19 enero 2024

TERTIA PUGNA - 3


TERTIA PUGNA

(Tercer Asalto) 

FanFiction de Good Omens

Por Mª Nieves Gálvez


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CAPÍTULO 3.- EL CIELO PROTECTOR


So you think you can tell
Heaven from Hell,
blue skies from pain?
(Pink Floyd, “Wish you were here”)

¿Crees que sabes distinguir
el Cielo del Infierno,
el firmamento del dolor?
("Pink Floyd, "Ojalá estuvieras aquí")


   Azirafel siempre fue casi tan imaginativo como Crowley, pero mucho más disciplinado. 

    Esto último limitaba su creatividad, pero lo convirtió en el ángel ideal para hacer habitable la Tierra dentro de unos estándares cuidadosamente compatibles con la vida. 

    La Tierra fue el tercer candidato, y él también. Otros ángeles que lo precedieron tenían una disciplina demasiado rígida o demasiado descuidada para la tarea, como atestiguan sendos experimentos fallidos*.

    Aun así, Azirafel no está exento de cometer errores. Por ejemplo, él cree que nadie nota sus arranques de desobediencia inteligente, y asume que así obtiene mejores resultados que con una sumisión ciega. Por supuesto, una de esas dos suposiciones es errónea.

    (Notas de Su Todopoderosidad, Parte II)

    * Marte y Venus. Si algún dia vas al Cielo, procura no mencionar el tema: se considera incómodo.


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    Azirafel releyó con ojo crítico la nota que estaba a punto de enviar a su superior:

    “Hace cuatro años debería haber comenzado el Apocalipsis, pero unos cuantos rebeldes o incompetentes lo impidieron. Admito mi parte de responsabilidad en ello.
Hace unos meses debería haberse relanzado, pero se opuso Gabriel (ahora exiliado).
Ahora el Cielo me ha reclutado para algo llamado “Segunda Venida”. Esta vez debe ser algo bueno. No puede ser un tercer intento de iniciar el Apocalipsis, ¿verdad?
¿VERDAD?”

    Frunció el ceño, se lo pensó mejor y fulminó la carta con fastidio: allí no estaba bien visto hacer preguntas. Pero por otro lado, estaba harto de reuniones inútiles: quería respuestas. Así que... 

    “Tendré que hablar con algún contacto menos... directo” decidió, pulsando el botón de llamada. 

    - No esperaba otra reunión tan pronto, señor -observó Miguel, materializándose al instante-. Qué eficiencia.

    - Me estoy volcando en mi trabajo -alegó el Arcángel Supremo. “Refugiando” habría sido un verbo más adecuado, pero no ante alguien como su acompañante, que entendía más de castigos que de empatía.

    - Ah, sí: la Segunda Venida. Está pendiente desde que se canceló el Armagedón, pero podríamos intensificar la búsqueda del Anticristo y…

    - ¡Espera, no te precipites! -se alarmó Azirafel.

    Miguel enarcó una ceja: 

    - ¿Precipitarme? ¿Desde qué altura?

    - Ejem… nada, metáforas terrenales -se excusó, con una sonrisa nerviosa-. Lo del Anticristo le tocaba a los del Lado Malo: si fallaron, es su problema, ¿no? Podemos pasar directamente a nuestra parte: el retorno del Salv…

    - ¿Sin comprobar quién debe salvarse? -Miguel negó con un gesto, inflexible-. Metatrón dice que sin sufrimiento no hay gloria. 

    “Lo que me temía” se angustió Azirafel, mientras se le caía el alma a los pies. La recogió con disimulo e intentó cambiar de tema: 

    - Ejem… lo hablaré con él. Pero no te he llamado para eso. ¿Puedes hacer una lista actualizada de los milagros permitidos, por favor? Es para el nuevo personal de nuestra Embajada en la Tierra. 

    Miguel se encogió de hombros:

    - La haré, pero Muriel no podría excederse ni aunque lo intentara. ¿Qué era antes, contable de nivel 37? Su poder es inferior a 0,63 Lázaros.


   Una vez a solas con la lista, el Arcángel Supremo se acercó al gran globo terráqueo que levitaba junto al ventanal, cerró los ojos y escuchó con atención. 

