01 marzo 2015

El Festival de los Cerezos/18

Kousei se despertó renovado. Había pasado la noche fantásticamente en el futón de la pequeña habitación de "Las 12 Casas", y a un precio muy razonable. Dormir a cubierto para variar era satisfactorio y reparador. El sol seguía brillando en un cielo despejado, como el día anterior. Tras la primera noche nunca se notaban los cambios...
"¡Ah!", suspiró, "¡Si pudiera mantenerse así...!".

Cuando bajó al piso principal, descubrió con satisfacción que la habitación incluía un frugal desayuno: todo un lujo para el que vivía en los caminos. Y, algo más: un mensaje para él. Era una pequeña hoja de papel de arroz, doblada tres veces y sellada con una diminuta cantidad de cera; olía a violetas. "Para Ogura Kousei", decía fuera con una letra estilizada e inconfundible: era su hermana Yumeiko.
"Queridísimo K: he oído que ya has llegado al pueblo. Ven a verme hoy, discretamente; quizás por la noche. Que no sepan lo nuestro. Si no te dejan entrar, ven igualmente. Hay una vida en juego.
Y."
Tras leer la inquietante nota, descubrió también que el bulto peludo junto a la chimenea del comedor no era una alfombra, sino Têru, el kitsune de morro blanco que conociera ayer. Roncaba a pierna suelta. El errante Kousei pidió un pequeño biombo para ocultarle de la vista de los demás y una manta con la que lo tapó. Dejó además un desayuno pagado para él. Si había estado festejando hasta tarde, despertaría famélico...
-Este chico me tiene preocupado -le confesó Hiro, el posadero-. Toca bien, es agradable, alegre... Tiene buen fondo. Pero no se preocupa por su futuro. Vive el día a día... No sé dónde irá a parar...
- ¿Conocéis a Ikari? ¿Sabéis dónde podría encontrarle?
- Oh, Shinji Ikari, el hombre-mono. Dicen que tiene familia en el Reino Celestial, ¿sabéis? Por supuesto, el gobernador especial Honda le dio trabajo en el castillo.
Le pidió a Hiro que le guardara su horca (no quería parecer amenazador) y se fue hacia el castillo del daimyo. En su mente empezaba a fraguarse un plan para conseguir ver a su hermana con discreción.

En la planta baja del castillo había toda suerte de funcionarios ocupados en sus queaceres burocráticos. Aunque Koyotei fuera un pueblo, era un pueblo grande y había muchas cosas de las que ocuparse. Terrenos, impuestos, obras públicas, bodas, nacimientos, pleitos... Kousei localizó pronto a Ikari, y este avisó a su superior que saldría a ocuparse de unos asuntos fuera del castillo. Para su sorpresa, el joven quería ir al balneario "Boca del Infierno" pero insistía en que era algo importante:
- Mis poderes están limitados en esta curiosa villa -admitió el aasimar mientras se encaminaban hacia allí- pero si puedo serte de ayuda... 
- Te lo agradezco -y le explicó la inquietante nota que le había enviado su hermana-. He pensado en asistir con una persona conocida en la villa y de confianza, como tú, y pedir los servicios de una geisha con las características de ella, para una charla informal y tomar el te. Confío en poder contactar con ella así y descubrir la causa de sus temores.
Ikari pensó en todo aquello:
- Podría funcionar. Pero si tu hermana te dice que acudas en sigilo, incluso a escondidas... Tal vez te estén siguiendo. Si quien pone en peligro esa vida saben que eres pariente de una de las empleadas... tal vez estes poniendo en peligro la vida de tu hermana, tambien. Pero vamos allá.
- Incluso si no consiguiera hablar con ella, al menos ya sabré un poco mejor como es el interior del recinto, para poder guiarme de noche.

