06 mayo 2014

El Festival de los Cerezos/7

Y el sol ya declinaba, cuando Wakahisa interrumpió la lectura de Ikari:
- Tienes una voz melodiosa, muchacho, y distingues la importancia del ritmo, la belleza de la tragedia y la diferencia entre el "tanka" y el "renga". Podrías ser un gran rapsoda si quisieras... me has recordado buenos tiempos... En fin, si aparece ese amigo tuyo, podremos hacer la cena.

Como si le hubieran invocado, en aquel mismo momento reapareció Kousei entre la maleza:
- Seguí las huellas como una milla... Partían de una gran roca con una entrada que descendía a las profundidades. No encontré a nadie.
- Ya te dije que es un bosque de bruja -respondió algunos minutos después Wakahisa, mientras los muchachos se ocupaban de los vasos y los cuencos-. Mañana tendré que hacer los preparativos para el viaje a Koyotei. Terminaré de preparar mis pocimas y en un par de días podremos marcharnos. Hay un catre grande cerca del mío. Hace... tiempo que no se utiliza.
Wakahisa cocinó un estofado de verduras en el gran caldero que colgaba en el centro de su cabaña. Los vapores ascendían por un tronco vaciado que hacía las veces de chimenea, pero quedaban suficientes en el interior para hacer olvidar a todos la fría noche que estaba cayendo en el claro.
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¿Quién sabe cuantas horas habían pasado? Podéis creer que en el mismo momento Têru estaba encontrándose con Goro el Borracho, y que la novicia Katsumi, de quien aún no sabéis nada, se las veía con un lobo. Pero lo cierto es que todas estas cosas ocurrieron en momentos distintos de la noche.

Era de madrugada. Ikari y Kousei estaban durmiendo plácidamente en la cabaña, cuando les despertó violentamente un codazo duro como el pedernal y un grito de la bruja:
- ¡Alguien ha entrado!
Las tinieblas se habían adueñado por completo de la diminuta cabaña. Pero la ténue luz de la luna creciente se colaba por la puerta, lo que significaba que de pronto estaba abierta. Sacados violentamente de sus sueños, Kousei a duras penas lograba distinguir una multitud de pequeñas siluetas que les rodeaban, y una especie de tableteo o castañeteo que no pertenecía a ninguno de ellos.

Pero los sentidos celestiales de Ikari no entendían del día o de la noche: sus ojos percibían todos los detalles de la cabaña, excepto los colores. Y lo que veía es que el lugar estaba siendo sigilosamente invadida por pequeños esqueletos cabezones, menudos montones de hueso con tiras de carne, sangre y restos de piel sucia pegadas al cuerpo. Si aquello era posible, diría que sus cuencas vacías tenían un ténue resplandor... negro.
- ¡Esqueletos! ¡Nos rodean! -alertó a sus compañeros.
El errante lanzó un ataque a ciegas y se levantó del catre acrobaticamente. Algo frío y afilado le golpeó desde la oscuridad.
- ¡Sin luz no podré combatirlos! -rogó Kousei.

Otras manos huesudas se clavaron en él y en el aún tumbado Ikari, y otras tantas se abalanzaron sobre la bruja. Wakahisa pronunció un brevísimo encantamiento y cuatro antorchas fantasmales brotaron de las cuatro esquinas de la cabaña, alumbrando con sus llamas azules a la multitud de no-muertos que les rodeaba. La bruja trató de levantarse de la cama, pero las garras de los esqueletos volvieron a caer sobre ella.

Ikari se puso de pie en la cama y casi se dio con el techo en la cabeza. Había demasiados enemigos, demasiados... De momento parecían más centrados en Kousei y Wakahisa, así que lo primero que hizo fue invocar una armadura mágica alrededor del viajero. Tenían que ganar tiempo mientras aprovechaban la luz. La protección mágica y sus propios reflejos mantuvieron a Kousei lo suficientemente lejos de las garras de los esqueletos. Wakahisa, claro, tenía su cabellera, que ondulaba ya como si estuviera viva, atrapaba al saco de huesos que estaba bajo la chimenea y lo estrujaba hasta desmontarlo.

