Del mundo desparecieron los detalles y lo esencial se hizo visible. Cogió el aire que respiraba y lo fragmentó en siete partes, siete colores. (...) Respiró, y dividió y se sumergió en su arcoiris virtual: para empezar necesitaba la materia prima.
Respiró azul, tragó amarillo y, mezclándolo con rojo, exhaló naranja. Dos naranjas, tres naranjas. El cercano índigo vibró.
Respiró azul, tragó amarillo y exhaló un naranja de otra tonalidad más clara, que bañó los otros y esculpió su forma y altura.
Luego respiró azul, tragó amarillo, y exhaló nieve violeta sobre el naranja, congelándolo.
Evanesció todo rastro de amarillo. El naranja se tornó azul. El índigo volvió a vibrar.
Entonces comenzó a tornarse verde, todo verde, verde rama, verde oliva...
Se miró las manos: estaban tan saturadas de índigo que se derramaba hasta el suelo, y allí donde fuera sus pisadas añiles le denunciaban. Asesino. Asesino...
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