Primera parte de un cuento de Navidad donde reaparecen algunos personajes de 1387 - Libro 1. A la vez precuela y spoiler ^_^
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Más allá de las montañas de Moab, más allá del desierto de Judea, a 60 estadios de Jerusalén, se levantaba una colina modelada por el hombre, con forma de seno materno. Al pie se levantaba una ciudadela llena de escribas, ministros y administradores, y en la cumbre una fortaleza, con precipicios en todas las direcciones, elevada donde el rey de aquellos lares había derrotado a la unión de partos y hasmoneos: Herodis.
El viento implacable arrojaba lentas oleadas de arena contra las murallas del palacio. Hacía un rato que había anochecido, y sin embargo todavía pululaba una inopinada cantidad de gente por los caminos. La noche era para refugiarse en el hogar, donde había luz y abrigo, pero la luna llena y la obligación de cumplir con los invasores animaban a extender el viaje un poco más. Algunos ya no podían más y preparaban la bolsa, dispuestos a despedirse de buena parte de ella: si el Gran Censo estaba siendo provechoso para alguien, era para los propietarios de cualquier tipo de albergue o posada.
Pasado el doble muro, dentro del palacio circular, tres extranjeros aguardaban en la antesala del trono. Dos hombres y una mujer de nobilísimo atuendo, que no estaban en Jerusalén para ser censados. Si acaso al revés, pues cada uno de ellos era mucho más viejo que la propia Jerusalén.
Los tres se conocían, aunque habían llegado por separado:
- Exactamente ¿cuál es la razón por la que habéis venido? –inquirió el que tenía la piel oscura, cruzado de brazos y recostado en la pared de azulejos.
- Eso me gustaría saber -dijo la hermosa dama-. En cien años me he cruzado con éste 33 veces. ¡Treinta y tres! Como hombre, como caballo, como toro…
El tercero de los extranjeros, los fornidos brazos al descubierto, se puso colorado:
- Ash, no te enfades... tú reinas en Híspalis y yo en Gades. Es normal que nos encontremos más que el resto...
- ¡No me llames Ash!
- ¿Híspalis, Gades? -les reprendió el hombre oscuro-. ¿Qué ha pasado con Spal, con Gádir, con Tarshish? ¿Tanto os habéis humanizado?
- Baal, no empieces otra vez -terció el otro-. Canaán cayó hace mucho, y el Egipto que tú y yo conocimos, y Babilonia y Atenas y Esparta… Siguen existiendo, sólo cambian de nombres, a veces de costumbres.
- Los nombres son importantes –reclamó el monarca negro.
- Bueno –atajó su compañero, para evitar el conflicto-, ¿y tú por qué has venido? Hacía 800 lunas que no nos veíamos.
El oscuro reconoció la importancia de la pregunta:
- Hay… algo en el cielo. Una estrella.
- Baal, el cielo está lleno de estrellas.
- ¡Una estrella que se mueve, Melkart! Ya lo sé, todas se mueven… Pues has de saber que ésta se puede ver de noche y de día, y que llevo meses siguiéndola desde los confines de Oriente.
- Un prodigio –admitió el otro.
- Una señal –intervino la reina-. Yo he venido por ciertos rumores del pueblo de David.
- ¿Aún afectada por que Moisés les obligara a dejarte? –dijo Baal, hiriente.
- Inculto pastor de cabras… -masculló la reina por lo bajo-. Lo he superado, lo he superado. No es eso: dicen que está a punto de nacer el Mesías, el Elegido de su pueblo que les ha de liberar.
Melkart y Baal se miraron en silencio un momento antes de prorrumpir en carcajadas.
- ¿El Mesías?
- ¡El Mesías! ¡Ja!
- ¡Pero si llevan siglos esperándolo, Astarté!
- ¿Librarles de quién? –se burló Baal- ¿De Roma? ¿Del mejor ejército que jamás ha existido en el mundo? Pues más le vale a ese Mesías superar a Moloch en fuerza, porque a los romanos sólo los va a echar Roma.
Una fría cólera se había ido apoderando del pecho de la reina.
- ¿Y no se te ha ocurrido pensar que tu estrella puede ser la señal de que tienen razón?
- No. Pero seguro que a ellos sí –dijo el negro, desafiante-. Siempre miran al cielo creyendo hallar –se detuvo, al despertar una conjetura en su mente-… respuestas y señales.
Melkart comprendió el motivo de su desazón repentina y dijo con quietud:
- Ellos lo creen. Pero nosotros sabemos que es así. Que la respuesta vino de arriba.
Baal parecía entre preocupado y entusiasmado por las posibilidades:
- ¿Un nuevo betilo, Mel? ¿Nuevos dioses?
La puerta de la cámara se abrió entonces. El chambelán de Herodes se inclinó ante ellos. El maestro copero escanció en dos copas de plata un vino especiado y lo entregó ceremoniosamente a los hombres. Astarté levantó la vista al cielo. Machos…
- El rey Herodes les recibirá ahora, majestades.
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