián y ella conocían muy bien, hubiera sido sospechoso si le preguntaba, y además, mi objetivo era la tablilla. Pero Lola decía que era "el alfa", y que con él podía acabar con el Ministerio del Tiempo. Para siempre.
   - ¿Quién puede haber en 1111 que sea capaz de eso? -preguntó Diego, alarmado.
   Amelia tenía apenas el inicio de una sospecha:
   - Hay que rescatarlo. Es nuestra única posibilidad de salir de aquí.
   - ¿Pero quién es?
   Amelia Folch les reveló su sospecha:
   - ¿Entendéis? El alfa.
   - Lola venía del futuro alternativo -dijo Julián-. En nuestra versión de la Historia no hay forma posible de que yo fuera su amante. Si conseguimos corregir el futuro, también la salvaremos a ella. No merecía morir... ¡A León!

* * * * * * * * * *

   Lo que Diego Rodríguez llamaba "Torres de León" era un castillo impresionante, una verdadera ciudadela que utilizaba parte de la muralla romana para completar su perímetro ovalado. Destacaban tres grandes torres de vigilancia, y un cuerpo central entre dos patios.
   Al pasar por Astorga, aprovecharon para entrar en la catedral, pero la puerta del tiempo que conducía allí desde el Ministerio aún no existía. Habían gastado mucho oro en llegar hasta León desde Galicia (territorio enemigo) sin que nadie hiciera demasiadas preguntas, e iban a gastar casi todo el que les quedaba en poder hablar con el prisionero "especial" de la torre sur.
   - El joven adivino -les dijo el guardia al que habían sobornado con el tesoro de Teodosio-. Ha tenido algunas visitas de la nobleza, pero casi ninguno ha conseguido lo que deseaba.  Pero seguro que el rey sabrá hacerlo hablar, ¡jeje!
   Sus pasos arrojaban ecos de las piedras irregulares del suelo, por pasillos mal iluminados por antorchas pestilentes Fueron recorriendo los intrincados pasillos del interior de la Torre, subiendo escaleras a veces y bajándolas en ocasiones. Alonso trataba de memorizar el recorrido, sin embargo, estaba a punto de desistir del empeño.
   - Aquí es -dijo-, les dejaré un rato a solas para que hablen de sus asuntos. ¡Quizás tengan suerte! -sin embargo, permaneció donde estaba, esperando a que le pagaran la otra mitad prometida. Solo entonces, cuando hubo dejado a dos velas a la Patrulla, golpeó la puerta de hierro, abrió la puerta con una llave enorme, y les dejó paso franco-. ¡Despierta, marrano! ¡Te han venido a ver! -y se fue canturreando una canción, sin esperar a ver si obedecía, ansioso por contemplar sus nuevas riquezas.
   Del suelo de paja se levantó un joven sucio, vestido con ropas que habían visto mejores días, estaba encadenado a la pared. Podía contar 20 ó 25 años a lo sumo, aunque había intentado dejarse barba para parecer mayor. Pese a la juventud, sus ojos y sus rasgos no dejaban lugar a duda:
   - ¿Es él? -preguntó Diego, reverente.
   La Patrulla reconoció al prisionero. Amelia asintió:
   - Abraham Levi: hemos venido a rescatarte.
(CONTINUARÁ...)

No hay comentarios: