01 junio 2015

MdT: El jardín de los tiempos que se bifurcan (14)


Lovaina (Flandes), 1534
   - Sobre todo, por favor, no digas "gnómica". La gnomónica es la ciencia de la división de la trayectoria solar, y la gnómica...
   - ...un tipo de refranes griegos: eso lo he entendido. Espero que el resto también...
   Julián había hecho el esfuerzo. Amelia no era, en modo alguno, una experta en aquella rama oscura de la geografía y la astronomía, y sin embargo, lo había bombardeado con más datos sobre ella de los que podía esperar que absorbiera: ortóstilo, gnomón, unmbra recta y umbra versa, reloj azimutal, analema de Vitrubio... Y por supuesto, el dichoso torquetum y el maldito anillo universal; o, hablando en cristiano, el reloj de Tico en La Vuelta al Mundo de Willy Fogg.
   - No entiendo como sabes tanto de estas cosas -le dijo-. Quiero decir, pensaba que tu especialidad era la literatura y la historia.
   - Mi especialidad es el siglo de oro español, y eso incluye los grandes avances científicos que ocurrieron en nuestro territorio por aquella época.
   - Donde nunca se pone el sol.
   - Sí, era un imperio extenso. A veces entiendo a Alonso cuando habla con orgullo de... Quiero decir, cuando hablaba...
   Julián no iba a dejar que aquel tema volviera a empañar su ánimo y su templanza:
   - Volverá. Lo conseguiremos.
   Ella le devolvió la mirada, algo menos segura, esbozó una débil sonrisa y le ajustó a su compañero el bonete. Habían enviado a Diego de compras mientras ellos "repasaban la lección", y ahora daban el pego como habitantes locales, vestidos a la usanza del siglo XVI flamenco. El hijo del Cid dio un toque en la puerta:
   - Van a servir la cena -le dijo. Cuando ambos estuvieron a su altura, los detuvo con un gesto-. Ya sé de qué os conocía. Vosotros fuisteis los camareros de la última misión en Lisboa. No, no os preocupéis: eso no cambia mi compromiso con vosotros para que podáis reconducir la Historia por donde debe. Pero María tenía razón: soñó con vosotros, ¿sabéis? Y creía que no pertenecíais a aquella época -sonrió con tristeza.
   - No te la puedes quitar de la cabeza, ¿verdad? -Julián le dio una palmada en los hombros. Diego no dijo nada: quizás tenía razón. Quizás María de Barcelona había seguido en su mente cada día de aquellos tres años desde que se cerrara la puerta. Quizás, cuando todo volviera a ser como Dios mandaba, tendría que hacer algo al respecto...
   - Vamos allá -dijo Amelia.