Cuando llegaron a la entrada principal, encontraron a una pareja de guardias con lanza distinta a la de la tarde anterior. Los dos se cuadraron ante Ikari como si se tratara de un superior militar:
- ¡Pero si es el gran Shinji Ikari! -dijo uno-. A la Señora le complacerá mucho que finalmente nos hayáis honrado con vuestra presencia.
- ¿Vuestro... amigo irá con vos? -dice el otro sin esconder demasiado sus suspicacias hacia Kousei.
- Debemos registraros. Siento muchísimo semejante ignominia, indigna de nosotros, pero tenemos invitados muy especiales y son órdenes directas. 
- Proceded -admitió Ikari-. Y sí, mi amigo disfrutara de las aguas termales... que no solo sanan el cuerpo, mas tambien el espiritu.
- Oh, dices bien, ¡dices bien! -los guardias empezaron y acabaron pronto el registro-. Especialmente si las acompaña la voz de una dulce geisha.
- O de una minarai como Itsuki.
Ambos suspiraron a la vez:
- ¡Ah... Itsuki!
- En la primera caseta a la izquierda podréis contratar los servicios que requiráis. Disfrutad de vuestro tiempo en la "Boca del Infierno".

   Les franquearon el paso al interior del recinto. Una gran piscina adornada con rocas humeaba a la derecha. Tras ella se alzaban un par de edificios de dos plantas. Al lado contrario había un edificio cuadrado con una cúpula de alabastro, y otro edificio, más grande, panelado en maderas nobles. Entre unos y otros se habían dispuesto jardines cuidadosamente tallados, bancos y otras zonas de descanso. El olor principal era el del azufre. 
   Junto a la entrada, en el lado interior, había una caseta en la que un hombre pequeño, cuarentón y afeminado, les saludó y empezó a preguntar por lo que podía hacer para cumplir sus deseos. La puerta aún no se había cerrado, cuando llegó a la carrera Katsumi, que les había visto subir la Cuesta desde la entrada del templo de Shizuru y les había seguido tan rápido como podía.
   - ¡Hola Kaneda! Nozomi... -saludó a la pareja de guardias, los hermanos Kuchimara. Jadeó un poco tratando de recobrar el aliento
   - Buenos días, señorita  Uchida, ¿ha venido ha darse un baño o un masaje? -pregunta con amabilidad el menor de los hermanos. 
   - Voy con ellos -alcanzó a decir. Y se unió a la pareja. El recepcionista hizo una señal con la cabeza a los guardias, que cerraron la puerta tras ellos, y volvió a empezar su untuoso saludo:
   - Sean bienvenidas, sus jóvenes personalidades, a esta humilde casa de sanación y placer. Soy Karakati. ¿En qué podemos servirles, y cuánto tiempo vamos a disfrutar de su excelsa presencia?
   Karakati escuchó con atención extrema los detalles, y asintió aún más complacido.
   - Oh, tengo a las minarai ideales para vuestras peticiones. Barachi e Itsuki. Y serán apenas 6 piezas de oro por dos horas.
   -  ¿Supongo que no sera problema si tomamos el té con la dama Uchida mientras esperamos a las minarai, señor Karakati?
   - ¡Aquí nunca hay problemas! -exclamó, afectado-. Aunque el té se lo servirán como es debido nuestras jóvenes flores.