    No sabía si Crowley tenía el mismo don (o maldición) que él: percibir todas las súplicas de la Humanidad. Azirafel sólo sabía que llevaba cuatro años oyéndolas impotente, sin permiso para hacer mucho más que perdonarle el alquiler a una vecina. Por eso había subido al Cielo: para poder ayudar de verdad, no para interminables reuniones. 

    Nunca imaginó que tendría que ascender solo. La soledad le dolía tanto como la marca que le había dejado el beso de… no, era mejor no pensar en él. 

    Pero el dolor propio nunca es un motivo para desoír el ajeno. Azirafel desplegó sus alas, esquivó un doloroso vacío en forma de ángel caído (los mortales lo llamaban Londres) y voló hacia una zona estremecida por un sufrimiento muchísimo mayor que el suyo. Por fin podía ayudar. 


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Politicians hide themselves away:
they only started the war,
why should they go out to fight?
They leave that role to the poor, yeah
(Black Sabbath, “War pigs”)


    Crowley le había perdido el gusto a las guerras. No instigaba ninguna desde su época de “Caballero Negro”, y sólo porque era la moda: la aristocracia medieval tenía pocas diversiones al aire libre, aparte de la caza y partirle la crisma al reyezuelo de al lado. 

    Pero la guerra fue perdiendo su toque de exclusividad entre profesionales, expandiéndose demasiado hacia el sector familiar (bombardear hogares con niños era la última moda bélica), por lo que Crowley dejó el negocio con un incómodo complejo de inferioridad respecto a la maldad humana.

    ¿Y ahora incluso Azirafel declaraba guerras? ¡Eso ya era competencia desleal!

    Crowley se desahogó abriéndose paso agresivamente entre el tráfico, sin olvidarse de insultar a los demás vehículos. Sabía dónde pedir explicaciones: en una librería del Soho que en realidad era una tapadera para otras actividades. 


    El lugar no había cambiado mucho, excepto por un parquímetro en la acera. Crowley lo fulminó mediante piroquinesis, se apeó y reprochó al motor del Bentley: 

    - ¿Estás ronroneando? 

    El Bentley enmudeció con rapidez culpable.

    - Ese motor es muy potente. ¡Debería rugir! ¿Cuándo has ronroneado tú, excepto…?

    Hizo memoria y gruñó al recordar cuándo: cada vez que subía a bordo el expropietario de esa librería. Pero no: debía ser casualidad.

    - Estaríamos apañados si ahora tú empiezas a tener ideas propias… ¿¡y este edificio también!? -en efecto, la puerta de la librería se negaba a abrirse. Crowley tuvo que llamar, mascullando impaciente: 

    -Tengo cero ganas de volver a ver este sitio, ¡pero no imaginaba que sería mutuo!

    Una humana rubia se apresuró a abrirle la puerta de par en par. Sonrió al reconocerlo y se volvió hacia el interior de la tienda, llamando a alguien más:

    - ¡Muriel, tienes visita! ¡Mira quién ha venido!

    - ¿Maggie? -recordó Crowley- ¿Ya no vendes discos en…? 

    No pudo acabar la frase: algo le golpeó en la cara al intentar entrar. Fue como darse de bruces contra un muro, pero invisible. Maggie no lo vio: aún le daba la espalda.

    - Sí, sólo he venido a ayudar un rato a Muriel -explicó ella, justo antes de volver a mirar a su interlocutor. Parecía dolorido, y se le habían caído las gafas oscuras-. ¿Qué te pasa?

    - ¿Han puesto nuevas protecciones? -dedujo él, medio cegado por la luz diurna-. Contra el Enemigo. Claro, esto era una embajada hasta la noche en que…

   - ¿Enemigo? Pero si esa noche protegiste a mucha gente... -sonrió Maggie, sin comprender-. Tú eres… como Muriel y el señor Fell, ¿no? Un ángel.

    A Maggie se le borró la sonrisa cuando dos pupilas verticales, inhumanas, le devolvieron la mirada. El corazón le subió de un salto a la garganta, latiendo a un volumen imposible. Con dificultad oyó los pasos y la voz, cada vez más próxima, de la persona (o ángel) que regentaba la tienda:

    - No es exactamente como yo. Viene de Abajo -Muriel, tan sonriente como siempre, hablaba con espeluznante naturalidad-. Pero no importa: él puede pas…

    - ¡Espera, Muriel! -protestó Maggie, apretándose los oídos para que dejaran de zumbar. Recuerdos de una angustiosa lucha se agolpaban en su mente-. ¡Ése fue mi error aquella noche! ¿De qué lado estás?

    Crowley recogió las gafas del suelo y volvió a ponérselas. Miró largamente al ángel y a la humana, intentando identificar lo que sentía. Llevaba tiempo sin querer volver a aquella librería. No entendía por qué, de pronto, le dolía no poder pasar. 

    - ¡Soy yo quien no quiere entrar! -decidió con altivez. Señaló un anuario a Muriel y añadió-: Sólo dame eso. Y no seas tan incompetente: nunca se da permiso a los de Abajo, ¿entendido? ¡A nadie!

    La humana guardó silencio, demasiado conmocionada para reaccionar. Pero Muriel recordó algo: 

    - Mi predecesor dijo que este ejemplar era importante. ¿Crees que querría venderlo?

    - Oh, mucho más que eso -Crowley sonrió pérfidamente y sacó el dinero que había ganado apostando en carreras ilegales-. ¡Se emocionaría, incluso!


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    Azirafel odiaba la guerra. No es que le gustaran los demás Jinetes; pero las plagas, el hambre o la muerte a veces eran parte inevitable del ciclo de la Naturaleza. La guerra, en cambio, era una decisión artificial y a menudo evitable. Para colmo, pocas veces la decidían los que morían en ella, sino reyezuelos que miraban el espectáculo desde lujosas poltronas, comiendo metafóricas palomitas. 

    Fuera cual fuese el destino de los demás Jinetes, era evidente que Guerra estaba muy activa. Las noticias se centraba en Ucrania y la franja de Gaza, pero cada día había una veintena de conflictos bélicos en el mundo, la mayoría ignorados por una Prensa corrupta o haragana. 

    El Arcángel los recorrió todos.

    Su primera parada fue cerca de un grupo de rehenes civiles. Sus captores nunca comprendieron cómo pudieron suceder tantos fallos a la vez: puertas mal cerradas, grilletes que cedían, armas encasquilladas… Pero era una pequeña organización terrorista mal financiada y todos sus equipos estaban a un tris de fallar. Aun así, Azirafel tuvo que hacer un milagro para que todos se estropearan a la vez; pero un milagro pequeñito, de sólo 0,1 Lázaros.

    - ¿De qué país eres? -preguntó uno de los rescatados a su libertador.

    - De ninguno. O de todos, según cómo se mire -Azirafel se encogió de hombros-. ¿Qué más da? Tú no quieres hacer daño a nadie y tus captores sí. ¡Corre, vete!

    Después se dirigió a una frontera repleta de refugiados. Técnicamente eran del bando contrario al que acababa de salvar, pero no tenía mucho sentido hablar de bandos: eran principalmente ancianos cargados con niños. Los guardias fronterizos, según los informes forenses posteriores, cayeron desvanecidos por hipoglucemia de forma milagrosamente sincronizada. Pero nadie sufrió daños permanentes: a Azirafel tal vez le fastidiara calcular tantos detalles, pero al ser del Lado Bueno tenía que ser cuidadoso.

    - ¿Eres de los nuestros? -le preguntaron los ancianos.

    - ¡Lo que importa es que no soy vigilante de aduanas! -se exasperó el ángel.

    Se repitieron idénticas escenas en varios países más. En un rincón de su mente, las obsesivas preguntas sobre su nacionalidad estaban empezando a molestarle. La Tierra no fue creada con fronteras; no eran tan importantes como para lanzar cohet…

    Entonces vio algo que le erizó las plumas. A lo lejos, describiendo un grácil arco hacia un núcleo densamente poblado…

    “Un bombardeo. ¡Y eso de ahí abajo es un hospital!”