   La comida consistió, como plato principal, en unos hermosos filetes de buey, tan contundentes como sabrosos pero sin mucho aparato, pues no parecía que en Flandes se estilasen mucho los condimentos ni el acompañamiento de ningún tipo. Ni pimientos, ni tomates, ni nada que se le pareciese. Gerard Kremer miraba de reojo a cada sirviente que se le acercaba, y si a alguno lo descubría detrás suyo, pegaba un respingo que parecía que fuese a caer desmayado del susto.
   - El anillo meridiano puede hacer las veces de gnomón, si se quiere usar como un reloj solar -explicaba su maestro, Jemme Reinerszoon.
   - Pero si se alinea correctamente -sugirió Julián, siguiendo su papel-, también puede indicar el día del año en que uno se encuentra, ¿verdad?
   - Esa es una de sus virtudes, por ejemplo. A lo que le veo más posibilidades, sin embargo, es al anillo exterior, el declinador. ¿Qué le parece como alidada?
   - ¿En qué sentido? -preguntó Julián con su mejor cara de poker. La esposa de Jemme, Cornelia (su supuesta "prima"), aprovechaba la distracción de éste para comerse con los ojos a Gerard... que por otra parte estaba siguiendo la conversación científica con gran interés.
   - Bueno, en el sentido de su utilidad como parte de una dioptra, para medir... -dejo la frase voluntariamente en el aire.
   - Sí, claro, para medir... -Amelia estaba tratando de susurrarle algo discretamente, pero no alcanzaba de distinguirlo-... lados... ¡Grados!
   - ¿Qué observaría usted con ella, por ejemplo?
   No era tanto que Jemme sospechara de la tapadera de Julián, sino que se estaba percatando de las miradas de su esposa al aprendiz y otra vez le hervía la sangre, tanto como para querer desacreditar tanto como pudiera a su pariente. Descubrir su mediocridad. Humillarlo. Aplastarlo. Como víctima propiciatoria, a él le servía.
   - Bueno, claramente, si pudiera...
   - ¿La distancia entre dos barcos? ¿La separación entre el Carnero y el León? ¿La curvatura de la Tierra?
   - Por supuesto, solo una de esas tres cosas...
   - ¿Y cuál sería?
   Julián estaba nervioso, pero no por que le descubrieran. Le ponía nervioso ver a Amelia sujetar la lengua, a Diego con el ceño fruncido por llevar demasiado rato sin entender nada, a Cornelia enfureciendo a su marido en su propia cara creyendo que no se daba cuenta de lo que ocurría, y a Gerard ajeno a todo lo que ocurría e interesado por la respuesta de Julián, cuando el futuro dependía de que siguiera trabajando con su maestro. La tensión podía cortarse con un cuchillo.
   - A la mierda -murmuró Julián-: soy Iron Man.
   - ¿Qué ha dicho? -preguntó Jemme, atónito.
   - Quiero decir que la que sabe de todo esto, es mi esposa. Amelia es la que ha estudiado los grados, los gnomos y los anillos, y por mucho que sea una mujer le aseguro que puede llegar usted a aprender de ella tanto como de ese Copérnico con el que no quiso ir a estudiar -se levantó de la mesa-. Si me disculpan, les dejo que hablen y voy a ir a que me dé el aire, porque yo aquí sólo soy la cara bonita. Lo siento, "prima" -dijo llamando la atención de Cornelia; de todos, realmente. Llegó hasta la puerta del comedor, ejecutó un saludo que ya no sabía a qué época pertenecía, y volvió a admitir-. Sí, soy un fraude. Pero en serio: escúchela.
   Y se marchó.
   - Definitivamente -dijo Amelia para sí-, algo le pasa a este hombre con las cenas formales...

