No sé cuál es el Mejor Doctor de la Historia™. No tengo un preferido, no puedo evitar pensar que cada uno de ellos fue el más indicado para su momento histórico, para las aventuras que le tocaron en suerte.
Pero voy a sincerarme con vosotros: sí tengo un episodio favorito. Durante mucho tiempo fue Blink (Parpadeo) (2007), un capítulo poco habitual, con una mínima aparición del Doctor y unos terroríficos enemigos creados por Steven Moffat, los Ángeles Que Lloran. Probablemente no sorprenda a nadie: es una historia apreciada, aplaudida e incluso premiada.
Desde hace varios meses, en mi opinión, hay un nuevo top of the pops, hoy lo emitía Boing: The God Complex (El Complejo de Dios) (2011). Desde el primer momento me pareció la joya de la corona de la temporada 6 de la etapa moderna de la serie, pero a cada visionado descubro un texto, unas interpretaciones y un conjunto absolutamente intachables, incluso teniendo en cuenta la serie clásica con los baremos de su tiempo.
El Complejo de Dios es posiblemente lo más parecido a "Doctor Who by David Lynch" que veremos nunca. La intensidad que maneja, el argumento que despliega (hay un toque de The Mind Robber (1968) -donde salía un minotauro- en esas habitaciones, como lo hay de Los Cazafantasmas y por supuesto del It (Eso) de Stephen King), la profundidad de las ideas que refleja (que me evoca a Kinda (1982) y a The Waters of Mars (Las Aguas de Marte) (2008)), el sentido de pérdida que arrastra (la compañera que no pudo ser, el adios de los Pond, la confianza de Amy) y por supuesto el misterio de la habitación nº 11 (es la "campana del claustro" eso que suena de fondo, la alarma de la TARDIS ante desastres cósmicos inminentes) son elementos todos que, conjugados, dan lugar sin duda a un capítulo redondo, con entidad propia.
Hay remates que lo empujan aún más allá en el camino de la excelencia: la forma en que Rory finaliza el "aprendizaje" que el personaje ha ido realizando, y que lo ha construído desde su aparición en The Eleventh Hour (En el último momento) (2010), la magnífica banda sonora de Murray Gold, que auna el sentimiento de Doomsday (El Fin del Mundo) (2006) y el minimalismo simpático de The Lodger (El Inquilino) (2010); y por supuesto el excelente trabajo de dirección de Nick Hurran, que saca todo el partido al guión de Toby Whithouse (autor también del guión de Greeks Bearing Gifts (Regalo Envenenado) para Torchwood, un episodio que guarda similitudes con éste respecto a lo que nos llena, lo que nos mueve y lo que nos mata). Hurran tuvo a su lado a hasta cinco ayudantes de dirección en esta historia: William Hartley, James DeHaviland, Heddy-Joy Taylor-Welch, Michael Curtis y Janine H. Jones, así como el buen ojo de Joe Russell como operador de cámara, un hombre que acumula a sus espaldas ya más de 20 episodios de la serie.
Se hace difícil encontrar un momento de la historia, una actuación, una combinación de actores (TODOS son protagonistas), una frase o una imagen que no valga la pena. No hay ni un instante desaprovechado, ni una referencia, ni una pista (los cuernos de toro tras el Doctor en su primera aparición del capítulo; el origen Nimoniano del minotauro) que no estén ahí para aumentar el valor del conjunto y no por el lucimiento personal de nadie. Es un capítulo brillante por sí mismo pero que realza el conjunto de la temporada y de la serie en su totalidad.
Alabadlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario