(Dedicado a Mari Nieves Gálvez)
Tendemos a pensar, si es que pensamos en ello, que el tiempo es un camino por el que transitamos: la mayoría en una única dirección, hacia delante. Los que tienen la buena o mala fortuna de cruzar una puerta del tiempo, con algo más de originalidad, encontrando atajos que les llevan a otros puntos de sus vidas, o incluso anteriores o posteriores a ellas. Puedes viajar al pasado o al futuro, pero en realidad cambias de un presente a otro presente. Alguien que ha nacido en 1480 no vive de pronto en el pasado porque se encuentre con alguien de 2015: cada uno pertenece a su propio momento presente. Lo que si es cierto es que lo que acontezca en 1480 puede alterar cómo sea 2015. Y también al revés, si eres de los que tienen una puerta del tiempo.
Pero eso no es una verdad absoluta. Lo es para los que vivimos en este mundo, pero hay más cosas en el cielo y la tierra que las que sospechan nuestros sentidos. Desde que el tiempo es tiempo, existe también una raza de seres que no recorren el tiempo: están empapados en él, por supuesto, pero no van atravesándolo de un punto a otro, no de la manera que nosotros hacemos. Existen porque existe el tiempo, y al revés; dentro de su propio marco temporal, si es que lo necesitan, pero con el suficiente contacto con el nuestro como para poder hacer lo que más les gusta: observarnos. Observar lo que hacemos con el paso del tiempo. En vez de circular por el tiempo, el tiempo circula por estos seres, de
forma no muy diferente a cómo la sangre circula por nuestro interior, o el aire por nuestros pulmones. Los pocos sabios que han hecho algo más que teorizar sobre estos seres, los pocos que han sido conscientes de que algo que no podían ver ni oir ni medir, que no tenía sombra ni reflejo, les observaba a cada paso, con curiosidad, con avidez incluso, les han puesto un nombre. Al-Hazred, Borges, Perucho: para ellos, son los Velarios.
Los Velarios nos contemplan: no sólo a nosotros. Miran como nacen y mueren las estrellas. Como crece la hierba. Como estallan las tormentas y como los conejos excavan sus madrigueras. Pero también nos miran a nosotros, a los humanos. Quizás porque somos los únicos que, además de existir, les damos historias. Los Velarios adoran las historias. De una manera distinta a la nuestra, claro. Por eso, especialmente, les gusta observar a los viajeros del tiempo, los que atravesamos las puertas. Cuando observan a una persona normal, la ven ahora, pero también la están viendo antes y luego, y después, y después. Cuando un Velario ve a una persona normal, en cierta manera ya sabe todo lo que le ha pasado y todo lo que le va a pasar. Los viajeros del tiempo, en cambio, son como un rompecabezas para ellos: en cuanto los ven aparecer por Atapuerca o por el Imperio Romano, los Velarios saben que esa pieza no encaja. Aún. No encaja en el dibujo que tiene delante, y puede provocar que el dibujo resultante sea distinto. Es una pieza capaz, incluso, de deshacer todo el dibujo hasta el punto que él mismo, como pieza, no exista.
Los Velarios disfrutan tanto con la emoción que les provocan los viajeros del tiempo que han llegado a un acuerdo entre ellos (si es que existen como grupo, y no son todos expresiones de un mismo ser): quieren que la diversión dure. No desean que les estropeen la sorpresa. Por eso no existe aún el futuro de 2015, pero en 1480 sí existía un 2015 posterior. Es porque los Velarios están retrasando al máximo la sorpresa: ahora están, como quien dice, aguantando la respiración para que el tiempo pase tan lentamente como sea posible. Para nosotros eso sigue siendo un segundo por segundo. Pero para ellos significa que no pueden ver más adelante, que no saben que es lo que vendrá después, que desde ahora tienen que descubrirlo con nosotros. Los expertos en música llaman a ese ritmo ignoto tactus: el pulso interior de una pieza, su tempo maestro, su latido vital que subyace a todo lo aparente y puede cambiar totalmente su significado sin cambiar una sola nota.
Existe el futuro, claro que sí: existirá un 2016 y un 2017, y tras ellos un 2018. Llegarán, y viajaremos desde ellos al pasado, de nuevo a 1481 o al tiempo de Lucius Minicius Natalius. Esos viajes pasarán a existir también en el pasado, cuando se conecten con el futuro. Todo volverá a cambiar, en un nuevo estado de incertidumbre en el que podríamos reescribir de nuevo la Historia, pero para todos, y también para los Velarios, será una apasionante aventura descubrirlo...
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Amelia acabó su historia. Alonso había estado escuchándola con la boca abierta, como el niño que escucha un cuento precioso de labios de su abuelo: se le escapó incluso un "oh" maravillado. Julián, a su lado, se tapaba la boca tratando de ahogar la risa.
- ¿Te has inventado todo eso para explicar por qué los Ministerios del pasado tienen contacto con Salvador y tecnología de 2015, pero no de años posteriores?
- Tiene mucho sentido -dijo Alonso, tratando de recuperar la compostura pero sin dejar de echar miradas nerviosas a las esquinas. Bajo la voz-: ¿vos no habéis tenido esa sensación a veces, al estar solo, de que alguien os observa?
- Alonso: se lo ha inventado. Lo de los "Velarios" lo ha sacado de esa biografía del Conde Duque de Olivares que se está empollando. Olivares, Velarios: es lo mismo, cambiando las letras de orden.
De Entrerríos se encogió de hombros:
- Nunca se sabe -dijo antes de marcharse-. Cosas más raras se han visto, y en asuntos como éste, estoy aprendiendo a fiarme de la intuición de mi superior.
Cuando se quedaron solos, Julián le insistió a Amelia:
- Es un cuento, y tengo que decir que tienes muy buen estilo. Tendrías futuro escribiendo ciencia ficción.
- Gracias. En tu siglo; en el mío casi la lío cuando se le ocurrió lo mismo a mi padre.
- Pero ahora tendrás el trabajo de convencer a Alonso de que te lo has inventado todo, o estará buscando Velarios tres semanas allá donde vayamos. Y lo sabes.
Amelia recogió de la mesa la biografía del Conde Duque y se levantó de la mesa de la cafetería.
- Estás muy seguro.
Antes de marcharse, se giró, miró a Julián y añadió con una sonrisa que encerraba enigmas:
- Estás muy seguro.
Antes de marcharse, se giró, miró a Julián y añadió con una sonrisa que encerraba enigmas:
- Es de tu siglo. Quizás deberías leer a Perucho...
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