   Julián realmente necesitaba alejarse de aquel sinsentido: por mucho que la época fuese distinta, no podía pretender ser algo totalmente distinto a lo que era. Y en aquel momento, aquello se podía condensar en algo tan simple como salir a tomar una cerveza.
   Paseó por una Lovaina envuelta en las luces anaranjadas y rojizas del atardecer. El calor de la mañana estaba amainando, y una brisa fresca corría por las calles. Las nubes que se empezaban a acumular prometían una noche de lluvia, que tal vez durarían todo el día siguiente. Aquello era bueno: le quitaría a Jemme las ganas de echar a Gerard por el momento. No era un verdadero caso de cuernos: el aprendiz y la esposa del doctor no estaban liados, él ni siquiera se daba cuenta de que el afecto de Cornelia sobrepasaba el de la amistad. Pero en el fondo era peor: las miradas que le lanzaba, inocuas como eran, resultaban dolorosos lanzazos en el amor propio de Jemme. No podía decirle a Gerard que dejara en paz a su mujer, porque no la atendía. No podía decirle a su mujer que dejara de sentir lo que sentía por su aprendiz, porque no se atrevía y porque creía que sería contraproducente aceptarlo. Lo de aquella casa tenía mala solución...
   Sus pasos le fueron llevando hacia el centro de la ciudad, y justo cuando empezaba a caer una lluvia fina, vio un cartel con el dibujo de un ave zancuda y las letras "HERBERG". Le llamó la atención, más aún cuando vio que por el otro lado se repetía el dibujo del ave pero con la leyenda "POSADA".
   - La posada del Martinete. ¡Por qué no!
   El interior estaba lleno de españoles: castellanos, extremeños, catalanes, andaluces... Era como estar en una tasca donde fluían los chismorreos, los cánticos, las risas y la cerveza.
   - No pruebe el vino, amigo -le dijo un carretero de Castellón-. Es agua, se lo aseguro, agua con colores.
   Pero la cerveza... ¡ah, qué cerveza! Con cuerpo, con sabor, con sustancia. No tardó Julián en encontrarse con dos caras conocidas:
   - ¡Sabía que volveríamos a vernos! -le dijo con afabilidad el joven Salvador. Aunque estaba preparado para el reencuentro, a Julián volvió a darle un vuelco el corazón al hallarse cara a cara con la versión de su edad del que en el futuro (al menos el de su línea temporal) era su jefe, el subsecretario del Ministerio-. No me quedó claro si tú eras Diego o Amelio.
   - Amelio -aceptó con resignación Julián. ¿Por qué tenía que haberse inventado aquella birria de nombres? Pero después de la suplantación que le había tocado hacer aquella noche, le pegaba. La joven Angustias confraternizaba con los hombres sin reparos y con alegría, repartiendo cariño pero sin pasarse de fresca: era una más de la fiesta, cantando canciones más brutas que las de los mercaderes y añadiendo coplas que eran habituales en los locales más picantes del Madrid del XIX. Le guiñó un ojo a Julián-Amelio.
   - No creo que nos hayan presentado en el Ministerio -preguntó Salvador.
   - No, me incorporé hace poco.
   - ¿Cuál fue su historia? Todos tenemos una historia.
   - Enfermero. El subsecretario me enroló un poco a la fuerza después de que viera algo que no tenía que ver.
   Salvador se encogió de hombros:
   - Es su trabajo, supongo. Y no es fácil: seguro que a él también le gustaría saltarse las normas, como a todos los agentes, pero entonces, ¿que sería de la Historia? -así que de joven ya pensaba más o menos lo mismo que de mayor. Ya iba para responsable-. Pero le digo una cosa: no siempre tienen razón en lo que opinan.
   Eso ya era algo nuevo:
   - ¿A qué se refiere? ¿Algo... personal?
   Salvador negó con la cabeza, con la mirada un tando perdida en la multitud. Les miraba con distancia pero con algo de respeto, de admiración... y de consternación.
   - No, para lo personal hay que saber aguantarse. No vale la pena, cuando uno piensa... Los desastres que realmente nos han hecho como somos, no siempre son para bien. Ya, ya sé que el tiempo es el que es: pero no tiene que gustarnos ni tenemos  por qué conformarnos. ¿Ha leído usted a Bradbury?
   - Creo que no.
   - Ciencia ficción de los 50, americano. Crónicas Marcianas, Fahrenheit 451... Tiene un cuento, "El sonido de un trueno": hace algunos años era obligatorio leerlo para los nuevos agentes. Habla de viajes en el tiempo, y de los cambios que la muerte de una mariposa puede generar en la Historia. Una sola mariposa. Imagine entonces algo terrible, algo como... el accidente. A veces pienso en lo que significaría para España si no hubiera ocurrido. En sólo 10, 20 años...
   Julián se dio cuenta de que estaba hablándole de algo importante, de algo que podía explicar el grueso de los cambios a los que se estaban enfrentando. Tal vez algo en lo que Amelia aún no había pensado... Pero entonces Salvador decidió que estaba hablando demasiado y no volvió a acercarse al tema pese a los intentos de Julián.
   - ¿Qué os pasa, taciturnos? -les dijo entonces Angustias, abrazándoles a la vez y plantándoles un beso en la mejilla a cada uno-. ¿Es que no veis que hay una fiesta? Lo nuestro está casi solucionado, Salvador: eliminaremos esas referencias a las puertas de las copias mañana mismo. Ha sido una suerte -le explicó a Julián-: estaban todavía imprimiendo, y sólo habían sacado 10 ejemplares. Pagando un poco, se retocan los tipos y listo. ¿Cómo va vuestra misión?
   Julián suspiró:
   - No será fácil. Asuntos del corazón.
   - ¡Uy, esos son los más complicados! -exclamó Salvador.
   - ¡Qué sabrás tú! -repuso Angustias-. A las penas, alegrías: ¡un clavo saca otro clavo!