   La sonrisa no abandonaba en ningún momento el rostro de Karakati, que tal vez incluso aumenta su entusiasmo al dar dos palmadas. De una esquina aparecieron dos jovencísimas aprendices de geisha, aún ni tan sólo minarai, que recibieron escuetas instrucciones por parte del encargado.
   - Por favor, honorables invitados. Paseen a su gusto por nuestro jardín, enseguida se les unirán sus geishas.
   Los jardines estaban realmente muy bien cuidados. El lago central de aguas termales sulfurosas bullía con vapores calientes, mientras algunos visitantes y huéspedes (la mayoría de gran edad) se bañaban y disfrutaban de sus propiedades beneficiosas. Ocasionales grupitos de dos o tres geishas iban de un lado a otro, acompañando a un cliente o caminando con pequeños pero rápidos pasitos hacia alguna parte del complejo.
   Sus dos minarai aparecieron enseguida. Una de ellas abrió muchísimo los ojos al ver a Kousei tan acompañado, pero enseguida se impuso una máscara de agradable indolencia. De todas las geishas con las que se cruzaban, la que caminaba junto a Kousei, la llamada Itsuki, era sin duda la más hermosa. Sus pasos eran los más graciosos; su rostro, una máscara de blancura, los labios muy rojos y el peinado una complicada obra de arte en el que se entrecruzaban flores, delicados palitos tallados y ornamentos.
   - ¿Qué hacéis en el balneario las geishas? -preguntó Kousei a "Itsuki"-. En vuestro día a día, quiero decir.
   - Contemplamos la belleza del agua y de los jardines, cultivamos nuestra destreza y la ofrecemos a nuestros estimados amigos que nos acompañan durante unas horas breves. Los arreglos florales, las ceremonias tradicionales, la buena caligrafía...
   - Itsuki es muy modesta -dijo su compañera Barachi-. Otra cosa que hacemos es tocar música, cantar y bailar, y en eso ella es de las mejores.
   Itsuki frunció brevemente el ceño ante los elogios de su amiga. Tras un rato de pasear y de escuchar poesía, declamada por la pareja, entraron los cinco en una de las casas y se acomodaron para escuchar la música de las geishas. Itsuki llevaba la voz principal, y su amiga la acompañaba. Cantaba y tocaba el kamisen como los ángeles, pero fue cuando bailó una antigua danza ritual sobre el adios de una doncella a su amado padre, cuando emocionó de veras a los tres visitantes, llegando a arrancarles lágrimas a los tres.
   Katsumi se dio cuenta de que la geisha le hacía señas a Kousei, demasiado sutiles para que el joven las captara, en dirección a Barachi. Le dio un codazo menos sutil al monje errante, que tosió, disimulando:
   - Esto... Itsuki, ¿serías tan amable de mostrarme tu bella caligrafía? Es un arte que siempre me ha fascinado.
   - Me parece una idea fantástica -añadió Ikari-. Y mientras, Barachi, ¿por qué no volvemos a los jardines y me recitas más poemas Amatatsu? Las rimas y el rumor del agua me llenan de paz.
   - ¿Os puedo acompañar? -preguntó Katsumi, levantándose sin esperar a una respuesta para presionar.