    Había normas que prohibían a los seres sobrenaturales intervenir directamente en conflictos bélicos terrenales. Pero un hospital no debería estar en la zona de conflicto, ¿verdad? Dibujó en el aire el mismo gesto que Crowley usó casi ochenta años antes en los bombardeos de Londres, le dio más empuje y…


    - ¿Qué crees que estás haciendo? – le interrumpió una voz atronadora.

    Azirafel se volvió hacia la voz, intentando fingir (sin éxito) que el gesto era casual. Sabía quién le hablaba: el único ángel de rango superior al suyo. Y no era alguien a quien se le pudiera llevar la contraria.

    - Sólo es una desviación de unos pocos objetos, Metatrón – alegó cautelosamente.

    - Claro; no has cambiado el curso de cientos de vidas en un instante, ¿verdad? -reprendió su interlocutor, moviendo la cabeza con sarcasmo.

    Los proyectiles recién desviados cayeron lejos de su objetivo con un estruendo ensordecedor, seguido por explosiones de humo terroríficamente bellas. 

    - Es… es fósforo blanco -tartamudeó Azirafel -. ¡La versión aumentada del fuego griego! Se adhiere al cuerpo, quema hasta el hueso y no se apaga ni debajo del agua. ¿Todavía crees que no debería haberlo desviado?

    - Y después, ¿qué? ¿Destruirás todos los arsenales del mundo? 

    Azirafel reflexionó un instante: la idea le iluminó la mirada y lo armó de valor para decir:

    - Pues… oye, ¿por qué no? 

    Metatrón negó de nuevo, con una mueca condescendiente:

    - Por esa maldición que cierta serpiente del Edén le dio al ser humano, ¿recuerdas? El libre albedrío.

    - Buen intento, pero no. Incluso ellos tienen leyes que impiden usar fósforo blanco sobre objetivos vivos.

    - Y sin embargo lo están usando hoy. Los humanos pueden dejan en ridículo al demonio más pintado, ¿verdad? 

   - No todos….

    - Cierto -su superior adoptó un tono súbitamente comprensivo-. Quieres salvar a los buenos, castigar a los malos, hacer milagros a mansalva, usar esas alas que llevas siglos ocultando y dejar de depender de caballos, trenes y taxis. 

    - Bueno, no necesariamente en ese orden de importancia, pero... 

    - Pero sabes que los prodigios de ese calibre no son para todos los días. Habrá un día para eso, y sólo uno. ¿Recuerdas?

    La sugerencia flotó en el aire antes de posarse sobre Azirafel lenta, ominosamente. Éste intentó sacudírsela de encima, sin mucho éxito:

    - Y ese día, ¿no podríamos salvar a los inocentes y ya está?

    Su superior parecía satisfecho. Había llevado la conversación a su terreno, y allí se consideraba imbatible:

    - De eso se trata, amigo mío. De salvar el trigo y quemar la cizaña. El Apocalipsis no será una nueva guerra innecesaria, ¿lo entiendes ya? Al contrario: será el final de todas. Y lo mejor es que, a diferencia de las de hoy, sólo castigará a los que lo merezcan.

    A una señal de Metatrón, ambos emprendieron el regreso. No sin que Azirafel se las arreglara para desviar disimuladamente otra bomba antes de abandonar el lugar. 

    - Noto algo más -gruñó al fin- Es como una perturbación en la Fue... perdón, metáforas humanas.

    - Llevas demasiado tiempo entre ellos – se burló su interlocutor. Pero pronto dejó de prestarle atención: los teléfonos móviles de ambos empezaron a sonar simultáneamente. Bueno, el equivalente de lo que los superiores de Azirafel habían entendido cuando éste intentó explicarles qué era la telefonía móvil.

    - ¿Azirafel? -sonó la voz de Muriel, rebosante de entusiasmo-. Acabo de realizar mi primera venta. ¡Un anuario de Doctor Who de 1965!

    - ¿Metatrón? -inquirió Miguel por el otro teléfono-. El Enemigo prepara algo grande. He detectado una milagro negativo, ¡de -65 Lázaros!


Los políticos se esconden:
sólo iniciaron la guerra,
¿para qué querrían ir a ella?
Eso se lo dejan a los pobres.


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