   Jemme dejó el candelabro sobre la mesa y miró a su invitada. No estaba cómodo, pero los destellos que la luz de las velas arrancaban de aquellos ojos le parecieron llenos de una pura y plena ilusión infantil:
   - No es tan grande como querría.
   - Aún puede crecer. Y le aseguro -alcanzó a decir Amelia, emocionada-, que tras seis meses sin ver una, me parece inmensa. ¿Me permite?
   - Por favor -respondió ella. Esa luz que brillaba en su mirada era la que él veía en Gerard cuando trabajaban sin descanso. La luz embebida de la pasión por el saber, por agrandar los límites del conocimiento.
   Amelia se acercó y se humedeció los labios, excitada. Fue pasando el dedo por los lomos, leyendo los títulos, y finalmente tomó en sus manos un volumen delgado que no encajaba con el resto:
   - ¿El nigromante? No le imaginaba leyendo teatro de Ariosto...
   Jemme rió:
   - No todo puede ser ciencia. A veces la mente también tiene que distraerse...
   - En eso estoy de acuerdo. Además, "la ciencia y las letras doman las pasiones que engendra la política".
   - ¿Quién dijo eso?
   "Un hombre que aún no ha nacido", pensó ella.
   - Creo que era de Leonardo -mintió-. Es una biblioteca magnífica.
   - Es lo menos que podía hacer: es usted una experta en las cuestiones que nos ocupan en esta casa. Y no entiendo...
   - Ya. Pero qué más da. Si a un ser humano le apasiona el conocimiento, y lo busca como el sediento al agua, ¿que importa si nació hombre o mujer?
   - No diga usted eso en la universidad, o la quemarán por bruja.
   - Lo sé. Por eso con mi marido urdimos la tapadera: yo investigo y él da las clases. No es lo que me gustaría, pero es a lo que podemos aspirar.
   Gerard regresó entonces, comentando asuntos militares con Diego, y Amelia notó que Jemme se relajaba. Se quedaron hasta tarde leyendo libros y hablando del mundo y de su forma y de cómo podría representarse.
   - Esa inefable intuición femenina... me parece que usted sabe o sospecha cosas que no alcanza a decirnos.
   - La prudencia -sonrió Amelia-, que el maestro sois vos, y prefiero escuchar antes que hablar, y aprender, que abrir la boca y demostrar cuanto ignoro.
   - Mal que me pese -admitió Jemme.
   Julián volvió a la casa antes de que nadie pudiera preocuparse demasiado. Estaba de muy buen humor.
   - Creo que me voy a dormir. Seguid, seguid con lo vuestro. Gerard, si no te importa, mañana te pediré que me hagas un favor.
   - Si está en mi mano...
   - Seguro que sí, ya verás. Buenas noches.

   Al día siguiente, Cornelia esperaba que Gerard volviera del recado al que le había enviado Julián, como siempre, mirando por la ventana del piso inferior de la casa. Jemme la observaba a sus espaldas, con el rostro congelado en una mueca fría que trataba de ocultar los demonios que se le llevaban.
   - No sé qué vamos a hacer -dijo en voz baja Amelia. Julián les había acabado por explicar sus sospechas sobre el triángulo amoroso que se desarrollaba en el domicilio Reinerszoon.
   - Espera -dijo él, a la expectativa.
   De pronto, Cornelia dio un gritito de sorpresa, cerró las cortinas, volvió a abrirlas, volvió a gritar, volvió a cerrarlas y se giró. Estaba pálida, y temblorosa.
   - ¿Te encuentras bien, mi vida? -Jemme se levantó preocupado y le tendió la mano a su esposa. Parecía a punto de desmayarse o de llorar, pero se encontraba incapaz de decir palabra. Julián casi no podía aguantar la risa.
   - Mirad, mirad -les dijo a sus compañeros. Diego y Amelia fueron a la ventana del salón. También Jemme, cuando hubo sentado a su desconsolada esposa en un sillón.
   Fuera, Gerard volvía del centro de la ciudad, paseando, acompañando como Julián le había pedido a una joven encantadora, tan rubia como él, que se aferraba a su brazo. Los dos reían y casi podría decirse que coqueteaban un poco.
   - ¡Es Angustias! -exclamó Amelia.
   - Qué... indecencia -alcanzó finalmente a decir Cornelia-. No puedes tener un aprendiz así de descarado, deberías echarle, Jemme.
   - ¿Por qué, querida? -respondió el Doctor, con una sonrisa franca por primera vez en el rostro-. ¡El muchacho es feliz, déjale que viva la vida!
   Ella bufó y se marchó hecha una furia.
   - Un clavo saca otro clavo -declaró Julián.
(CONTINUARÁ...)

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