   Cuando la puerta se cerró, se hizo el silencio unos momentos.Entonces, la expresión neutra de Itsuki-la mujer se transforma en la jovial y emocionada sonrisa de Yumeiko.
   - ¡Oh, mi queridísimo hermano mayor! -dijo lanzándose en sus brazos. "Tiene sólo 15 años", recordó ahora Kousei. "Probablemente ninguno de sus clientes lo haya sospechado siquiera"-. ¡Cómo te he echado de menos! Pero -le dio un suave palmetazo en la cabeza y añadió a modo de reproche-, ¿cómo se te ocurre traer a todos tus amigos? ¡Te dije que fueras discreto!
   - Ha sido la única manera de entrar son despertar sospechas -se defendoióbajando la voz a la vez que la estrechaba firme pero delicadamente-. El rostro de Shinji abre muchas puertas en Koyotei. ¿Es seguro hablar aquí? -preguntó echando un vistazo alrededor-. Podemos utilizar los útiles de caligrafía si lo crees conveniente. De cualquier manera, démonos prisa, y explícame porqué no podemos reunirnos como hermanos y debemos optar por el subterfugio.
   - Esta habitación es segura, por eso la elegí -añadió, no obstante, en un susurro-: los de la segunda planta no tienen espiador por encima -dijo, moviendo un panel del suelo para revelar, un agujero de medio palmo que daba sobre el piso inferior-. El que tenemos al lado está vacío y el resto son esquinas y pasillo. No puedo arriesgarme mucho con la escritura: mi onee-san... mi hermana-tutora, revisa siempre mi escritura, y tiene contadas las hojas que nos proporcionan. Dice que tengo que mejorar mi expresividad con las letras... Estoy aprendiendo mucho... -se relajó un poco en presencia de Kousei, y empezó a preparar el material de escritura-. Hay tanto que quiero contarte, pero no hay demasiado tiempo. Pedisteis muestras de caligrafía y mi compañera lo oyó, así que tendremos que hacerlas igualmente. Normalmente la Señora no quiere que veamos demasiado a la familia, porque dice que nos distrae. Una o dos veces al año lo permite. Pero justo ahora la "Boca" está en estado de alerta: pasa cada vez que viene una personalidad importante. Nadie entra ni sale por la noche, no se permiten comunicaciones con el exterior, ni visitas que no sean clientes. No sé quién es exactamente el invitado, un señor mayor para el que he actuado dos veces: creo que es de la marina imperial, porque le vi un tatuaje especial que se hacen. Mi onee-san me enseñará a hacer tatuajes, pero de momento aprendo los emblemas dignatarios principales: puede ser importante para reconocer las preferencias de un cliente. Bueno: el otro día, el cliente al que le cantaba se durmió. Debí hacerlo muy mal -su lenguaje corporal más bien maldice la falta de educación del cliente-. El caso es que me aburría y... abrí el espiador para mirar en el piso de abajo. Estaba a oscuras. Pero oí a alguien que hablaba: dijo "el contrato está firmado. Las Cinco han hecho el pago. Expirará antes de que acabe el Festival". No me atrevo a hablar con nadie, ni siquiera con mi onee-san... porque no sé si ella misma está metida en todo esto. 
    - Quizás lo que expirará durante el Festival sea el contrato del que hablaba. Pero si no... Debe ser al oficial de la Marina al que quieren matar. ¿Al que escuchaste era hombre o mujer? ¿Sabes con quién hablaba?
   - Era una voz de hombre, sí. Estaba oscuro, y nadie le contestó.
   - Deberías apartarte de todo esto. No quiero que te arriesgues...
   - Todas aprendemos los rudimentos de la defensa, la Señora insiste por si algún cliente se vuelve... descortés. Nos enseña a usar la daga y la cinta -y señaló el cinturón que llevaba. Kousei notó entonces que el prendedor parecía una punta de flecha-. Pero nuestra mejor arma es nuestro arte...
   - Podría intentar sacarte...
   - Estoy muy a gusto aquí, hermano mayor: salimos pocas veces mientras somos minarai, generalmente uno de los dos días que dura el Festival de los Cerezos. Cuando ya somos geisha pasa a ser más tiempo. Pero la Casa nos protege, y la verdad es que paso tanto tiempo aprendiendo y practicando que no echo de menos salir. Y tenemos unas vistas fabulosas de todo Koyotei. Mamá y papá, aquí...
   - Lo sé...
   "Itsuki" dibujó dos versos de una vieja canción de cuna, que a Kousei le despertaron un recuerdo remoto: "cinco tormentas quedaron atrapadas/en una pagoda de porcelana". ¿Una canción de cuna? La verdad es que el trazo de su hermana le parecía artísticamente impecable, aunque no tuviera verdadero ojo para estas cosas. Los estándares de la Señora debían ser muy altos...
   Llamaron a la puerta con dos golpecitos. Yumeiko se envaró y adotó de nuevo la expresión neutra de "Itsuki". Dio permiso para entrar con una voz cargada de humildad. La puerta se corrió hacia un lado: enmarcada en ella ahora había una mujer de ojos dorados, vestida con un kimono de seda extremadamente lujoso que remarcaba su exquisito y delgado talle. Quizás los años le han quitado esa frescura incomparable que tenía Yumeiko, pero en cada gesto y movimiento de aquella dama había una elegancia y un buen hacer que casi quitaban los sentidos. Su mirada traspasaba intensamente y parecía conocer todos los secretos de todo el mundo, y guardarlos a buen recaudo.
   - Soy Matsushita Akane -dijo con voz melodiosa, casi hipnótica-, onee-san de Itsuki y dueña de la "Boca del Infierno". ¿Está teniendo usted una experiencia placentera? 
 (CONTINUARÁ...)

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