Kousei no se sentía cómodo sin el familiar peso de su horca en las manos, pero recordó las lecciones del jefe Tanaka. "Concéntrate en el aquí, en el ahora. Tus deseos te descentran". El errante dio una patada y un puñetazo a otro de los esqueletos, y lo partió en dos. Seguía habiendo demasiados dentro de la cabaña, y otro montón esperaba fuera la ocasión de entrar y hacerles trizas.

Ikari no iba a permitirlo: señaló al lugar en el que había caído deshecho el último esqueleto y la tierra se curvó, se alzó y se perfiló en una forma vagamente humanoide... ¡que empezó a golpear a los otros esqueletos! Con la ayuda de la criatura elemental, que bloqueaba el acceso de la cabaña, Wakahisa, Kousei e Ikari pudieron rápidamente acabar con los tres o cuatro adversarios que aún quedaban dentro:
- Juraría que estos bichos son los mites que matamos esta tarde -dijo Kousei.
- Recuerdo que eran un buen montón... -añadió Ikari-. Si son los esqueletos de los mites, debe haber bastantes más alrededor de la cabaña.
- Y está claro que ellos solos no se han levantado -remató Wakahisa. 
¿Qué sacrílega y oscura magia estaba en juego aquella noche? "El aquí, el ahora", se recordó Kousei. No había ventanas, sólo el estrecho hueco de la chimenea. Si habían acabado con cinco esqueletos, fuera aún debían quedar ocho. El elemental de tierra empezó a deshacerse donde estaba. Ikari estaba preparado, no obstante, y cuando se desmoronó en pedazos su lugar lo ocupó un águila de plumas doradas como la que les había ayudado horas antes. Sus espolones no eran de demasiada ayuda contra el hueso de los adversarios, pero sus picotazos, en cambio, caían con fuerza y furia celestial.
- No aguantará demasiado -les conminó Ikari al ver como un mar de garras se abalanzaba sobre su hermoso animal.
- Me ha gustado tu estilo -dijo Wakahisa-. Pero hay que pensar más a lo grande.
Un par de certeras garras acabaron con el águila, que en lugar de caer muerta desapareció en un destello de luz. Kousei saltó, listo para la acción, y empezó a esquivar y pegar allá donde podía. Wakahisa se puso a su espalda:
- ¡Tierra del bosque, espíritus de la venganza, enterrad a los que deben yacer!
Dos pequeños seres elementales petreos aparecieron en el claro. Atrapados en la pinza que ahora formaban Kousei, Wakahisa y los seres de tierra, los esqueletos cayeron rapida y contundentemente. Un buho aulló en el extremo del claro, y el silencio y la quietud volvieron a adueñarse del claro de la baba.

Pero relajarse ahora sería arriesgado. La bruja salió al exterior de su cabaña y envió velozmente las antorchas espectrales hacia el límite del claro, trazando un círculo por toda la parte Este, y por la Oeste después, tratando de discernir si había algo más que les amenazara. Igualmente envíó a los kamis elementales, dirigiéndose a ellos en su propia y extraña lengua.

Si vio algo, no lo dijo.

Ikari tomó tras una breve meditación la forma exterior del fornido Akira.  Las tumbas que habían cavado para los Mites, tal y como esperaban, estaban abiertas. Los elementales regresaron al poco, dijeron algo que sonó como un montón de piedrecillas entrechocando, y desaparecieron, volviendo a su tierra natal.
- MMMM... El claro no es seguro, baba -declaró Akira-. Lo que desacró a esos mites puede seguir ahí. Y sin embargo... -su mirada se volvió a Kousei: el joven se había llevado la peor parte de los garrazos y sangraba como Ikari lo había hecho tras el ataque de la tarde-. No me atrevo a viajar de noche..
- Tienes razón -coincidió Wakahisa-. Estad muy alerta a cualquier sombra que pueda aparecer. Ikari, haz la primera guardia. Yo haré la segunda. Kousei debe descansar. Al amanecer nos iremos. Este año Koyotei tendrá que recibirme antes.

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